martes, diciembre 26, 2006

JORGE FONDEBRIDER




Escribo donde puedo y cuando puedo. Vale decir, cuando las ganas de escribir se presentan, casi siempre bajo la forma de una urgencia. Digamos que no parto de un proyecto deliberado, sino de algo que se produce y que desencadena en una idea, o una imagen que debe ser traducida a palabras, o un ritmo que debe ser vertido para así poder deshacerme de él. Los desencadenantes dependen de lo que pasa a mi alrededor, por lo que tanto la música como el silencio pueden funcionar como detonantes. Lo previo es un estado que yo llamaría propicio. No sé a ciencia cierta cómo se alcanza, aunque a veces intuyo que haciendo tal o cual cosa puedo alcanzarlo. Recuerdo que durante mucho tiempo la pura eufonía de ciertas palabras, algunas manifestaciones del clima o incluso determinadas maneras de la luz me ponían automáticamente en situación de escribir. Como desde hace muchos años vivo cerca del Jardín Botánico, una de mis actividades favoritas era ir a leer allá y siempre la luz, filtrándose por entre los árboles y formando conos, me ponía en buena disposición para escribir.
Por otra parte, prefiero escribir directamente en computadora, pero como las cosas pueden pasar en cualquier lado, estoy equipado de una libreta y de la correspondiente lapicera.
No tengo plan, pero tampoco me limito a "lo que va surgiendo". Digamos que surge algo y ése algo me revela alguna dirección. Las lecturas no son posteriores, sino que a veces son una de las maneras de alcanzar ese estado propicio del que hablaba más arriba. Cuando escribí mi libro Standards, en el que trataba de reescribir las letras de determinadas canciones de jazz que conocía muy bien, me servía considerar ciertas versiones en particular. Si se me permite la enormidad, hacía mentalmente como hace Keith Jarrett cuando agrega al lado del standard que va a tocar el nombre de algún músico que lo haya tocado antes, como para indicar la versión.
Siempre dejo descansar los textos. A veces, incluso, por años. Por lo general, corrijo todo y muchas veces. Desconfío de los versos que salen automáticamente y, como quería Pound, también de los que más me gustan. Allí, en líneas generales, no está el poema y sí una de las formas más triviales de la vanidad. A veces ideas, a veces imágenes –que no deben ser automáticamente asimiladas a la categoría visual, ya que una imagen es algo mucho más complejo–, a veces música. Diría que las más de las veces música e imágenes. No podría decir más de mis propios poemas porque, aunque los lea después de escritos, ya no representan para mí lo mismo que significó escribirlos. Ahí anduvo la cosa y después, ya no es asunto mío.
Los poemas serán buenos o malos, comparativamente mejores o peores que los que escribí antes o que los que escribieron otros. No me importa: nadie me quita la satisfacción de haberlos escrito y nadie comprende esa satisfacción en los mismos términos en que yo la experimenté. Esa es una de las dos formas de felicidad que me permite la poesía. La otra tiene que ver con la lectura de los versos de otros. Reconocer lo que haya en ellos de poesía –algo que no siempre se logra– es la otra forma de la felicidad. Y cuando consigo llegar a ese punto, me siento de veras orgulloso.


Poemas



Creo que siempre fui una persona bastante optimista, bastante feliz, razonablemente satisfecha. Así que si escribo una canción triste, no lo hago porque necesariamente esté triste... pero es la vida, uno no se puede escapar. La vida es terrible, hay problemas de dinero, problemas con las mujeres, todo tipo de problemas. La vida tiene mil y una maneras de quebrarnos, y con el tiempo lo consigue. Terminamos en un cajoncito, como merienda de los gusanos.

Richard Thompson



ALFABETOS



El ronco mecanismo de un motor hace que el vidrio vibre.
La noche es gutural, es consonante
y apenas pasan las horas subrayadas
por el ruido sordo de la estufa,
del ascensor que baja,
de una sirena salida de las sombras.
La lengua del insomne se apoya en cavidades
y el aire transcurre por los huecos
que le deja el entresueño a la vigilia.
Los días, sin embargo, son vocales
delante de un espejo, la radio, el desayuno,
cerrar con doble llave y ver el mundo
golpeando contra el yunque de la luz.
Y así, resultan sílabas porfiadas,
que, unidas, confirman las palabras
de la mañana misma, cuando empieza
la propia oscuridad.


PRESIÓN DEL INSTANTE

Ahora, exactamente, un submarino cruza el mar.
Adentro alguien golpea
sigue el ritmo de la música con la cuchara de la sopa en la pared
de acero.
La cinta es vieja y lleva escrito "grandes éxitos".
Pero desciende el submarino y aumenta la presión
hasta llegar al punto en que las cosas
empiezan a hacer crac.

Arriba, alguien que lee sobre la arena de una playa,
se distrae siguiendo con la vista
a un pájaro que pasa, surcando las nubes desflecadas.
Un instante preciso en el que el sol y el cielo rojos,
la curva trazada por el pájaro que la mirada sigue
la espuma dura y blanca de las olas
ocultan la explosión.

Después, el horizonte como siempre,
la cresta de una idea sumada a la resaca,
una medusa seca,
los pólipos, la toalla,
el viento de la tarde que agita las páginas del libro,
un brazo o una pierna que llegan a la costa,
acaso una gaviota.


CALAMAR


Molusco cefalópodo me dice el diccionario,
pero yo veo una bestia blanda, inerte sobre un plato
que pongo debajo de agua fría mientras busco
hasta palpar la espina, cuidando que la tinta no se pierda
porque guarda tal vez secretos abisales
O lo que Conrad dijo y vio en el sueño:
otra vida, otro destino,
ajeno a la cebolla que se dora,
los granos de pimienta,
El caldo sobre el fuego.


TARA

Es un día claro, de cielo azul sin vértigo,
pero por un momento la nuve mancha el verd,
opaca los cercos y senderos, los túmulos, la turba,
y el paisaje de Irlanda no es Irlanda, sino yo
poniéndose unos sueños a la tarde
tan vanos y aleatorios como siempre,
que al fin y al cabo no le corresponden.


UNA RAZÓN


Busqué una imagen que no entra en el presente austero y obligado
de estos días.
Los pensamientos que ahora, apenas hilvanados,
dependen de la agenda,
remiten a un pasado que ya no reconozco como propio.
Por eso canto el mar, que me es ajeno.


VERANO



Llegamos en camión y había alguaciles,
y entre las pocas nubes,
un sol redondo y amarillo flotando en un extremos de la calle.
Un comité de recepción exacto, a la medida
de algún modesto sueño de verano.


LOS POETAS


Como Platón, echarlos,
sacarlos a patadas en el culo.
Peor los narradores que no leen poesía.
Analfabetos.


ESPÍRITU DE CUERPO



El periodismo, las letras, el arte en general
está lleno de tipos infatuados
que el periodismo, las letras y el arte en general
vuelven leyenda o historia fabulosa,
papel de redacción, materia de homenajes.
Y hay un público dispuesto a que le digan,
un público de fechas y parroquia,
tal vez poco exigente,
dispuesto a consumir lo que le den
el periodismo, las letras, el arte en general.



A POUND


Cómo te entiendo.
Y no viviste para ver el mundo lleno
de licenciados en casi cualquier cosa.


TRABAJO EDITORIAL


Conserva las maneras de la que fue su clase:
una elegancia austera que elige colorado en vez de rojo,
huesos largos, pronunciación perfecta, algo cansada
muy poco maquillaje.
En su trabajo lidia con las bestias
que engendran las ficciones que corrige
y acaso que mejora por oficio, porque sabe,
incluso aunque no escriba,
que no es así, no de ese modo,
pero no puede
ponerlo por escrito con su voz
porque no tiene manera de contarlo.



OPINIONES


Fue una lectura opaca.
Antes de que poetas y amistades,
según su afinidad, se dispersaran conforme a la costumbre,
lo más notable fue la cucaracha,
que así, sin estridencias,
marchaba sobre el saco de un tipo con hombreras
que no dejaba oír, que criticaba
lo que llamaba "errores del realismo socialista"
mientras tomaba un vaso de agua mineral.



JOSE LUIS MANGIERI


"Hay cosas que un hombre no puede hacer ni para salvar
a una nación". Decía frases así, ignorando el valor de su
pasión, y las olvidaba un momento después.

