miércoles, febrero 07, 2007

NOELIA RIVERO






Creo que el ritual que he buscado toda mi vida es tiempo y silencio de ocupaciones alienantes. Escribí poesía en una oficina mientras mi jefe no miraba, usando rápidamente el juego de teclas alt+tab. Mientras viajaba medio en pedo medio fumada en la antigua línea A después de leer poemas de Lezama Lima y sentirme atravesada por esa brujería que es la poesía. En el aire, en mi cabeza entre trámite y trámite por la calle Florida (una compañera de trabajo de esa época me dijo que me había visto hablando sola: repetía palabras y probaba ritmos, era después de todo, mi momento solitario en la muchedumbre). Aproveché las noches de intranquilidad, los márgenes del bebé dormido o de la después hija jugando a los jueguitos o en la casa de su padre. Ampliar esa marginalidad que deja el sintiempo del capital es el único ritual del cual todavía no me pude desembarazar. Es como espantar a un demonio para restituir algo de humanidad.


Reconozco que casi siempre comienzo a escribir a mano, y que en los últimos años adopté la prolijidad y la continuidad de los cuadernos (comencé esta costumbre con uno que me regaló Tamara Domenech). Y que eso me ha ayudado a que se me escapen menos como el viento las palabras. Nunca parto del vacío sino de haber visto algo, oído, experimentado, leído. El detalle de ver a mi perrito tratar de hacer caca sobre la flor de un cardo, por ejemplo. Tres calabazas frente al sol de la tarde, mi sobrina contándome sobre un pez que vive en el fondo de su laguito artificial... Sin embargo, carezco de planes iniciales. Me voy encontrando con posibilidades y las anoto. Luego veo que hay textos que se congregan por su pulso hacia una idea o fuerza y entonces sí quizás vaya sintonizando, explorando un trazo de conjunto. Esos conjuntos se nutren con nuevas lecturas. De algún modo escribir es leer y estudiar. Y leer y estudiar -como impulso de la curiosidad y del conmoverse- me llevan a escribir.


Corregir empieza con releer. Es otro gran momento perceptivo, musical y exploratorio. Me acerco a lo hecho y busco. A veces los poemas quedan tal cual, otras veces las tachaduras son infinitas, se vuelven escrituras completamente nuevas. Con el tiempo corregir se me vuelve tan deseable como iniciar los poemas que salen de golpe. Sentarme a corregir lo comparo con abrazar eso que deseo -la literatura- cuidarla, darle un buen hogar.


No sé cómo comenzó mi vínculo con la poesía. Tengo varias sospechas. Creo que le antecede mi amor por lo viviente, los animales, las plantas, el curso de las nubes, el movimiento del mar. Hojear el diccionario enciclopédico cerca del ruido de la cocina donde estaba mi mamá. Que a mi mamá le gustara leer, aunque después no lo haya continuado. Que me comprara libros. Las historias que me contaban antes de dormir. El gigante dormido. El príncipe feliz. El ruiseñor. Dailan Kifki. Animal Planet y Carl Sagan. Jugar a las escondidas y chupar la miel de las falsas madreselvas. Andar en bicicleta sola. La tristeza adolescente. Las canciones rabiosas. Amigos que leían. César Vallejo. Un haiku de Borges. Salinger. Los videoclips. En un momento me encontré haciendo poemas, conociendo a otras escritoras o escritores, realizando talleres, estudiando Letras. Es un vínculo con mi vida, no lo puedo discernir. Diría que siempre estuvo ahí y punto y que me hace mal estar alejada tanto de la lectura como de la escritura. Hoy trato de que mis estudiantes de secundario encuentren su vínculo con la poesía. Me gusta la poesía. Es brujería, encantamiento. Otro modo de andar pensando, oliendo, husmeando, queriendo.



Poemas


Trovadora


Jugar a medir cuán desiguales somos.

Orejas, manos, pies,

noche y día

los trabajos del amor:


una fritanga deliciosa

mientras la gata murmura 

la canción de los cazadores.


Melodía curiosa, 

que la paloma detenida otea.


(Tres nubes peregrinas, Peces de ciudad, 2022)



*

Debajo de los pinos,

las amantes chocan sus cabezas

y despiden sus pensamientos.


*

Caminan. Dos niños

corren e interrumpen

la vida antigua con vida pequeña.

(¿Cuánto durará la casa de los gatos?, Editorial Maravilla, 2021)




*


Mi alma

la he visto

quiero decirle alma

a todo lo que he visto.


Mi alma quiere helado de limón.

Mi alma se estrellaría contra esos tanques.

Mi alma resucitaría del fuego.


Soy pobre, pobrísima:

hago dibujos en las paredes

frutas, pájaros, árboles torcidos;


palabras no 


solo todo lo que he visto.


(Yelmo, El ojo del mármol, 2016)



III


Este es el desierto donde el viento embiste y nos gusta esta caricia, ¿no es así?, nos gusta como suena esta caricia en el pelo que se extiende como bandera. Somos mujeres como podríamos ser palmeras en Miami o robles en un bosque oscuro y oscuramente la savia penetra nuestros pesados huesos hasta nuestras livianas manos y nuestra callada voz.


Es lento el tiempo que nos permite ir hacia el cielo y hasta el invisible sitio desde donde comemos. Tendremos monos, tendremos moscas y avispas y pájaros que cantarán la venida del que esperamos siempre y frutas que caerán al suelo cerca y olvidaremos.


¿Qué recuerdo en esta fuerza?

Repito un nombre a todos.


(Fiesta en un patio de Temperley, Zorra/Poesía, 2009)


*


Entre la manzana

y mi sangre


hemos guardado un secreto


su rojo

su rojo

era una invitación.


(Qué día radiante)

(Qué hacer

con un día radiante)


(Más claro todo, Zorra/Poesía, 2007)



Noelia Rivero






Noelia Rivero (CABA, 1979) poeta, profesora de Letras (UBA), colabora con medios gráficos y editoriales. Publicó Más claro todo (Zorra/Poesía, 2007); Fiesta en un patio de Temperley (Zorra/Poesía, 2009); Yelmo (El ojo del mármol, 2016); ¿Cuánto durará la casa de los gatos? (Editorial Maravilla, 2021) y de próxima aparición Tres nubes peregrinas (Peces de ciudad, 2022). Sus poemas fueron compilados en varias antologías, entre ellas: Alcoholes (2021); Martes verde. Poetas por el aborto legal (2018); Color Pastel (2017); Poetas Argentinas 1961-1980 (2008). El Fondo Nacional de las Artes le otorgó la Beca Creación 2021 por su libro inédito Espesa.

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