jueves, enero 10, 2008

EDUARDO ESPINA



No sé si el procedimiento tiene infancia, pero pasa algo así. En el momento menos pensado –porque el pensamiento siempre viene después- algunas palabras llegan. De pronto están. Mientras las otras andan por ahí, quién sabe, esperando que el diccionario las recobre, las activas sin solicitar para la frase llegan imprevistamente, esto es, sin que hubiera premeditación. Nunca digo: “hoy es un día hermoso, hay poca humedad, no se pronostican lluvias, escribiré entonces un poema”. El poema llega aunque esté lloviendo. No depende del agua, ni de charco alguno, ni del propio poeta. Viene. El poeta, en todo caso, es el encargado de recibir al lenguaje, de darle la bienvenida, de decirle que se quede, que podría ser incluso peor si no estuviera. El poeta se encarga de todo eso, no de hacer que el poema venga.

Por lo tanto, puede ser una frase que surge, de una estructura que se siente con más comodidad en la página (pasa de la oralidad a la auralidad), de una imagen que impone respuestas a las cuales cabe encontrarles preguntas. Cosas así. De pronto, mientras uno mira por la ventana o espera que el teléfono no suene, el poema viene. Ya llegó. Toda la labor restante (cargarlo de palabras, encaramarlo en sus trinos intransigentes, reescribirlo), será pues tarea mediadora, nunca iniciativa ni parte activa de ciertas soluciones. La iniciación, en todo caso, está en dejarlo que llegue, porque así viene mejor. Por lo general llega primero al papel, luego a la máquina de escribir, y finalmente a la computadora. Si hubiera una cuarta posibilidad también llegaría allí.

      El poema puede venir con ruido, con música, con silencio exhausto, con nada o nadie de por medio. Su plan es no tener ninguno, aunque ahora tengo como plan tener uno. El poema deberá adaptarse a un plan racional que antepone ciertas expectativas sobre las cuales la escritura pondrá en jaque su porvenir. La resonancia instintiva dejara paso a un cuerpo retórico escasamente neutral, a partir del cual la sintaxis deberá hacer su trabajo inconformista. Es el más difícil de todos. Sacar a la superficie una permanencia dispuesta a no cambiar de fisonomía y sin embargo tener un porvenir camaleónico, el que le permita a cada diferente lector lograr una versión diferente de la historia del poema. Por lo tanto, escribo lo que va surgiendo, pero en el proceso de escritura lo escribo según mi voluntad, no la del lenguaje actuando a su manera. Soy pues, el intermediario entre la necesidad de escribir y el lenguaje cuando se siente necesario. Soy el que habla por el lenguaje. Quien pregunta: ¿en qué piensa el pensamiento cuando no tiene nada que hacer? El poema se construye con las estalactitas residuales del acto de pensar, a partir de las cuales aquello que no ha sido todavía pensado hace su aparición.

Últimamente, esto es, hasta casi ayer, he pensado que hay épocas en la vida en las cuales todo puede ser escrito y hay otras en que todo debería quedar callado. ¿En cual de ellas estoy ahora? Tampoco antes, ni ahora, lo he sabido. Queda más bien ese temblor, miedo como que no quiere ser completamente ni del todo, de que algún día el silencio tendrá el mismo tamaño que el lenguaje cuando tiene cada vez menos para decir. Tal vez, y es otra duda, escribo todo el tiempo para no pensar pues si pensara el miedo –pánico- a quedarme sin lenguaje estaría mas ahí, como que hasta lo podría ver, acercándose, amenazando con pasar a formar parte del archivo de los días. Ergo, ante este porvenir cuestionable, escribo la mayor cantidad posible, amontono, someto al solipsismo, guardo, ahorro partes escritas casi completas esperando poder terminarlas algún día. Mientras tanto vivo, lo que eso sea. Y corrijo.
Corrijo obsesivamente, pues en el paso de lo dicho a lo supuesto esta la materia principal de la poesía. Corregir es la etapa primordial del poema, la única que absorbe el habla del alma para preguntarle si tiene algo más para decir. En ese algo mas que siempre puede venir en lo que ya está, surgen acontecimientos, interrogantes, deseos irrecíprocos. Una gran cantidad de cosas. Corregir es pues escuchar a la vida después que se ha salvado del consternamiento. Respecto a los procedimientos, corresponde al lector encontrarlos. Los hay y responden a un complejo mecanismo de relojería, pero seria caer en lo nefastamente didáctico aludir con afán pedagógico a ellos. En fin. Hay una sintaxis en la cual me reconozco y oigo hablas que son mías, estados alterados minuciosamente ordenados por esa manera tan antinómica de decir que yo llamo poesía, espejo en el cual las imágenes y frases nadan a su naufragio. Por un tiempo quise escribir de otra forma, pero siempre me salía yo. Quiero escribir pero siempre me sale Espina.





