jueves, febrero 01, 2007

MARIANA TERRÓN




Si empiezo a escribir es porque leyendo o caminando o conversando encuentro una fórmula para expresar alguna idea o sensación. Si esa fórmula es atractiva, la anoto. A la anotación le suele seguir un volumen de texto en verso, con ritmo. Esto no es deliberado, me sale así. Me resulta amiga la forma con verso, rima y ritmo. En medio de ese volumen de texto en verso trato, más tarde, de encontrar un poema. Entonces, un poema de una página casi nunca nació como un poema de una página. 

Últimamente me interesa mucho plantear en los poemas situaciones de encuentro con otrxs, vengo usando mucho la primera del plural, incluso en textos más ficcionales. Usar el nosotrxs hace que los verbos sean más largos, trae a veces algunas complicaciones, y tiene el riesgo de volver densos los versos, pero estoy muy apegada al nosotrxs, no quiero renunciar. El nosotrxs se plantea como tema y como forma, de alguna manera. 

Me encanta escribir, literalmente, con otrxs. Tengo una gran amiga poeta con la que me junto a escribir. Este año vamos a publicar un libro a cuatro manos. Otra vez, cerrar un texto con otrx en la misma posición, la de productrx, tiene sus complicaciones, pero es un encuentro que siempre me convoca. Me encanta escribir con alguien más, es lo más cerca que me sentí de la libertad en el momento de escribir. 

Desde que soy chica, siempre escribí para que lo leyera alguien más, una persona en particular, y me sigue pasando lo mismo con los textos que escribo sola. 

Cuando escribo con otrxs, busco que al final ni sepamos quién anotó cada cosa. Muchas veces también descubrimos que creíamos estar escribiendo lo mismo y no, para el otrx siempre se trataba de otra cosa. Eso me encanta y me motiva. 



Poemas


Elegía del futuro


En la fiesta, en la terraza

podríamos haber tenido frío. 

Queremos apurar la primavera

que sigue llegando demorada... 


     Apenas entramos, una amiga

nos dio, a cada uno, 

un vaso de agua que tenía

nuestros nombres con marcador 

indeleble, grueso, negro:

“Siempre llegan tarde

así que se los guardé”.

Y subimos.



Arriba

bailamos trap y reggaetón:

en serio, y al mismo tiempo

con ironía – claro, pero, esa ironía

que no es desdeñar algo sino

que nadie tenga ningún miedo

más bien, acá, le hacemos un chiste a alguien más

capaz para que se ría alguien que antes

estaba serio-



Yo en tu capucha

Vos en la mía: 

me decías cualquiera.

Y en ese caos de mensajes 

que me dabas como cositas

que ibas encontrando

en un camino, ya con la primavera 

desplegando, se proyectaban

universos paradojales 

y sin embargo, todo risa:

yo en tu capucha

vos en la mía.

Cualquiera me decías, cuando vimos que tu amiga

espigada en medio de su buzo canguro

quería colgar la masa

de luces de boliche, audiorítmicas,

que le habías prestado:

“¿Arruinamos todo? Arruinemos todo

tengamos un hijo”

y te veo ahí en mi mente, corriendo a colgar las luces vos...

y yo me di vuelta, y conversaba

con unas chicas -un partido el domingo

una anécdota sobre un borracho al que

Intentaron llevar en bicicleta

besos, pasos, cigarrillos

no, creo que no quiero cerveza...



Nos perdíamos en la fiesta 

y nos volvíamos a encontrar 

como en la foto que al otro día 

te mandó tu amiga por WhatsApp. 


Dentro del recuadro de la foto, adentro del recuadro del celular

-ya de mañana, 

sentados en el borde de tu cama,

extendés la mano y

me mostrás- 

un cuadro rojo que es el cuartito del lavadero

en la terraza, que es

la terraza de tu amiga que hizo la fiesta

y que te mandó la foto de la fiesta

por whatsapp.



Parece que nos decimos: 

un secreto

una idea zarpada,

en la foto, adentro del cuartito rojo.

Vos seguís con la capucha puesta y yo

pómulos gibosos

sonrío, amarilla y colorada. 



Y también nos encontramos cuando

cada unx en la suya,

ya domingo tarde, 

dejamos la cama, me volvía a casa…

iba caminando y paré a sacar

una foto de una ventanita anaranjada 

en medio de un edificio que 

ocupa el ángulo más agudo

de una manzana triangular.


