viernes, junio 29, 2007

GUADALUPE WERNICKE



Mi rito es el no rito. Escribo parada, en la cama, en un café, manejando. Prefiero el silencio pero nunca es ley. Amo los lápices y las hojas lisas, pero a veces caigo rendida por la pantalla y sus desapariciones mágicas (odio que no quede el registro de lo que se excluye). Me gusta tachar con una raya.
Escribo en general a partir de una palabra, el tema ronda (o la ilusión del tema), pero hasta que no aparece la palabra no hay poesía. Y después el sentido que alguien que no existe, dentro mio ni fuera de mi, dicta y la mayoría de las veces me cuesta entender. Escribo con varios diccionarios y libros que abro y cierro al azar. Me gusta el sol en la cara del invierno. Me impulsa lo que ocurre: las cosas que pasan alrededor de mi cuerpo.
Antes lo que escribía surgía y era. Ahora tengo dos líneas irregulares: la planeada (con investigación, dolores de cabeza) y la mas espontánea, de iluminación oscura del momento. Mis primeras poesías fueron muy autobiográficas (sin ser totalmente autoreferentes) y eso no podía ser planeado. Salía. Después de terminar Liquid Paper y a partir de un trabajo que estuve haciendo surgió la necesidad y la inquietud por lo/s otro/s, los viajes y la naturaleza.
La corrección es para mi una experiencia colectiva. Pocas veces cerré un texto sin que otro lo lea. Me interesa mucho enfrentarme con el lector para descartar dudas, despertar nuevas, etc. Escucho voces diferentes y después, sólo después, vuelvo a conversar con el texto. Por lo general no los dejo descansar mucho porque eso ya implicaría defraudarlo, desilusionarme y dejarlo morir.
No podría excluir la poesía de lo que intenta ser un camino de búsqueda de algo que trasciende la palabra. Sin embargo, es justo ahí, en la magia de un sonido con significado que voy aprendiendo de lo otro. De estar viva e ir muriendo. La poesía es una forma de ver las cosas: devastadora y bella.


Poemas


mar del norte

es como vivir en un hormiguero
o como imagino ese estado de reiteración
hay redes sosteniéndolo todo
dormirán las hormigas
cerrarán los ojos como yo en este viaje ancho
a la hora de no obedecer
y acostarse en el extremo de la isla
se trata de mirar y alternarlo con verbos pasivos
porque se suceden los objetos que flotan

el mundo es una inundación
y sobrevivieron los de forma de medialuna
los reyes tienen el sexo en el centro
hasta los que nadan comprenden
que ya no son los pulmones los que nos bombean
es el aire mismo

veo algo acorralado
en un pequeño remolino veo plumas
es como ser hojas de otoño
caemos
cocinamos al fuego

corremos cuando el agua descansa
el recreo no perturba el orden
somos niños que construyen palacios con ladrillos de madera
y volvemos a ser héroes con el estómago lleno

nos hablamos en señas
el idioma es patrimonio del otro

dicen que la marea atacó diferente
acá pican mosquitos dos horas al día
más al sur una madre llora
y hubo zonas con plagas de histeria
pero no se desangran los amantes
siguen persiguiendo la tierra neutra
la que los arrope con lo necesario
porque esta ruta ya fue recorrida
y el destino es otro viaje
se toman de las manos sin tocarse
el fracaso es apenas una pelusa

escuchan que sumergieron a la primera mujer
con sales y aceites
como nos salpican los bordes de la nave
una enorme bañadera blanca
se deja guiar por oscuridades intermitentes
por deseos
hay también una música que nos canta el curso
doscientos setenta grados
en unas horas verán dinamarca
y thor podrá dormir con frío

cuando venza el plazo beberemos líquido dulce

nos creímos extraviados
pero no vamos hacia una costa muerta
sólo en lo inmóvil se ven las semillas
de lo que ya creció
y nuestro miedo es más inmenso aún

tengo que aprender qué del cansancio
de esa nausea pequeña y eterna
soy más concentración menos pez
desearía que me salvaran
mientras pienso cada pliegue del agua

cuando por fin la tierra la trepo la piso
exagero estar quieta
y empiezo a extrañar mi rostro húmedo
la hamaca

hay jornadas en que las horas
son gotas del espanto
ningún abrazo puede contener esa desilusión

en mi silencio se esconde una ciudad perdida
el mapa está dibujado en mi vientre

y otros en que el sol le canta baladas a su reflejo
cuerpos de sal
suspiro al distinguir manchas de espuma
en los riscos

llegamos a puerto
y ahora lo veo
soy mi única costumbre

***


a Marosa di Giorgio

la madre amasa con la espalda como serpentina
igual a un campesino de pies marrones
hay convidados rodeando el mantel
atentos mirando al pez muerto en su centro
y vienen más al trote a probar el primer plato
trozan las sandías que salpican el jarabe fucsia
no se sabe si es de día o de noche, la cena es interminable
el botellón sigue goteando
la madre bate la crema
y no la ayudan las cajas negras que encierran la cocina
sombreros, tapados de la bisabuela en vez de un espacio
una empalagosa miel

eructan el placer del silencio cuando aquéllos vuelven a sus guaridas
los masajes de treinta segundos
el noticiero, amén
y la modorra que la madre limpia entre las cacerolas
él la lee en sus libros de los profesores de barba

pero el pequeño que nunca ha quebrado los huesos ni los jazmines
está preocupado por la noche
un monstruo de otra galaxia vive debajo de su cama
le hace cosquillas en vez de asustarlo
no sabe que el niño odia las cosquillas como el sonido del teléfono
no sabe que tiene muchísimos dedos
es por cierto un pulpo verde
lo pescó el padre un verano en que hizo calor
y lo guardó de recuerdo

el hogar de la postal está enfrente de un acuario
tiene flores en vez de enanitos de jardín
la madre sostiene la pared izquierda
él cubre de enciclopedias la humedad
el hijo y todos los otros niños del mundo
son los personajes de la historieta
conquistan la casa encantada

todo huele
polvo

***



prefiero la corteza no la miga
le dije
que me quedo
la síntesis de lo que odio y lo demás está acá

no soy más la del escondite preferible
no hay días contados ni el intrincado plan de lo futuro
las relaciones diáfanas con los animales no existen como antes
estoy sensible, le dije
acaricio a los niños como algodón de azúcar
quiero un poco de milagros cerca de mi barrio

el deseo habla de otras mentiras

él es una nuez
y el complejo de electra no cabe en nosotros
no hay madres, ni es a él a quien le hablo
lo lúgubre de la desunión son los restos
las formas

me uno a la plegaria
porque soy poca cosa entre lo raro
porque es necesaria la alteración del equilibrio

***


un déjà vu
que el placer no es un error
ni la biblia la última epopeya
hay mucha gente muchas vestiduras
en las fiestas de ahora
así las madrugadas no pueden
temer sus sonrisas verticales
ni las buenas maneras

todos ganan el partido si buscan poco
pero sabemos
ni corriendo podemos salvarnos
ni atando cuerpos a los propios

que el amor no es eso
tiene otra música de fondo

***


a Itzel Sosa

“qué tristeza ser alguien,/qué público”

Emily Dickinson

no se ve el fondo de mí
una serpiente se comió la primer atadura
nací apartándome, nací con mucho pelo
migraron algunas aves y pude leer y lo que hacemos todos
dibujar figuras, huir
la mujer faltó y tuve que aprender tocando
pasillos de adrenalina
los años en donde el animal está en celo
de que caníbal huíamos
qué queda
un estacionamiento privado
la escalera sube
dos pares de ojos fagocitándose
un vómito color malva
el carbón se extingue
y precipita mi estepa
soy yo la que me sucedo en explosiones

qué público es ser alguien
y saber que las serpientes seguirán devorando mis nudos

***
ellos como animales espantados
barriletes sin hilo
muertes chiquitas como arañas
no hay apuro sino infidelidades
en mi íntima forma de olvidar
un continuo donde nada deja de existir
son sumas, adiciones al alimento del leteo
y desnuda siento mejor
una oruga en la boca del tucán
su recompensa

***

hay quien corrige el tumulto
porque no puede hacer otra cosa
y la mujer se regodea en los motines
sabe que el ocio es su lucha
no se apena por la niebla
dilata el primer instante
pero la mancha se multiplica rápido
son varias las noches
no hay orden posible
le cuesta olvidar que no es el día siguiente el mejor día
quiere más
espera que él evacue sus palabras
deje de hablar de cine y asuma lo propio
el otro duerme como todos los hombres
mientras los vacíos se vuelven transparentes
y se necesita menos del relleno

***

mi padre podría haber sido el del cajón
pero murió otro
hay que dotar de nuevos poderes a las flores
hay que repetir nuestra insignificancia

vivimos espacios similares
él, sus mujeres
yo y los estallidos de cada guerra
entre el complejo y el culto

leí ese viernes un libro, bailé desprevenida
la imagen de un ciego buscándome
los cuerpos como pinturas abstractas
poca luz

pero en algunos entierros cantan, ríen
y a su vez hay niños que se comprometen
nunca vi tantos regalos para una boda
hace falta uno menos para la posibilidad de uno más

o son esas las ilusiones que preferimos

***


“Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo.
No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.”

