Los ritos siempre existen mientras uno
escribe, lo interesante es que a lo largo de los años los fui deformando, naturalizándolos,
volviéndolos parte de mí mismo y de mi poesía. Finalmente, el rito de escribir
se volvió parte de mi lenguaje poético.
Pensando en
estos ritos, descubrí cómo comenzaron y su lugar hoy en día: mi proceso poético
es una exterioridad que internalizo. Pero no solamente en cuanto a la poesía
que entiendo como una forma de traducción del silencio y la belleza en el
lenguaje, sino que materialmente no suele ocurrir en mi casa. Algo de un poema,
el detalle originario, la palabra primera es epifánica: aparece y esta
aparición suele ser fuera de mis espacios. Ahí la escribo en cualquier papel
que tenga conmigo, aunque suele quedar grabada en el margen o alguna página del
libro que esté llevando conmigo. Luego, lo paso a mis cuadernos.
Todo lo que
escribo lo escribo en los mismos cuadernos: Rivadavia, tapa dura amarilla
y hojas lisas. Sin renglones, ni cuadriculado. Siento que las líneas corrompen,
de alguna manera, el proceso de escritura: la limitan a un espacio particular y
definido. La palabra en la hoja blanca es palabra, solamente las palabras.
Sobre los cuadernos escribo, pruebo, tacho y corrijo. Creo que mi
escritura funciona como una pared a la que hay que darle diferentes capas de
pintura para terminarla. El cuaderno es la pared. Las capas de pintura son cada
lectura, cada corrección sobre los mismos textos. Es muy difícil que escriba
directamente en la computadora sin antes jugar en el lenguaje de la hoja desnuda.
Una vez que decido que lo voy a pasar a la computadora, no vuelvo a tocar al
texto del cuaderno y termino su preparación en la pantalla.
De más joven
escribía mucho en bares. Me obligaba a concentrarme en la escritura: es como la
experiencia de buscarme en medio del ruido, de escuchar la voz poética. Nunca
he podido escribir rutinariamente y eso me lleva a una profunda angustia. Sentarse
a escribir lo siento como una rutina laboral y la escritura, o el proceso
creativo, no puede ser enclaustado en un horario de oficina.
Sólo escribo
con lapiceras negras (preferentemente –a excepción que no exista en el lugar– bic
negra). No puedo escribir con otro color, ni con otra lapicera. Reconozco
que mis palabras son el negro en el blanco de la hoja. El cuaderno Rivadavia
y la bic están insertas en la creación de mis textos.
La poesía se me escapa como un vómito. Es una expulsión, mi purgamiento. Después lo dejo madurar un tiempo, ni siquiera lo miro y vuelvo al poema más tarde.
Muchas
veces esa expulsión es solamente un verso, una palabra, una idea o algunas
líneas. Por eso las escribo. Las miro. Después trabajo el poema desde ahí:
desde una palabra que me gusta construyo el poema, otras veces lo trabajo como
una partitura musical. Sin embargo, textos o versos que quedan en el papel
desde la vorágine en varias ocasiones ni siquiera terminan en el poema.
En otros momentos, quizá tengo una idea dando vuelta en la cabeza, un tema o una imagen que quiero trabajar. Cuando aparecen estos poemas, son versos que ya voy construyendo en la cabeza y después los vuelco en el cuaderno.
La corrección, pienso, es fundamental para el poeta. Por él y por la poesía. Uno necesita revisar, tachar, cortar, agregar. Leer y leer los textos hasta que se decida a publicarlos. Es ese el momento en donde la corrección se rompe, porque una vez que el poema no nos pertenece (es del otro, el lector) queda sellado en sí mismo.
Otra
herramienta importante para mí, es la mirada del ojo ajeno. Siempre ayuda sacar
el poema a una exposición amena (entre conocidos) antes de sacarlo al ruedo.
Grupos de poesía, amigos poetas, me fui construyendo con el tiempo un grupo de
personas que pueden interrogar un poema desde su perspectiva. Los escucho, los
pienso y luego tomo de las correcciones lo que siento que necesita el poema.
Como ya conté en la respuesta anterior, me gusta escribir, dejar invernar lo escrito y retomarlo. Hago siempre lo mismo luego de cada corrección.