William Butler Yeats



No cambió, sigue pensando como antes,
pero está atento a los detalles que encuentra a cada paso
en el presente,
como esas ramas sueltas que insiste en recoger para el asado
con el que llena la vida de los otros el sábado a la noche.
Él no cambió, pero la gente sí.
La gente no es la misma. Los jóvenes, tampoco.
Y ese otoño se llega hasta la marca a las cansadas,
sin esperanza, apenas por decencia.
"Mi amigo –dice ausente- ahora es una foto sobre un palo".
Y sabe que los muertos en los diarios no huelen casi a nada.
Lo que queda de su amigo es esa frase cierta, pero vana,
imagen del desastre que cede a quien la escriba.



POLÍTICA


Hubo asado, como siempre,
y hablaron de lo mismo debajo de la parra.
Una mosca, sin embargo, sabía lo que hacer frente a los restos.
Los hombres estaban discutiendo.
La mosca exhibía su pasión.



LAMENTO


La vida de mi padre ha transcurrido
entre gobiernos militares, radicales, peronistas.
También mi vida ha transcurrido
entre gobiernos militares, radicales, peronistas.
Sin duda, los nuestros son destinos muy modestos,
porque da vértigo pensar que el tiempo es infinito,
pero que a uno le tocan cincuenta, sesenta años,
quizás setenta y pico y nada más,
y furia saber que el marco es tan mezquino,
siempre injusto,
estúpido también.



LA EXTRAÑA TRAYECTORIA DE LA LUZ


Siempre fue llegar cuando era tarde
y preparar el bolso con perfume y espuma de afeitar.
Y siempre fue la espera, los pasos en la sala, al fin el timbre,
el médico y el aire de la noche,
seguir a la ambulancia con un taxi,
reclamar una admisión, firmar papeles,
cambiar información sentados en sillones,
sentados en un bar,
con los nervios crispados pero atentos,
dispuestos a aferrarnos de los signos,
la cáscara de algo.
Y nuevamente esperas. Recuerdo las esperas,
las sombras que crecían con las horas.
Y cada movimiento era una excusa
para cruzar miradas,
para perder el hilo de las cosas,
medir, por hacer algo, la extraña trayectoria de la luz,
la inmensa oscuridad del signo que buscamos y no llega.



EL SUERO


Cuando le buscaban la vena a mi papá para ponerle suero,
mi hermano, al ver las muecas de dolor, me dijo
¿te imaginás los torturados? ¿te imaginás cómo sufrieron?
Por un segundo pensé en Nora, y entonces pasó un tipo.
cara díficil –dije. Los dos nos sonreímos.
Así, frente a esos hechos, se abrió un mundo
de oscuridad y de hienas mientras yace
torcido en la camilla mi papá.
con mi hermano imaginamos cosas esa vez para pasar el tiempo.
lo único concreto era el invierno y esa guardia de hospital,
Los dos cagándonos de frío.


HOSPITAL


En esa habitación de paredes desconchadas
lo único claro y neto,
las manos de mi padre.


200 BERKELEY PLACE, PARK SLOPE, BROOKYN


La tarde es muy oscura y hay una mancha azul e inexplicable
debajo de la nieve.
Encima de la nieve los perros hacen pis.
Despejo la escalera y dejo que la pala golpee el pavimento
que suena destemplado como un tambor de piedra.
Los vecinos responden con sus palas y echan sal
parados en las sombras.
No hay diálogo posible
No para de nevar.



MASCARDI

Es difícil describir
el trabajo de los hombres que cortaron
los troncos, tendieron unos cables
y hundieron un arroyo de agua fría
donde lavé tomates,
cercado por las copas de los árboles
pegadas contra el cielo
como papel glacé.


CERTEZAS I


Después de varios días,
al tomate le sale una corona de inmundicia.
Las ballenas emigran hacia el norte.
Espera el cocodrilo hundido entre las cañas.
Los cactos del desierto florecen cuando llueve.
El berro siempre crece al lado de las zanjas. Cede el lodo
y arrastra a la montaña, con piedras y con palos, cuesta abajo
Los restos del naufragio yacen muertos
perdidos en el fondo de mares solitarios. La madera
se pudre. Y en la nieve
hay un conejo blanco al que persigue un puma
Ambos corren en silencio. Saben
qué hace cada uno en ese drama:
seguir, acelerar, cambiar de dirección,
quién estira la zarpa,
a quién se le quiebra el espinazo.
Todo sabe qué hay que hacer.
Yo, no.



COMIDA

Recorre el vidrio con el dedo.
Del otro lado, apenas sumergido, hay un pichón de yacaré.
Ella sigue tercamente el recorrido que él le traza.
No duda y me sonríe. Pero veo
que de la boca de otro bicho, en un rincón oscuro del acuario,
asoma una cola de ratón.
Allá estaba mi hija, que no sabe.
Tal vez no haya remedio.



LUNA URBANA


Los hechos relevantes de este día son muy pocos:
estuve con Giannuzzi,
conecté cuatro parlantes al amplificador
y ahora la música se escucha mucho más, mucho mejor.
Para probarlo puse un disco.
Bailamos con mi hija.
Después, los tres miramos a la luna.
de nadie más era esa luna que miramos
y nadie más puede mirarla como nosotros vimos.
¿En esto consiste ser feliz?
Nadie se hace esa pregunta y nadie puede contestarla.



ANA


De madrugada, parada entre las sombras,
me despierta y pide que me corra porque dice
que tuvo pesadillas.
Le hago un lugar a nuestro lado.
La tomo de la mano
y, sin mediar palabra, nos dormimos.
Después, a la mañana, le pregunto.
"Eso fue ayer, papá
la noche fue de ayer,
con luz no tengo miedo a los seis años."



GOLPES


Había un mundo de volcanes y el cielo sobre el mar
y a eso de las siete abro los ojos
como quien busca en vano una saliente,
llegar hasta la esfinge.
Parado enfrente del espejo
quiero saber cuál es mi cara de este día.
El resplandor del solo se cuela en las persianas.
Luz. La Luz, los colectivos
y ruidos del martillo un piso más arriba.
Pero ahora la niña me reclama
para que ponga el agua a calentar y le preparé el té
sin margen para mares o volcanes
esfinges o preguntas.


De, Los últimos tres años

Jorge Fondebrider



Jorge Fondebrider nació en Buenos Aires en 1956. Poeta, ensayista, traductor y periodista cultural, colaboró con los principales diarios y revistas de Argentina. Entre 1986 y 1992 fue secretario de redacción de Diario de Poesía, cuyo consejo de dirección integró durante los primeros diez años de existencia de la revista. Desde el 2002 a 2006 se desempeñó como coordinador de eventos y publicaciones del Centro Cultural Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires. A la fecha, sus libros de poesía son Elegías (sin mención editorial, 1983), Imperio de la luna (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1987), Standards (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1993) y Los últimos tres años (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 2006). Asimismo, publicó el volumen Conversaciones con la poesía argentina (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1995), que reúne entrevistas con 29 poetas nacidos entre 1919 y 1940; seleccionó y prologó sendas antologías poéticas de Joaquín O. Giannuzzi (Buenos Aires, C.E.A.L., 1988) y Juan Gelman (Buenos Aires, Espasa Calpe, 1994), editó y prologó la Obra poética de César Fernández Moreno (2 volúmenes, Buenos Aires, Perfil 1999), compiló La Buenos Aires ajena Testimonios de extranjeros de 1536 a hoy (Buenos Aires, Emecé, 2001), Versiones de la Patagonia (Buenos Aires, Emecé 2003), Licantropía. Historias de hombres lobo de Occidente (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2004) y Tres décadas de poesía argentina (Buenos Aires, Libros del Rojas, 2006). Con Pablo Chacón publicó el ensayo La paja en el ojo ajeno. El periodismo cultural en Argentina 1983-1998 (Buenos Aires, Colihue, 1998). Como traductor del inglés y del francés, sus principales trabajos son Tentativa de agotar un lugar parisino de Georges Perec (Rosario, Beatriz Viterbo, 1992), Poemas de Henri Deluy (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1995), En la soledad de los campos de algodón de Bernard-Marie Koltès (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1996), Poesía francesa contemporánea 1940-1997 (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1997), antología bilingüe que reúne la obra de cuarenta poetas franceses de las últimas décadas, El mundo de Gershwin de Edward Jablonski (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2000), Mi hermano James Joyce (revisión y notas, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2000), Antología poética de Yves Di Manno (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 2000), George Sand. Una vida de mujer en primer plano de Belinda Jack (Buenos Aires, Vergara, 2001). Junto con Gerardo Gambolini, publicó la antología bilingüe Poesía irlandesa contemporánea (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme,1999), que incluye a cincuenta y cinco poetas de las generaciones posteriores a Yeats y, en sendos volúmenes, el ciclo del Ulster (Buenos Aires, Vergara, 2000), una antología de baladas angloescocesas (Buenos Aires, Vergara, 2000) y otra de cuentos folklóricos irlandeses (Buenos Aires, Vergara, 2000).