Alejandra Pizarnik


pero podría llamarte y comprobar también tu soledad
guarecerme en las colecciones de sentido
que vienen con el diario del fin de semana, con las películas después de las doce
entre nosotros
quedan cuadritos e impactos, pocos objetos
fuimos básicamente agua
pretendíamos los océanos, respirar como los peces
dejar la sede local del idioma
traducirnos

qué fue

escribo acerca de piletas
con escaleras para salir por las esquinas
nadadores
qué es lo que pretendo contener
voy a seguir buscando lo que no sos
en parques, subtes, lugares secos
hay pruebas
empiezo a preferir las flores a las algas
la música con percusión
dormir cómoda
porque los otros deben saber mis reglas

la deshidratación es más larga de lo que creía

De, Liquid Paper



Guadalupe Wernicke



Guadalupe Wernicke (Buenos Aires, 1982) es poeta y Lic. en Sociología de la UBA. Trabaja en un Programa de prevención social del delito en el Barrio La Cava, codirige VOCAL, revista para escuchar de música y poesía y dicta talleres de creatividad literaria para niños y jóvenes. En el 2005 publicó el libro de poesías Viboritas de mar. Su libro Liquid Paper esta en vías de publicación.

lunes, junio 18, 2007

JAVIER CÓFRECES



Estoy convencido, querida Selva, que a la única persona en el mundo que le pueden interesar las respuestas al cuestionario vertidas por un sencillo poeta de Barracas (isleño por opción) sos vos; por lo tanto, en consecuencia a tu gentil curiosidad responderé de la forma más específica y concreta. Tanto como para no irme por las ramas (de las añosas casuarinas de la zona), por si estas observaciones llegan a ojos menos ávidos que los tuyos, considero que una página (escrita con total gratitud desde la isla) será suficiente.
Ante todo, quisiera aclararte, que al día de hoy me considero un poeta en franca retirada. Desde hace bastante tiempo estoy dedicado casi en exclusivo a la edición y aporto todas mis energías a esta tarea, con la misma pasión y entusiasmo con que durante décadas me entregué a la escritura. El tiempo, las lecturas y las reflexiones sobre ella me permitieron concluir que las voces ajenas lograrían más efectividad y más contagio que mis propios versos. Por lo tanto, procuro hallar en la poética de otros la luz que no iluminó la mía; en consecuencia, pretendo concretar ediciones que amparen a los poetas de la maldita intemperie que azota al género y a sus cultores, entre quienes se encuentran mis mejores amigos.
Jamás tuve ritos, mi dinámica de escritura consistía en someterme y dejarme conducir por cierto estado de posesión poética, regulado por variables impredecibles, ocultas y arbitrarias (o no tanto). El fenómeno podía darse en cualquier lugar, cualquier momento del día, cualquier época y ser transcripto en cualquier papel. Reconozco, eso sí, ciertos hábitos particulares para atender los reclamos de esas fuerzas ocultas: escritura a mano (llena de tachaduras o borrones), cigarrillos y mate o vino para trabajar. Nada de música, el mayor silencio y la mayor concentración posible.
Muchas veces respondí a lo que fue surgiendo y muchas veces respondí a planes predeterminados de escritura. Esta última alternativa la desarrollé a partir de los trabajos poéticos que encaré con Alberto Muñoz, en los cuales planteábamos proyectos creativos con pautas concretas de escritura, Venecia, los árboles, Tigre, etc. El manejo de dicha dinámica me permitió responder a conceptos poéticos dirigidos y elaborar corpus conceptuales que desarrollé en el último libro que escribí, Últimos poemas. De tal suerte surgieron los segmentos dedicados a los químicos, a los autos, a viejas fotos, etc. La elaboración de dichos bloques requirió cierta complementación adicional, basada en soportes bibliográficos.
La corrección de los textos siempre la asumí con un rigor y una obsesividad implacables. Corrijo los poemas luego de ser transcriptos e impresos en la computadora. Una vez corregidos los vuelvo a imprimir. El proceso puede repetirse dos, cinco, diez, veinte veces, las que me resulten necesarias, en lapsos de tiempo incalculables. Suelo dejar madurar los poemas durante meses. Jamás doy por concluido un poema a poco tiempo de ser escrito. La única pauta que me convence de que un poema está terminado es observar su versión publicada. Quizás por ello difícilmente vuelva a leerlo, nunca releo mi obra editada.
El procedimiento de escritura es reactivo, reflejo, incontenible e irreflexivo. Por cuestiones de exigencias administrativas o domésticas suelo escribir por la noche, cuando cuento con disponibilidad horaria más extendida. La corrección, en cambio, puedo encararla en períodos más acotados, con una actitud mental atenta a un espíritu crítico reflexivo, en el que participa el bagaje intelectual, las lecturas, las influencias y la intencionalidad creativa.
El vínculo con la poesía fue establecido por un lenguaje que reconozco desde muy joven (al que arribé a los quince años, puntualmente de la mano de Eluard, Girondo y Cardenal) y que me permitió desde entonces observar la realidad y manifestarla en función de un código de percepción único, amplio y universal, el poético.


Poemas


FLOGISTO


Juan Joaquín Becher (1635-1682)


El fuego eterno


Su Diccionario de idioma universal
De diez mil palabras
Encargado por el regente de Maguncia
Contenía una palabra de invención propia
Flogisto: del griego, incendiar
Los grandes filósofos ya se habían detenido
Donde Becher posó su ardiente mirada, el fuego
Para Aristóteles: fue el origen de todas las cosas
Para Heráclito: la fuerza universal de la creación
Para Platón: el principio inflamable de los combustibles
J. J. configuró una entidad con peso propio
La Terra Pinguis: su tierra grasa presente
En los elementos que arden
El Flogisto: la sustancia química
De tipo ferroso seco y adaptado
A la combinación sólida
Una explicación posible
A las reacciones vinculadas al calor:
Combustión, oxidación y calcinación
El hallazgo no sorprendió demasiado
Ni le generó renta alguna
Lo mismo que su diccionario
Por el cual no percibió una moneda
La existencia de Becher se complicaba
En una sociedad que miraba de soslayo
Al delirante que intentaba
Producir seda a escalas desmesuradas
Inventar el reloj de movimiento continuo
Que escribía la Physica subterránea
Y el Méthodus didactica
En apenas diez días
Nadie creía en un sujeto
Que falsificaba sus documentos
Para quitarse diez años de edad
Y que por todo mérito científico
Obtuvo el gas etileno
Un siglo más tarde
La mala reputación
Y su fama de embustero
Persuadieron a Madame Lavoisier
A cortar por lo sano
Y darle a Becher su propia medicina:
En ceremonia ritual
Encendió una pira con sus obras completas
Aquella combustión no evitó
Que la Terra pinguis de los escritos
Se preservara intacta
Y llegara encendida hasta aquí:
“Al quemarse una sustancia su flogisto
Se desprende violentamente en forma de llama”.

