domingo, diciembre 30, 2007

EDGARDO ZOTTO


un domingo de invierno en el Parque Independencia con mi padre y mis dos hermanos (mellizos) mayores en el año 1949



Puedo escribir en cualquier parte, a cualquier hora y sin ninguna ceremonia. En los últimos tiempos por obligaciones laborales, escribo poco y mal en las salas de espera de los aeropuertos argentinos o en los hoteles. A veces viajando en remis a Buenos Aires o a Santa Fe.
Nunca tuve un “lugar propio” y dudo ya que lo vaya a tener. No por falta de espacio en las casas en que he vivido; más bien por inciertas prohibiciones internas o por puro amor al desorden y a los vaivenes del azar.
En una época (hace más de diez años) viajaba en mi auto todos los miércoles a Buenos Aires para participar de un grupo en la casa de Arturo Carrera (también coordinaba D.G. Helder) y la mayoría de las veces no tenía nada escrito para llevar y de pronto –durante el viaje- con la mente en blanco, llegaban unas líneas, una imagen o una frase y detenía el auto en la banquina, al costado de la autopista y escribía en los márgenes de un diario esas palabras y después las pasaba en limpio en el bar de la estación de servicio de San Pedro o Zárate y ya en la reunión leía el manuscrito, un poco avergonzado, mientras los demás llevaban decenas de folios A4 de computadora, prolijamente anillados, en carpetas transparentes, con títulos y subtítulos en distinta tipografía, con citas prestigiosas.
Es posible que esos textos se hubieran estado escribiendo en algún rincón de mi cabeza o de mi cuerpo desde antes y de pronto se vislumbraba una forma o la sombra de una forma. Veía de pronto el hilo y tiraba de él y algo –un objeto- iba apareciendo.
Durante largo tiempo viví el proceso de escritura como una imposibilidad o al menos como una dificultad muy grande, que por años funcionó eficazmente y paralizó todo proyecto.
A pesar de haber llenado papeles y cuadernos, desde –digamos- los años de la escuela secundaria, siempre me negué a considerarme un escritor. Pero en forma misteriosa, dentro mío algo permanecía.
A mediados de los 90, literalmente me enfermé (tuve una fiebre rara) y desde el lecho de la enfermedad tomé coraje y llamé al teléfono de un aviso del Diario de Poesía y atendió Arturo y ahí empezó la pequeña historia.
Escribo a mano, con birome o lápices (las buenas lapiceras las he perdido siempre) en una hoja cualquiera, sin renglones; puede ser el reverso de un volante de publicidad, una boleta, o el cuadernito que me trajo una hija, de Praga o el que me trajo la otra del Perú.
De a poco voy pasando los borradores en limpio en la computadora. Tiempo después los imprimo y los empiezo a llevar conmigo a todas partes, entre las hojas de un libro, en la agenda o adentro de un diario doblado.
Llevo las hojas a todas partes, las saco a pasear. Van conmigo a la oficina, a la sala de espera de un médico, a un viaje de trabajo o de turismo. A veces los releo y surgen correcciones. Otras veces decido la destrucción o salvar una línea. Generalmente sólo quedan ahí, como esperando, algo que no sé que es.
Después cuando vuelvo a corregir unos cuantos y a pasarlos una vez más en limpio, se los suelo hacer leer a un poeta amigo/a y escucho sus críticas o sugerencias. Siempre aporta algo la mirada de los otros. A veces a partir de esas opiniones vuelvo a corregir, otras veces no.
Después de un tiempo (pueden ser meses de haber comenzado el proceso) siento la necesidad de armar el libro, con esa masa informe y poco a poco se va cerrando el círculo y de pronto siento que está terminado, cuando empiezan a aparecer otros textos que me parecen distintos (otra entonación, otra textura, otros temas) y me hacen pensar que la historia puede continuar y que siempre hay (habrá) la espera, la esperanza de un nuevo libro por venir.


Poemas 


Sentarse a leer
el desmesurado libro de las horas
y que sus páginas temblorosas
no pasen demasiado rápido

***

Vértigo del pasaje
del paisaje a la página
Fugaces escenas nacidas
para llegar a la blanca superficie.
Paisajes movidos.
Mínimos paisajes.
Certidumbre de lo que no pasa.


El último en hablar

No es que no tuviera pensamientos
Se le escurrían demasiado rápido
entre las grietas de las cosas.


I

No me conozco, dice,
no sé nada de mí.


II

Todo el tiempo la pregunta:
¿cómo pudo ser que llegara
a este estado de cosas?


III

En la noche, en el cuarto cerrado,
a oscuras, en posición fetal, solo
bajo el techo que cruje
por el peso de la lluvia,
vuelve a contarse a sí mismo
la vida de aquellos días.

***

Cavar, cavar
hasta que algo aparezca:
piedras, metales roídos, raíces
de la mente.
Cavar, cavar
hasta que entre el aire por el hueco
y restaure el hilo
y que las cosas dentro suyo
se vuelvan a unir.


Lluvia final

Que no pueda cumplirse
Ninguna profecía
Que el pasado cambiante
no tenga quien lo recuerde.
Que el polvo de nuestro huesos
planee liberado sobre un fondo negro
en un sitio helado.


Notas para un manifiesto objetivista lírico


I

¿El principio o el final del bulevar?
Ya no es otoño y el río apenas se mueve.
El techo del Valiant descolorido
completamente cubierto por la nube
de flores de jacarandá.

II

En el parque donde una vez
la soga del ahorcado colgó
los chicos de la calle
nadan desnudos
en la fuente del centauro.

III

El ataúd: un charco escaso
en la plaza vacía.
En su lecho
el gato muerto y el perfume
de las magnolias ajadas.

IV

Debajo del pino,
sentados en su brillo
el anciano en la silla de lona
y el perro negro, a sus pies.
La lluvia no deja de caer:
el rayo no cayó.

***


Cae cayó caerá
una lluvia oscura
en el impluvium
de su rara memoria.

De,  Impluvium




Relatos de un inmigrante, circa 1960

Los grandes, concentrados en el vaso
oscilan entre el desinterés y la incredulidad.
El círculo de los chicos
sentados en el límite del pasto y la vereda,
oye enmudecido las historias.
Nítidos los ojos oscuros
de los soldados de Basilicata,
la luz de los muertos
bajo un cielo traslúcido.
La materia áurea y tenebrosa,
entrevista por los niños en la duermevela
una y otra vez, un sol hecho de otros soles
de la noche, construido con los fuegos
de los que no terminan de desaparecer.


Restos

Queda un jardín
territorio de alimañas


un mar de florcitas salvajes
resiste.


Quedan los fragmentos de un libro luminoso
adheridos por la lluvia
a lo que fue una silla de espera


resquicios de un color
en la quietud de los rincones


signos de la luz


señales en la tierra


restos de una civilización personal
que se niega a desaparecer.



Última vez que se alude a ella


Cae el fruto aún verde


Cae la hoja espiralada.


La flor que se deshace
cae en esquirlas amarillas.

Cae una brizna tocada
por el último rayo del oeste.

Todo cae, todo vuelve a caer
al pozo sin fondo
de su memoria inútil.



En fila



Siguiendo la línea de semillas
cuneiformes, resecas por el sol,
se alcanza el incierto centro de la isla.


En el borde, hacen guardia
los girasoles de cabeza caída,
oscuros, entre el cielo añil
y los senderos de ceniza.



Resistencia



Unos años después
reaparecen
en el fondo del cajón
las minúsculas escamas
del chili, del ají.

Fueron molidas por manos diáfanas
y ahora yacen en el rincón más oscuro.

Se han perdido los perfumes
y el picante sabor que adormece
las bocas inexpertas.

Pero en los pequeños sacos de arpillera
con el rostro de un maya dibujado,
aún resisten los colores.




El día del coloquio


Un día perfecto
para no hacer nada;

la nube pintada por Bonnard,
corre más allá de la línea
del párpado entrecerrado.

Ya no tan extranjero
ni a la espera de cambios leves.

La rodilla ruidosa deja de doler
y el mar sigue rugiendo lejos, tan lejos,
aunque al costado la gramilla crece
y aparecen unas violetas escuálidas
que reclaman atención.

En el momento de estirar los brazos
detrás de la cabeza adormilada,
huyen las voces insistentes.

Sin pensar, sin esperar, sin desear nada,
después de tanto tiempo puedo envolverme
en la novedad del silencio.