Poemas


Lengua materna

(Está escrito y entonces se escucha)



La mirada sueña su ser sin ser cierto.

Nada imprescindible es inversamente

proporcional: el uso sacia lo silvestre,

el empolvado a la par de la apariencia.

Hace un rato y en el país aún paisajes.

Las palabras preguntan por las plantas

en lo que no podrían responder, ¿y si

lo son? Abruma un deslumbramiento,

y dentro de la casa casi una situación;

la casa, ese espejo para pecar después.

Todo lo nuevo tendrá redor de urracas,

librada membrana adonde despertarse.

Corre a sus ansias una visión valiente:

el río sagrado en lugar de los hogares,

la velocidad del oro en aras del viento.

Entre tanto el árbol del tabú osó soltar

azores por las montañas nunca únicas,

pasó el pulso del papiro a la memoria

al morir la hora entre la ausencia y un

espesor infinito: algo todavía por ipar

y pare al alba el hábitat la sílfide feliz.

Raspa por el paisaje lo que no es poca

cosa y la costumbre de obrar en breve.

Ya el tiempo o regresa la idea a su lid,

regla grave para agregar a los agüeros.

Detrás del austro otro estruendo atraen

distraído por traer a las horas el drama.

Entre hoy y ya pasaron varias semanas,

quede para el domingo lo interminable,

el perfume cuya forma fue la felicidad.

Algún rato será mientras el aura ocurra,

rápido rasgando la suerte de herraduras

cuando a ras la siembra reciente roza al

sauce en los cielos pero sin nunca serlo:

nada simple es similar a la próxima vez.

¿O ha de ser el infinito, puro fin, de qué

y qué ha sido del silencio al asomar ahí?

Altura callada, hada del más dócil nido

de voz a variar con la voluntad del tala.

Tilos, hielo, años de ñandubay como va

único el corazón del agua a darles caza,

y zarzales al hacer del azur el resultado

y razones para las zorras en la cerrazón.

Va por tal porvenir el dorado anuro, va

la paja al pico en su pájaro, gira airado,

a lo invencible viaja antes de saber esto.

Ah del aire a solas como punto de vista.

Cimas, alma para no dejar de parecerse

al cierzo donde tanto está que ya estaba.

Rumbo de madréporas, de mirar encima

la misma similitud de sol cerca del lirio.

Sea hasta turbar fuera una esfera infinita

contra la fronda que en canéfora viajara

por ver el verano esperando al pampero,

plan inmóvil que la paz puso en peligro.

Oh del tiempo para después de los días

dados a la penúltima idea que les diera,

lingua, gualicho, noche de yutes chatos

siempre y cuando en el tranco aprenda.

Es por eso de pagarle a la belleza lares.

Pero no todo embellecimiento hablará

de lo oblicuo en la arboleda: el bosque

bañado de vencejos, da el visto bueno;

está la luna para que luego la explique.

En la gema del ojo grazna lo agrietado.

Dentro, lo que no es nada, deja de ser.





Naturaleza, lección del contemplante


(Por una vez el Río de la Plata tiene razón)



I

La rana recorre la recta anual, tan de repente.

Sobre el astro lacustre la luz hecha de ébanos

veía al abeto hasta que la velocidad lo decida.