Dmitri Ivanovich Mendeléief (1834-1907)


Mujer de radio

La sencilla polaca
Recitadora de poesía
Humilde institutriz
De aristócratas rusos
Se convertiría en “Madame”
Oui oui
Primera mujer catedrática
De la Sorbona
Doble premio Nóbel
Y paradigma
Del mundo científico
Oui oui
“Aquí tenéis el polonio
Más activo que el uranio
Pero no cejaré en procura de
Radio radio
Apenas un gramo
Calderos hirvientes
Radio radio
Polvos en dispersión
Radio radio
Gases venenosos
Radio radio
Tinas de líquido en ebullición
Radio radio
Asfixiantes humaredas
Radio radio
Cochuras de sustancias pesadas”
“Radio radio
Apenas un gramo
Las ruedas de un camión
Destrozarán la cabeza
De mi amado Pierre
Pero no cejaré en procura de
Radio radio
Apenas un gramo
Del extraño elemento
Con sales autoluminosas
Que brillan en la oscuridad
Como lamparillas eléctricas
Que emiten 250 mil veces
Más calor que el carbón
Por lo tanto
Una tonelada de radio
Podría hacer hervir
Mil toneladas de agua
Durante doce meses”
“Radio radio
Escurridizo radio
Que esteriliza semillas
Que cura el cáncer
Que mata microbios
Que electrifica el aire
Que penetra los sólidos
Y quema mi vientre
Mientras transporto una ampolla
En secreto a Varsovia”
“Radio radio
Piedra mágica
Probetas incandescentes
Centellantes tubos
Estrellas terrenas
Radio radio
Brillantes glóbulos
Que empañan el aire”
“Radio radio
Solo aspiro a fiscalizar un gramo de radio”.


Antonio Lorenzo de Lavoisier (1743-1794)



De, Últimos poemas (inédito)



Javier Cófreces


Javier Cófreces, nació en Buenos Aires en 1957. En 1981 fundó la revista de poesía La Danza del Ratón, publicación que dirigió durante veinte años. En 2001 fundó el sello editorial Ediciones en Danza. Sus últimos libros de poesía publicados son: Ropa íntima (Tierra firme 1997) y El ojo de agua (Ediciones en Danza, 2001). Sus últimos trabajos en colaboración son: Venecia negra, de Cófreces & Muñoz (Ediciones en Danza 2003) y Canción de amor vegetal, de Cófreces & Muñoz (Ediciones en Danza 2006). Sus últimas obras como compilador son: 7 Surrealistas argentinos (Leviatán 2001), Poesía Buenos Aires X 10 (Leviatán, 2002), Los V latinos (Ediciones en Danza 2005) y Primera poesía argentina (Ediciones en Danza 2006).

domingo, junio 10, 2007

MARÍA CRISTINA SANTIAGO


Ritos? Primero perder el tiempo, escandalosamente, (con todo lo que hay que hacer en la vida) mientras dejo que en algún lugar de mi cerebro o de mi corazón se acumule el musgo, las enredaderas tapen los muros, aparezcan arañas y hormigas hasta no dejarme casi respirar. En ese momento, cuando la vegetación me ahoga, escribo. Sin café de por medio, sin música, en cualquier lugar, como aferrada al último exhalar de un moribundo. Como si fuera a perder el último tren. No importa si hay música o si es un bar donde están mirando River-Boca. Puedo escribir parada o levantarme en medio de la noche a anotar algo que surgió entre sueños.
Libertad Demitropulos decía que se escribe aún cuando no se está escribiendo. Y yo me justifico con eso. Sé que mientras va pasando el tiempo irrecuperable veo, oigo, huelo, en la confianza de que si algo me interesa de alguna manera va a aparecer en mi escritura.
Siempre hay un plan previo para mí. Un plan latente que en realidad es como un plan de vida. Develar el mundo, las cosas, el tiempo y el espacio y develarme. Cuando la idea surge y encaja en esa especie de armazón que voy construyendo ahí escribo.
Hay investigación acerca del tema que me desvela. Pareciera ser que en ese momento siempre aparece algo que tiene que ver con el asunto que me preocupa. Por supuesto lo leo, si es una película voy a verla, si es arte me informo y lo estudio.
Allí es cuando empiezo a creer que las casualidades no existen. Porque todo confluye para construir el poema, el libro.
Escribo compulsivamente, en papel, a partir de allí en un lapso que puede ser de 10 minutos o dos días lo único que me preocupa en la vida es lo que estoy escribiendo. Si bien el primer impulso es sobre papel, inmediatamente lo paso a computadora y voy imprimiendo obsesivamente cada una de las versiones hasta llegar a la que momentáneamente me convence o me parece más feliz. La guardo en una carpeta y me olvido de ella hasta que consigo enfrentarme nuevamente a esa versión “caliente” y corrijo con la mente más fría y como si fuera un cirujano extirpo los excesos, la vuelvo a mirar como si no fuera mía. Allí en realidad realizo una cirugía estética. En ese proceso muchas veces peco de “clásica” y prevalece la forma sobre el contenido. Puede parecer poco ético (igualmente, trato de no desdecirme) pero es como afirmar: “la musique avant toutes les choses”.
La corrección es una instancia dentro de la escritura de un texto. Igual que el segundo tiempo del partido. Allí se define el final.
Aparece en forma de idea o pensamiento, puede ser un verso o un poema completo. A partir de allí, todo en la vida tiene que ver con esa primera pulsión.: la música, la pintura, los pensamientos filosóficos, la comida del gato o el timbre del teléfono. Todo ello confluye y a veces me tengo que correr, es decir como cerrar para que un mínimo poema no sea la enciclopedia universal del decir.
En el momento de la escritura se produce una gran tensión para sostener el poema – u otro texto- en equilibrio entre la estética y la ética.


Poemas


Caballada de bronce
el agua gime
por ser estatua.
Hambre de luces,
son las pezuñas encarnadas
de la espuma
quienes reclaman
alimento para su herencia.
No faltará ocasión
de que me beban
o conviertan en jade
al fin y por cansancio.

Después de todo
la cresta es reina
por un instante


SIN TIEMPO

Esa mujer parada
al borde de la playa
sabía reconocer
matices, sombras, el claroscuro
del terciopelo. Una pintura de Magritte.
Sabía decir
la palabra precisa
para las noches y el placer y las algas.
Se ahuecó su cabeza,
loca del agua.
Ella es ahora
más grandiosa que el mar
y tan espléndida
como las dunas
amarillando
el pelo y ese sombrero
que barre un viento.
¿Cuánto ha olvidado?
Si en el pensamiento
de Dios
quedan inscriptos los recodos.
Cree
que no habrá tiempo.
Tapa las caricias.
Sus manos no poseen
más que fantasmas
Esa mujer ¿Qué espera?
Si no tiene memoria
del deseo. Por ese milagro
de la desesperanza
su figura es magnífica.
Loca del agua.



HÁBITO SUICIDA


El agobio, la palidez
son un destino.
Concede: no vemos
la bandada que se ordena
en el cielo.
Existe el hábito de huir,
obsesión de mirada para adentro.
El vicio de los huesos
empuja al animal que soy
hacia lo hondo.
Definitivamente pálido
el pensamiento se esconde
bajo el agua.
Allí viene la noche
definitivamente agobio.
Los pececitos se internan
en la piel como finos
tatuajes indoloros.
Mezclado con las algas
un lazo
para la zona de recuerdos.
Hay un hecho anterior.
El trilobites que cuelga
fósil de mi cuello
menosprecia este orden
caótico en que sumerjo
a mi memoria.
Cuando el sol ha caído
y se fisura el tiempo
¿qué mala visión
retiene tanto miedo?
De todas maneras
cuántas muchachas
estarán pensando estas
posibilidades
en la franja negra
del desánimo.
Deberían escoger entre
fotografíarse
o bien internar el pie en el agua.
Por suerte o por desgracia
pierden el último tren que parte
hacia la orilla
y quedan
masticando corazones
de cristal astillado.
Destrozan con sus dedos
el tul de novia
casi
una picadura de agua viva.

Sentadas en el muelle
las muchachas y yo
seguimos cuchicheando
mientras pasa el agobio
porque el agobio y la
palidez son un destino
de zapato que flota
a la deriva.



LA PREGUNTA

a jean noel grau


instante de contemplar
una perdiz cordillerana
y sus hijitos
mientras beben
en un hilo de agua

dueña del momento
me entrego al goce
de abrevar
en la alianza
que hace la montaña
con el valle, milagro
donde los dorados
estallan y se posan
los ojos en un solo
rasguño al infinito

Ave naturaleza, mi querido
me aquieta con la mano
en el hombro. No es
necesario reconocer la hebra
que anuda muerte y vida
Hay un estallido
en la imagen. Lo indecible
está enfrente, en esas altas
cumbres, la palabra callada,
no soy más que una boca
que tacha
el gesto innecesario.