Visitantes




No espera a nadie
pero alguien llega


entra el que no reconoce


también el holograma
de un rostro enjuto que pronto se desvanece

y un animal enorme, real,
un puma desafiante

un cuerpo en su armadura
y una mujer que transparenta la consistencia de lo soñado.

Así el vacío del que no espera
se va llenando.


Inesperados visitantes
entran y salen de un cuadro desenfocado
que alguien parece proyectar
desde un lugar desconocido.



Con Renata en el Parque

En el túnel lustros de los árboles
mi hija lee las escasas palabras
que en otro libro escribí para mi padre.


Callada parece temer
su desprotegida emoción.


En la luz sin ojos de la mañana
lo gris se ilumina


Un agua leve enciende su mirada.




Lo mínimo



I

Mariposas blancas
enlazadas, abrazan
el invisible muro



II

En el estanque dormido
una, dos, tres ranas
recién nacidas.


Entre el agua y el brillo
del pasto que ondula
la calma definitiva
o la voluptuosa iluminación


Diminutas formas luchando
por salir, por renunciar
al límite



III

Lo que sueña
se sumerge
en la bruma
del arroyo


Y vuelve
en la canoa
vacía


De, Restos de una civilización personal





Mellizos

Juegan en la plaza.
En los brazos retorcidos
los moños de comunión.

Exhibidos frente al busto de Saavedra
reparten estampitas
de bordes dorados,
vuelven al juego.
Uno entierra un zapato de charol
en la arena húmeda.

El otro pisa las flores
del cantero

Después de las fotos
alguien viene a buscarlos
pero no dejan de jugar.

No quieren irse, no, juegan
a matarse.


Siesta


Sueña al sol
tendido en la hierba seca

A su lado pasa
la caravana interminable
de las hormigas.


Saltos


El perro salta contra el árbol
ladra con furiosas embestidas
a la comadreja que nadie ve.

Como nosotros
a los saltos, gritando
hacia la nada.


Cocinero Zen

Al sol ardiente
seca los hongos
en el patio del Buda.



En Trelew

Sólo queda
el infinito viento
arrastrándose
en los pastos secos.

Tus ojos miran el camino
del aire en movimiento.


En Salta


Vino y agua
y esos triángulos
que guardan
diminutos dados.


Una simetría sabrosa
bajo la luz de oro
de las fornituras.


Zumbido de una mosca
en el almuerzo duradero.



En el parque de la Bandera


En la rama del fresno este otoño
alguien la dejó olvidada.

O se arrepintió sin animarse
a terminar con su vida miserable
ese día y bajo esa luz.
¿O tan sólo fue un simulacro
para asustar a quien se ama?

Indiferente a cualquier avatar
de los sentidos, sujeta a un nudo firme
la soga, se balancea.


El sueño de los perros

El perro gime en sueños

"Los perros sueñan", dijo Borges
en la Escuela Freudiana.

Ella va más lejos, inventa una teoría
sobre el sueño de los perros;
"no olvidan ningún sueño, los acumulan
como los huesos enterrados en el jardín,
para cuando se quedan solos".



Escrito en un tren

Cada palabra
donde debe estar

no
una al lado
de la otra

no
una debajo
de la otra

cada palabra
en su lugar

cada una
en el misterio
de la otra.


Imán

Más que un corazón
un imán

una fuerza que atrae
imperceptiblemente
todo lo que pasa a su lado

lo que arrastra
cada una de las íntimas virutas
de un cosmos parcial
que sólo nos desarregla.


Dioses, os pido


Que no falte
la hoja de papel
ni el lápiz afilado.

Que no termine
la sed ni las ganas
de seguir

Que advenga lo intemporal.



Otro Funes


Quiso olvidarlo todo,

no sólo el nefasto arbitrio
que trajo el dolor.

Borrarlo todo:
lo más dulce
y lo terrible.

Quiso cubrir
su historia entera
con algo parecido
al magma denso
del volcán:

ser
de aquel Funes acosado
el fiel reverso.


De, Memoria de Funes





comunión en la Iglesita de un barrio del sur de Rosario, en la calle Ayolas y Bv. Oroño las dos calles fueron citadas en algún poema



Edgardo Zotto


Edgardo Zotto nació en Rosario en setiembre de 1947, donde ejerce su profesión de abogado. Publicó Memoria de Funes (1998) y Restos de una civilización personal (2001) en Editorial Tse Tse. En 2004 Impluvium en Editorial Siesta.

ESTEBAN PEICOVICH


El proceder de la infancia

Campesinos, panaderos, equilibristas, violeteras, químicos, lectores de agua y hasta buzos, no surgen del repollo del cielo sino de esa mutante paridora de prodigios que es la especie. Ella también provee de poetas al mundo. Motivos tiene. Necesita que imaginen lo aún no sucedido. Que cuiden el almácigo de lo inclasificable. Que impidan toda repetición. También para que la palabra sostenga al día y a la noche. Así, con su soplo verbal, ellos la pasan proponiendo nuevos génesis de recambio. Para estas en apariencia fútiles tareas están los poetas. “Espías de Dios”, según Shakespeare. “Legisladores del mundo”, según Shelley. “Tejedores de palabras”, según Safo.

Diagnostica la tradición que "de poeta y de loco, todos tenemos un poco". Pero no explica porque algunos son muchísimos mas locos que otros y se pasan la vida trabajando gratis como vicarios de la locura y de la poesía públicas. Este es el servicio que los poetas prestan a la sociedad. Y a no quejarse. No es insalubre ni incómodo. Y bien que se los recompensa por ello: cantan, celebran, inventan y salen (y vuelven) del mundo, en formidables aparatos de volar hechos solo con palabras. Para un animal humano no es poca cosa.

Que en medio de un país huérfano, como el argentino, unos seres algo inválidos y contra natura, siempre fuera de moda y negados a las pericias básicas (como arreglar un grifo, conducir automóviles o meter la mano en la lata) insistan en imaginar lo que sucede en donde dicen no sucede nada (allí, justo en el camino paralelo al camino) es acontecimiento prodigioso. Lo hagan con agraciadas o desgraciadas voces.

Sigue pareciéndome que San Pablo fue un evangelista de la poética al decir de aldea en aldea “Sois como dioses y no os dais cuenta”. A su modo advertía que en cada ser humano hay poeta portátil. Dormido, en ejercicio, o a la espera. Que cada vida es biografía en el sentido de que es “vida a escribir”. Y que el tiempo que nos queda por vivir es igual al que nos resta por escribir.
Siento que “la infancia del procedimiento” contiene la clave misma de la poesía pues el hágase la luz del procedimiento está en la infancia. Y en como recorremos el tiempo del mundo con ella posada intacta en nuestro hombro. Como pájaro que nos da de ver. Y de cantar.

En mi caso este asunto es claro y campesino: escribo para vivir. Soy un ser suelto que tiene en la palabra su cédula de identidad. Fui así desde el arranque. Según mi madre, durante mi temporada en la cuna solo dije “yea yea yepa”. Jitanjáfora de tránsito que me acompañó hasta comenzar a escribir. Ya habitante de la cinta sin fin me busqué un idioma hijo. Un sitio donde fuera nuevo vivir. La madraza poesía. La posada y camino a la vez. La jeroglífica por naturaleza. Tierra de todos que se alza con fauna y flora propias entre lo razonado y lo sensible. Intima luz que explora los bordes del sentido. Maga de la que espero me murmure un incierto día (o noche) lo porvenir/me.



Poemas


Curriculum

Nací (es un decir).
Guardo entre gasas mi único cadáver,
aquel cordón umbilical que ella mantuvo
en escondite de múltiple avaricia
hasta dármelo a la edad de mis sesenta.
Tozudo soy como una rosa.
Y sucesivo como las hormigas.
Lento, hasta ser todo invierno.
Y dulce hasta mis huesos.
Fui una sólida monja hasta ser padre.
A mi primera hija se la robé a su madre
un día en que el amor andaba
de animal aturdido dando tumbos
casi de farra loca por la casa
y lo atrapamos.
Tengo otra hija con la cabeza revuelta
por los pájaros.
Tres hijos del otro lado del océano,
dos nietos que por dudar de mi existencia
me llaman Sebastián,
y una madre que resiste riendo
la inundación y el tiempo.
De mis cuatro esposas,
la primera se ahogó en sus propios ojos,
la segunda fundó una maternidad,
la tercera regresó a su sitio natural
de un cuadro de Filippo Lippi
y la cuarta me arropa y alimenta
y con cuchillo de azúcar
hace de mi dos hombres que la aman.
Por mi árbol genealógico ha descendido
tanta gente que me hace ruido dentro.
Desde el minero empaquetador de azúcar
que me trajo
hasta Vidriera, el licenciado.
(a pleno día se me ve la noche.)
Por la palabra, al artefacto que soy
le fue dada la rosa en consideración
el cordero en cuidado
y el silencio de Dios en cautiverio.
Silaba a silaba, comparto el gineceo
de las palabras que me aman.
Un mujerío que teje/desteje como Safo
mi inconcluso diccionario perplejo.
Se presentan, ahora, asuntos nuevos
Del girasol se fuga el amarillo.
Llaman a la puerta. Es la humedad.
Ni el licor de lo eterno, ni Sherezade,
ni la picadura súbita del pezón más colibrí
pueden hacer que reviva lo que olvido.
Veré de poner música esta noche
no vaya a ser que tope con un golpe
de dados y mi azar no lo sepa.