miércoles, diciembre 06, 2006

SUSANA CELLA



Aunque no carezco de conductas rituales, típicas de los obsesivos, curiosamente para escribir no tengo ritos, el rito en todo caso es la escritura misma. Y en lugar de momentos especiales, horas del día, lugares, o cosas por el estilo, lo que me parece que sería algún tipo de mitificación que no me gusta, no tengo horarios, días especiales ni épocas del año, sino que más bien se trata de una combinación de continuidad e irrupciones, que no sé por qué había pensado denominarlas interrupciones, quizá nomás por la repentina aparición a la manera de un hito que se alza en un camino. Porque hay un estado permanente de disponibilidad a la palabra, como si se dijera una atención flotante, en algunos casos, y en otros la presencia fulgurante de las voces poéticas que no dejan de estar presentes, como alimento, compañía, aire que se respira, ahí los maestros. Los maestros amados que no son una angustia de influencias sino dulces y serias presencias componiendo en sus peculiares modos de estar, una atmósfera. En todo caso, si hablara de un ámbito, sería primordialmente ese aire, de pausados o no pausados giros, mucho más que un lugar físico.

Me gusta mucho escribir con tinta, quiero decir con lapicera, no con birome, más bien la detesto, siento que me afea la letra, y me gusta delinear letras con curvas y rectas, en el intento ilusorio de que coincidan el trazo y todo lo demás que compone una palabra, su mayúscula elegida u obligada, el enganche entre letra y letra, el espacio que define la separación provisoria de una palabra, en definitiva, me gusta tentar la casi utópica convergencia de una belleza simultánea vista y oída. Por eso tengo varios cuadernos y libretas, donde se amontonan apuntes diversos registrados donde esté yo con alguno de esos anotadores. Sin embargo no podría dejar de reconocer que el sitio donde suelen afincarse las cosas, o sea, donde quedan pasadas en imprenta es en Trilce (el nombre de mi computadora).

Así como me resulta muy placentero escribir a mano, me sucede lo mismo con el teclado, escribo al tacto, con todos los dedos y se me ocurre muchas veces compararlo con el teclado de mi piano, hace rato ausente.

Cuando estoy escribiendo, el texto que sea, los variados que uno escribe y que exceden lo que suele denominarse literatura o poesía, y que a veces me sirven como una especie de precalentamiento (al estilo de los deportistas antes de meterme en un poema o narración) suelo hacerlo en silencio, lo que no quiere decir estrictamente eso, ya que no tengo, como el Super Agente 86 un cono que me aísle, por tanto están los ruidos del entorno, los cuales algunas veces no son precisamente leves, pero por suerte alcanzo un grado de concentración en lo que estoy haciendo que los asordina. Tal vez falle menos que el cono de Maxwell Smart. Rara vez escucho música al mismo tiempo que escribo, aunque algunas veces sí, la que yo elijo, pero no la radio, que me perturba mucho, lo mismo que las melodías estridentes, las cuales, si están sonando contra mi voluntad y sin que lo pueda impedir, me exigen un esfuerzo mayor para alejarlas. Sería imposible no escribir lo que va surgiendo, lo que no significa que esté esperando a alguna musa, por mistonga que sea, ni que entre en trances inspirados, ni mucho menos que practique una escritura más o menos automática. Lo que surge, si por tal cosa se entiende lo que se hace letra, viene del impulso íntimamente conectado con el cuerpo, y es, ese componente fundamental de la escritura que hace a un estilo (ya lo dijo Barthes, poeta él sin haber escrito versos). Creo que hago planes muchas veces, y aun en algunas ocasiones anoté algo así como esquemas o esbozos de posibles diseños, lo que no ha tenido un destino único, a veces sirvió como referencia y otras para nada. Creo que los planes los tengo más en cuenta en la narración, aun así, no puedo evitar la deriva, siempre ahí, cuando hablo, cuando escribo. Ahí veo la ventaja del plan, y hasta a veces su necesidad. En otros casos, sucedió lo inverso, los mismos textos demandaron algún tipo de organización a posteriori, y no es infrecuente que se mezclen, para nombrarlos de algún modo, el azar y el orden.

Lo que podríamos convenir en llamar investigación, muy lejos está de un estudio sistemático, tal vez por el tipo de textos a los que me refiero, más bien hablaría de un ahondamiento en ciertas lecturas que por motivos diversos, y no sólo temáticos, se relacionan con lo que estoy escribiendo. A veces, es alguna expresión que ha surgido, precisamente, la que empieza a resonar y en los ecos me lleva a un texto o autor determinado.

Me gustaría aclarar, por las dudas, que no se trata de una cosa espontaneísta, ni de una especie de ignorancia de lo que aquí justamente se está considerando, quiero decir, del procedimiento o de los procedimientos. Para decirlo de un modo menos técnico, de la tradición literaria, porque si hablamos de procedimientos, creo que hay que empezar con Homero y seguir hasta acá.

Los procedimientos de escritura estuvieron y están, y la ingenuidad está muy lejos de mí, por otra parte, la desprecio, sobre todo cuando se la esgrime como coartada creadora y no es sino un disfraz de la mera ignorancia. Pero esa conciencia, necesaria e implacable muchas veces, no se identifica con la puesta en práctica, para escribir, de herramientas o recetas, lo que es todavía peor.

Creo que los procedimientos son las herramientas, como las que puede usar un carpintero, un pintor o quien sea, para fabricar algo, y que es preciso en el conjunto que puebla la caja que las alberga, encontrar las adecuadas, por no decir las mejores. Pero sin la mano que las maneja y que las guía haciendo de ellas medios y no fines, no sale más que un producto fabricado en serie. Y lo que hace a una obra de arte, de la que sea, es su carácter de cosa única e irrepetible. De otro modo entran a jugar factores como los efectos calculados, lo que poco o nada tiene que ver con la escritura sino más bien con la mercancía, simbólica en este caso. Y por otra parte, el destino de una obra es incierto y nunca apriorístico.

La palabra corrección no me gusta, me hace acordar a corrección política (eso que se ha llamado políticamente correcto), la hipocresía tan difundida que elude creo que muy intencionadamente la idea de lo políticamente justo y otras similares. Por eso prefiero decir que reviso, releo, cambio, modelo, corto, expando pero también que mantengo aquello que reconozco para mí como estrictamente necesario, imposible de modificar.

Siempre hay borradores, o podría decir, todo texto para mí es un borrador o un garabato en el sentido en que llamamos garabatos a los dibujos que hacen los chicos, y eso, en algún momento deja de serlo, de otro modo, se volvería algo inconcluso siempre, interminable. Entonces hay un tope, el punto en que el escrito halla el momento de su fijeza.

Si descansan o no, depende de múltiples circunstancias, no hay vacaciones prefijadas, los textos en todo caso están en situación de espera, que puede ser más corta o más larga, a veces mucho de cualquiera de las dos.

Lo que quisiera decir sobre mi vínculo con la poesía no sé qué alcance podría tener, sería algo parecido a contar un sueño, lo que puedo decir es que el dicho vínculo, para llamarlo de algún modo se me pierde en mi propio tiempo, me lleva a recuerdos muy antiguos, a las épocas remotas en que en la escuela primaria me aprendía por mi propia voluntad los poemas que andaban por los libros que iban llegando a mis manos. Hablaría de la identificación con la protagonista de una novela que leí a los diez años, del poema que incluía en el libro, absolutamente emocionante allá lejos. Incluiría un gusto épico que por entonces tenía las formas neoclásicas del Himno Nacional, por ejemplo, cuya versión completa memoricé a los once años, ese aire de gesta y gloria me sonaba magnífico y como casi nada sabía de nuestra triste historia, creía que en verdad la bandera celeste y blanca jamás había sido atada al carro triunfal de ningún vencedor. La infancia a veces depara esas efímeras felicidades. Y fueron sucediéndose o mejor, llegando simultáneamente, en un revuelto de tiempos, estilos, poéticas e idioma el Nido de cóndores, las rimas de Bécquer, las coplas de Jorge Manrique, los sonetos barrocos, el Amanecer del Fausto, junto con Lord Byron, Longfellow y el monólogo de Porcia de El Mercader de Venecia, estos tres últimos muy practicados para recitarlos en los exámenes de inglés.

