Para que comience a escribir primero tiene que surgir alguna manifestación de incomodidad entre mi persona y el mundo o esa vastedad de cosas y circunstancias que llamamos mundo. Luego es necesario que se produzca cierto toque en alguna zona íntima, la palabra viene a convertirse en un puente pero si no existe la tensión la palabra se alisa, se achata, se vuelve blanda finalmente. La tensión interna debe ser contenida para que el lenguaje vacile lo suficiente, vibre, se crispe un poco. Ese momento inicial es definitorio, marca el tono, el ritmo, el enfoque. Hay que saber guardarlo, cobijarlo, sostenerlo y a la vez tener la capacidad de atravesarlo: la tensión está allí.
En mi adolescencia estudié guitarra clásica, afinar las cuerdas para que los sonidos respondieran a una grafía musical me resulta una buena metáfora para el acto de escribir. El sonido de la música y el color de una palabra no difieren demasiado entre sí. Se trata de encontrar una sintonía entre dos sistemas diferentes: el lenguaje con su monumentalidad y lo volátil de la vida. A veces voy llevando a cuestas una palabra que está sola, como arrancada del corpus, poco a poco esa palabra se transforma en un germen que da pie al texto, sea poema o relato. Es la coloración de la palabra lo que me cautivó o lo que ella me evoca sin que lo sepa completamente. Otras veces es una breve frase. Vienen solas estas palabras sin que las llame, sin que sea consciente de qué fue lo que las trajo hasta mí. Sin embargo están allí y me acompañan transitoriamente para que después sean el inicio de un texto. En realidad yo vivo con las palabras, cohabito con ellas en cierto estado de exasperación porque siempre las estoy cazando, cultivando o acaparando, son mi material y mi obsesión. Claro que finalizada esta ardua iniciación llega la etapa del tachado, de la sustitución, del movimiento de las palabras en el espacio. Es un juego inquietante, ya sea que se trate de podar o de expandir, el acto de canjear es siempre un quehacer desparejo. El desafío reside en creer que es posible un canje justo. La clave está en el momento del origen que engarzó dos instancias aparentemente irresolubles: lo intangible de la vida con la densidad del lenguaje.
Llevo la libretita conmigo y la infaltable lapicera. En mi casa hay papeles en unos cuantos lugares y están bien repartidos para que cuando ocurra ese cruce fenomenal entre mi persona y el llamado mundo, las palabras no se retraigan. La blancura de los papeles es una buena invitación, también un reaseguro para este yo que persigue su lugar, su forma, su autoreconocimiento y que descubrió en la escritura su vía de escape y de encuentro a la vez. A veces me sorprende que mi poesía gire en torno a la definición siempre inacabada de un yo que se fractura, que se fuga, que se vuelve inasible. La duplicidad no puede resolverse pero merodearla o estar frente a ella en situación de asalto y de constante indagación, sutura lo que se desintegra creando un orden que sólo la voz poética alcanza a rozar. Entre ese yo que habla y el mundo parece no haber contacto aunque jueguen a los espejos hasta el cansancio. El mundo es una instancia de controversia sin la cual el yo no podría hablar. Ese dichoso mundo, lejos de ser un referente, se comporta como un adversario. El mundo me marca el pulso mientras mi interioridad se esfuerza por evitar que la escritura sea un simple eco. Es un diálogo sordo pero atrapante. Insisto: mi poesía intenta construir un orden reafirmando el constante desvanecimiento que la vida le impone a cualquier clase de orden. La tensión se instala siempre entre ese yo quebrado y un mundo que no da cabida, que desdice, que desintegra la voz que busca alcanzar alguna forma. No casualmente el tiempo con su cualidad cambiante, volátil, inapresable se presenta como algo lleno de sustancia, como un objeto en sí mismo. La vida no hace más que deshacerse y el yo, gracias a la voz, encarna la fuerza que intenta capturar una fugacidad completamente incapturable.
Desde muy pequeña fue para mí la voz humana, la voz teatral, la voz de las canciones, la de las conversaciones íntimas dentro de la casa, la de los intérpretes del tango la que me acercó a la literatura. Supongo que el tono confesional de mi poesía viene de allí. Que esas voces pudiesen amarrarse en la escritura fue un deslumbramiento infantil sin medida, y creo que aún conservo parte de ese asombro. Escribir entonces sería también captar los matices de una voz en sus mínimas inflexiones. Me interesan los matices, las leves fluctuaciones, los detalles. Me gusta detenerme en lo casi insignificante para hacer de eso un acontecimiento de la mirada y de la voz poética, como si el mundo encerrara secretos que pasamos por alto y hubiera que ponerlos en primer plano para rescatarlos de alguna manera de su posible aniquilación. Allí está otra vez la lucha entre lo cambiante y lo que puede hacer perdurar algún sistema más o menos ordenado. De todos modos me sigue sorprendiendo en cada poema que escribo la necesidad angustiosa de ese yo por definirse. Es un merodeo continuo que pretende abarcarlo desde cada uno de sus ángulos. De eso se trata, de volver sobre lo mismo para ahondar en las posibilidades de comprensión. La variación no está en abrir nuevas ventanas sino en profundizar la mirada sobre un único paisaje. Allí ha quedado encerrado el misterio. En la segunda mirada se cuenta con la ventaja de un ojo entrenado ante esa vastedad que llamamos mundo y que, como ya sabemos, está repleta de suspicacias.
