Creo
que siempre estuvo el rito de las agendas, que al comienzo era el de los
cuadernos, porque me dedicaba a llenar cuadernos con jeroglíficos
indescifrables para todos (a veces incluso para mí) en los que se ocultaban los
poemas. Actualmente de ese rito me queda una agenda de 1993, con manchas de
mate y de café. Nunca deja de sorprenderme el espacio que tiene: parece que las
hojas en blanco se reprodujeran solas. Otra ritualidad es el murmullo: armar
poemas caminando, trotando o durmiendo bajo el sol, en una plaza, demorándome
en la musicalidad del idioma. Después transcribo esos sonidos, sea en mi agenda
o en la computadora (la máquina de escribir fue una tecnología por la que
transité muy brevemente). La poesía (murmurada o escrita) para mí no tiene un lugar
específico: puede suceder en cualquier sitio. Siempre intento estar preparado,
lo que no significa que a veces los poemas se me escapen. Pero cuando el poema
viene sin aviso y uno está preparado no existe distracción ni ruido que puedan
sujetarlo. Lo importante, en mi opinión, es que el silencio se produzca en la
atmósfera mental: he llegado a escribir poemas en pizzerías llenas de
comensales, transformados en un desdibujado telón de fondo para la escritura.
Lo más común es escribir sobre lo que va surgiendo, pero también he pasado por
la experiencia de un armado poético a partir de una investigación. Se trató de
una búsqueda en la que tuve que recurrir a ciertos recursos etnográficos. Pero
el plan también implicó, al menos en mi caso, la honestidad de escribir lo que
la conmoción me dictaba. La
poesía siempre dice lo que quiere. Las decisiones en el momento de la
corrección son, en mi opinión, las que determinan el estilo de un escritor. Y
si ese escritor es un poeta la afirmación se duplica. En mi caso, es algo que
me preocupa obsesivamente, porque siempre estoy volviendo sobre los textos
pensando en posibles mejoras (por ejemplo, cuando publiqué mi segundo libro
incluí el primero para volver a corregirlo. Y si hoy hiciera otra edición de
esos poemas volvería a retocarlos). La relectura de lo escrito puede darse con
"descanso" o sin él. A veces, algunas afortunadas veces, los poemas
salen de un tirón y con su forma definitiva: a pesar de que uno los relee (sea
un día, una semana, un mes o una década después) con intenciones de cirujano
nunca encuentra el lugar adecuado para la incisión. Pero esos poemas saludables
son las excepciones. En general siempre se precisan vitaminas, y en algunos
casos serias operaciones que no garantizan la salvación de un inevitable
deceso. No sé si es por la
tradición poética de Salta, donde la copla anónima y su equivalente musical, es
decir la baguala, han alimentado la poesía de autor. Pero lo cierto es que en
mi caso lo primero que aparece es el sonido. Sin embargo, a través de esa
estructura musical muchas veces me es posible visualizar lo que estoy diciendo.
Es que la poesía es ritmo, pero también imagen. Es invención verbal, pero
también descripción del mundo. Podría agregar, para terminar, algo que
se publicó en la revista pampeana Museo Salvaje: Debo confesarlo: desde que se me ocurrió garabatear un
papel con la esperanza de encontrar un poema me he acercado bastante a la
alegría. Esos primeros momentos de escritura, que significaron en la
infancia encantar la realidad, fueron amplificándose, como ecos, en mis
intentos literarios posteriores. Encantar la realidad nunca significó prescindir de ella: por el
contrario. Siempre procuré recordar los horrores reales para que la palabra
cumpliera su tarea salvadora. Aún no me he salvado. Sigo escribiendo, que es como decir "sigo
viviendo", para que la realidad no me destroce. Siempre he pensado a mi poesía
como una traductora de experiencias. Y es eso lo que aparece en estos
poemas: la experiencia de la infancia en Salta, la experiencia del desamparo en
Buenos Aires, la experiencia de la indignación frente al genocidio cometido
contra los selk´nam. Pero por encima de lo anecdótico nada ha cambiado en mi
escritura. Las elecciones temáticas son excusas para repetir obsesiones. Estos
textos están hilados por el fino umbral de la muerte, la región que nos
contiene, que nos contendrá a todos. La tarea de un poeta, me parece, consiste en formar una voz para
domesticar a la muerte. Esa voz, que no es otra cosa que el estilo, se
sobrepone a lo temático, sobrevive a lo retórico y, finalmente, es lo que
permite repetir en cada ritual de escritura el garabato primero, la
inexplicable pulsión que se traducía, entonces como ahora, en la alegría del
poema.
Poemas
EL FRASCO
A veces disimulo y no escribo.
Raúl Aráoz
Anzoátegui
Tengo un frasco de tinta
que escribe esmerado sobre el tiempo.
Es un frasco celeste
como esperanza arruinada por
los buitres,
es un frasco de adobe
que repite al hornero
enaltecido
por el martirio constante del
asfalto.
Tengo un frasco de tinta.
A veces me descuido
y un río de palabras ahoga mi alfabeto,
desborda los contornos
de este estuario,
y el frasco se me agota.