No me parece de menor importancia nombrar todas las letras de magníficos tangos que aprendí solo por oírlas reiteradamente, gracias a mi mamá cuyo fanatismo por Julio Sosa la llevaba a escucharlo de manera continua, junto con unos cuantos boleros, todo lo que sumado a las novelas y películas alimentaba mi entonces ínsito romanticismo, hoy, un dulce recuerdo como los que se tienen de algo una vez muy fuerte y evaporado lentamente. Porque llegaban otras voces como Lorca, El Elogio de las Sombras, Antonio Machado (aun antes de Serrat, debo aclararlo), San Juan de la Cruz, Pablo Neruda, cuando estaba cerca de terminar la secundaria. De ahí para adelante siguió la cosa, como se fuera dando, por lecturas compartidas (a veces junto con amores), por las mesas de las librerías, por alguien que recomendaba, por las vueltas de la vida.

Y en uno de esos recodos apareció Trilce que vendría a ser el amor interminable, el hallazgo de mi poeta, hasta hoy. No excluyente desde luego, porque también están José Lezama Lima, Juan Gelman, Francisco Urondo (otro amor intenso y terrible), los poemas tardíamente recuperados de Juan José Saer, como me sucedió con los Versos libres de José Martí, la indescriptible fascinación por René Char, la Música de Cámara de Joyce, los poemas de William Faulkner (aunque tal vez toda su obra no sea sino poesía), la Muerte sin fin de José Gorostiza, La tierra baldía, Eva Perón en la hoguera,y no sigo, aunque es más lo que quisiera decir conscientemente, y podría.

El vínculo con la poesía por tanto fue y es constante, con las variaciones que los accidentes del camino siempre deparan. Pero parece que solo hablo de lecturas y no de escritura, o sea, de la mía propia.

Vuelvo entonces a los tiempos lejanos y recuerdo mis apasionadas composiciones, llenas de reflexiones espirituales, fantasías líricas, ensueños amorosos y palabras que eran, para mí, las más sensibles, conmovedoras y bellas que podían existir.

El crudo tiempo, la muerte acechante, la vida pisoteada, el desarraigo y el dolor fueron perdiendo su cualidad literaria y así las palabras, sin abandonar, creo, la tendencia irremisible a la belleza, se cargaron del horror de un mundo muy diferente del que me había forjado con lo que tuve en los queridos libros iniciales. Y el amor inspirador se facetó o mejor, quedó residiendo en los vidrios rotos acerca de los cuales, una vez, contemplando una ventana, había escrito, sin saber entonces, qué peso cobraría muy poco después ese "pedacito de vidrio" faltante. Hablé al comienzo de una continuidad y de irrupciones, y lo repito porque creo viene completamente al caso.

Las irrupciones tienen que ver con lo que llega en cualquier momento y ante algo que surge como una imagen, por una palabra escuchada, por algo percibido en algún lugar, por lo que devuelve a veces la memoria. En la especie de lugar así configurado aparece una frase o muchas, o una especie de acumulación de palabras tan enganchadas y vertiginosas que si no fuera porque me resulta un lugar común, cosa que detesto en general, llamaría torrente. Las frases breves, chiquitas, alguna cita fugaz o acortada se anotan como un recordatorio, suele suceder que están ahí para ser desplegadas, y que cuando se despliegan muchas veces no siguen el camino que había previsto originalmente, las imágenes y las sensaciones también se transforman, y creo que no otra cosa podría suceder, ya que son las palabras mismas las que van armando sus afinidades, sus contraposiciones y sus lógicas. O sea, una vez más, la demostración clara de que la poesía es palabra, no ideas previas ni temas a priori o algo así.



Poemas


Por tu sublime amor recordado


Por tu sublime amor recordado
tal cansancio sobreviene
que me contenta en este ahora perdurable
haber fugado de las perpendiculares señas
que no me diste a conocer
y tallar mi marca conveniente
cuando la noche impar y generosa
despunta en volubles entretelas de canciones
sobriamente apiladas al azar
y según a su Estrella le parece.


De Amor (dientes paredes arrugadas)


X.


Niebla sobre la luna esmaltada


Cómo un cuerpo yerto diera
alguna precaria sombra de alivio
por lejanamente oportuno retornar
cada uno de los días en que cerca sigue
con la indiferencia de no estar
para sí en el ángulo carnal
donde escondía su esplendor de vida
deseosa del mismo lado de la orilla
donde corre marrón oscuro el río,
se deshacen los arbustos
y las ramas pesan cuanto pueden
sobre el agua alumbrada ahora ciegamente
por la chata luna vagarosa
que deshace su propia lucidez
por dolorida de lo que escapa
a los poceados brillos y la fija
en el cielo sin sentido de la ausencia,
y la nubla sajando el aire frío,
si más todavía, la palpitante herida
por la que anhelamos esa sombra,
la señal oscura de sentido,
el agua vibrante de los mediodías,
el encuentro casual, otra vez más y siempre,
entre la completa oscuridad y las estrellas.


De Eclipse

A nous la liberté



I. Ella


Espléndidos quisimos devolverla
a la luz que le debe sus resplandores más finos
cuando en la noche de velar por glorioso amanecer
con sus tres letras de nombre asentamos fuego vivo
y el mismo fuego nos alumbró esa luz de mediodía


II. El alimento de las bestias


Mientras los zorros taimados
en los bosques cortajeaban
las atónitas partidas
y por su mando chirriaban
escalas y melodías,
buscando abrazar nosotros
aquella luz prometida,
alimentamos su hambre
de fresca carne encendida.



De, Entrevero


Susana Cella

Susana Cella, nació como Vallejo, a mitad de marzo y un día en que Dios estaba enfermo, pero en Buenos Aires y muchos años después. Publicó los poemarios Tirante, Río de la Plata (ahora está trabajando en la continuación, titulada Entrevero); Eclipse y de inminente aparición, De amor (dientes, paredes arrugadas); la novela En inglés, el ensayo El saber poético, reseñas, antologías y artículos varios en Argentina y el exterior. Sigue traduciendo, da clases en la Facultad y dirige el Espacio Literario Juan L. Ortiz.

ENRIQUE SOLINAS


Es posible que la poesía sea el lugar de las apariciones donde recreo gestos de ausentes, voces y caras en extrema conjunción; puede ser el espacio en donde expreso aquello que no puedo; el tiempo detenido en el instante de la revelación; la sombra de una respuesta; el hilo que conduce hacia las zonas más lejanas del mundo; la imposibilidad de ordenar el caos; la capacidad y necesidad por describir lo imposible. La noche es mi país, las voces de los muertos habitan las palabras y los sueños, y corporizan su imagen hasta el silencio. "¿Hasta cuándo –me pregunto–, hasta cuándo?". Y sin hallar respuestas, continúo escribiendo sobre esta condición. En un principio, la escritura fue como un exorcismo. Pensaba que si escribía sobre aquello que me inquietaba, dejaría de sentir el horror, la angustia, el miedo. Luego comprobé que eso convive y evoluciona con uno, pero que no desaparece. También aprendí que es bueno tener miedo por algo, alguna vez, de vez en cuando. Nunca me sobrepongo a la muerte y sus diversas formas. Cuando sucede, me vuelvo niño, quedo en estado de congelación, no comprendo, desaparezco, me transformo en ausente. Entonces escucho el silencio. Quizá por eso escribo, para entender la realidad del silencio en el silencio, para encontrar un sentido al sinsentido. Profunda conmoción, grito de papeles. Una aproximación hacia lo inevitable. Es necesario el verso encantatorio, en equilibrio con la precisión del decir. El poema aparece, pero se inscribe en un proyecto. Así escribo. Aparece una idea general que da unidad al conjunto de poemas y desarrollo diversas aristas de esa temática. Leo, investigo, consulto. Así escribo: con distracción e intención. La poesía me traduce. La poesía es una pregunta. A veces aparece, en algún momento del día, una frase o imagen que considero poética. Yo llamo a ese momento "instante de lucidez". Por lo general, aparece cuando estoy cansado y, en realidad, se expresa mi inconsciente. La recuerdo, la anoto en una libreta, la repito varias veces para que quede grabada en la memoria. Luego, a partir de esa frase o imagen, el poema comienza su construcción. La idea y la música deben estar en equilibrio. Si no logro una forma apropiada, pero el decir es importante para mí, sacrifico la música, me permito esa imperfección. Anterior a la escritura, está el acontecimiento. Luego, el proceso de asimilación, la interpretación del suceso. Después, la escritura de la poesía, la acción concreta que cierra un proceso, que inaugura una nueva situación. Yo soy el poema y así me escribo. Me escribo para deshacerme de mí y que los receptores del poema se apropien de él, hasta mi desaparición.