¿Qué de la eternidad?
sino un poco de nieve,
los glaciares, el agua
del cuaternario nos bebemos
Así -niña- me dicen-
no habrá riquezas
para
guardar
en los museos



II


Parece que hay una salida aquí donde yo pensaba
que terminaban todos los caminos

ANA CRISTINA CÉSAR


COMO SI EL CUERPO FUERA UN ARMARIO

La madurez agota:
una colección de porcelana,
corales, alabastro.
Amarlos como se ama
a un ser humano.
Sofisma provocado
por el vino.
La mano está vacía.
Nadie pasó por esta playa
sin embargo alguien
debe venir
en medio de la lluvia
porque la esperanza
¨carece de principio y de fin¨
diría Parménides
y el destino es benévolo
no deja a una mujer
mirar hacia la Meca
con los ojos cerrados.

Cuando se lave de sus lágrimas
renacerá en el alba
con las uñas crecidas
y uno que otro recuerdo.
La mano
está vacía
pero tiene minúsculos
objetos
en los que se detiene
sin musitar palabra:
conchas de las Antillas,
camafeos y cartas.
La botella de vino.

El todo va creciendo
y se acumula
como la resaca y al
retirarse el agua
quedan sobre la arena
esqueletos de sueños
cerca de algunas latas.

La playa, ese desierto,
la relinga de un barco
que se agita en el viento.
Quién sabe
adonde
van los pies
de la desesperada.
¿Se internará en el agua?
¿O junta desamparo
con guijarros?

Es hora
de regresar a casa
con los bolsillos llenos
de fósiles marinos
y las manos vacías
para que vuelvan
a crecer las uñas.


Cuando se aspira
a la serena
majestad del ciruelo
amor y odio resultan
- al fin y al cabo-
fútiles caras
de la borrachera.




LOS BAJOS DEL TEMOR

Crecen las aguas
Desde la esfera de luz
comba
sobre una mesa
el grupo cuenta
cómo
se inundan las ciudades.
En la escena se vive
con el remo en la mano
y el pelo lacio de las islas
deviene
sauce.
Esas mujeres lloran
por los restos que flotan
a la deriva
y porque
la mancha de humedad
y la de vino son los goznes
por donde los manteles
a cuadros
filtran sus secretos.
Ellas despliegan colorinches
en las polleras
y el puente sobre el río
emerge planta de pantano.
Al borde
las veredas te indican
que sería propicio tener a dónde ir
en una noche de sudestada.

Lo firme está creciendo.
Es el miedo de agosto
a la orilla que atraviesan
las nutrias
o las ratas.
En los Bajos del Temor
hay hambruna de roedores
siempre que llueve
y los viejos cuentan
historias de gitanas.
Padre río, suelta mi pie descalzo
y haz
que una mano me arrope
lejos.



LOS FÓSILES


a stella vergara



Leve festón de espuma
erosiona la costa.
Pisamos el fino mantillo de hojarasca
hasta sumergir los pies en un
cementerio
de corales blancos.
Flota el vago temor
a destruir la magia de esta isla.
Nuestras manos acarician
caparazones que han quedado
por centurias
debajo de las piedras y el rocío.

-Van en estado de fosilización-
dice mi amiga
y exploramos caracolas
cerca del agua
que moja los vestidos.
Huellas del pasado. Está el misterio
donde se hunden los dedos
y creemos haber llegado
esa mañana al punto
exacto de lo bello.
Pero es mi ingenuidad
la que lo cree.
Agua que de sed te busco
el corazón
está situado
en medio
de la roca madre.




EL DESVÍO


I



El esqueleto de una esponja
contiene poros
y un sistema de canales
que llevan agua.
Mi hija se sumerge y
contempla
al más simple de los animales.
Acaso piensa:
ninguno tendrá
necesidad del látigo
para su espalda


II


Medusa, anémonas
corales
son más complejas
que una esponja.
Hay una niña que se mueve
en el agua
y su columna imperfecta
elude
bocas rodeadas por tentáculos
y células
urticantes.
Elude
perfecta
en esta perfecta tarde del trópico
la nerviosa hazaña
del gatillo
de un cnidoplasto
sobre la postura
de sus vértebras


III


Nada y elude
los erizos del mar
y las estrellas
que dividen el cuerpo
en cinco partes radiantes
desde el centro.
No tienen cerebro
por eso - creo-
no intenta capturarlos.
Fuera del agua
se somete
a su traje de hierro.

IV

Oro sobre sus hombros,
las púberes caderas
sostienen la imperfecta
columna
libres en mar abierto
-las caderas-
como cuando
estaba
en la placenta.
Sobre su espalda
le crecen alas al viento.
Ave del agua

VI

Sentada en la proa
del ¨Fiesta Maya¨
rezo
como rezan las madres
de los pescadores
para que sólo
sea
una tormenta del trópico
esa serpiente
que se ha instalado
en medio
de su cuerpo.



CONVERSACIÓN


Conocí una terraza en el Centro de la Habana
donde una mujer sirve los jueves
té con limón y azúcar negra.
Lo finito, el cuerpo,
abiertos al capricho y al azar.
¿Es posible descubrir allí
una antigua noción
de la belleza?
El orden, la medida que guardan
las caracolas unidas
por el más débil hilo de costura.

Sobrevivencia.
Las cosas aparecen en diversidad
y oposición.
La dignidad del animal en cautiverio
observa galerías que no soportan ya el aire salobre
ni redes sin pescado.
Esto también es un estilo de revisar la estética.



LA MUTACIÓN


Otra me busca
la que soy

o era
cuando trenzaba
guirnaldas de flores
en la isla.
Se descaman fibras de oro
sobre la morena piel desnuda
y la otra
se estremece.
Ve llegar la canoa
para embarcar su cuerpo
que es otro.
Dual y esquizofrénica
corona de flor de sapo.
Anfitriona, atrapa mi cabeza despeinada.
Alisa - ella- mis cabellos resecos
y los ilumina con el brillo del sol
hasta perderlos en un punto.
(El punto exacto donde su mano
se renueva en la mía)
De un costado de la isla
surgen infinidad de pececillos
muertos.
Me lavo en esas aguas.
Reencarno
la que era
antes de verme
reflejada en las aguas.


LAS AGUAS MÁS PROFUNDAS

Lenguas de barro
llegan a la ribera,
ruido de agua
mezclada al zarzal.

Un oscuro perfil
demuestra
arrugas
que grabara el viento
y son los ojos
dos manchas azulinas
contemplando
el pique de verano
y la caída.

Si Dios estuviese vivo
tendría - pienso -
la edad del viejo pescador aquel.

Su frente bajo el lodo del sombrero
y
una zarpa,
sostiene la red.
Allí los hombres boquean
y lucen
escamadas formas
de surubí.
No es - lo presiento -
una mano compasiva:
Mano derecha de Luzbel
Escapo de esa carnada
a la intemperie.
Prefiero bañarme
en aguas más calientes
en un baño de madre parecido
al sueño total.




CARTA


Escribo lo que sé

escribo
mi sangre

borracha
caigo en el piso
del baño y un hombre
seca
con una toalla mi cabeza.

Cuando se va - el hombre-
abandona en el muelle
entre las hojas
de una casuarina
la toalla húmeda

y la resaca.

¿por qué hizo un poema
de mi toalla
si tenía

tan plebeyo destino

de sudestada?



LAS TIERRAS MÁS LEJANAS



I

El Sur. Las lengas.
Liebres muertas bajo el follaje.
Su sangre fresca y yo
bebiéndola
junto al fuego
como si fuera
tu sangre.

II

Como no puedo
beber vino
bebo el agua de los
ríos, las lagunas,
el agua salada
que sale de ese cuerpo.
Me emborracho
con líquidos oscuros,
la sangre de los animales
muertos por sus manos.
Bebo. Igual que si fuera
un cristal
el líquido se desparrama por el piso.
Te deslizás hábilmente.
Aún tengo sed.