A veces me equivoco
y en vez de poner tinta
descargo el contenido de mi pulso
y el frasco se ennegrece
como el corazón de dos amantes
muertos
a la hora de amar.
Tengo un frasco de tinta.
Me da pánico que el miedo se lo robe.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Es
un rostro asombrado el que me espía
por
el cristal que cuelga del fracaso.
Es el rostro de un muerto.
Ayer
han enterrado al que soñaba
con
milagros marinos, con pesadillas
tales
como
el rostro de un dios en el espejo,
como
su rostro odioso sobre el mío,
como
mi rostro espiándome la tierra,
mordiéndome en el sueño del
cansancio.
Siempre
es lo mismo.
Hoy
no han traído flores a este sitio
y la tristeza es tanta
que
uno se pone a escribir
y así se pasa el día.
De La soberbia del
monje, 1997
LA HAMACA
Para ser del árbol
había que convertirlo en mecedora
columpiarse en
sus hojas
acuchillarlo
estarse
quieto
como
chicharra fósil
aturdida
emparentada a la corteza
atada al tallo
para ir y venir
en pertenencias
chupando de la savia
que suplicaba
la poda de la cuerda
FEBRERO
A mi hermana
le crecían nubes en las uñas
cuando el carnaval se acercaba
al tumulto de las siestas.
Ella conjuraba el agua
para que las ondinas expresaran
su contento desde el aire
que chicoteaba la ventana
para
asustar a los duendes
arañadores de
techos
y
de tejas.
Yo me escapaba con los duendes
porque aborrecía
que
las ondinas
me lamieran los huesos con sus lenguas de agua,
porque aborrecía el sudor de boca
que reverberaba en las sombras
escalofriándome el ánimo.
Al instante
mi hermana
se enojaba
y un duende arrepentido
resbalaba en el llanto
y el rito se cumplía
por el carnaval atrapado en las lágrimas,
por las ondinas graciosas
transparentadas
en sol
que
acariciaban la nostalgia de la brisa.
A las siete de la tarde
ya estábamos adentro, merendando,
imaginando el destierro
del patio y de sus seres, del carnaval
y el momento amenazante del olvido
que se cernía sobre la ciudad
como la certeza de la noche.
CONCEPCIÓN
PATERNA (fragmento)
I
Padre mío,
que estás en alguna parte
de mi sangre emplastada,
santifica mis glóbulos blancos,
ven a mis vísceras, mis úlceras,
haz que mi voluntad te olvide
y págame las deudas, los miedos, los pecados.
Con palabras
no
me libres del mal
II
"Heredarás la tierra", me dijiste,
y me entregaste una pala
para cavar la tumba.
"Heredarás la tierra",
y me dejaste el aire
con un tatuaje negro
atravesando el almanaque,
atravesando el nacimiento de mi fémur,
el fétido principio de tu muerte.
"Olvidarás la tierra", decretaste
entonces,
y me clavaste un poema suspendido
sobre el vértice achatado de mi espalda,
entrecortando las quimeras que crecían
y revocando la ausencia
III
El bronce que te escupe
en la madera lustrada
me mira burlón desde la neurona,
desde el recuerdo inventado,
desde la televisión,
desde mi infancia inmolada
en el diamante,
carbonizada sobre el césped,
sobre el humus,
sobre
el bronce que te escupe
en la madera lustrada,
que me escupe,
burlón,
como si
nada.
De Por qué queremos ser Quevedo,
1999
RÉQUIEM
Como esos
ejes:
así daba
vueltas el trompo de la infancia,
así se
divertía el trompo bailador
mareándome
el sentido de las cosas.
Una rueda se
adentra en el camino
seguida por
la otra
que le pisa
la huella distraída
y se enrolla
en sí misma
como un
perro brillante.
Así mi
bicicleta va rodando,
así me lleva
ahora que el
rumbo no ha querido seguirme.
Pasamos por
un bosque.
La bicicleta
llora con su aceite oxidado
(que me
extraña me dice)
y yo
acompaño con el pie su lamento.
Así vamos
llegando.
Los dos por
las cornisas
del viejo
purgatorio,
tramo final
donde la piedra
presagia
la caída.
Orquesta del
destino.
Hacen un dúo
la sangre y el aceite.
De El caserío, 2007
MAGIA
Hacer la
palabra
como se hace
el fuego,
hacer una
nube
con el color
del sol,
una forma de
agua
para que sueñen
peces,
un
resplandor, una promesa.
Hacer la
palabra
para vencer
la muerte,
esa manzana
roja,
esa boca
ofrecida,
ese silencio
justo
sin luces ni
canciones,
ese barco
que pasa y que te lleva,
tan lejos
del murmullo
de los vivos,
de los
versos leídos,
de los
versos que fuiste,
cuando llega
la lluvia y todo nace.
De Mauritania es un país con nieve, 2019
Escuché en el Encuentro de Poetas del Sur de Santa Fe (2008) la poesía de Carlos por primera vez. Escuché esa música de la que habla, en su poesía. "La música es el estado original del pensamiento poético".
ResponderBorrarCelebro, Carlos, la alegría del poema que te salva y nos salva.
Y agradezco a quienes hacen el blog por incluir a tan grandes poetas.
un gran abrazo,
Cecilia