Poemas
BOTAS NEGRAS
Me ponía las botas
-unas botas negras de goma-
para ir a descolgar la ropa de la soga.
Yo le tenía más miedo a las víboras
que a la sombra de nuestros corazones.
Vivíamos en la orilla del monte
y él me miraba con esos ojos azules
desde la cocina
cuando yo me estiraba hacia la soga
con mis botas puestas. Sabía
-lo sabía muy bien-
que él me estaba mirando
cuando me estiraba largamente
hacia el calor de nuestras sábanas.
El paisaje me abrasaba
la tarde
el trópico
la caída del día
la luz atravesaba la claridad de las sábanas
y se estrellaba
hasta desaparecer
en la punta de mis botas negras
mientras él
desde la cocina
me seguía mirando: sus ojos azules
ahogados
en el cuadradito amarillo de la ventana.
(De Al borde de la música, inédito).
DÍAS DE INTEMPERIE
Cáscara rugosa con su interior comestible:
el tiempo es una nuez.
Tendida en esta cama
a lo largo del ancho verano
pongo en remojo mis pensamientos de ayer,
un día cualquiera: cielo de nubarrones y
veredas pegoteadas por la humedad
con olor a orines de perros y gatos.
Dejo que las cosas sigan como están
-demasiada intervención perjudica
el orden de la vida-
mientras pretendo que la almohada
me cuchichee alguna certeza;
la siesta se ha vuelto una prolongación
de la noche
así
sin contrastes
la vida ha perdido su fisonomía.
Algunos diluvios quedaron en mi memoria
desde ayer
cuando puse a remojar mis pensamientos,
todo se ha vuelto
extremadamente amplio,
los días, una eternidad:
no se encienden luces
no se propagan las sombras
nada entra en la cáscara de nuez.
Días de intemperie
días para cerrar los ojos frente a la luz.
(De Los días, Fundación Victoria Ocampo-Bs. As. 2015).
LA SUSTANCIA DEL COMPARATIVO
Como esos lobos salvajes que
con la ayuda de las tempestades
y el amontonamiento de los siglos supieron
en los tiempos antiguos
aproximarse a los caseríos
para encontrar calorcito y comida,
esos que se convirtieron en perros
de pelaje suave y ojos mansos,
yo acerco mi cabeza a tu mano.
¿Me alimentarás?
(De “Los días” Fundación Victoria Ocampo, Bs. As. 2015).
SÁBADO
Apuro el primer bocado
de la mañana, el mundo es inaudito
para alguien como yo
que se extasía
frente al círculo oscuro
de la taza de café.
Por suerte
hoy sábado
el mundo comienza a adormecerse
y tengo el día entero
para mí:
una mercancía cara
que se consume rápido,
pura extensión hacia delante
parecida a la llanura
donde tenderé mis sábanas
y lustraré mis zapatos.
Estoy respirando
y es casi un milagro
percibir este aire
que entra y sale
de la casa de mis huesos.
Mañana
cuando el mundo
esté completamente adormecido
bailaré
bailaré hasta cansarme.
/ de “Calendario”- inédito
DETRÁS DE MIS OJOS
Detrás de mis ojos cerrados
estoy yo
con los ojos abiertos
mirándome:
soy tan pequeña
que casi desaparezco.
Soy pura uñas crecidas
y pelo largo
deformados los dedos de los pies
los codos tristes.
Mi pequeñez navega
en un universo lleno de aire,
nada más que aire.
El aire y yo nos pertenecemos
el uno a la otra
en este sitio blanco
donde mi cuerpo se deja estar
completamente abandonado
lejos de las palabras
ahora que mis ojos se abren
y se cierran
una vez más.
De Árbol de mis ancestros, Ed. Palabrava, 2018
OTRO DOMINGO
Es extraño: hay una mujer
que camina por la casa
y esa mujer soy yo.
Las caderas se abultaron,
los pies fueron perdiendo su firmeza.
El día no comenzó temprano
hubo sol. El silencio le dio a mis pensamientos
su mejor lugar.
Supe recordarme
enlacé algunas palabras
con esta letra despatarrada
que ejercito tan mal,
murmuré
para que nadie me escuchara,
bebí mi té de hierbas.
Esa mujer
ama el silencio
más que a ninguna otra cosa
en este mundo desgarbado
como esa letra
con la que ella suele escribir en el reverso
de papeles impresos.