Me gusta corregir. Disfruto mucho de ese proceso porque analizo distintas posibilidades sobre la cuestión a tratar. A veces me canso y guardo los textos durante meses. Luego, los vuelvo a leer y continúo. Escribo nuevos textos que se van acoplando al proyecto hasta que en un momento sé que el trabajo está terminado. Intuitivamente, sé cual es el punto final. A veces, la corrección implica que rescate un verso de lo escrito, un final, un comienzo. Muy pocas veces, un poema surgió de principio a final sin correcciones. No hay reglas ni recetas para esta cuestión. El oído y el sentir son los que mandan, los que señalan el acierto o el error. Golpes de claridad y sombra, lejos aquí hay alguien que reza. El poema, forma de oración, plegaria arrojada hacia el centro de la ausencia.


Poemas


I



En un sueño prohibido que todavía flota en el espacio,

universo de espejos en donde un globo rojo

resalta en la oscuridad,

y en un cielo de cuerpos donde una oveja

corre tras el rebaño que la persigue

y así,

en tiempo indefinido,

el rebaño no alcanzará a la oveja

ni la oveja alcanzará al rebaño;

ni el sueño

–como barco sin nombre–

encontrará algún puerto,

ni el globo rojo dejará de multiplicarse.

Y puede ser un hospital enfermo

donde me encargo de limpiar

lo imposible.

Y pueden ser

las calles sucias de un hospital,

las veredas contaminadas.

En un sueño confuso donde el amor y el odio celebran una fiesta y en un sueño muy nítido donde el amor y el odio ríen un funeral,

existe alguien,

alguien que dice

una palabra:

ángel partido en dos que aumenta la distancia entre el significado y el objeto. No hay unión. Hay un mostrar el Caos como forma de Orden, un despliegue de cartas que el destino marcó y unos dados que ruedan incesantes a la espera del número perfecto.

Una palabra,

alguien que dice:

aquí empieza el camino donde caminarás el lenguaje de la furia,

donde tu sed querrá beber de la rosa más alejada,

donde tu cuerpo conocerá otros cuerpos y no conocerá,

donde todo lo imposible es

la realidad del mundo

y se edifican paredes

para ir más allá

del pensamiento.



II



Esto tengo y esto soy,

digo

y es un intento del decir,

y me asomo por la ventana de este lugar

que sirve para curar la Historia.

Aspiro la brisa que entra cada mañana

y escribo una carta que dirijo hacia mí.

El aire se confunde

con el aroma de la gasa,

empapada anestesia.

Hay

una enfermera

y un simulacro de Doctor.

Charlan.

Cerca de un pino.

Y lejos estoy, a la espera de mi correspondencia cotidiana para pasar la tarde, como un intento de matar el reloj, como quien juega a la rayuela con los ojos en blanco.

Y lejos estoy,

demasiado lejos.

Desde la ventana del hospital el jardín es más que saludable aunque supongo una peste que acecha en las raíces de las plantas.

Cuando llegue mi turno le mostraré la carta al Doctor

y él tratará de curar mis frases,

las internará y les dará pastillas para aumentar el dolor,

para que lo Uno

sea siempre

lo Diverso.

Y todos los días de mi vida iré al hospital.

Y todas las noches de mi vida.



IX



Uno,



está despierto, callado, no sonríe,

mira sin mirar la destrucción del mundo,

la construcción del miedo.


El otro,


está en su cuerpo, gruñe,

lo desgarra por dentro y se sonríe;

clava las uñas en su corazón,

pero no lo mata,

la diversión radica en eso.



Ambos,


caminan esta historia del derecho y del revés,

se van a encontrar en algún punto,

se van a devorar entre ellos.


Uno,


No comprende que el idioma es una trampa

para cazar ratones como él.



El otro,



Se aprovecha de lo incomprensible



y gruñe.



XI


En un barrio preciso que nadie quiere descubrir

(el Aleph, por ejemplo, esa mancha, esa peca, esa pulga,

esa gota de tinta

que es atravesada por papeles de color perfecto)

el odio es un ser gentil.

Hace donaciones para niños muertos de odio;

levanta hospitales, saluda a la bandera,

sonríe

con su mejor sonrisa de odio.

Y sabe

que puede transformarse en lo que quiera

(en poetisa, en bebé, en electroshock,

en médico y en paciente,

en señora que tomará su té a la cinco de la tarde,

en gruñido de fiera).

Y sabe

que todo anda mal,

que la vida no es lo que parece.

Por eso ayuda a Dios

y aniquila el orden de este mundo.

Por eso tiene voluntad

y se convierte en cable para entrar en mí.


Una corriente de energía que pasa por el cerebro, si es que existe el cerebro; una mano de luz que trata de alcanzarme, si es que existe la luz; una madre entre sueños que se va, si es que existe una madre, si es que existen los sueños;

un disparo de gritos contra el alba,

un disparo de gritos contra el alba.



Con música de noche,

en la mañana de los pájaros muertos,

me partieron el lenguaje en dos,

me drogaron con fragmentos del mundo;

me violaron con lámparas sin focos para que entendiera

el significado de lo claro;

me alcoholizaron con miedo

y me dieron a comer piedras de idioma.

Pero una vez terminado el acto de electrificar,

y luego de morir para resucitar al día siguiente,

pude entender que la vida está hecha de fuegos

y de astillas que nunca volverán a su origen.

Pude entender

que ningún barco encuentra

su puerto tan deseado

y que mi nombre es sólo un número

perdido en cada guerra.

Qué buenas son estas señoras que me hicieron ver.

Ahora comprendo el mundo.

Todo es un gran dolor sin límites.

Me pusieron dos cables en la cabeza

porque la realidad no era lo que me parecía.

La realidad es todo lo que se desvanece.

La realidad es irreal."



XII



En un lugar muy blanco donde la muerte duerme

y habita cada instante,

universo disperso en donde un globo rojo

desaparece en la oscuridad,

y en un jardín maligno donde lo oscuro

corre tras mi nombre que se resiste

y así,

en tiempo rotativo,

mi nombre seguirá escapando;

y el jardín seguirá corriendo;

y el globo rojo,

–infancia mutilada–

aparecerá más tarde;

y una vez

que se haga visible

volverá a desaparecer.

Y puede ser un hospital enfermo

donde me encargo de limpiar

el lenguaje.

Y pueden ser

las calles sucias de un hospital,

el cuerpo contaminado.

El ángel no era un ángel,

dice una voz que bien podría ser la del médico;

ratas,

dice,

las ratas caminan de noche

y se pasean por los pasillos de este infierno.

¿Ratas con alas, afirma usted?

Estoy seguro

que durante la noche entró un murciélago.

- Diga treinta y tres.

- ¿La edad de Cristo?

¿Treinta y tres orientales?

- ¡NO!, ¡Diga treinta y tres!

- Treinta y tres.

- Muy bien,

usted está curado.

- Antes de irme,

quisiera despedirme de los tulipanes.

Son tan lindos, son tan sensibles.

uno se pone a mirarlos

y le dan ganas de quedarse así,

para siempre.



Jardín en Movimiento


Definición


A veces la vida es algo simple:

hay que cerrar los ojos

y que te dejen

lleno de palabras

en ese lugar

donde se piensa demasiado

en la luz.



El Pueblo


En un pueblo muy chico

donde todos nos conocemos los delitos

y la nieve se cae como pintura fresca,

y la nieve se cae como pintura fresca,

vivo.

Tengo una casa

con patio, perra y padre,

y un jardín,

y una hermana

que todo el día

se disfraza de noche.

Cuando llega la hora de descansar

nos disparamos con gritos,

pero todos somos malos apuntadores

(NADIE QUIERE MATAR A NADIE AQUÍ).