Hay un sentido poético por sobre todas las cosas. Es cuestión de entenderlo. Un cuerpo. Un camino. Una sonrisa. Una tormenta ennegreciendo el cielo. Una rama quebrándose. Una noche muriendo en un amanecer. Hay que saber colocar el ojo en el espacio, para modificar el sentido del cuerpo y que las veinticuatro horas, dejen de serlo por un instante. Como los grandes cambios.
Quizá,
la poesía sea solamente eso. El momento en que ingresamos la mirada en el
espacio para hacernos de un instante de tiempo.
Poemas
los
monstruos
de chico no quería dormir con mis padres
ni pasarme a su cama a mitad de la noche
quería estar solo
en mi pieza
y estirar la noche hasta el cansancio.
dormir era
perder el tiempo
me decía
mil veces
cada noche.
después vinieron
las noches largas
los mundos
imaginarios
la escritura y el dibujo
sin freno
la televisión
en el cuarto
mi vieja televisión sin control remoto
y me pasaba yendo
de la cama a la
televisión
para
perder el tiempo
y las horas
haciendo nada.
después vino la merca
y las noches eternas
y la vida
sin sentido
y perder el tiempo
pasar el tiempo
y no dormir
y la noche
como reino
y las mañanas de calambres
y la roca
en el corazón.
vuelvo
a dormir
a sentir
a creer
pero las noches
siguen
ahí
como mis
mosntruos
VI.
gritarle a la pared hasta que duela
después
soplar tres veces
y esperar que el lobo
traiga
los chanchitos para la cena
XVII.
teta a
téte
en bocababa
como madre-hijo busco refugio
en la edípica necesidad de ser
tu puta
II. final del camino
por ver caer la lluvia diste tus manos
soñabas ser
poeta
el derrumbe vino a cortar tu deseo
tormenta
de vidrios
pongo
los ojos junto a la cama y entro en
silencio
los muertos bajo la tierra bien muertos
hay un ruido ahí
¿estás acaso
intentando
hablar?
oigo rasguñar en el piso de madera
“debe ser el perro” –me digo– para
conciliar el sueño
y despierto pensando
“tal vez, quedó algo por decir”
rutinas me devuelven a la noche
cada día
otra huella
de espera
hubiese sido más fácil el descenso
contigo
pero la vida
consume le recuerdo
¿es así como se construye la memoria?
no debería quedar nada
porque al barro volviste
sin embargo juego
a tenerte
despertar en tus brazos
mi padre repetía
“nunca dejes sobras en tu plato”
conocía la historia
una vez no tuvimos
comida
todo era gris
al salir de Polonia perdimos
los nombres
dejamos tierra, ropa, vida
hermanos
fuimos nacidos de nuevo
el hombre no necesita un vientre para volver
a ser
hoy construyo tu vida
te invento y traigo
para que no seas suma de aquellos que
pasaron
todos
deberían tener alguien que los recuerde
alguna vez
hoy construyo tu vida
invento
la memoria y te traigo
a mis brazos
hablándome al oído
tu historia de poeta
y cómo
creías
que las palabras
-bien ordenadas juntas milimétricas-
dejarían versos en el tiempo
como el tiempo
llevaría versos por las tierras
metamorfosis
libro
papel
poema
uno
se da cuenta tarde
que el tiempo destruye todo
y el lenguaje
que una bala sigue siendo
dentro de un libro o de un cuerpo
que una cama sigue siendo
sola
con uno o dos o tres
cuerpos
cocidos como trenzas
dijiste “esperame” y no volviste
creo saber
ni siquiera llegaste
acá
aún leo tus palabras
fragmentos
y me pregunto cómo
transformar el tiempo
con un verso
un trazo
un suspiro
un movimiento del aire.
(Héctor Ciocchini In Memoriam)
Emmanuel Taub
Emmanuel Taub es Investigador del CONICET. Sus áreas de trabajo son el Pensamiento y la Mística judía. Ha publicado en poesía La lucha eterna (Ediciones Último Reino), Veinticuatro (Alción Editora), Crujido. la destrucción del lenguaje (Ediciones Del Dock) y Cantos del cazador (Buenos Aires Poetry). También ha traducido y editado los 60 haikus de Jack Kerouac publicados en Círculo de Poesía. Su último libro es La palabra y la errancia (Paidós, 2021). emmanueltaub@gmail.com
genio
ResponderBorrarLo amo.
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