Hoy se habla del sentido trágico del ejemplo,

ese otro minuto de res respirando a propósito.

Cómo decir, la carne y el costo atravesado, se

encuentra cuchillo, hayan un chillido especial.

Y ahora: ¿cuándo las palabras dejarán de ser?



II

En la respiración, la respuesta del aire.

Herido sirve al bien cuando viene solo.

Aire, país de Aries, hará que esto dure.

Con el habla vence al laberinto debido,

con la música al eco que nunca canta.

Toca con la tarde el tenebro al tiempo

que es tan poco, resplandor en apogeo,

morada de la aridez a llamarla mirada.

El mundo dura quieto en cuanto cabe y

aquí, ibiscus y cuis, ecos como querría.



III

Piensa el paisaje por las apariencias

pero las deja ojear: al adjetivo bajan,

a la torcaza en el caserío estremecen,

semillas, yararás y rayos a una yarda.

Con quienes un témpano entregan a

la redoma renace la visión invisible,

bien hilvana el rebaño a las bestias,

la estepa que atina trina en lo social

asomando a la manera de nacer más.

Lumínica cavidad que ideas da a la

indecisión de los cedros o del nardo

ordenando con un río las orografías.

Entonces es sano cesar de saber, ¿o

quién escribiría de la vida al oírla?



IV

Justifica el final la efímera efigie,

casi un ansia de sentidos a la sien.

Siente el ámbito al venir al viento

una bala y una oveja bala en abril.

Pasan cosas, aunque sin causas sea

nacida la idea en uno de los cielos.

Por capaz se aparta del atardecer y

tiembla de blanda la valva nupcial.

Valva como de lábaros y baqueano,

playa para el ave de los aniversarios

aunque encante en quién la capuera.

De lobos hablaba el rebuzno, el iris

del desterrado de la idea que le dan:

esta naturaleza no ha sido porque sí.

(Nada, ni después puede ser sabido,

todo lo demás alguna vez lo valdrá)



V

Pero ahora es lo que diría el deseo,

y dirá que está bien vivir tan abajo.

Pone nombres a cambio del verdor,

una moneda pone para unir al pony

con el colibrí abrumado por el brío.

Juntos: abeja y atajo de enjambres.

Juntos, metáfora y tafetán, anfibio

de los abisinios dividiendo al rubí.

Tan felices que nada de todo dirán,

tan ínfimos confiados al hado fácil.

Sueña en ellos la callampa llanera,

holgura para la era de los sureños.

Va la voz al encuentro del indicio,

piensa la sauria en el uso resuelto.

El ojo gorjea: la contemplación

es un diálogo con el silencio.





El nihilo

(La nada no sabe por qué)







La lírica del campo une los indicios,

una manera de querencia a querer el

apero del cuerpo pero recién su raza.

Queda, como corolario haría un año,

el principio perteneciente al paisaje.

No faltará al final dificultad infinita:

la belleza vendrá con dragones, verá

antes que venga la garúa a la unidad.

Hacia la excesiva inmortalidad de la

salamandra rueda natural, en cenizas

sale y asola la raya lacia del enigma.

Qué podría darse sino nombre antes

de melampos, de muestra de afectos

con ínfima mano siguiendo de largo.

Y duran lo que un lirio aún reunido,

lo que el aura oiría para que fuera él.

Lleva una vida su duración al jardín,

al ojal en las lilas sale seguidamente,

salva la voz por el bosque la quietud

de quienes mal se atreven a seguirla.

Será esa la inmensidad ¿de lo izado,

el intervalo de lábaros y la bandera

donde tal viento iba también antes?

Claro el clima a un costado al cabo

alababa la vaca con lado inefable y

tú, tema de mater conversa vestida

a los misterios que la muerte teme

hasta donde pudo vivir por delante.

Un ojo que podría haber sido hace

las paces, siente al iris con erizarlo,

rozando erraba al Sur nunca sabido.