Triste es la canción que pasan por la radio

(golpean a la puerta).

Triste es la canción que viene del jardín.

Nadie atiende.

Golpean a la puerta.

Nos abrazamos

porque tenemos miedo.



La Noche en el Jardín



Una pequeña música nocturna

en forma de viento.

Los chicos cazan luciérnagas

y ponen las manos

como para rezar.

Como si Dios fuera una luciérnaga

y se dejara atrapar

para romper el silencio.

Como si el milagro fuera que Dios

sea una luciérnaga

para no sentirnos

tan solos.


De, Gruñidos


Enrique Solinas



Nací en Buenos Aires, el 11 de Julio de 1969. Descendiente de italianos, familia numerosa cuando nací, pero que fue achicándose vertiginosamente hasta quedar dos hermanas, mi papá y yo. Soy Profesor en Letras y Ciencias de la Comunicación y Licenciado en Letras, especializado en Letras Clásicas. Desde 1989 colaboro con publicaciones del país y del exterior. Publiqué en poesía Signos Oscuros (1995), El Gruñido (1997), El Lugar del Principio (1998), Jardín en Movimiento (2003). Muchos premios me alegraron e incentivaron, entre ellos, el 1er. Premio Nacional Iniciación de la Secretaría de Cultura y Educación Bienio 1992/1993, Mención Premios Municipales de la Ciudad de Buenos Aires a la Producción 1994/1995, Subsidio Nacional de Creación de la Fundación Antorchas, Concurso 1997 de Becas y Subsidios para las Artes, 1er. Premio Estímulo a la Creación Literaria Año 2000 de la Secretaría de Cultura y Educación, 1er. Premio del "Concurso de Cuento Fantástico para Docentes de Buenos Aires 2004", organizado por la Fundación Ciudad de Arena y la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en su Plan de Lectura, etc. Actualmente, además de la poesía, escribo narrativa, realizo notas (periodismo cultural) y comentarios de libros para revistas y suplementos del medio, dedicándome también a la investigación.

SILVIO MATTONI


La clase de situación en que puedo escribir fue variando con el tiempo y diría que depende de cada libro. Cuando se trata de poemas cortos puedo hacerlos en bares, a cualquier hora, con o sin ruido. Incluso, para mi primer libro –que todavía estaba lejos de serlo–, cuando era estudiante y no tenía casa ni horarios muy definidos, escribí un poema en el parque de un hotel de las sierras donde se desarrollaba un típico congreso de literatura. Era de noche, sólo tenía un papelito, el dorso de un volante publicitario, y escribí el poema debajo de un farol mortecino. Me gustó el resultado. Pero era una situación irrepetible. Ahora escribo casi siempre en mi casa, cuando hay tiempo (a la mañana o a la siesta, nunca de noche).




Desde el principio y hasta ahora, uso el mismo tipo de cuaderno, tamaño "arte", con espiral, rayado de 80 hojas –si cambio de cuaderno, me cuesta ver dónde parar de escribir, dónde empezar a buscar el final de esa "sesión", porque aun en poemas largos, de varias páginas, los escribo de a ráfagas de no más de una página y media. Obviamente, escribo a mano, con biromes "bic" trazo grueso en general, porque con algunos rollers o microfibras me cambia el estilo, sale algo más lacónico, menos encabalgado –llamo "estilo" a la facilidad y a la velocidad, no es que me aferre a un modo retórico muy definido. No pongo música, pero tampoco necesito silencio. Lo único que tengo que saber es que no me van a interrumpir al menos por esa media hora o cuarenta minutos que lleva un poema para armarse. Suelo tener un plan por libro, más que por cada poema. Sobre todo me resulta necesario cuando se trata de poemas largos, seminarrativos, donde tengo que avanzar por partes, siguiendo recorridos, etc. Y cuando llego a encontrar el tema general de un libro, muchas veces ya empezado hace rato, entonces acumulo lecturas sobre eso, anotaciones, copio versos, recolecto materiales para incrustar en los poemas cuando algo me frena, me hace pensar en la mitad del camino y no sé bien hacia dónde voy. Casi no corrijo, aunque en algún momento sí lo hice.

Es en el pensamiento que se produce con el hecho de escribir, mientras que el otro, el que vigila y controla, me inspira desconfianza, apenas lo dejo editar un poco el libro, ordenar los poemas, poner y cambiar títulos, evitar redundancias no buscadas.

La corrección no significa nada para mí. Prefiero tirar el poema y hacer otro, totalmente distinto –después de todo, aun sin quererlo, aun odiando eso, termino escribiendo casi siempre lo mismo.

A veces empiezo con experiencias, acontecimientos que quiero poner por escrito, traumáticos o extremadamente felices. Para transfigurar eso, volverlo digamos que soportable, necesito alguna imagen y algún ritmo, que puedo tomar prestado de otros, busco entonces en los libros la vida más intensa que es la única que conozco, esta que va a terminar conmigo y que no tiene repetición.



Poemas


Olvida por un instante por un instante el usual y peyorativo
significado de sentimental, donde bajo esta
denominación se entiende casi todo lo que es vulgarmente
conmovedor y lacrimógeno, impregnado de aquellos sentimientos
familiares en cuya conciencia los hombres sin carácter
se sienten tan indeciblemente dichosos y grandes.

                                                                                                                                                           Friedrich Schlegel, Diálogo sobre la poesía





autobiografía


Nací en los suburbios de Córdoba,
a la noche, en un hospital de locos,
cabeza abajo y pataleando al cielo.
El aire del murciélago ya era
para mí una fábrica de espanto.
Me llamo Silvio, y naturalmente
no elegí la ciudad ni el adjetivo
paradójico. Un día me atraparon
con unos libros y llegué sin pausas
a la universidad. Algunas chicas,
como suele ocurrir, no me miraron...
Después encontré una y me casé.
Casi tengo tres hijas, cuando aplico
mi invierno a estos versitos, sus demandas
me tiran boca arriba y me retuerzo
de muda risa. ¿Me habré muerto afuera
de tanto ver el cielo que se torna
cada vez más hermoso?


alfabetización

No tengo más que un día en primer grado,
único recuerdo que no inventó
sus palabras. Seguro que mi cara
competía en blancura con la tela
del guardapolvo. Pero llegó el miedo
cuando unos profesores de gimnasia
pidieron uniformes, sogas, palos
de escoba recortados. ¿Qué pensé?
¿De dónde aquella idea de torturas
o de combates cuerpo a cuerpo? ¿Dónde
capté esa información interceptada
sobre un castigo que no discrimina
y pega a todos por igual? Me cuentan
que estuve ahí tres meses, ya vaciados
de mi memoria. Dicen: “otro día
te hiciste pis encima, la maestra
no te dejó ir al baño hasta el recreo”.
¿Canjearon la vergüenza incontinente
por las artes marciales tan temidas?
Y habré escondido la felicidad
de no saber leer y poco a poco
dibujar, descifrar mi paraíso.
En la siguiente escuela, que parece
eterna, saturada de minutos
de intensa expectativa y de niñitas
deseadas, quizá aprendí dos lemas:
no hay que mostrar el miedo ni el amor
- aprovechar el sabor de las bocas
con que la suerte besa -, y que siempre
es preciso fingir que uno es judío
para escapar del catecismo y ver
la risa de seis años de Judith.



casa nueva

¿Y dónde están los otros, tus amigos?
En cada barrio los chicos forman grupos
tan irregulares que apenas se llaman
“barras”, una dureza frágil para esculpir
cuidándola del agua que la derretiría.
En tus palabras abundantes que ignoraban
un secreto que hoy no sabría guardar,
aprendí un nuevo miedo. Justo entonces
empecé a convertirme en el monstruo
inaccesible que ofrece a la nada
un cuerpo infantil. Eras el verso
posible que busco. Versificaste
el ritmo de las hojas de los plátanos
cayendo amarillentas, la corteza
que sale y se renueva aunque millares
de chicos como nosotros la arrancaran
distraídos para compartir algo
que no se come durante esas parvas
de siestas silenciosas. Y a la noche
sin tus oídos diestros en la pieza,
donde fui el pánico con varias caras,
me preguntaba: “¿dónde estará el otro,
el que no volveré a ver, el que nunca
podré ser? ¿Qué soy, por qué en la oscuridad
constantemente escucho la voz de la muerte?”


lo olvidado


¿Qué fue dicho por el niño que vuelve
al lugar del martirio? ¿Ya sabía
lo que cruzó su cabeza al nacer?
El miedo a no poder perderse nunca
desde que habló y pensó, lo congelaba
como a mí el frío demasiado libre
para abrazarme las piernas. Tu sombra
quedó varada allá, limbo dichoso
donde estás extraviado, mi proyecto
de líneas sin abandono se alejaba
justo cuando mi más pequeño yo
confirmaba que no tenía asilo.
Ya no estás conmigo sino en efigie
y soy la sombra de ella, aunque seré
algún día el espectro de mis hijas.
Ojalá un dios fallecido me vuelva
tan olvidable como fue mi infancia.


