martes, octubre 24, 2006

EMMANUEL TAUB


Los ritos siempre existen mientras uno escribe, lo interesante es que a lo largo de los años los fui deformando, naturalizándolos, volviéndolos parte de mí mismo y de mi poesía. Finalmente, el rito de escribir se volvió parte de mi lenguaje poético.

Pensando en estos ritos, descubrí cómo comenzaron y su lugar hoy en día: mi proceso poético es una exterioridad que internalizo. Pero no solamente en cuanto a la poesía que entiendo como una forma de traducción del silencio y la belleza en el lenguaje, sino que materialmente no suele ocurrir en mi casa. Algo de un poema, el detalle originario, la palabra primera es epifánica: aparece y esta aparición suele ser fuera de mis espacios. Ahí la escribo en cualquier papel que tenga conmigo, aunque suele quedar grabada en el margen o alguna página del libro que esté llevando conmigo. Luego, lo paso a mis cuadernos.

Todo lo que escribo lo escribo en los mismos cuadernos: Rivadavia, tapa dura amarilla y hojas lisas. Sin renglones, ni cuadriculado. Siento que las líneas corrompen, de alguna manera, el proceso de escritura: la limitan a un espacio particular y definido. La palabra en la hoja blanca es palabra, solamente las palabras.

Sobre los cuadernos escribo, pruebo, tacho y corrijo. Creo que mi escritura funciona como una pared a la que hay que darle diferentes capas de pintura para terminarla. El cuaderno es la pared. Las capas de pintura son cada lectura, cada corrección sobre los mismos textos. Es muy difícil que escriba directamente en la computadora sin antes jugar en el lenguaje de la hoja desnuda. Una vez que decido que lo voy a pasar a la computadora, no vuelvo a tocar al texto del cuaderno y termino su preparación en la pantalla.

De más joven escribía mucho en bares. Me obligaba a concentrarme en la escritura: es como la experiencia de buscarme en medio del ruido, de escuchar la voz poética. Nunca he podido escribir rutinariamente y eso me lleva a una profunda angustia. Sentarse a escribir lo siento como una rutina laboral y la escritura, o el proceso creativo, no puede ser enclaustado en un horario de oficina.

Sólo escribo con lapiceras negras (preferentemente –a excepción que no exista en el lugar– bic negra). No puedo escribir con otro color, ni con otra lapicera. Reconozco que mis palabras son el negro en el blanco de la hoja. El cuaderno Rivadavia y la bic están insertas en la creación de mis textos.

La poesía se me escapa como un vómito. Es una expulsión, mi purgamiento. Después lo dejo madurar un tiempo, ni siquiera lo miro y vuelvo al poema más tarde.

Muchas veces esa expulsión es solamente un verso, una palabra, una idea o algunas líneas. Por eso las escribo. Las miro. Después trabajo el poema desde ahí: desde una palabra que me gusta construyo el poema, otras veces lo trabajo como una partitura musical. Sin embargo, textos o versos que quedan en el papel desde la vorágine en varias ocasiones ni siquiera terminan en el poema.

En otros momentos, quizá tengo una idea dando vuelta en la cabeza, un tema o una imagen que quiero trabajar. Cuando aparecen estos poemas, son versos que ya voy construyendo en la cabeza y después los vuelco en el cuaderno.

La corrección, pienso, es fundamental para el poeta. Por él y por la poesía. Uno necesita revisar, tachar, cortar, agregar. Leer y leer los textos hasta que se decida a publicarlos. Es ese el momento en donde la corrección se rompe, porque una vez que el poema no nos pertenece (es del otro, el lector) queda sellado en sí mismo.

Otra herramienta importante para mí, es la mirada del ojo ajeno. Siempre ayuda sacar el poema a una exposición amena (entre conocidos) antes de sacarlo al ruedo. Grupos de poesía, amigos poetas, me fui construyendo con el tiempo un grupo de personas que pueden interrogar un poema desde su perspectiva. Los escucho, los pienso y luego tomo de las correcciones lo que siento que necesita el poema.

Como ya conté en la respuesta anterior, me gusta escribir, dejar invernar lo escrito y retomarlo. Hago siempre lo mismo luego de cada corrección.