III

La costa, amiga mía
se aproxima
cuando
tocás mi mano.
En el confín del mundo
conozco a Cordelia que
vive con un duende
y el bosque deja ver
figuras
ídolo roto
semejante
a una mirada anónima
que habíamos perdido.
Se incendia el pasado entre los leños
Nadie podrá decir que olvidamos
el robo y ese cuerpo
similar
al cuerpo
de la liebre sobre el ripio.
Es penoso, lo sé, reintentar
el regreso.
La sombra. Siempre la sombra
y su figura
en medio de los pinos.
Te confieso, quiero
lavar con la sangre del cordero
muerto por el cuchillo
de otro amante
la foto y el recuerdo.

Los habitantes de los bosques
son terribles - dice Sara-
cuando se enamoran te hacen volver.
Volver. Ver. ¿Qué del presentimiento?
Hundir los dedos
entre piel y vísceras.
Consumar la boda
en el líquido pringoso.
Allí regreso
a acariciar los sueños.
En este lugar donde nos
acunara
la misma piedra,
obsidiana
del color de tu cetro
vuelvo a abrazar la vida
que nos desheredara
vaya a saber qué padre
y tan temprano.



IV

Con el pie tocar fondo
cuando la luna alumbra
a tiempo sobre el río.
¿Quién nos libera, padre
de ciertos pensamientos?
Las velas que zozobran
Entresueño
la sangre
entresueño el vigía.
¿Quién nos devuelve
el culto
a la perdida

inocencia?




PARTIR ES UN ARTE

Doble la circunstancia
al parecer inofensiva
la vida se desliza mórbida
y no hay más tarea
que preparar el reino
para los niños que dejamos.
Fuerza del otro mundo
nos abate
y afiebradas
corremos por las calles
buscando vida
-el cuerpo vulnerable-
hasta una mosca
es más grande
que la esperanza
de una tumbita con flores.

Sin reproches ahora
veremos aproximarse
la hojarasca
El beso, la risa
y como un reclamo
las miradas.
Otro momento más
y la mujer desciende
ya no carne y hueso
sólo mortaja,
amiga mía,
el instinto llama a silencio.
Te está empezando a doler
la espalda – te quejás.
El instinto, una sólida
paliza que nos acerca
al borde.
No digás lo indecible.
Se corporiza el miedo
acá
no ha pasado nada:
el cuerpo flota en el agua
y las amigas dibujan
su círculo amoroso.
Me gustan las sandalias,
su pelo, me gustaba.
Esa mujer, mi hermana
florecía
en agosto
y ya no morirá
de mal de amores.
Luce un vestido
guatemalteco
y la veo irse
por el Delta
siempreviva en las manos.

De, El libro de las aguas


María Cristina Santiago

Nací en Buenos Aires, en el siglo pasado. Profesora en Letras (UBA). Docente, poeta, narradora, traductora de italiano. He publicado: Poesía: Soy el lugar de las apariciones, Fuera del serrallo, (Nusud, 199l), Vidrieras de Ámsterdam , (Nusud, 1996) (ler. premio Fondo Nacional de las Artes); El libro de las aguas (Libros de Alejandría, 2003). Narrativa: Lucía, por mirar de reojo (ediciones del Citrino, 2000).

sábado, junio 02, 2007

MIRTA ROSENBERG (Teoría sentimental - libro completo)



Teoría sentimental
 está incluido en El árbol de palabras. Obra reunida 1984-2006, publicado por Ediciones Bajo la luna.


Introito

Imaginen un interior clásico. El de la casa de Agatón en Atenas, antes de la celebración del Banquete. Interior austero de paredes pintadas a la cal y carentes de adornos, piso de tierra apisonada donde se han esparcido ramas y flores. Pequeñas llamas cubiertas por gruesos fanales de vidrio iluminan el cuerpo de los filósofos que descansan en los jergones, descalzos y recién lavados por esclavos a quienes se ha pedido un trato de anfitriones atentos y complacientes. El vino ha sido alimentado con miel y especias y, en honor a ese Dios que suelta las lenguas y calienta los corazones, se cantan scolias para que la verdad no carezca de forma pero tampoco de alegría. Aquí discursean Sócrates, Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón y más tarde, Alcibíades. En esta versión está también Diotima quien ha dejado de ser un artificio discursivo de Sócrates para formar parte del Banquete en un sitio un poco alejado de los otros, no por haber sido excluida sino por vanidad. Otorguemos el papel de Diotima a Mirta Rosenberg. El orden de los discursos es de izquierda a derecha y sólo se interrumpen para devorar delicados platos que excitan la sed. Diotima no hace discursos, calla con esa expresión que le es habitual: la de un gato que ha metido la pata en un agujero del zócalo y ha palpado la cola de un ratón. No necesita hablar, está todo escrito. Ni le importan las bellas frases disfrazadas de protocolo para con los muchachos y sabe que todo corresponsal amoroso es tan inexistente como la voluntad del amante. Diotima rechaza las sardinas envueltas en hojas de higuera, los quesos salados, y las salchichas aderezadas con salsas picantes y sonríe ante el juego de cótabos que consiste en derramar con habilidad las últimas gotas de la copa en un recipiente colocado a cierta distancia mientras se invoca el nombre de los deseados. Su Teoría sentimental no lleva más que a una práctica: escribirse. Por ejemplo: "pero es la imaginación quien hace que te ame porque obras, dicen, es amor…". Es que sabe que el amante es un narcisista abocado a realizar trabajos forzados en las canteras de La Lengua para extraer las más bellas figuras, debe ir de la tragedia interior a la rima interna (una cosa no es alquimia de la otra), narcotizar el delirio en métrica elegante. Por eso nada más artificioso que un poema de amor aunque conduzca a versos sencillos.
Alcibíades es elocuente. Sócrates el filósofo vedette. Pero se necesita mucha más sabiduría para dudar como Rosenberg ("¿La poesía es el lugar de preguntar?") y mucho más fuego para escribir: "Al irte me quedo en blanco sin el muro/ de tus brazos y sin el gesto reacio, más duro del corazón reticente…". Sin embargo, ¿no se trasunta además de un cierto sufrimiento, el goce de haber hallado la palabra precisa, la música que pula el diamante retórico en la ganga confesional?
La "máquina de dolor" de Rosenberg ha fallado y produce otra cosa: belleza estética. Por eso el ilusorio objeto de amor podría reprocharle como la bella Alia a su corresponsal Slovsky: "Tú, con diversos pretextos escribes siempre sobre lo mismo. Deja de escribir cómo, cómo, cómo me amas porque al tercer ‘cómo’ comienzo a pensar en otra cosa".
La luz del alba cae sobre Sócrates en una cita trágica de la última cena de Cristo. Pero es toda una comedia. Sócrates le está guiñando un ojo a Mirta Rosenberg.

María Moreno


El arte sería tocarte, un invento,
insignificante si el olvido lo demora. Lo siento
porque es ahora estallido de la rosa
presurosa del instante,
extraviada en el jardín

y devuelta por el sinfín
de las horas transcurridas: una... dos... tres...
Si te toco, ¿cómo es? Hay lo mucho de lo poco, digo
el beso, el exceso del miraje y... ¿puede ser, ahora sigo,
el encaje de tu aliento

en el reloj del oleaje? Atravieso
los celajes, el fervor, las profecías (¿el amor?
¿no será la porfía de la "máquina del dolor"?)
y llego acá: "El arte sería tocarte". Silencio. No
confundo confetti con maná

pero igual estoy perdida
entre viejas cartografías de la ruta de la seda
y la pasión como centro. ¡Ah corazón, me decía,
explícate como yo, que estoy adentro de un cuerpo
y sin embargo con vida!