¿quién es?


Soy el que habló. Antes de serlo,
fui una mosca, un ratón, una lombriz
esperando que algo me apresara.
De noche, mientras leo me distrae
una araña en el techo. Veo sus patas
asomadas en el borde de plástico,
esperando. Una polilla da vueltas
alrededor de la lámpara. Mi frase
pensada se interrumpe: ahí está
enteramente negra, caminando
a una velocidad espantosa. Quieta,
la noche muda se tragó el zumbido
que acompañó mi libro. No le ruego
a nada, pero pido ser un pájaro
que llegue hasta allá arriba donde ella
chupa jugo de insecto. Salir, huir
de la pieza. ¿Cómo podré apagar
la luz, dormir cuando sus pasos suaves
golpeen al revés lo que me cubre?



paisaje

¿Era yo el que miraba las sierras
con la birome en la mano rayando
el piso de la carpa impermeable?
El miedo a un cuerpo que cada mañana
parecía acercarse a lo que todavía
no digo. O el saber que mi cara
no era carnada para tantas presas:
mi gesto prisionero de esas risas.
Cada escenario en mi memoria esconde
un fondo de silencio. ¿Soy
el último, el que va a morir
un día? El mismo en que escribiste
por mera necesidad tus palabras
de ciego. ¿Montañas, árboles, río?
En letras de niño, sobre esa lona
pusiste una verdad a tu medida
y disfrutaste del primer elogio.
Y no querías los dientes accesibles,
la carne pobre, sino tener el hambre
de la chica que mordía otro anzuelo.
Ninguna lechucita de ojos zarcos
te dará nunca lo que no quisiste.
La noche te deja solo, me voy
a salpicar de vino mi vergüenza.
Bajo esta lámpara no recuerdo nada
que pase por un verso. ¿Para qué
esperar aquella luz anterior
invadiendo lo que no busqué? Yo,
un ridículo interior con paisaje.


alguien mató algo

Voy a decir solamente algo,
la cosa que fui, incrustado
en la uña, en las esférulas de polvo
sacudido a la luz de la mañana.
El animal que habla, el lenguaje
que se mueve, el padre, el hijo
y el cuerpo sacro. La primera vez
que entendí la muerte, ¿de verdad
entendí algo? ¿O era sólo
algo para decir, la imagen del interruptor
y su clic instalando la negrura?
¿La ausencia de movimiento o acaso
lo que del sueño no se recupera?
Pero no, no es posible imaginar
nada sin mi presencia, ¿quién
podría decir ese algo de olvido
sino la cosa ida? Deténganse
y toquen esta piedra sin leyenda,
la celulosa efímera, los trozos
de metal en mis dientes. ¿Sirve de algo
decirlo ahora o deberé anotar
la risa permanente de mi hija
que seguirá sonando, por su dios,
cuando yo sea rastro de dolor
o de alegría en ella? Quiero hacer
la verdad del puntazo en el plexo
que el tacto y la escritura mitigaban
como una araña cartilaginosa
estirando sus patas dentro mío
por el ligero temblor de la tela
que soy, tapiz a medias enrollado
buscando el carretel inexistente.


el recluso

Leo a un poeta que se miente: “el mundo
no sería igual sin mí, algo
se habría retirado y el vacío
dejaría una estela en la presencia
más plena de las cosas”. ¿De qué mundo
estaría hablando? Esta pieza y sus límites
de ladrillos, mampostería y cal,
¿puedo decir que duran más que yo?
Todo se desvanece a cada rato.
Quisiera convertirme en lo que fui:
una chica, un arbusto, una tortuga
y un mudo pez en el fondo del mar.
No, nadie se escucha hablar y el tono
de mi ronca vejez será escuchado
por otros, como el chirrido de goznes
que no llega a despertarme. Escribo
acunado por cuerpos que se van
a repartir su sangre en otro lado.


aventuras

Voz distante, un niño juega en la calle
pero ya se hizo de noche, alguien llama:
“entrá”, le dicen, “entrá que es tarde”.
¿Soy yo? Caen las primeras gotas
sobre el asfalto tibio, y otras mueven
las hojas amarillas de los plátanos
que susurran como si respiraran
tras el tórrido calor de la siesta.
Mi madre habla por teléfono, miro
sus dedos que destejen una trenza
de nudos invisibles. ¿Qué hacer? Prendo
la televisión, nada; otra vez abro
las páginas de un libro de aventuras
que sé casi de memoria: “Un capitán
de quince años”. ¿Cuándo llegaré
a esa edad en el dominio del cuerpo?
Mentiras de otro siglo, nadie nunca
salvó así a sus padres en el África.
Pero era la madre, adoptiva, ¿qué
me devolvía siempre al devocionario
del joven huérfano tan agradecido?
Más allá del balcón está esa vida,
aunque también los negros, las serpientes,
las mil formas en que un mafioso mercante
puede someter a un muchacho. ¿Quiero
tener la valentía de ir afuera
o admitir que se consume y pierde
mi juventud como si fuera antigua?
Entre esos africanos, el efebo
capitán no tenía ni una chica.
Yo encontraría después en Salgari
las perlas blancas y los labios rojos,
un ideal concreto, el premio al riesgo.
Viejo niño danzante, si el deseo
de hacerlo te conmueve, ya tenés
bastante luz sobre el piso y la mesa
para jugar con la sombra de tu mano
a lo que no querés ser. Se termina
la lluvia, el libro raudo que viviste
y no vuelve. Otra vida no tengo
que me lleve del cuello como un perro
hacia un futuro en que pueda pensar
en lo que pasa. Apago la luz
y siento la ventana oscura, apenas
la ilusión de lo cóncavo, carente
de estrellas el plato hondo de la noche.


fiebre

Cuatrocientos cincuenta instantes, ella
durmió con la cabeza entre mi cuello
y mi pecho. Respiraba agitada
por la fiebre y en su ronquido rítmico
yo intentaba escuchar qué pasaría
con el sueño, con la enfermedad. Pero
¿soñaba acaso sin palabras sobre
una almohada de huesos, mi clavícula?
“Quisiera preguntarle al gran espejo
libre de gripe, a la velocidad
de tus meses de vida, que ahora oprimen
apenas mi garganta, qué será
de vos mañana, pasado, de aquí
en veinte o cuarenta años, cuando yo
no pueda sostenerte y lo que digas
dependa de otro mundo.” Traté entonces
de dormir: imágenes desconocidas
y signos dibujados por detrás
de los párpados sobre la pared
en mi noche secreta. Sólo supe
que no me traerías pesadillas
y que pesabas menos que una pluma.


visitas

Suben las escaleras, buscan túneles
para combinar líneas, ya no saben
cuánta belleza cabe en sus cansadas
caras. Sigo la ley de los viajeros:
“haz lo que vieres”, y pienso en mi memoria
más de un noventa por ciento feliz.
El aire llega de la superficie
y hacia allá voy. Dos viejos escritores
me harán sentir Mercurio por un día.
“Vuelo con lo que compro y lo que vendo
en este puerto de rivalidades
despiertas. Perdonen si les traigo
una oda provinciana a Buenos Aires.”
A la noche, la risa y los paseos
parecen repetirse eternamente
en el ómnibus negro. Cuando empiezo
a dormirme, una voz entusiasmada
me dice “así lo quise”: son promesas
reclinando el asiento y proyectando
lo que sí somos, lo que sí queremos,
en la pantalla turbia de los libros
que sueño con leer.


entrelacs

La poesía era un confidencia
para los muertos. Nadie me veía
escribiendo cuadernos que perdí.
De memoria, los digo de nuevo
como cuando trenzaba hilo sisal
para mi clase de manualidades.
Apenas un efluvio tenue
de aquel olor en mi pieza cerrada
se despierta ahora, y parece inútil
querer apresarlo. Pero no era
del todo en mí que pasaba algo
por mis palabras. Viene de muy lejos
el susurro imperceptible, persiste
en ríos subterráneos, se diría
que dioses diminutos entrelazan
sus cuerpos y el roce de la piel
espanta porque no podrá tocarse.