De,  La bañera azul




El gallo

Trajéronme aquí, a terraza urbana
las vueltas de la vida de gus ruprecht
quien debió irse a la muerte a los sesenta
y para no estar solo
como niño
pidió un gallo.
Metióme aquí, en jardín de altura,
inadecuado
como flamenco entre esquimales
y una mañana completome con gallina
blanquinegra
y otra pequeña
(con pompón)
Hubo también tortuga y loro portavoz
al que enseñó a insultar en guaraní.
Por fin, Gus se tomó el Arca y partió.
Solo.
Al testar dejó a mi nombre su epitafio.
Y es lo que canto.

De, Fauna íntima


Agua sucia

A mí de Rimbaud no me asombra su incursión
al infierno para traernos la guía
que llamó “agua sucia”
antes de echarla a la sombra
del póstumo cajón.
Va y viene y cuenta tamaño hedor
y con garfio de filibustero
y enfriados ojos de halcón
se hunde en Abisinia:
rifles, esclavos, drogas, alcoholes,
bellos papeles chamuscados,
brújula bailándole loquísima.
A mí lo que me asombra de Rimbaud
es el tatuaje que se hace en la lengua,
la pierna agusanada que trae del desierto,
el hongo de gangrena subiendo por la otra
y esa cintura rodeada por ocho kilos de oro
ganados sin arriesgar palabra alguna
en los feroces sucesos que tuvieron lugar.


Adiós al padre


Padre mío que estás en el polvo
hágase la voluntad de mamá: dame tus huesos.
Tu lápida te murió aquel mayo del 62
pero fue hoy tu derrumbe
hoy la fecha de tu racimo roto, de tu occipital yorik
de tu fémur yorik, en mi mano.
Empezó a suceder cuando María bordó la A de Andrés
en la bolsa de pan de tu después,
en la lluvia de talco,
en el tren en que viajé hacia vos
en el preamanecer de Plaza Constitución
en la ciudad de Lima que era Buenos Aires:
ciego de pie podrido, enano fumador,
la poca luz, el frío.
Padre de átomos que estás en el polvo
hubo que hacer su voluntad: quedaron huesos.
Entró en otro tiempo la costumbre:
vos hacia vos, nosotros hacia acá.
Padre de átomos que estás en el polvo
ese obrero llegó en su bicicleta,
faja negra, toscano, pico, pala, una conversación.
Dijo: “desentierro dos por mañana y es bastante”
Luego se inclinó sobre tu apagado pecho aquel
trayéndote del fondo de lo negro
hundiendo el pico hasta ese lunes del 62.
Padre de átomos que estabas en el polvo
levantamos tus brazos
la última tranquilidad de tus manos,
ese desorden marrón, y uno a uno, tu cuerpo.
La redondez de tu cabeza llegada de Europa
los antiguos lugares de tu voz,
el dónde de tus ojos.
Padre de átomos,
después del sol y el barro, nos fuimos a beber
con tu gran mano posada como pan en la mesa
y tu ceniza alzada y encendida
como una risa de tres.
Voluntad de mamá, padre mío.
Ya no estás en el polvo.


La entrevista

Esenio, treinta y tres años
soltero, nacido en Nazareth
adorado en Belén
bautizado en el Jordán
huido a Egipto
tentado en Jericó
distribuidor de panes
y de peces
amigo de ladrones
miel del traidor
cómplice de Lázaro
azar de Barrabás
terror del Sanedrín
dilema de Pilatos.
Y de aquí en más, esas horas
de las que no hay memoria clara.
Y nada más hay, ni yo siquiera,
pues trasvasado fui a otros seres



Teoría

Hacer un poema de amor no es hacer el amor
sino tan sólo navegar encima,
al lado, detrás del tiburón.
Hacer un poema de amor no es hacer el amor
sino tan sólo dibujar una futura cara en el espejo.
Puede hacerse mil veces y una vez
y no estar seguro ni del amor ni del poema
y el tiburón detrás,
el tiburón ya en ti
y el espejo en la espera.


Jardín botánico


Curvado como el mundo
un hombre relee en el periódico
lo nada nuevo sucedido en el espejo
después de Cristo.
En la inmovilidad de la luz
Una rosa está a punto de no ser.
Y cae.
La historia natural acontece
en el instante en que vuela la ceniza
de su cigarro
y los ojos se le olvidan en la lectura
inútil.


La bañera azul


El mejor poema escrito esta semana
son los doce tomates hechos crecer
en la buena tierra de la bañera azul
que se buscó otro oficio en la terraza.
Como yo, están verdes todavía. Y como yo
esperan cada tarde la lluvia y el sosiego.
Busco entablar conversación, la mínima,
pedirles el secreto de vegetar en gloria
dorados por el sol y amamantados por la noche.
Deseo esa noble genética que los hace nacer
y morir, irrepetibles, en sus pequeños destinos
que cruzan del amarillo al verde humildísimo
hasta apagarse en sucesivo rojo.
Los doce tomates que alumbran mi azotea
han nacido también de las manos de Dios.
Tan sólo reclamo mi derecho a ser tratado
por él, de igual manera, con igual cuidado.
Pido que ajuste el mecanismo de su obra
y ese argumento de la huida: el tiempo.
Nacer en primavera, disolverse en invierno
desconocer la silenciosa edad de la tortuga.
Sólo ser cada año, una vez, ese estallido
de antiguo asombro: la renovación exacta
del jazmín, la locuacidad de la albahaca
y los tomates, amándose de noche,
hasta amanecer repentinamente soles
en la sonrisa de la tierra.



Europa

Grandes señoras, las gaviotas desayunan soberbias
en los bordes morados del mar de Amsterdam.
Cuando el primer Vermeer alumbra el horizonte
ellas untan sus patas en petróleo
y picotean lo que llega del mundo.
Las grandes señoras están ciegas.
Confunden el velero, se posan torpemente
en el mástil de los semáforos de la Wilhelmstraat
y allí se quedan, redondas y blancas,
sin saber cómo morir.
En ninguna se ve ese relámpago que hace volar
a sus famélicas hermanas del Mediterráneo.
Ninguna insinúa perderse en el mar
o aligerarse
más allá del plomo de sus alas.
No hay una sola con forma de mujer italiana
o de guitarra griega.
A ninguna le ha quedado en la estría del ojo
el refusilo último del color de Van Gogh. Debajo de sus plumas, las gaviotas de Amsterdam
han perdido la estructura del vuelo
el pájaro que eran.
Grandes señoras, las gaviotas de Amsterdam
ya no son ni de la tierra ni del mar.


Detalle del fantasma

Cuelga enfilada la ropa de estos años.
Instantes quietos de muchos yo
sucedidos en su interior.
Camisa que presenció penurias.
Camisa que delicadamente enfermiza
despreció las lisuras, perdió botones
y resistió solísima en la percha del rincón.
La ropa hace su duelo,
se acompaña a si misma.
Linos, lanas, primavera, otoño.
Un yo detrás del yo que lo sucede
tal como fueron usadas en los días
que cuelgan en su olvido.
Hay un nosotros mío en estos yo
que los vaciados trapos recuperan con respeto
en su espantapájara postal.
Y un fino detalle nazareno
entrometido en el conjunto:
los zapatos faltantes.
Última delicadeza del fantasma:
esos colores vivos
de las corbatas con las que no se ahorcó.


El viaje

Sólo somos un leve error
en la dirección de vuelo
de las aves del Paraíso.
Y ahora volvemos a casa.