No sabía
que el diamante fuera pájaro
ni tampoco que muriera
de una muerte que no fuera
natural:

un diamante
tiene la suerte del brillo
de la centella, aunque alguna estrella
se enfríe y la sal de la vida sea
lo que se lea

como novela
por el rabillo del ojo
de un gran lector
cenital. Adivinó que era amor
y se

ríe:
se pudiera, escribiría en potencial,
y si no, sería contante. Me enojo,
hago mal y digo para
adelante:

ese
pájaro se ha muerto y no es augurio
de Lázaro ni de santa ni sabbath. Lo cierto
es que yo te extraño y que es Maureen la que canta
pelirroja

con esplín,
la verdad de lo ocurrido "You'll never know
how much I miss you" You es tu, sos vos,
SOS, como un pedido de auxilio,
miss,

cualquier
daño fue anterior. Estoy a un tris
de entender (¿un diamante es doble amante,
o dos veces sin objeto o sólo un reto
a la

repetición?)
que por ejemplo otra vez, algo
me está esperando –corazón-mata-callando—
y se va, como en inglés, "sobre su ala",
vale decir,

se nos vuela.
La textura del tiempo, Vladimir, es rala,
una usura del instante y de sufrir cuando apela
a no sé qué: nunca volver es lo mismo
que

irse
para adelante. Me tocaste, ¿te toqué?
¿Compartimos un abismo? Dame, diste,
dí, diré: las facetas del diamante
son,

no sé,
mejor hablame y te creo. Así como quien reza
sin un deseo de asceta: todo poema es de amor,
toda guerra es interior, toda palabra
está presa.







La imaginación, decía, plantea más problemas que la memoria,
que podría ir desde Sófocles a Auschwitz, sobrevivir a su historia
y no decir palabra. Pero la imaginación no tiene tema sino la varia
materia de la noria personal: no se memoriza una araña,
se la sueña o se la ve en la hebra. Yo trabajo con sobras
y con saña. Por ejemplo, ahora te recuerdo y cobro valor,
pero es la imaginación quien hace que te ame, porque obras, dicen
es amor, o porque siempre me trajo lo que atormenta. Atormentar,
en cambio, debe ser terrible exigencia a la atención, si se pretende
ser buen atormentador. En esencia, hay que decir lo inasible:
hasta dónde se puede sufrir, y detenerse antes. En el ojo de la aguja
el camello no se enhebra, pero si uno lo concibe con el ojo de la mente,
el camello lo atraviesa, cose, borda, incluso vuela y luego vuelve a su sitio
de realidad: ante el pesebre, en el circo, el zoológico o Arabia,
siempre rodeado de arena. Arena es lo que sobra, la verdad,
de constante en este juego que no deja ir y volver si la tensión se hace corta
o agobiante o cuando apena. La tensión, yo me creo, es totalmente arterial
si nos importa: cuando nos hierve una idea una imagen se dibuja
donde el cuerpo bulle y gorgotea: lo veo en la sangre y acción de toda
la voluntad: riñones, corazón y otras vísceras, tendones, uñas, secreciones
y narices que aletean. Falta el aire, se desea lo que no hay; la imaginación,
complicada en el proceso, se caldea. Va a arrancar –como gata ronronea—,
y de cuajo, la raíz de este problema: su lema es crear otro, otra
dificultad y embeleso. Lento, el recurso de la lógica empieza su goteo,
su imbécil filtración en el deseo, pero el cuerpo frágil se resiste,
es más fuerte. Quiero tenerte, y me exige. ¡Bravo por el ojo de la mente,
que detrás de la emoción está presente, y expreso!






Quiero para mí esa belleza, quiero para mí esa confianza, así, del cuerpo
con su cabeza, apropiada como remate, y pensar en eso. Me acerco
y los vestidos no caen pero igual el corazón me late
contra los huesos de estar desnuda: cambiar, tonta muchacha,
pantalón por camisón no es la cosa ni es poner seda dura
de una rosa en la balanza: una jaca está salvada
por olvido –si no corre la carrera, nadie le pierde
el respeto. Me cansa el reto como la cera de vela:
acumulación y olor, laca sobre escultura o la norma
de la rosa y su perfume sin tacha, que es la rosa
ignorante de la espina. Quiero entender, es decir,
quiero la ruina y la altura, esa luz de luna que riela
caída en el Paraná. ¡Ah, más allá, entre las islas,
los vuelos de mangangá! Sé de una que me dice
vivir una vida impune, sin el riesgo de la falla,
es decir,
como tierra sin garganta,
desfiladero o quebrada, y no es insecto que vuela
sino apenas superficie
al sesgo sobrevolada. Pura
molicie de persuasión más oscura: un cero,
es decir, nadie escucha y todo habla en cualquier lenguaje
y laya; a la ocasión la pintan sola y a la muerte, calva. Yo espero
y me muerdo la cola. Depende de qué se espera lo que se lleve a su término:
la salva de la metralla o la absolución que no salva de eso que había que dar.
¡Ay si es que doy, si me diera, ya no queda más que hablar! ¿Quién soy?
¿Miraje de qué mirada? ¿La que me podría amar? ¿Si me esmero?
¡Bah! Lo que diría, dirá: no hay nada. No soy yo ésa
que digo "quiero para mí esa belleza", etc.,
y sigo en la letra.





Mi sufrimiento es uno que no te interesa.
Un grano de arena en el desierto
de tu pena, que es infinita. Por mi parte

creo en la marmita donde cuece
un caldo diferente, y yo sonrío.
Estoy pendiente de tu gesto, y este estío

da un calor que no parece la pasión. La pasión
es el dolor de la madre, esto que conviene
no creer, pero da mientes. Estés

donde estés al fin tendrás que escucharme.
No darme la razón sino el tesoro del sonido
y la pura vibración de la belleza

que saludo como tuya, como ésa
que no sabe estar pero se queda,
y yo retengo. No te tengo,

quiero decir que me reniegas. Renegada,
soy la nada que subsiste, y en las cláusulas
deseadas voy debida:

me enfermo y me intoxico de tu voz
y digo no a quien nada
me requiera.








La espera es un encantamiento. Recibí la orden de no moverme,
y lo siento: estoy inerme tras el cristal blindado del ojo
que me ha mirado sin verme. Haría falta un diamante de punta contra el vidrio
para cortar el embrujo, una incisión por facetas, la dureza
del iridio. Te tengo, decía, donde no estás y yo me he ido
porque todo lo ha volado un vendaval
que roba el sitio: el sentimiento. Raro lugar
de soledad en pedazos que este dolor atesora y es roja, y es tanto,
que me corre del encanto. Caigo hacia lo real y sé que si estuvieras
caería más hacia el centro. Caigo hacia adentro. Espero porque es extraño
estar donde nadie queda mientras la hora suena y su textura se cumple
en la promesa de la seda: voy a sentir por retazos. Aunque sea
de una pieza, sin suturas... Tu piel era pálida y era esa cosa peculiar
de la nube pasajera que sin lluvia la presagia en otro lado,
y lo mismo nos refresca: esta noche mi espera dura hasta que amanezca.
Va a escampar, está cantado en la voz espaciosa del presente
que ya ha pasado y... sí, hechos lazos allí. Era cálida, decía, con el calor
como esposa aliada contra tu flanco, mal avenida al espacio
que cabía a los demás. Al irte, me quedo en blanco sin el muro
de tus brazos y sin el gesto reacio, más duro, del corazón reticente.
No hay razón para odiarte que no sea la verdad: para el amor no hay resquicio
que incluya a dos, y en el vicio de la voz, a esta hora,
sólo urde lo perdido. Soy el presente, fatal,
que demora la ocurrencia y que anticipa
el sentido.







Un caimán pálido pero subido de tono por tu boca habla y no, en realidad
es un mono caído de su rama, tan pequeño y tan gracioso que tampoco
frunció el ceño cuando el apoyo cedía. Yo quería un shamán, no ningún instinto
que no fuera la caída, ningún destino alto en vista ni maldad, salvo el olvido,
no de sí, o la sordera. Me muerdes mientras lloras... ¿Es destrucción ese álamo
abatido por el rayo? ¿Es destrozo? ¿De cocodrilo
diría yo esas lágrimas? Hay un imán que corta el hilo de las horas y lo pierdo,
y lo pierdes como si todo fuera ensayo y no la única vez. Cada vez es
y yo soy parte de una lista, que me callo porque ya no lo sería
si dijera que tu escena estaba preparada y esto, lo que siento,
sería nada. Todo esto que siento sería nada si no fuera
lo que es... ¿Qué es? Más que pregunta, erguida, marabunta de la afirmación
que come y rasga en dolorida
superficie devastada. Si es que soy,
es que tu boca está loca cuando habla; cuando no habla
no soy: estoy enamorada. ¿Es el amor abandono,
actividad de la boca, reunión en esencia, roca
de aquella efigie cuarteada por el tiempo y la ocasión?
Absoluta diferencia y discreción cuando digo
estoy entregada y siendo,
ya no soy. ¿A quién le interesa?
A mí que estoy aquí y que soy ésa
partida por un ciclón que da más tema,
esperanza, expresión, palabras
de estoy sufriendo. Reflejos y
reflexión: si me leo creo
que estoy mintiendo, escribo
sólo tu voz.