Papeles gastados
pies enclenques, la mujer
camina por la casa vacía
mientras la luz que se va mezquinando
en los ángulos
harapienta
convertida en hilachas
se retira despacio.
Todos los domingos se parecen, pienso
y sospecho que ella
como yo
piensa lo mismo.
De Calendario, inédito
NACIMIENTO
Mi madre entregó
mi cuerpo recién nacido al mundo,
se lo dio a la luz
que se asomaba despavorida
entre las cosas
y enseguida se fue
apuradísima
lejos de este mundo.
Quedamos solas la luz y yo
y nos entreveramos
de mala gana. Aprendimos
a nombrarnos y desdecirnos
en medio de este desvalido escenario.
Tengo preguntas para hacer
que mi madre no contesta:
¿De qué está hecho mi cuerpo?, pregunto.
De lo que quedó
del cuerpo de tu madre, me respondo.
¿De qué está hecha la luz?
De palabras, me responde la luz.
NACIMIENTO
Mi madre entregó
mi cuerpo recién nacido al mundo,
se lo dio a la luz
que se asomaba despavorida
entre las cosas
y enseguida se fue
apuradísima
lejos de este mundo.
Quedamos solas la luz y yo
y nos entreveramos
de mala gana. Aprendimos
a nombrarnos y desdecirnos
en medio de este desvalido escenario.
Tengo preguntas para hacer
que mi madre no contesta:
¿De qué está hecho mi cuerpo?, pregunto.
De lo que quedó
del cuerpo de tu madre, me respondo.
¿De qué está hecha la luz?
De palabras, me responde la luz.
De Árbol de mis ancestros, Ed. Palabrava 2018.
Foto Nº 11:
Qué será de la niña
cuando el tiempo desate las costuras
de lo que apenas está unido del revés
quién cuidará de sus ojos
desmantelados
grandes. Sobre el horizonte de los sucesos
la niña hará equilibrio
con sus piernitas flacas
se amamantará a sí misma
aprenderá el lenguaje elemental de las sombras
todo ha sido previsto
y ella espera
allí
recostada en el borde de la fotografía
con inmensa naturalidad.
De Serie de fotos
(inédito)
PLEGARIA DEL REGRESO
Volvió desde su muerte
mi madre
joven
perfecta
como era entonces. Ocurrió ayer.
Yo estaba sentada
con los codos apoyados
sobre mi rústica mesa
la mirada perdida
mientras mi dedos deshacían
miguitas de pan. Laxa la miga
se ablandó entre mis dedos
hasta que por fin
dejé despanzurrado y pura costra
el básico alimento de Dios. Entonces
apareció ella.
Al verla
amé más que nunca
su cuerpo de madre
generoso
hecho de luz y torbellinos.
Si nos hubiésemos parado frente a un espejo
ella bien podría haber sido mi hija
o yo misma
treinta años atrás. El amor
entre nosotras
se ha mantenido
intacto
como intacta es su carne
para siempre
desde que tengo recuerdos.
Abastéceme madre
con tu mirada
dame de comer
de beber
haceme dormir en la suavidad de tus palabras.
Buscame mil veces porque sigo perdida
arrópame
amamántame, madre, con el relato de un cuento
brillante en su final feliz.
Mi hambre ha crecido hasta lo indecible
y en su desmesura
se ha tragado mi vida entera,
esta,
la única vida que tengo
la que me diste
el mejor regalo que alguien puede recibir
y ha sido desperdiciada en el tiempo de esperarte.
Aun así
estoy en el centro de los acontecimientos, madre,
respiro en la esfera hueca de mi vida
con la dificultad de los recién nacidos
ahora
que regresaste.
La distancia inventada
por ese lugar al que te fuiste
fomentó mi hambre
con su maravillosa crueldad.
Te miro y no puedo creerlo
mis ojos mienten
dice la memoria de mis ojos
y se repite en un rezo interminable
que se pliega en mis células
para llegar hasta el principio
donde muy juntas
quedamos atrapadas
las dos
en el embrión de tu muerte.
El aire permanece alborotado
después de tu visita
cuesta respirarlo:
ya no deseo más que adormecerme
en el eco de tu nombre.
De Lenguaje de la noche
(inédito)
Irma Verolín
Irma Verolín nació en Buenos Aires en 1953. Publicó en poesía: De madrugada, Los días, (Primer Premio Fundación Victoria Ocampo) y Árbol de mis ancestros. En cuento: Hay una nena que gira, La escalera del patio gris, Una luz que encandila, Una foto de Einstein tocando el violín y Fervorosas historias de mujeres y hombres. Novelas: El puño del tiempo, El camino de los viajeros y La mujer invisible. Y algunos títulos en literatura infantil. Obtuvo diversas distinciones entre ellas Premio Emecé, Primer Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires, Primer Premio Internacional de Puerto Rico, Primer Premio Internacional de Novela Mercosur. Algunos de sus textos fueron traducidos al inglés, alemán, italiano, ruso y portugués.