Esteban Peicovich


Esteban Peicovich, argentino, 1930. Autodidacta. Poeta. Periodista. De pesador de chilled y frozen beef en el frigorífico de La Plata (12 años) pasó a redactor, columnista y crítico de cine en Clarín. Como enviado de este diario al extranjero recibió el Premio Nacional Kraft al mejor periodista de diarios de 1963. En 1964 pasó a ser Secretario de redacción de La Razón, dirigida por Felix Laiño Allí redacta Historia Viva, libro que recoge el acontecer periodístico argentino desde 1816 a 1966, ejemplar que acompañó la edición del Sesquicentenario el 9 de julio de 1966. También dirigió los suplementos culturales y la revista semanal Ciencia Viva. Entre 1974 y 1987 fue corresponsal en el exterior y a su regreso al país presentador de programas de televisión y de radio. Entre ellos Los Palabristas, que en numero de 750 y junto con 200 de sus entrevistas personales forman la Fonoteca Literaria Los Palabristas de Esteban Peicovich, inaugurada este año en la Biblioteca Evans de la Universidad A&M College Station de EE.UU. Desde 1995 Peicovich es columnista del periódico LA NACION. Su obra literaria y periodística incluye: Palabra limpia de mí (1960), La vida continúa (1963), Hola Perón (1965), Historia viva (1966), Introducción al camelo (1970), La poetisa analfabeta  (1974), Reportaje al futuro (1974, España), El último Perón (1975, España), Borges, el palabrista (1980, España), Instrucciones al pavo real (1993), La bañera azul (1995, España), Poemas plagiados  (2000, España), Gente bastante inquieta (2001, Argentina) y Así nos fue (2002, Argentina) El Palabrista (2005, Argentina), El ocaso de Perón (2007, Argentina)

ARIEL WILLIAMS


Mis “ritos” de escritura han variado bastante a lo largo de los años. Nunca han sido muy originales, de todos modos. Durante mucho tiempo, necesité de la soledad más absoluta para escribir, de modo que tenía que esperar a que todos se fueran de la casa o a que todos se acostaran, tratando a su vez de mantenerme despierto y con ganas. Como viví en muchos lados y con gente muy distinta, las “esperas” y las operaciones que tenía que realizar para lograr la soledad fueron muy variadas. Mientras estudiaba en Buenos Aires, por ejemplo, viví con mis hermanos en varias pensiones y luego en un departamento. La soledad en una habitación donde vivíamos tres era algo muy difícil de conseguir, así que en esos tiempos, como no tenía muchas posibilidades de consumir algo en un café y tampoco tenía al hábito de hacerlo, muchas veces salía a caminar (que es uno de mis métodos favoritos para entrar en clima: caminando, aparecen ritmos, frases, personajes, imágenes; cuando camino solo, me hablo a mí mismo, muchas veces en otros idiomas además del castellano, en inglés y francés (lo cual no quiere decir que los hable bien, ni mucho menos); caminando, el pensamiento deja que el cuerpo actúe automáticamente, la visión no necesita concentrarse en algo específico, la mente se libera para divagar), y escribía lo que me surgiera sentado en el banco de una plaza; otras veces aprovechaba el rato de soledad en la pieza de la pensión o en el departamento, cuando mis hermanos estaban cursando en la facultad. Me era posible escribir cuando había otros presentes sólo si podía parecer que yo estaba tomando apuntes mientras estudiaba, porque lo fundamental en esa época era una especie de pudor del acto de escribir: los demás no tenían que saber que yo estaba escribiendo literatura en el momento en que lo estuviera haciendo. Después podía mostrar lo que había escrito, pero mientras lo estuviera haciendo, tenía que ser solo y secreto.
Un ejercicio que fue muy importante para empezar a cambiar este ritual fue escribir una novela, que quedó inconclusa, con mis amigos Diego Viniarsky y Domin Choi. La novela se iba a llamar “Las 41000 magníficas cuadras”, o algo parecido. Esa experiencia de escribir de a tres fue muy enriquecedora y me permitió empezar a vencer el pudor, que en definitiva era bastante limitante. De todos modos, todavía me costó un tiempo largo poder escribir “en público”. Después de terminar la carrera de Letras, todavía viví en Buenos Aires varios años, aunque ya por lo general compartiendo casas o departamentos, lo cual me aseguraba la posesión de “un cuarto propio”. Dejé de depender de los horarios de los otros para poder escribir, aunque de todos modos conservé la noche o la mañana muy temprano como horarios más habituales de escritura, porque el resto del día tenía que trabajar. Al ritual de la soledad, se le sumaron el tabaco y el alcohol, que de a poco se me hicieron imprescindibles para escribir. Como decía Cortázar, un cigarrillo es un punto y aparte. Cuando surgía un bloqueo o una duda, prender un cigarrillo, servirse un vaso de vino, caminar por la habitación o por el patio fumando y con el vaso en la mano, facilitaban la superación del bloqueo o de la duda, el recomienzo después del punto aparte.
En mi época de estudiante y mientras se prolongó mi estadía en Buenos Aires, escribía sólo en papel, y usaba blocks de apuntes lisos, de un papel amarillento grisáceo o amarronado, que ya casi no se consiguen hoy en día. Era impensable hacerlo directamente en la computadora, primero, porque no tenía una ni hubiera sabido manejarla, pero fundamentalmente porque el mecanismo, el arco que va de la cabeza o el cuerpo a la birome y al papel es más ágil; además, se puede manejar el papel con más comodidad, es algo corporalmente más cercano y manuable que la pantalla de la computadora, se puede llevar de acá para allá, cambiarlo de posición, ponerlo en paralelo con otros papeles, etc. Para escribir poesía, todavía dependo del papel y la birome. Sólo cuando un libro de poesías está terminado en su primer proceso de escritura puedo pasarlo a la computadora e ir corrigiéndolo. En cambio a otros géneros, como la narrativa o el ensayo, puedo trabajarlos directamente en la computadora.
Hoy en día, ya no dependo de esos rituales, no necesito fumar ni beber, no dependo de la soledad ni de un horario para escribir (aunque me fascinan las mañanas tranquilas para hacerlo); sólo necesito una mesa, papel y birome o una computadora (menos para realizar la primera versión de un libro de poesía, como ya dije), y lo otro… lo fundamental, en realidad: estar con un proyecto en mente o ya haciéndose, que haya aparecido una imagen, un ritmo, una frase, que se haya comenzado a configurar un mundo – lenguaje en mi imaginación, etc. Caminar sigue siendo uno de mis disparadores favoritos a la hora de encontrar un tema, una imagen, o de solucionar un problema que haya surgido en algún proyecto en curso.
Escribo con un plan, un proyecto. Es muy raro que escriba un poema suelto. Los poemas me surgen como un mundo – lenguaje que se abre de golpe, a veces, en un primer poema; pero casi siempre, más bien, en una primera tirada de poemas, frases, imágenes, personajes, voces que de golpe abren un mundo poético. Escribo libros de entrada; mis libros no son “antologías personales” de lo que fui escribiendo durante un tiempo y que después juntaría en un libro, mis libros surgen ya como un mundo – lenguaje intuido que se irá perfilando (y transformando, por supuesto) a través de los poemas que vaya escribiendo para desplegarlo, especificarlo. Escribo libros de poemas de entrada, no poemas aislados. Creo que hoy en día mucha gente escribe de esa manera.
Muchas veces también ocurre que hay que “salir a buscar” el proyecto, que no aparece solo. En ese caso, incluso puede no estar determinado ni siquiera el género literario en que se “enmarcará” el trabajo. Algo puede empezar, por ejemplo, como un posible libro de poemas y después resultar una serie de cuentos. De todos modos, siempre creo en el trabajo constante (incluso, metódico); creo que a la “inspiración” se la trabaja, se la orienta, se le brinda material con la imaginación, con la experiencia o con lecturas (y en todos esos casos media siempre un trabajo: trabajo de la imaginación, trabajo de la experiencia, trabajo de las lecturas): no se puede llevar a cabo proyectos en el sentido en que yo entiendo esta palabra si se depende sólo de la “inspiración”, el proceso sería demasiado azaroso y errático, inconstante si hubiera que esperar a estar “inspirado” y “en onda” o “en vena” de escribir. Creo que ese lujo sólo puede dárselo el que escribe por hobby o por darse un cierto tono, un barniz social. El azar y lo aleatorio aparecen de todos modos de una manera constante en el trabajo de escritura metódico: hay una espera que siempre estará encabalgada sobre el azar. El poeta, cada vez que salta de un verso a otro, salta a “esperarse” sobre el fallido y la nada. Aunque esa “espera” deba ser trabajada metódicamente: el material brindado por el azar es moldeado y seleccionado por el trabajo y por el proyecto que está en proceso.
Por lo general, no investigo para escribir. Sí leo determinados textos en busca de imágenes, ideas, ritmos, un determinado tono o clima, procedimientos y técnicas, etc. Además, de todos modos, escribir es en parte un ejercicio de la memoria de lo ya leído o de lo que se hubiera querido leer en lo leído.
No hay una sola forma, los modos varían con el tiempo o con el proyecto. A veces, luego de escribir una primera tirada de poemas e imágenes, un proyecto “queda” ahí. Puedo retomarlo más tarde, aunque cuando eso sucede ya hay algo que se ha perdido. Es necesario reformular el proyecto: el tono y el sistema de imágenes ya no son los mismos. Por otro lado, hay proyectos que demandan un esfuerzo enorme y constante de corrección, reescritura, acomodación; hay otros que “salen” casi espontáneamente, como si fluyeran casi ya hechos vaya a saber de dónde. En ese segundo caso, la corrección es muy puntual, aunque de todos modos es un trabajo muy necesario. Siempre corrijo. La corrección es una etapa fundamental de la realización de un proyecto de libro, y en realidad es un proceso constante que acompaña a la escritura desde el principio hasta el fin. Es cierto que se producen momentos más marcados de “mera” corrección, como cuando estoy pasando un libro a la computadora. La corrección profunda concluye allí, en ese pasaje. Luego puede haber pequeños ajustes, pero cuando un libro, sobre todo de poesía, está pasado a la computadora, ya está prácticamente terminado para mí. Esto, con respecto a la poesía, ya que puedo escribir narrativa directamente en la computadora, y en ese caso el modo de trabajo y corrección cambia radicalmente: se ve transformado por todos los procesos que permite realizar la computadora, que al escribir en papel tienen un “equivalente” en el tachado, el corte, los asteriscos, llamadas al pie de página, las flechas, la puesta en paralelo de dos o más hojas, etc. Puse “equivalente” entre comillas, porque en la computadora en principio no hay tachado ni nada por el estilo, o por lo menos, no en el sentido habitual: la forma de componer y corregir cambia radicalmente con la computadora. Hasta es posible que sea más difícil todavía hablar de momentos más marcados de “mera” corrección. Seguramente, podría decirse de la corrección algo parecido a lo que actualmente se dice de la evaluación en el ambiente educativo: se trata de un proceso formativo permanente, abierto, no autónomo con respecto al proceso de enseñanza – aprendizaje (de escritura, en este caso), cuya conclusión es un “corte” en cierta manera artificial realizado en el proceso mismo. Sin embargo, mi experiencia me ha mostrado que, en el caso del proceso de escritura, suele haber un “corte” que es definitivo: el momento en que el libro o el texto “te deja afuera”. Ese momento glorioso y terrible ocurre a veces de manera muy marcada: con mi libro Lomasombra me ocurrió así; después de poner un punto final en un poema, me di cuenta de que me había quedado afuera del libro, ya estaba terminado. Otras veces, uno da más vueltas, pasos adelante y marchas atrás, hasta que se da cuenta de que uno se ha “quedado afuera” del libro. Hay que agregar, de todos modos, que en toda escritura siempre hay un núcleo incorregible, que es inherente a ella.
Básicamente, me ocurre que, de pronto, en una configuración instantánea (un ritmo, una frase, un grupo de imágenes, un personaje, etc., todo eso junto, asociado a elementos difíciles de delimitar), se abre en la intuición un mundo – lenguaje que, si puedo comenzar a trabajar en él, es posible que se transforme en un proyecto de libro. Nunca es un proceso lineal, y la apertura del mundo – lenguaje no asegura la conclusión de un libro que lo despliegue: que eso ocurra depende de muchas cosas, incluso de las más básicas, como son tener el tiempo, la tranquilidad y la energía necesarios para poder trabajar. Esta apertura tampoco ocurre siempre de manera espontánea, como ya dije: muchas veces, hay que “salir a buscarla”. Y de todos modos, cuando uno lleva cierta cantidad de tiempo escribiendo, esa espontaneidad ya no existe en el sentido habitual del término. Hay una “mirada” o más bien un “estado de alerta” encendido permanentemente en el que escribe, que todo el tiempo procesa las percepciones, los recuerdos, las asociaciones y los “ecos” que los sucesos, las personas, las frases, los textos, los programas de tv, las obras de arte, etc., despiertan en su cabeza o en su cuerpo. No sé si ese “estado de alerta” es una forma o algo parecido, pero creo que es un proceso más proteico y aleatorio que una forma. En mi experiencia, cuando uno ya está inmerso en un proyecto de escritura, ese “estado de alerta” se transforma en una especie de antena que procesa todo el material de las percepciones y que maximiza todo el proceso vital en función de lo que se está escribiendo. No hay nada comparable con ese estado de escritura, fundamentalmente cuando un proyecto ya está tan encaminado, que parece que todo encaja, que todo suceso, recuerdo, experiencia, aparecen “para” ser incluidos de alguna manera en el libro que se está escribiendo. Esa “inversión” del proceso, la aparición de ese “para” (todo lo que vivo me ocurre “para” ser incluido en el libro, todo “encaja” perfectamente) es una de las experiencias más maravillosas, extremas y radicales del proceso de escritura, y eso es lo que hace que el momento en que uno “se queda afuera” de un libro sea no sólo glorioso, sino también terrible. Una experiencia similar, y muchas veces tan poderosa como la de la escritura, puede producirse al leer un libro escrito por otra persona. Creo que mi vínculo con la poesía tiene en ese estado de “inversión” uno de sus momentos más intensos, porque ese momento se traslada también a la vida cotidiana y la ilumina de una manera muy peculiar y profunda. Es cuando se descubre que el centro de la vida es un sueño.