Babeando en la parrilla, es decir sobre ascuas y esperando
que este fuego no queme ni cocine: no puede ser. El ser es esa cosa
que no arde y si empeora no tiene ni siquiera la gracia del leño
de madera. Me consumo. Soy el humo que, elevándose, me hace
lagrimear... ¿La densidad será mi gracia? Siento el peso de la edad
y no diría la desgracia mas la ley. ¿De la vida? ¿Diría "Que esto siga"?
Va a seguir, indoloro, inocente, inmerecido, como el roce de la mano distraída
que arde como papel. ¿Estar sobre ascuas es correcto? ¿O decir mejor que en mí
ha entrado alguien que se quema? ¿Gente? ¿Nunca estuve ahí? ¿El sitio
de preguntar es la poesía? Si supiera qué decir no escribiría,
me iría de aquí, más lejos de la muerte o más allá donde haya espacio
para la fragilidad, es decir un tiempo para aprender a durar. Babeo y mi saliva
sisea sobre la llama, llama. A la luz de la porfía, día tras día: estoy enferma
de eso: eso, densidad y negro. Me arreglaría con la verdad: no puede ser. El ser
es esa cosa preferentemente mentirosa: hasta me apeno a veces mientras crece
la imaginación, la ubicuidad de la ficción. ¿Estoy junto a vos para arder
por motivos personales, por la muerte de dos, de los seres queridos?
Todo lo lleno, y todo estaba pleno. Envejecer es quedar a mitad de camino,
n'el mezzo del cammin. En el puro retintín. ¿Adelante? Atención
a las señales: "curvas virtuales", "tramo penosamente tortuoso" o
"por mí se va a lo que he sido". Lo que seré es mío, y eso es no estar
atenta a lo que amo, a infiernillo ni a su llama, que es de alcohol:
belleza, combustión y eso. El humo se disipa y si te hablo
es porque mandarte al diablo, amor, no resulta suficiente
para sortear el brillo de tus ojos. ¡Que los muertos se levanten,
que consientan! A cada cual su gozo y su ceguera; a mí la lenta
suma de tu voz y tu manera de arder que llama como bruma,
deshaciéndose.




El alma enamorada huele a encierro. Abrirle
una ventana sería que me amaras
de manera que yo viera, más allá de mis narices,
tus quimeras. Digamos,
por ejemplo,

el "arte efímero", como esculpir sobre hielo,
y lo hacen en Japón. Pero yo, que tenía el don
del instante, quería el cielo y también
la duración, que sería,
pongamos,

arte de melancolía y de repetición. Tocarte antes,
de una vez y para siempre, convertirme en daga
que fuera, a su turno, atravesada por la espada
de tu sufrimiento y tu energía
a pesar de,

reconozcámoslo, su cualidad afilada o calmante. Mi alma es
cuarto de enfermo, enamorada como está y estoy
cerrada para que de allí vida no se escape,
aunque huya sentimiento, confesión, salida,
sin duda

yermo de emergencia –la presencia es desagradable
si farfulla en un lenguaje incomprensible y no es morada
de significación. Estoy herida y cuánto, alma, madre mía,
está vendado tu dolor que sería,
no obstante,

lo entrañable de esa llaga. Haga lo que haga
alguien las paga, pero aquí el proverbio queda corto y,
efímero o durable, el arte con su ultranza
se hace aborto, estéril o sutil, del mismo sentimiento intratable.
Aunque,

hay que decirlo, el desborde no resulta suficiente
y lo notable, como siempre, es el dolor
de saberlo. No hay templanza: si vivo en un infierno,
es que me enferma el autorretrato. El relato,
en todo caso,

es tierno abrazo de futilidad y encierro. La verdad,
harina de un costal aparte y tal vez, sólo tale vez,
todo arte sea efímero, o lo es. Tocarte es despropósito,
pero asesina belleza subsiste y si me viste,
porfío,

mejor lo explícito es callado.







II
Lo seco y lo mojado

a mis padres


Admiro tanto ese pico nevado que se alza entre las nubes
como el foso redondo de tu ombligo apaciguado por el mundo.
Ninguno de dos, en lo profundo, amo, pero su sirviente soy.
Te amo. Rozo el azul, que es transparente contra el blanco
de nubecitas viajeras, aunque para decir te amo
lo haga a la manera del agua silenciosa que es manera
de lo hondo, de la fuente lejana,
del perdido pozo.

···

La aridez del día, la noche la repara y nada
es fulgor sino la luz que entre la sombra se levanta. Digo,
mi padre tenía una pistola en la guantera del auto y yo,
a los cinco años, lo sabía. La pistola era calibre 38
y esa edad cumplo este año, 89, sola y nada entera
por saber tanto de armas.

···

Te amo. Si lo repito perderá significación y ganará
su significado: señor, señora de los ríos y las fuentes,
señor que está en lo alto. Nada me mueve sino el mismo don
de penetrar el misterio que es hilar entre el mar
y ascender la ladera. La cima es lo que araña,
contra el cielo.

···

Una reunión: llegar a la cumbre, tras bosquecillos
de pinos que pierden sus agujas para bordar,
en escenas sagradas, los pasos de la danza ritual.
En Córdoba llaman pinocha a lo que cae y donde cae,
el pasto, la hierba, la brizna,
ya no crecen más.

···

El mismo don, el de operar con el mundo y no interferir
en el proceso, el de la vida, de pura sustracción y no de suma.
Para eso, la luna.

···

Es de fantasía, pero es mía: una zona de querella.
Esa estrella, puntuda, allá en lo alto, duplicada
se refleja en el agua.

···

No digo la verdad. Sería te amo, si no lo puedo
evitar. Me sobrepasa el sol como un lugar
de ríos encontrados.

···

Soy un afluente: vengo del mismo don
y de la fuente donde el agua canta y se retira:
por eso soy nadador que en la corriente
atrapa peces, los reparte.

···

Aquí llegué, lo sé, para escalar esta altura consecuente,
este lingam de blindada superficie, este monte de las rosas,
arrasado, que en mi padre es punto de partida y en mí,
punto de caída. Te amo: sólo el vacío es exacto,
punto de giro.

···

¡Ah la sombra que me ahoga y que me abarca
para que la luna brille,
suficiente!

···

Pienso en tu mirada. Se encienden ráfagas de sol,
chispitas doradas y amarillas como el limón maduro.
Estoy de rodillas, mientras tanto, a los pies
del árbol del sonido, dulce, agrio,
contemplando las nubes fugitivas.

···

Éste es un sitio habitado. Derivando de judíos y cristianos,
no tengo religión sino te amo. Allí me apersono
de mí, porque la fuente canta y la montaña vigila,
y todo se asoma entre las rosas como una especie
de alma o fragancia iluminada.

···

Yo no sé: si sueno, soy. Eso es todo. Por lo demás,
el mismo don, aunque no el don perfecto. Te amo,
y soy perfecta. Caída en el vacío del agua
más exacta, la profusión del lodo en las riberas
me verifica.

···

Sólo sé salir de mí para buscarte entre rocas de lava,
líquenes secos y briznas mojadas de saliva o lágrimas. Tengo
los ojos llenos de invocarte cuando las estrellas frías queman,
en el techo de la noche, tenues agujeros en lo alto. Sé
que vendrás, que alguna vez
esta montaña fue volcánica.

···

Regreso a la fuente y miro el agua. Desde la terraza
de la casa de departamentos, soy muy alta. En el Paraná
flota una rama caída hacia el sur, se va arrastrada.
No desaparece porque calla.

···

Cuando hablo soy variación de donde salgo: señor del desierto,
monte y páramo, señora de lo húmedo contante, señor de los enfermos
que está enfermo del mismo don que canta en mis oídos,
que yo traigo. Te escucho porque me hablas
como una brisa cortada por acero
de esa hoja atribulada cuyo filo se ha mellado.