Metida en la fascinación geométrica 

recibo la foto de WhatsApp 

con epígrafe: “Mariana 

Gracias por darme tanto apoyo y tanto amor

Ojalá esté siempre a la altura de lo que te merecés. 

PD: 

Perdón por lo baboso

Es el MD”.



Te respondo con la foto 

de la segunda ventanita

la del edificio triangular 

que ayer volví a fotografiar 

para replicar en mi cabeza 

la captura de la foto con el epígrafe 

que es la foto que tu amiga te mandó

con una fila de corazoncitos

debajo, la del cuarto rojo de su lavadero

en la terraza, entrenando la primavera

que llegaba demorada



¿Sabías que 

hay algo llamado

algoritmo oracular 

que es a la vez

     una manera de generar caos 

y de ordenar el caos?

(No sé si entendí, igual...

supongo que, como un lujo,

la imaginación requiere 

desorden para que se pueda

encontrar algo distinto a lo siempre igual).


Sin embargo, en las computadoras 

ese desorden debe programarse: 

se programa 

directamente 

el desorden. 

De modo equilibrado se va 

gestionando el patrón y el caos 

y así me gustaría 

que nada tenga un plan

y al mismo tiempo

que en cualquier momento 

aparezca la foto del cuartito rojo del lavadero:

un oráculo de lo que siempre va a pasar.



¿Te imaginás 

todo lo que podría pasar 

si siempre volvemos a la foto

del cuartito rojo? ¿Te imaginás 

todo lo que podemos hacer 

con el algoritmo oracular? 


     La imaginación del futuro

La elegía de lo que va a pasar 

cada vez que la foto aparezca 

y nos volvamos a encontrar.



Fragmentos de Dorada

 

Qué monótono, qué plano.

La escena vale solo por tu cuerpo haciendo largos en el río.

Los brazos separando el agua que los vuelve a abrazar

un pedazo de cabeza como luna menguante, que se pone y que sale.

Yo te miro y meses más tarde, o semanas

encuentro en una clase de Lacan la anécdota 

que no termino de entender, sobre la lata

“vos la mirás pero ella no te puede ver”

le dice un jovencito a un jovencísimo Lacan.

Te la leo y no me decís nada.

Se la mando a un conocido por mail porque justo me escribió 

para ver cómo andaba

y no me dice nada

(“¿y qué hacés leyendo a Lacan?”).

Nadie la entiende, pero algo tiene:

está la lata desplazándose en la corriente

y brilla, en un ángulo se le forma una estrellita:

la mirás pero ella no te puede ver.

Es Improbable accionar el impulso de lanzarse y bracear, ¿no? 

Hasta la lata.

Nos quedamos en el muelle contemplando:

en el mejor de los casos hacemos silencio

en el peor, decimos algo,

nos cubrimos con la mano del reflejo del sol estrellado.


*** 


¡Pero si ya me pasó!

Estuve varios años comentando sobre una cita que había leído

en un fanzine prestado:

“Hoy mi hija cumpliría 3 años:

¿A quién le importa?”

porque me parecía que era 

un planteo sobre lo autorreferencial

y la relevancia, en el contexto de una escritura

experimental, donde el autor registraba diaria

y aleatoriamente, ciertas impresiones.

Y el “cumpliría” instalaba un espectro…

¡Qué frase! Triste, pero con la alegría del hallazgo.

Argumenté con esa cita, en algunas conversaciones

y con el transcurso del tiempo

cuando había vuelto a cruzarme, ya varias veces, con el chico

que escribió el fanzine del registro diario,

le pregunté si me pasaba el texto, le conté

sobre esa frase, y me regaló un ejemplar que le quedaba. 

Llegué a casa y lo leí, entero, tres veces.

Y no existe en el texto ese fragmento.

No tiene una hija y esa cita que me estimuló

Nadie nunca la escribió.

 

 


Mariana Terrón


Mariana Terrón nació en Buenos Aires en 1976. Estudió letras en la Universidad de Buenos Aires. Publicó Animé en la colección “Chicas de bolsillo” en la editorial de la Universidad de la Plata, y Los libros del año, en IAP, ambos en 2005. Gestiona la editorial artesanal La imaginación.

 





1 comentario:

  1. Anónimo9:00 p. m.

    Siempre fuiste la persona más inteligente que conozco, la única poesia que llega al fondo de mi ignorancia, leerte es como comer maní. Te deseo lo mejor siempre.

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