Ariel Williams


Poemas

gente
como pedazos de luz, de olor, de sonido,
nos entra la gente a horas intermedias
o detenidas


1. 

afuera se escuchan alpargatas y moscas,
pisadas entrando al pedregullo;
pasan hombres cantando y con olor a sal,
el cuchillo poroso de un gargajo rompe la noche;
una risa y un perro que es sonido
en los barriales oscuros;
alguien cae a la sombra donde rueda
un vaso,
donde el dedo de dios acaba de señalar
a un corazón que se duerme


2. 

ya bien temprano se huele el frito, gente
que acompaña la mañana con empanadas;
la ventana de la cocina es un cubo amarillo
en el madrugón
cuando se degüellan los gallos;
lo demás es todo oscuro,
bien molido de tierra negra;
dos pinceladas de un cuerpo de mujer
se mueven en la penumbra de una pieza,
es la misma mujer que me quemó de baba,
contra el cerco, hace dos veranos


3. 

la barra de neón tiembla e interrumpe
la realidad,
se apaga, deja gusanos temblando
en el cilindro de vidrio;
los pasos caminan por el mundo oscuro
de la noche,
pasan junto a varias ventanas iluminadas,
se juntan con un perro;
entran en otra oscuridad,
encienden una luz más amarilla


4. 

los gallos vuelan de voz puro cogote,
levantan del zanjón negro el alma
de los dormidos;
hay quienes se arrastran a media tierra
y ponen a quemar el agua,
hay otros que se hunden en el occipucio
de la frazada
y desalojan de la próxima luz
toda la parte puerca de la maquinaria;
ella viene lo mismo, más pura y más indigna
que la muerte.