···

Este amor es posibilidad más lejana: de no ser así quemaría
su certeza incandescente, demasiada luz y caería
demasiado rauda. No este brillo que sube lentamente
desde el agua hasta las ramas y que tiembla
entre las hojas de las tipas, cerca de mi casa,
al pie de la barranca.

···

Aquí te espero y estoy en ningún lado, el sitio exacto
donde te amo. Si el teléfono sonara sería luz
con sombra de mi madre y agua que vuelve desde lejos
como un sueño de retazos, inalámbrico. Estoy
soñando que te amo. No hay significado.

···

Te recibo como a un huésped llegado del océano,
como a un pez atrapado por dedos de las algas,
como a algo que ha venido a despertarme. Nada de esto
tiene nombre sino sombra o ruido de revelación. De pie
sobre una ola de arena seca, bajo la luna, te veo y veo un mar
que ondula como viento. Te amo. Erguida,
es mi privilegio no nombrarte.



III
La herida íntima

The private wound is the deepest one.
W. Shakespeare,
"Two Gentlemen of Verona"


Pienso en la semilla a la que nada parece faltarle: es difícil
hacerse necesaria a alguien que aparenta no tener vanidad
y cerrada está completa y acabada en toda su promesa. Será.
En todo, la semilla es verdad desde el principio, sometida
a esa urgencia de lo quieto. No te creen, no me creas. Como
la primera mirada, la tuya me deja presa de lo que sea. Este
dolor-anzuelo que aniquila a veces es mi cielo simulado
por aviones sin continente, estos pájaros pintados por aquéllos.
No me creas al decirme que me vaya del sitio-semilla lleno
donde yo falto solamente.

Y por otras faltas. Hasta la indiferencia de la luz es diferente
en esta sala de proyección donde hacés falta, como todos
los matices de lo negro. No te creo. Te dicen que te vayas
cuando en este cine abandonado crecía una boca de luz
en la pantalla. Solamente una pantalla pintada o una sombra chinesca
en la pared de la casa. No me creas. Es mi turno para el corazón,
y la casa se ha vuelto cáscara, de piedad, de lo que late.
Retirada-diástole, pero además es tiempo y tengo malos
pensamientos.

Últimamente el mundo se ha vuelto lento y encapsulado
en su campana propia de seguridad. Todo sigue
a punto de ocurrir, como una hipótesis del dolor
que yo miro en tus ojos y descarto, demasiado rápido,
como una enfermedad del aire, demasiado diáfano.

Todo se ve desde aquí, como desde una famosa estatua
sin cabeza cuyos ojos te han seguido, sabés, a todas partes.
Han pasado, pongamos, doscientos años, el lugar del tiempo
se ha estirado como un corpiño muy usado, primero por tu madre.
Aquí estamos. Los muertos están muertos y te has ido, aunque te hayan
dicho que te vayas. No me creas: es un pliegue del lugar, este país
no existe. Únicamente en una alforza del tiempo, ahora,
diría que te amo.

Pero la semilla resiste, como una pestaña del tiempo. Semilla-alforza,
costura invisible donde parece que no se nota nada. Completa,
faltaba, como escribiendo sobre tu espalda que no existe,
que yo te amaba, y me volvías la grupa, la curva de las nalgas.
Tu trasero es mi punto fuerte, y mi desgracia.

El tiempo se ha ido al traste. Los dioses son enfermos que marchitan
el malvón del patio, la mirada del mirlo que habla y la niebla rosada
de tu boca borracha. Me ilusionaba. Se están muriendo ahora, dentro
de doscientos años.

En todo caso, falta. Habría que dejar la cáscara y secarse
como una naranja que contiene lo que la contiene: pulpa, jugo anaranjado
y las semillas de otra naranja. Otras, estoy equivocada
pero calma, quedan las palabras y la gracia astringente
del Maestro, con sus tres limones en el plato. Dorado-verde
y ácido, como cosas de muchacho.

Un sol exprimido para mi tesoro, y sin embargo estoy cansada
de la apariencia de las cosas y los nombre que les damos.
Cada sol, un don, y su tesoro, sinónimos calculados para acopio del vacío.
Semilla-tornasol, morir como reflejo y es verdad: no me creas
porque diga que escribo el fin y te amo, todavía,
como semilla-savia
de semilla.

Como una película que se está proyectando con una cámara demasiado
rápida para el dolor, más lento. Te amo todavía y he quedado
en una alforza del tiempo, que tu gesto ha plegado y mi permanencia debilita
porque abulta. Lo que vendrá siempre es una carga.

Asistir a entierros o encerrarse tras la coraza fugaz de la distancia.
Un arte del dolor, como sacar basura hasta la calle o enfrentarse
con el trasero de las cosas, la parte posterior de lo que ha sido,
mandarlo todo al traste. No me creas. Te dicen que te aman, todavía,
y no han pasado aún doscientos años.

Pasarán, susurra un daimon que pasaba a mi
lado, con el pelo largo y entrecano, y después: Oblígame a no temer que dejes
de amarme. A no temer que me ames, porque semilla-cáscara
y distancia, del dolor, como un hotel por horas, amor
debe ser medido. Dolor por horas, porque vivo y se están muriendo los dioses
o los bienes, o los padres. Mi maestro se llama Hugo, ahora, dentro
de unas horas o de doscientos años. Siempre es masculino, un daimon.

Pero era un ángel, sintetizo, y no me creas: este sol que he exprimido
es el tesoro que me cargo a cuenta del banquete, donde peces
y panes eran peces y, además, llegué tarde, arrepentida
de haber cruzado la ciudad entera en vez de quedarme
en mi propia cocina. Me quedé pensando en la semilla, que parecía
completa. Lo que quería, me parece, era la planta-promesa.

Pero sigue intacta, como una espina de corvina atragantada
que ni el maná disuelve con su gracia, porque no tendría por qué.
No estás, no te creen, es decir, estás a salvo de otras muertes y te queda,
solamente, este reflejo en el agua, que me interesa. Si soy yo,
agonizo entre larvas y flores del pantano, como semilla-vara
a la que nadie cuidaba.

Y sin embargo crecerá, como mi abuela materna en las cuchillas
de Entre Ríos, entre cañas sostenidas en el barro. Así
mis hijos. Pero en esta luz, que falta a la verdad, sobre el aire
como en espejo de ascuas, hecho a nuestra imagen
que es tan sólo semejanza de lo hecho, a tientas,
como gritar bajo el agua.

Cualquier sueño es submarino: de noche rondo tu cama vacía y bebo
el agua perlada de tus plantas. Que me creas ahora, cuando no estabas
y yo sólo te miraba para verte en todas partes la luz de la mirada.
Estoy haciendo tiempo por el hecho de no desperdiciarlo,
porque quiero que me estés mirando y que el tiempo
que me creas nos alcance.

No me creas: cualquier tabla de salvación incluye su amenaza:
nos hundimos mientras estás en otra parte. Los momentos
son robados; los encuentros, incesantes. El corazón,
como un misil de película muda, suda por sorpresa propia
de estar allí, desconcertado. La música incidental
del perpetuo pianista lo desgarra.

Me quedo aquí, te vas de viaje. En lo que a mí respecta,
no me has abandonado: es tan sólo el dolor del padre en su certero
viaje solitario, como semilla-lápida y así, en mí,
los restos de Europa se terminan como punta de lápiz agotado
por fatiga del grafito, debilidad del leñador o el carpintero.

Y me excuso de tener oficio, sudo, porque cualquier cuerpo
me da pena y su ejercicio, casi siempre fortaleza.
Sacudida-sístole, insegura, por tener todo anotado
en los márgenes de una historia mayor, por más vieja
o por más grande.

Mirta Rosenberg

Indice


Introito

I
Teoría sentimental

II
Lo seco y lo mojado

III
La herida íntima



Mirta Rosenberg nació en Rosario en 1951. Actualmente reside en Buenos Aires. Publicó los libros de poesía Pasajes (1984), Madam (1988), Teoría sentimental (1994) y El Arte de Perder (1998). Forma parte del Consejo de Dirección del Diario de Poesía desde su formación. Además es traductora, y como tal editó, junto a Daniel Samoilovich, Poemas de Katherine Mansfield (1996) y Enrique IV de Shakespeare (2000), también junto a Daniel Samoilovich.