Pero no todo fue tanto ni por estar

al atardecer mientras la trilla venía

enviando al país apilado, a la moza

que mal se asoma a la invisibilidad.

Va la ocarina al castor en esta causa,

alcanza el comienzo del cielo donde

falte acaso la boda al bosque debida

y de ida debía venir la vida dormida.

Hace rato que Occidente está quieto,

hace más de un sábado hizo un mes.

Trayendo edades diferentes, el reloj

regaña la blanca arenga por la cama,

junto al frijol, juntos, el general y la

gema: nadie intrigado para tratarlos.

Celajes, comisuras, unos con horas:

no decir nada, dejar la lengua vacía.

Por aquí el apero pende del empeño.

El silencio hace al azar a lo lejos, la

inexistencia de todas las otras cosas.





Los elementos de la moda

(La suposición del deseo como oasis)




Nada tan seguro como dejar de rizarse

en la sala insuficiente; quieta la bellaca

que a los vellos en el yámbico advertía

de verse peinar al aire más de una cana.

Pelos por si púbicos palpan el cubículo,

dan cuenta de la calenda a embadurnar.

Pelos, pero mejor hay más: hay de todo

a nada y una redada que no avergüenza.

Ensaya la cabellera la cuenta regresiva,

atraviesa los himeneos de la aminorada

manera, siente el sudor su menosprecio

pues apenas comprende, traga monedas.

Allí las cinturas salen al azar presentido:

la pana inteligente a equivocarse de fila,

el color que encanta, la nota de menores

momentos, la misión dada por cumplida.

Para el sentimiento que antes entendería

delante lo entela un ataúd de casualidad.

Híbrido o ido al deshabillé halló a quien

quisiera la parte pulcra perdonar la nada

de héspero empezando a nacer despacio.

¿Por qué? ¿Habrá sido? Esto podría ser

según Xanadú aunque del Sur se viesen

la costura y el oro que no pasa de moda.

Ella, apenas cambie al acabar, y al cabo

de un buen rato en bien de los embustes

viendo a la vulva bajar a la reciprocidad

dormida luego en algo más que un lugar.

Su carne recta escribía de quienes visten

la colección primavera-invierno al venir

el viento lento a la luz preguntando para

saber a quién de todas le quedaría mejor.

Tanta labor debuta dada a suspiros, toda

clausura susurra cuan trampa de padrillo:

el gato juega con el ratón, soba su queso,

y qué de eso cuando dice el pensamiento

y la sed de estar en el agua halla su hogar.

Distinta visión al canon de los comics, el

retrato de la neurosis combina en umbrío

río al bribón con una sucia excusa, salva

a tutiplén y por plantearlo, palpa y apura

el uso de sitio propiciando oficios varios

en quien vio la bajada al jade avejentado.

Pretendido por un humo nupcial de neón

aparejará con las gimnopedias cuando al

ojo se le ocurra y a la mano poniendo un

nombre para que brille y selle, está claro.

Claro sería su centro de borde expandido.

Después en él una claridad vendría dicha,

sabida aquella a cuya cultura ora sin cara

áurica por las eras públicas, muy cívicas.

Tiempo que al pensarlo ponía en marcha,

dio como quiso al cetro social un suspiro,

puro presente como debió oír casi seguro.

Presente de sentirse bien, de estar al tanto

actual entre la hebra y el brazo invencible.

Aquel pasa, mientras la raya enseña a ser.

Entre ahora y luego aún no, la oda sacada

de Adán se adapta al dedo perfumado del

que dormido caduca, escampa pasos entre

el respingo, ese gasto de largo ruego logra

el trato rectangular a pesar de la siesta, un

porvenir donde el relámpago paga reposo.

A todo esto el gineceo regodea la pagoda,

retrae el rostro que regularmente irrita, ríe

antes de poder hacerlo, lo frena un refrán.

Corre a su brazo la trama de los albedríos

con odres y dieta en cuanto pudo ponerse

de espaldas, aparta un corte con entrecot.

Anda, que por ahí hacia la zanja suaviza

la toalla mayor cuando llora empellando

los vellos recién hallados ¡en cuánto allá!