5. 

el parloterío de las personas de ropa oscura,
faldas negras, sombreros de fieltro, cintas
en las mangas de los sacos,
se para cuando bufa el carromato en el barro
y bajan las tablas, las flores, los velones,
las aceitunas, el violín;
las mujeres untan al muerto
con sus manos como calamares,
revolean los ojos, escupen en el piso;
los hombres acomodan el caballete
y se dedican a sudar aguardiente y humo;
así que parece que alguno se fue
con la yaya negra


6. 

el tipo ceñudo va armando cigarros
y los apila en la mesa;
hace la pirámide de keops, kefrén y micerino;
el ventilador cuelga del techo y degüella
el calor;
el hombre está en el pozo más central
de la temperatura,
el lugar de los dedos sudados;
si hubiera un pianista, tocaría
la mazurca del pegajoso
y después habría que desenredarle los dedos
con vinagre


7. 

por la pendiente abajo, los que rodaron
fueron los que durmieron;
quedaron apilándose justo cerca del agua,
que va lejos;
uno se fue con la húmeda,
porque no vino a reponerse después de tanto
sueño;
se le durmió todo lo que le quedaba de gente



unos hombres
y dijo que, sin embargo,
hay otros que son no-hombres

1. 

desde el techo, alguien mira y ve pasar,
a veces, nubes como pedazos de tierra;
eso es cuando inclina el cilindro rojo
y el color pasa a su garganta; carraspea,
abajo crujen pasos de hombres en la grava;
de ahí viene, extendiéndose, la música
de los hombres que bailan o gritan o se ríen;
algunos de ellos van entre los árboles,
a un lugar oscuro
para bailar uno arriba del otro y sin ropa;
otros se encierran en una pieza y toman
o tiran las cartas, gritan, se ríen,
enrojecen,
vuelcan la mesa y se clavan
triángulos finos brillantes en el cuerpo:
en esos casos, alguno queda tirado en el suelo
y la madrugada parece entrar con el vino espeso
que el caído pierde por el abdomen


2. 

llega la gente de los violines, o sea que debe ser
navidad;
la música viene de lejos, los violines lloran con el cuerpo,
como gatos sobre barro recién llovido;
un hombre prende fuego en su patio
y clava junto a él una carne hasta quemarla;
otro hombre lava los platos y pone la mesa;
un tercer hombre, más joven, se calza medias finas,
largas hasta cerca de la ingle y después mira su doble
en el vidrio anochecido;
la gente de los violines trae manzana fermentada
de río negro, dulce de duraznos,
chancho quemado con sal, cilindros de tabaco,
violines que vienen cantando;

la gente de los violines no es hombre


3. 

en la mesa larga, la luz del mantel,
las caras enrojecidas entrando en gloria,
las voces de estos hombres que parlotean
sonidos sin sentido;
sus posturas de saciedad, sus cuerpos desabrochados;
un sol que corta las cosas sin sombra
y las clava en el fulgor donde no hay lugar;

en la despensa -dos hombres fueron a buscar dulces-
uno aprieta al otro, más joven,
contra las estanterías, le desnuda la cintura,
le arranca la pollera y la tira al piso sucio;
el hombre mayor se bambolea contra el cuerpo del otro,
los dos se mueven como muñecos espasmódicos


4.

sobre una mesa de madera cuarteada,
unas rodajas de tripas rellenas, muy rojas;
la luz blanca, las cortinas relucientes
de tormenta, el piso oscuro
moteado por las pisadas apócrifas de alguien;
a la derecha, una puerta, una habitación
donde se mueve la enagua de un hombre
que acomoda pedazos de tela en una caja con tapa;
sus ojos transpiran mucho,
pasa un pedazo de tela blanca por su cara,
posa su mano afiebrada, fina, larga, en una silla;

aunque hay otros hombres afuera de la casa,
ninguno de ellos dice nada;
algunos secan también sus ojos transpirados


5.

este hombre trajo el carro, desenganchó los caballos
con el barro hasta los tobillos,
les pegó unos baldazos de agua jabonosa gris
que se escurrió por las rejillas como dedos cortados
en el patio de cemento,
les tiró pasto húmedo;
fue a comer un plato fuerte, cargado
de pólvora roja;
se hundió en agua helada
para sacarse la cólera;
sintió deseos de conocer a otro hombre
y entró a un lugar donde había luz grande,
hombres hermosos, curvos, con labios morados,
abiertos, esperando cuerpos

6.

un hombre recién casado sale a la calle
después de la primera noche, llevando
todavía
el aroma de su esposo; la noche ha sido larga
y el mediodía abre ahora sus luces crudas,
olores mezclados con tierra,
fritangas muriéndose, velas derretidas;
solamente se puede comprar vino blanco
o sidra, aceitunas, peras con fantasmas adentro,
tabaco-de-los-muertos;
el hombre recién casado, entonces,
hace algunas compras, se acalora porque todos,
los hombres,
buscan en su cara la primera transpiración,
el fuego de la noche,
y porque todos saben que ahora, él,
ya es hombre


7.

estoy entre unos hombres que duermen
en puro cielo, desnudos;
ahora que están acostados mirando cómo pasan
unas nubes por la negrura,
parece que tuvieran los ojos fríos, perdidos
en el silencio de los animales blancos;
uno se desabraza de otro,
se agacha y orina no muy lejos, produciendo
el único sonido tierno de la noche;
y después parece que vuelve y vuelve
a los brazos de su hombre,
y parece que todos nos podemos dormir


8.

ahora soy por ahí también un hombre;
vi a unos hombres montar unos animales grandes,
relucientes, nerviosos, con caras largas extrañas;
arranqué del agua unos seres marrones como manos;
tragué, en un lugar cerrado y caluroso,
con unos hombres de caras turbias, un líquido fogoso;
hice vistas contra otro, con un cuchillo,
hasta que de golpe le cayó sangre del abdomen;
fui a un lugar donde unos hombres con olor dulce,
con la cara llena de pintura, casi no vestidos,
me recibieron,
y uno de ellos me dejó entrar en su panza
hasta que parecía que los dos temblábamos;
vi a un animal enorme del agua morirse
en la costa y dejar su olor triste;
una vez llegué a una casa donde unos seres gritones
me quisieron comer


9.

miro a los hombres;
los veo moverse a la música algunos días,
gritan ríen, suspiran como si tuvieran viento
adentro;
los veo inflarse, ponerse rojos ser gallos,
los veo querer quererse, quisieran;
veo sus ojos enfermos, sus patas flacas blancas
con los pelos desparejos;
veo también sus miembros suaves, sus pies
delicados, romos,
entrando en los zapatos puntiagudos,
en las botitas de seda;
los veo entrar en la sombra
y desparramarse adentro de la tierra
como si de sus cuerpos salieran dedos urgentes,
especialistas en tocar violines mudos


10.

Aunque, a veces, pienso que yo, por ahí,
soy también no-hombre
(...)



ciudad-loma

el cielo tiene lugar adentro de otro instante

que fue vivido y muerto al mismo tiempo
por una sola persona, para siempre

“Notre ombre fait suite á nos mains.”
Pierre-Jean Jouve.


1.

sonido de las luces entrando a ciudad-loma:
son y son luces perdidas en caídas oscuras,
olor a pescado,
callejas que dan a unos acantilados negros,
barro endurecido en cosidas y costurones
-todas las huellas están parando en estas calles
y los peces nacieron o llovieron en la oscuridad
del barro-;
los postes de luz ondean y erizan las distintas lomas
donde las huellas tiemblan, cuerpos grises
en los pies desnudos -revientan bajo las cubiertas
como bolsas de carne desinflada


2.

la pieza del hotel da al murallón de la noche,
en algún lado murmuran los músicos, muerden
lo negro unas luces púrpuras en la lomada
- “solestoy, mufun suguirru, humu”, escucho-,
y sí, digo, mufun suguirru, humúo, humúo;
se corta la luz en ciudad-loma y duermo
ahumado en la colcha, fresco,
con el cuerpo hundido como en grasa de tocino;

al despertar, veo en el fondo de la barranca
unos esqueletos de “niños”


3.

las carnicerías se abren a la mañana fría,
muestran pulmones de “niño”, que cuelgan
como ristras de grandes sexos morados o
como insectos extraños del mar negro;
por las calles chorrea el agua jabonosa
que desciende al piso de las almas:
con ella baja el secreto o la sangre
del caballo triste, del hombre dos veces,
de la sábana temblando


4.

antes de que cierren la toma y se hunda
ciudad-loma en el mar negro,
desemboco en un pasaje que lleva a una serie
de patios, donde ya encendieron las velas:
atravieso gritos y tumultos de chicos,
canciones suaves de mujeres escondidas,
el humo acre de un asado de “madrecita”
que prepara un viejo, sentado en la tierra:
me alarga un vaso de vino y me invita
a comer; me siento en la tierra caliente
a la luz de las velas, muerdo la carne,
entro en el mundo luminoso del vino:
sueño un patio al que nadie ha llegado
donde duermen los restos del que busco:
despierto al cielo frío, atravesado
por nubes lentas como joyas


5.

muerto, el que busca está muerto,
dice el pianista manco, antes
de tocar con su única mano;
está muerto, repite, cuando viene
el turno de la mano ausente
y en su voz suenan dedos apagados
que escucho igual, como tacto
en el cuerpo;
el hombre requinta su sombrero
y sonríe y retoma la melodía;
en el otro silencio de los dedos
muertos, salgo a la calle:
su amigo, dice, me iba a comprar
un brazo ortopédico este año,
para navidad,
y su mano sola
vuelve a estar sola


6.

esplendor de los bajos fondos, cuando ciudad-loma
oscurece y tiemblan
las velas,
cuando con dientes cuadrados se muerde carne aromática
de animales muertos
- fritos terribles, vinos pesados como barro -,
y se entra al humo hirviente y gritado
de las gallerías,
se aliviana la vejiga en patios apartados,
donde duermen los perros:

entro en mí caminando por un pasillo embaldosado
con una mujer de ojos neutros


7.

la mujer neutra me lleva al puerto entre dos lomas
-pasamos por canales simétricos, iguales, perfectos,
con un agua extraña que sube,
cerca del lago donde viven los pulmones;
el cielo es una pantalla blanca helada;
paramos a tomar un trago en un tugurio,
un trago quemado por el cristal en medio
de la luz
-recuerdo otra vez que voy a la ombra-;
la luz traza una raya definitiva sobre la última
sílaba del sol
en esta zona fría donde la tierra es vidrio negro;

yo soy la mujer neutra.