memento

Recuerdo un momento humillante y otro
casi dichoso: tengo nueve, diez años
y me raparon porque los piojos abundaban
como ideas ávidas en mi cabeza;
cierta niña ya histérica pregunta
a su hermanita menor qué le parece
mi cara: “No me gusta, aquel de allá
tiene más lindo el pelo.” Pasan rápidos
años, clases, de la escuela pública
de cariñosos pobres al colegio
sólo para hombres y sus entenados.
Y el profesor de homosexual
literatura preceptiva o retórica lee
mi amena descripción de ruinas
y me pregunta en dónde la copié.
“La hice en un rato, sin pensar
en nada.” “Aplaudan que tenemos
a un nuevo Oscar Wilde.” Los amigos
gritan de risa. ¡Si supieran
cuánto veneno arroja el maestrillo
al poético efebo que nunca alcanzará!
Si estás vivo, leyendo, te perdono
la resentida sospecha. Podrás ver
que mi cinismo infantil se ha borrado
justo cuando repito un par de técnicas
métricas, escolares. Y el dolor
que habrás acumulado en esas aulas,
en tus poemas de fin de semana,
se parece hoy al mío, al de cualquiera
que recita en silencio y en el fondo
se enfrenta con la muerte antes de tiempo.


incipit idyllium

No, no es la puerta que crucé al nacer,
ni una ventana al morir. ¿Qué vuelve hoy
entre el polvillo flotante del invierno
bailando con el sol de la mañana?
¿Cómo llegaron hasta mí esta niña,
su llanto persistente que me dice:
“ahora, ya, ya, ya...”? ¿Qué dios de mayo
me empujó a hablarte en esa construcción
de plástico y cemento, donde sufríamos
vos, ella, yo, vagas ambigüedades
por infringir las reglas de concordancia?
Nuestros paraguas descansaban juntos
y algo nos distraía del pudor
que en vano desplegaba su habitual
manto sobre la clase de gramática.
Al poco tiempo, un día me llevaste
hasta mi casa, con tu piloto beige,
tus manos pequeñitas manejando
y tu certidumbre de niña
que ha crecido hacia adentro, y pregunté:
“¿A vos te gusta coger? Para mí
es apenas un limbo que permite
hablar mejor.” Hablar como ya entonces
sin habernos tocado yo te hablaba.
“No es lo más importante”, contestaste,
con una risa oculta. ¿Percibiste
que no habría sorpresas, sólo gracias,
descubrimientos de mí en vos,
de vos en mí? Y aunque queríamos
gozar de la belleza, conocernos,
pusimos el deseo en las palabras.
Y cuando las dijimos siguió el tiempo.
Bajo el arco del cielo fuimos flechas.
Tenemos una pieza, estamos solos.
Nos sacamos la ropa, los dos vemos
un cuerpo más hermoso que el ansiado,
el adivinado. Besos de bajo
bisbiseo. ¿La escuchaste, la viste,
a esa vida pasada que se iba?
La suave crema del futuro unta
nuestros sexos cansados, insensibles
por un instante. Nunca supe
por qué lloraste esa noche, después,
acostada, desnuda y revisando
la pulcritud del techo. ¿Fue placer,
fue pena o despedida de otro cuerpo
que ya no volvería? ¿O la emoción
vacía que altera todos los líquidos
internos y extraños? Era imposible
que sospecháramos en cada lágrima
tuya, en cristal nocturno, una
nena, tras otra, tras otra, y vos
eras su madre y la mitad del padre
cuando sonó tu llanto en el deleite,
cuando miré en tus ojos el silencio,
espléndida como aire que relumbra.



bautismo

Si creyéramos en dioses, dirías
que la fluorescencia de los escorpiones
sólo les sirve para que los biólogos
puedan cazarlos en la noche oscura.
Pero aquí estamos sin ninguna fe
bajo el techo barroco de la iglesia
y hasta el oro envejecido se opaca
para confirmar la muerte. ¿Podrán
unas palabras apenas, en un punto
dichas, en este cuerpo que algún día
ya no estará, decir, salvar
la vida de la niñita que duerme
ahora que parodiamos viejos ritos?
Pero a ella no le importa lo que somos,
lo que no queremos, le alcanza y sobra
el sueño y la comida. El futuro
no nos pertenece, aunque a la nada
pidamos una hebra afirmativa,
un hilo rojo en el vestido blanco.
Si habláramos, con suerte te diría
que hay otra fluorescencia en la que creen
las niñitas impávidas, la luz
de Campanita que existe únicamente
por la fidelidad. ¿Cómo empezar
a olvidar que este cuerpo sin palabras
será de la vejez y del vacío?
Ay, hermano, la cola del alacrán
me atraviesa el plexo. Nunca veremos
su cara de abuela. Pero el fulgor
es uno solo, y el veneno del bicho
circula en las nervaduras del hada
como esa eternidad que no deseamos.


bonus track

el muñeco

Iba a bajar del auto y lo encontré:
un muñeco tirado en el asiento
de atrás. Seguro que una de ellas lo había dejado
sentado ahí como un hermano nuevo.
Era un varón desde que la más grande
lo bautizó en honor al hijo
de una amiga de sus padres. Después
las otras lo pasearon, lo acunaron.
Sobrevivió a mudanzas, al negro remolino
que se traga las cosas, al cansancio
de los niños ansiosos ante el juguete usado.
¿Tendrá algo que decir? “Vamos, te llevo
conmigo”, pienso; vuelvo a arrancar
el motor de dos litros y su leve susurro
esconde una potencia exagerada.
Pongo al muñeco, la imagen de un bebé,
en el lugar del acompañante. No prendo
la radio. Viajamos en silencio iluminados
por los rayos del sol sobre la calle.
Manejo hacia un abismo donde el tiempo no existe
con un objeto que tiene rostro y nombre,
aunque no muerte. ¿En qué lugar quedó
ese mensaje escrito que ellas nunca
recordarán con frases que sabían decir?
Afinaban la voz y te acostaban
en un cochecito para llevarte
de la pieza a la cocina, de una casa
a la zona de visitas. Tus párpados
apretados como en un comienzo
muy lejano no se abrían y la ceguera
te permitía escuchar. Tímidas manchas
en tu cara de plástico o el tono
percudido en la tela de tu cuerpo
son cuentos que recibiste de la mayor,
que te dio el nombre, la segunda,
que te dio movimientos, la más chica,
que hoy te da vida nueva y se prepara
para olvidarte. No sé si haberte visto
acá en el auto, perdido contra
la pana gris lujosa del siglo pasado,
será un anuncio del fin de tu cuidada
existencia. Un ruido que ha crecido en el escape,
la falla a veces del levantavidrios
eléctrico me dicen que los autos
no suelen durar mucho, y los juguetes
entregados a un deseo que sigue
las leyes de la novedad, ¿qué podrán
esperar? ¿Qué puedo encontrar yo
mientras demoro mi vuelta a una casa
construida antes de mi nacimiento?
Convertirse en huella, rasguño de memoria
como tu gesto fijado en moldes
de una lejana fábrica en Oriente,
no es un destino, es desaparición
de la energía en la luz que se consume.
Va y viene el equilibrio, doblemos D...,
así te llaman ellas, vamos a ver
cómo ha crecido el río esta mañana.


Silvio Mattoni



De, Poemas sentimentales



Silvio Mattoni nació en Córdoba en 1969. Publicó los libros de poemas El bizantino (1994); Tres poemas dramáticos (1995); Sagitario (1998); Canéforas (2000); El país de las larvas (2001); Hilos (2002); El paseo (2003) y Poemas sentimentales (2005). Algunos de sus numerosos ensayos se reunieron en Koré (2000) y El cuenco de plata (2003). En 1992 ganó el concurso de poesía Enrique Pezzoni. En el año 2004 obtuvo la beca Guggenheim. Da clases de Estética en la Universidad de Córdoba. Tradujo libros de Catulo, Cesare Pavese, Yves Bonnefoy, Louis-René des Fôrets, Marguerite Duras, Georges Bataille, Simone Weil, Henri Michaux, Francis Ponge y Pascal Quignard, entre otros.