La que aúpa palo de íntimos condimentos

miente ante el plato sideral dándole sabor

aborbotonado porque la tan fácil sabía ya

cómo hacerlo, rechazar al ano de la chajá

jaranera con faz cuando falta su cachafaz.

Da vuelta y evita el tul en la tumba, evita

no comer del período ni herida que tenga

ardor de más si por detrás la llaga arredra,

traba el abdomen con moneda de hombre.

Descomer, merecer de menos la manzana.

Corre al orto turco el líquido de algún kif.

Cuánto flujo que no cualquiera toca caído

en el nido de la nodriza al drenar librando

los guarismos que pasan por ungüento: el

escaparate entre reparos aparecía poco, la

cuna de ojo adoptivo le resta importancia.

Otros problemas habrán de ponerla frente

al espejo que tuvo una única oportunidad.

El tour divino vino con el padre que odió

ideado hasta que pudo, y además después.

Padre o por lo de podre, femenino fulgor

que desfila como forma a su felicidad: se

sabe, ha de ser el mundo de algún modo.





La edad en otro idioma

(La quinceañera habla guaraní)





El pelo era una de las únicas hipótesis.

Sería la crin de quien inquieta encausa

su carca de oscura cara, la suave valva

de la aborigen entibiando la albóndiga,

india de poca monta para empalidecer,

amansa la imagen a mejorar las musas,

al asma separándolas de los elementos.

Ellas a la tolvanera veraz, a la rapidez

de los irradiados leídos desde el idilio.

Sortilegio que el tiempo tajeó al pasar

del torso costoso a cada conocimiento

en esto: flor anómala a los encuentros

atraídos al día que fue sin aquella vez

ave invencible hablando ahora de hoy.

Hoy que pudo ser deseo ahora mismo,

resulta su loor la hora del alma última,

el karma amonedando al hermafrodita.

Se hacen cosas, el cielo le dice al sofá,

anima con ínfulas de foto en pantuflas.

Teme al cambio el mal en movimiento,

a la espera a punto de sentirse después.

Frente al mar el aroma mira la rambla,

en la arena de donde escapa ha podido.

¡Uy! qué de tanto habrá para continuar.

La iluminable lectura abandonada por

las iniciales deja de dudar, pero nada.

Hay escudos y cantidad, se sellan los

hallazgos, el gasto angosto del tórax.

La palabra piensa, salen a escena las

espirales, acepta el don a la doncella

saliendo a la calle aquel mes similar.

Será esto, qué, ¿una edad, costumbre

de tocar el arte cuando está en orden?

Es esto pero también un balcón veloz.

Es lo que concita las zonas ácidas por

escurrir con la cosquilla de los kileros,

casi el misterio de tentar al rectángulo

acostumbrado a dejar el orden en casa.

Se nace donde se puede, cuna o tinaja

para vaciar en verso libre al debutante,

de verbena a babor a la cólera paralela

y parte si hoy un tordo ahora la partera

al atardecer asediando a quien naciera.

Esto para la respuesta sería ríos o nada

comparada a una metáfora por afuera y

bueno fuera que llenara luego la gloria

las semanas una tras otra entenebrando

la híbrida brisa del embeleño al otoñar.

Cuánto frío, cuánta hoja que dio pena.

No atañe a los ñandúes el dolor de los

años, la falta de abundantes infancias.

Cabe por verdad entender la turbación

del tiempo deteniendo lo que ninguno.

El tiempo, otro poco, hace rato que ya

fue todo: pasa la vida en puntas de pie.

Ante su eco la quietud quiere quedarse,

queda la duración seguida de sí misma.

Peregrino, el regreso alegra al albedrío,

libre del hado se da la edad a lo demás.





La patria, un objeto reciente



(Aquí la vida hace como que existe)





La mortalidad de su materia es lo que

da para empezar: a punto de quedarse

deseada encuentra la perla y el apodo.

Vida como dádiva duradera, como ha

sido la del aprendiz y detrás, hay otro.