De, Lomasombra



I

1

con plásticos
volando en el silencio de las wlomeles
en el desierto de las wlomeles
con el vidrio rajado que precedió
al silencio
en los voladeros rosados
con el silencio que había precedido
al silencio
con el ídem que precediera entonces
al ídem
del ídem
como “siempre así”
y sin saber decirlo
o “nunca, nunca así,
antes”
o “nunca antes, así”,
sin embargo, y sin saber
decirlo
pero siempre, de todos modos,
con el vidrio rajado
que precedió al silencio
y su ídem
del ídem


2

las blancas torcas, mueblerías
con sus maderas blancas
y rosadas
y los señores arañas en los roperos
en las esquinas últimas de los roperos
los silencios últimos de los roperos
claro entonces: un ropero
simple entonces
como las maderas blancas y rosadas
de unas mueblerías
como las esquinas más oscuras
de unos roperos poblados por trajes
azules y negros
vacíos de hombres
y el señor araña sobre el hombro
trajeado
de su ídem
o padre de su etcétera


3

estando por supuesto “en” la wlomel
uno
sin saber, en realidad o no
lo que es “estar en”
la wlomel
ni por qué wlomel o wlomeles, hoy
por ejemplo
o mañana
o “pasado el día más fresco del año”,
en que los señores deberían saber
más o menos
si van a llevar o traer
si van a correr a comerciar
o contratar
qué wlomel o qué no
wlomel
van a “necesitar”, “traer”, “llevar”
o tal vez, “habitar”


6

y llegaban nomás las magdalenas
san belgrano
y traían nomás los pedazos de sus nenes
a leer,
y en qué camionetas llegaban
por los cañadones blancos
y en qué colectivos con inodoros
con paragolpes relucientes
donde se freían los comidos para un día,
¡a tranco de ciruela llegaban!
¡a tranco de ciruela llegaban!
no se sabía muy bien cómo decir
“silencio con los corros”
cómo decir “se organizarán
las actividades”
y sin embargo
llegaban sí, ellas
y las actividades ocurrían
“como sea, donde sea, cuales sean”,
porque así son, o no,
“las actividades”
“lo que hay que hacer”
“lo que se vino a hacer”
y después, camionetas, colectivos,
paragolpes relucientes,
ciruelas
se iban
se iban

II

a Don Alberto Girri


9

cada vez más vacío, cada vez menos nada
cada vez más entrando en gloria,
cada vez menos que menos,
nada
toda vez que, principalmente, hay trayendo
su propia o no, nada igual, trayendo
su gloria
o como antes se decía, feneciendo
toda y cada vez más, desapareciendo
como si nada
toda vez que, principalmente, no hay
“este o aquel” y entonces
nada
entonces
cada vez más vacío, menos nada,
menos que menos;
principalmente, nada


10

cuando estén listos los fideos
se preguntará el “qué”, y éste
será preguntado, como quien no quiere
la cosa, en su “qué”
y de nuevo estarán listos los fideos
y de nuevo “qué”, y de nuevo
fideos / “qué”
fideos / “qué”
y así
sucesivamente
hasta que morirán,
y así es como, finalmente,
estarán los fideos
y también su “qué”


13

la que o qué sabría de nadie, de cualquiera
la que trayendo esos saberes de no sé
y sus vientos o telas flotando
sobre no sé, no sé
acordeón de qué, si de veras sonaba
la que o qué de no diremos nada
de todos modos
o silbaremos lo que deba decir, y ningún,
o jardineros sabios, o padre agrimensor
y sus vientos
o telas flotando,
nadie y nada, de todos modos


14

no sabientes, querientes “en el que sea”
y no es que haya algo que decir o no decir
simplemente
se trata de otra cosa,
¡prorrumpiendo
prorrumpiendo!
exclamó aquél conocido
por todos,
y había nadie escuchando:
“osos”, “árboles”, “una naranja”,
“latas”,
entonces el conocido volvió
zombiezombie
y se internó “en” las wlomeles


17


¡qué como si hubiera que ilumina
abre
la cuestión central del centro mismo
fuera de sí!
y con todo y eso, los sientes
“de” las wlomeles;
y con todo y eso, los mares centrales
del “se”
han traído y llevado
al siente, “álamo más álamo”,
al lugar “de” la wlomel,
desierto
que perdió plural, en singular,
y que bajó a dejarse fuera
en la pantalla vacía de “los mar”

19

fuera de pantalón largo, ¡de sí!
fuera de traje o nylon de los inocentes
o ilusionado en el asunto
que debía,
puramente
fuera “uno que otro” y cayera
de los kilómetros
de tantos “ser uno, ser otro”,
con unos de saber que cuál es
la (diferencia)
con unos de saber que qué, que no,
con otros de saber alguna u otra
¡sí!
y todo eso, fuera de pantalón largo,
inocente

20

grandes wlomeles “han pasado” estos días, sí
excelentes wlomeles, sí
a orilla de las cosas que estába “mos” haciendo,
y entre tanto, ahí
ese montón de moscas muertas
“y entre tanto, ahí”, las mentes de “los que sean”
paseando por sus cosas de hacer, sí
merodeando los ahoras – globos del hacer,
cada uno sí con su “el que ser”, así es
y no sabiendo de los grandes “movimientos”
de wlomeles
y no sabiendo de las estas rosadas wlomeles,
perdidas entonces, sí
definitivamente

23

como que “soñadores en sus pies”
¡en qué cielo!
frescos, hundiéndose en el celeste
o rosado
como que “pensativos en los techos
de unas casas”
¡pero sin pensar!
frescos, hundiéndose en el celeste
o rosado
como que “sidos, uno al lado del otro”
¡sobre tierras,
junto a cercos!
frescos, hundiéndose en el celeste
o rosado
o entre qué


24

“en” el tránsito de uno a otro “por qué”
o “cómo”
tal si hubiera un agujero, nada importante
por otro lado
“en” el salto de este primero a este segundo
pensamiento o sentimiento
como si se hundiera un poco el suelo, nada serio
que decir, además
solamente temblara un poco
solamente se corriera o desplazara un mínimo
casi imperceptible, nada
“en” el pasaje de un adentro a un afuera
de casa o edificio
o kiosco
cual si trasladara un pedazo de pared
con la espalda
apenas ese corrimiento, ese “con”,
o “en”, el desierto de las wlomeles

25

y la vida no es más que esto, tan poca
cosa, nada,
suyo o azul o desde afuera;
es que se mira, lento, plano
y como si la planicie, ¿ah?
afuera o adentro, a veces no importa
y la verdad no es más que esto,
tan poca cosa,
nada,
suyo o azul o desde afuera
cerca o lejos, o desde usted,
desde otro,
¿y quién es “desde”? ¡sí!
¿quién es, quien sea, que “desde”?;
como un relámpago sin materia
como una vibración imperceptible
de un ventanal
en la risa,
desde adentro o desde el fondo
o desde lo que sea, de la planicie,
de la nada – wlomel,
suyo o azul o desde afuera

III

¡uh!