Hay un sentido poético por sobre todas las cosas. Es cuestión de entenderlo. Un cuerpo. Un camino. Una sonrisa. Una tormenta ennegreciendo el cielo. Una rama quebrándose. Una noche muriendo en un amanecer. Hay que saber colocar el ojo en el espacio, para modificar el sentido del cuerpo y que las veinticuatro horas, dejen de serlo por un instante. Como los grandes cambios.

Quizá, la poesía sea solamente eso. El momento en que ingresamos la mirada en el espacio para hacernos de un instante de tiempo.

 

 

Poemas

 

los monstruos

 

 de chico no quería dormir con mis padres

ni pasarme a su cama a mitad de la noche

quería estar solo

en mi pieza

y estirar la noche hasta el cansancio.

 

dormir era

perder el tiempo

me decía

mil veces

cada noche.

 

después vinieron

las noches largas

los mundos

imaginarios

la escritura y el dibujo

sin freno

la televisión

en el cuarto

mi vieja televisión sin control remoto

y me pasaba yendo

de la cama a la

televisión

para

perder el tiempo

y las horas

haciendo nada.

 

después vino la merca

y las noches eternas

y la vida

sin sentido

y perder el tiempo

pasar el tiempo

y no dormir

y la noche

como reino

y las mañanas de calambres

y la roca

en el corazón.

 

vuelvo

a dormir

a sentir

a creer

pero las noches

siguen

ahí

como mis mosntruos

 

VI.

 

gritarle a la pared hasta que duela

después

soplar tres veces

y esperar que el lobo

traiga

los chanchitos para la cena

 

 

XVII.

 

teta a téte

en bocababa

como madre-hijo busco refugio

en la edípica necesidad de ser

tu puta

 

 II. final del camino

 

por ver caer la lluvia diste tus manos

soñabas ser

poeta

el derrumbe vino a cortar tu deseo

tormenta

de vidrios

pongo

los ojos junto a la cama y entro en silencio

 

los muertos bajo la tierra bien muertos

 

 hay un ruido ahí

¿estás acaso

intentando

hablar?

oigo rasguñar en el piso de madera

“debe ser el perro” –me digo– para conciliar el sueño

y despierto pensando

“tal vez, quedó algo por decir”

 

rutinas me devuelven a la noche

cada día

otra huella

de espera

hubiese sido más fácil el descenso contigo

pero la vida

consume le recuerdo

 

 ¿es así como se construye la memoria?

no debería quedar nada

porque al barro volviste

sin embargo juego

a tenerte

despertar en tus brazos

 

 

mi padre repetía

“nunca dejes sobras en tu plato”

conocía la historia

una vez no tuvimos

comida

todo era gris

al salir de Polonia perdimos

los nombres

dejamos tierra, ropa, vida

hermanos

fuimos nacidos de nuevo

 

 

el hombre no necesita un vientre para volver a ser

 

 

 hoy construyo tu vida

te invento y traigo

para que no seas suma de aquellos que pasaron

todos

deberían tener alguien que los recuerde

alguna vez

 

hoy construyo tu vida

invento

la memoria y te traigo

a mis brazos

hablándome al oído

tu historia de poeta

y cómo

creías

que las palabras

-bien ordenadas juntas milimétricas-

dejarían versos en el tiempo

como el tiempo

llevaría versos por las tierras

metamorfosis

libro

papel

poema

 

 

uno

se da cuenta tarde

que el tiempo destruye todo

y el lenguaje

que una bala sigue siendo

dentro de un libro o de un cuerpo

que una cama sigue siendo

sola

con uno o dos o tres

cuerpos

cocidos como trenzas

 

 

 

dijiste “esperame” y no volviste

creo saber

ni siquiera llegaste

acá

aún leo tus palabras

fragmentos

y me pregunto cómo

pudiste

transformar el tiempo

con un verso

un trazo

un suspiro

un movimiento del aire.

 

(Héctor Ciocchini In Memoriam)

 

 

 




Emmanuel Taub


Emmanuel Taub es Investigador del CONICET. Sus áreas de trabajo son el Pensamiento y la Mística judía. Ha publicado en poesía La lucha eterna (Ediciones Último Reino), Veinticuatro (Alción Editora), Crujido. la destrucción del lenguaje (Ediciones Del Dock) y Cantos del cazador (Buenos Aires Poetry). También ha traducido y editado los 60 haikus de Jack Kerouac publicados en Círculo de Poesía. Su último libro es La palabra y la errancia (Paidós, 2021). emmanueltaub@gmail.com

 

 















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