1

los cuerpos colgando del cielo rosado sí
sus párpados sus párpados
los cuerpos, tirándolos
en los canastos rojos
quiénes, quiénes sí
subiendo con las espirales de los fuegos
todos esos fuegos en la noche larga
uno y uno y uno así, lejos
y como bichos canastos gigantes sí
colgando
con los labios morados,
creyendo quién creyendo
ah, los bichos y los fuegos
ah, tan hermoso o espantoso
ah, y él
en uno de los canastos
rojos

2

pedazos de diario, volando
animales, pájaros
con toda esa danza con todo
ese cuerpo que vuela ¡sin aire!
uh, arriba de un techo de chimeneas
altas negras
pasando por sobre el aire de los gritos
pasando por sobre el aire ahumado
pasando por sobre el aire de las piernas
de las muchachas colgadas
cabeza abajo
ah, sus ojos que ya no miran, cuelgan
todas cuelgan,
presentan sus rostros quietos
hundidos en el aire sí meditando
con los pensamientos hundidos
en el aire frío de allá arriba,
quietos los rostros, las piernas
que cuelgan

4

las naranjas tiradas en el patio
y quién será,
todas comiéndose sus uñas en fila
todas tiradas cuan largas son,
las naranjas largas
con frentes que se arrugan
y mientras, hay nubes pasando
por arriba de los árboles
y mientras, hay camiones pasando
haciendo temblar los vidrios,
y quién será entonces
también, más allá
se corren los cien metros
llanos,
no lejos
hay un atleta ganando ahora ¡ya!
llegando temblando ganando ¡ya!
hay un atleta de grandes zancadas
¡cómo corre!
¡cómo le grita la hermana!
¡cuántos corazones saltan al aire!
no lejos,
y cuando llega descascara una naranja
alargada,
los banderines blancos al viento
le sonríen,
y su boca, después,
estará ácida

9

el joven con dedos violáceos
sobre el mostrador de madera sí
sus sueños saliendo con gotas de saliva
con bocanadas de aire ah sus sueños
trepando por entre los dientes blancos
y construidos con el aire oscuro
de su adentro,
exhalados hacia otros rostros
caras
rojas o pálidas con orejas venosas
o carcomidas;
sueños sí sueños de todos
durmiendo a pocos centímetros
del suelo,
los sueños son menos almas o aire
más cascotes o tortugas o patas
de bancos
cuando dormidos tan cerca
cuando no flotando, apenas colgados
de la campera arrugada de la silla
salen de una boca no demasiado
alta,
cerca de unos dedos violáceos con anillos
gruesos
de plata

10

con melancólico y feliz, ¡ah y sí!
con el dedo blanco de los que crean
apoyado sobre mostradores de vasos,
con sus ojos mirando el pasto seco
que ya no va crecer
(después de la tropilla de los gorsos),
y mientras, cielos extendiéndose
hacia el sur de sí mismos, lado norte
o qué
o mientras nubes pelándose sobre las carpas
de lona que vibra, donde duermen su gorila
ellos
¡oh, y mientras,
claro!
mientras,
están perdiendo sus uñas sus dedos oscuros
los que soñaban
mientras siguen, siguen creciendo firmamentos
como sábanas

11

ah pero pasaron pasarán,
¡y ellos, sí!
y con sus tropeles, su tierra arriba – tierra abajo,
sus tierras
(quién los mira quién está ahí
quién es ese niño),
con sus cabezas de ganado, que traen
traerán
con las carpas llenas de banderines,
piernas colgando de los caballos
piernas de colores y las manos rojas
ah, pasaron pasarán, perdiéndose
después de la tierra de los ajos
después de la tierra madrugando
cielo plano amarillo altísimo
que acarician la fogatas con sus dedos
largos largos oscuros
tan largos
que no se les ve la uña

12

aguas que no bajan
o las de bajar
sí las aguas de los tanques
tristes
y de los perros
que ya no están,
agua de las señoritas sonoras
en las noches enormes
agua de unos señores, sonando
cerca de un galpón, redoblando en las chapas
sí, agua triste, lenta
bajando o no bajando
y con su no sé qué
de qué sé yo
agua de unos niños más clara
más visible y risa
de día o en las plazas, junto
a un arbusto
agua de unos niños sin pitito
muertos en Venecia

13

como ser el extracto, pérdida
de lo ganado sí
vidrio enloquecido como un párpado
o pájaro
o piedra justo antes de tocar
la superficie,
o el sonido antes
como ser el bello aplauso
de los niños sin mano
escuchado desde la hilera de unos álamos
o también el cabello, caerse
caído
del hombre que olía a pescados
que tenía las manos con pedazos rojos
que mascaba yerba de una bolsa sucia
que escuchaba el viento, antes
de su llegada o de soplarse
en el horizonte
y dormía
sobre sus sobacos con olor a pescado suave
y a niños levantándose

14

la persona pasando
dentro de otra
¡cómo lo hacía pues!
si pasan muchas, todas unas
en otras
como un viento un soplido
de voces ojos fantasmas soñados
pedazos de bolsas ahumadas
en los baldíos
o si pasa la misma
que es pasada,
lago sin pescados
cáscara vacía
de su naranja
suspiro sin sentido
fantasma carneado en la noche
propia
o peor, si nunca pasará
si nunca podrá haber otro
adentro de otro
sintiéndole, y entonces planicie,
llano, sabana de leones amarillos
muertos

Ariel Williams

Nací en Trelew (Provincia del Chubut) el 14 de Marzo de 1967. Cursé allí estudios secundarios. Posteriormente, entre los años 1988 y 1992, cursé la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Ejerzo la docencia en escuelas de nivel medio desde el año 1993, y en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, desde 1999. En el año 2000, nació mi hijo Ioan. Desde ese año vivo en la ciudad de Puerto Madryn.
En 1991, fui seleccionado para participar en la Bienal de Arte Joven (Buenos Aires), exponiendo y leyendo poemas míos. En 1992, obtuve la Corona del Poeta en el Eisteddfod del Chubut. Fui miembro fundador de la revista El Perseguidor, dirigida durante muchos años por Diego Viniarsky. Formé parte del CELPAT (Centro de Estudios Literarios de la Patagonia) y del Grupo Literario Verbo Copihue, en el seno de los cuales participé en la organización de eventos culturales de distinto tipo (encuentros literarios, recitales de poesía, debates, cafés literarios, presentaciones de libros, publicaciones, etc.) Fui co – editor de la revista virtual Verbo Copihue – Letras Patagónicas. En el año 2000, fui seleccionado para participar de los talleres de reflexión y producción poética coordinados por Diana Bellessi y Arturo Carrera, realizados en Comodoro Rivadavia y Puerto Madryn, organizados por la Fundación Antorchas y la revista virtual Revuelto Magallanes, dirigida por el poeta Cristian Aliaga. En el año 2001, fui invitado a participar en el Festival Internacional de Poesía, organizado y realizado en Buenos Aires por la Casa Nacional de la Poesía. Fui jurado en estos concursos: Concurso de Poesía del XXIV° Encuentro Patagónico de Escritores (Puerto Madryn), 2004; Fondo Editorial Comodorense 2005; Eisteddfod del Chubut 2007.
He coordinado algunos talleres literarios; pero durante este año (2007) comencé a planearlos y realizarlos de manera más sistemática, junto con mi amigo y hermano, el poeta Martín Pérez, con resultados variados. De todos modos, siempre ha sido una experiencia fuerte y movilizadora.
Participé en la organización de la I° y las II° Jornadas de Literatura Patagónica, realizadas en la Sede Trelew de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, en los años 2002 y 2004, respectivamente.
Escribí varios prólogos; entre ellos, a los libros Pedregullo, de Laureano Huaiquilaf, Una novela que enloquece, de Diego Cacciavillani, y Secuelas, de Carlos Pérez.
Trabajos y ponencias míos, referentes a diversos temas literarios y teóricos, han sido dados a conocer en diferentes encuentros, jornadas y congresos provinciales, regionales y nacionales, y han sido publicados en actas y revistas virtuales o impresas. Se han publicado poemas míos en varios suplementos y revistas. 
He publicado los siguientes libros: Viaje al anverso (Ediciones del Desierto, Trelew, 1997), Lomasombra (Terraza Libros, Bs. As., 2003), Conurbano sur (Editorial Limón, Neuquén, 2005), los fronterantes (El suri porfiado, Buenos Aires, 2008), Daier Chango (Editorial Jornada, Trelew, 2010), Discurso del contador de gusanos (El suri porfiado, Buenos Aires, 2011), El cementerio de cigarrillos (Editorial Raíz de Dos, Córdoba, 2012), Notas de una sombra (Espacio Hudson, Rada Tilly, 2014), La risa huérfana (Hilos, Buenos Aires, 2016), Los niños asesinos (Espacio Hudson, Rada Tilly, 2017).