De sí por decirlo sería huir a su ritmo

más allá del llano atravesando la verja

del paje que pregunta por el anfitrión.

A tiempo de poner lo que nunca nació,

la mañana derrama ramalajes de brillo,

el rubor que a la voz anuncia naciones,

nada más que la zancadilla de siempre.

Llega la lluvia, la costumbre del cobre

y el rocío que por cierto cae en desuso.

Todo cambia, nada viene a lo invisible,

la luna en el heno hace a la desazón, el

invierno al venado que alcanza a ceder.

Por su voz ha oído del sino disminuido,

en lados idealizado como adorno, o no.

Podría resumirse así: el margen de los

abejorros origina con el gerundio y la

canción llevada al grazno del susurro.

El cuerpo dispuesto por la posibilidad.

Arbol, revoleo, y va la brizna por libre

al abrir la brecha hasta que esté abierta.

La casa encuentra un coto encarnizado,

nácar de cardo para perder el recuerdo.

De toda su estatura hace decir al cielo.

Duerme la piel a pesar de lo que pasa.

Los ojos dan por verdad a las palabras,

las cosas buscan un lugar en la mirada.





La tortuga de Zenón

(En la quietud la velocidad duerme)





Lo íntimo atrae a la intemperie.

Rastro a ras de la escolopendra

y algo de logos en la caparazón.

A su paso piensan las paralelas,

viene el viento con un vendaval,

viene para que la vida no lo vea.

Feliz remordimiento de la razón.

Una rapidez tal cual la luna sale

mientras la sed decía no esperes,

sé de otros, no de ti ni tan ahora.

Anda, última alma del galápago,

que ya grazna el peso anacarado,

un país de piel aparte ya de otros.

Fue la felicidad del día indebido,

de cuál si entonces fueron todos.
¿Jueves? aunque digan, fue lunes.

Era más bien por aquel entonces.

El uso osado de la similitud hizo

a ciegas, lo que salva cedió a su

raza la tosudez de sentirse culta,

sacra en tregua por lo predilecta

dándole oportunidad al traspiés,

a la pata pobre con poco Platón.

Caso de poca longitud y ajetreo

a merced del ser acertado cerca

(cerca que parecía estar tan ahí).

Iba como quien va hasta la idea.

Iba bastante hasta sentir encima

de la sien músicas de velocidad.

Presocráticos a usanza la vieron

rodar entre sospechas enhebrada

a las breas que vaciaban su plan.

¿De alcurnia, igual al leopardo?

Huida del aire, casi tan solitaria:

lenta de oscuridades por el brío,

siguió hasta salirse del nombre.

Al detenerse, se sintió Aquiles.


Eduardo Espina



Eduardo Espina (Montevideo, Uruguay) publicó los libros de poemas: Valores Personales (Buenos Aires: La máquina de escribir, 1982), La caza nupcial (Buenos Aires: Ultimo Reino, 1993; Xalapa: Universidad Veracruzana: 1997, 2a. edición), El oro y la liviandad del brillo (México DF: Universidad Autónoma Metropolitana, 1994), Coto de casa (Xalapa: Graffiti, 1995), Lee un poco más despacio (Nueva York: Urbis, 1999), Mínimo de mundo visible (Guadalajara: filodecaballos, 2003), y El cutis patrio (México DF: Aldus, 2006). También es autor de los libros de ensayo: El disfraz de la modernidad (México DF: Universidad del Estado de México, 1992), Las ruinas de lo imaginario (Montevideo: Graffiti, 1996), y La condición Milli Vanilli. Ensayos de dos siglos, publicado en 2003 por Editorial Planeta en Buenos Aires.
En Uruguay ganó dos veces el Premio Nacional de Ensayo por los libros Las ruinas de lo imaginario, (1996) y Un plan de indicios (2000), este último de próxima aparición. En 1998 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por el libro aún inédito Deslenguaje. Sobre su obra poética se han escrito tesis doctorales, y extensos artículos de estudio fueron publicados en prestigiosas revistas académicas como Revista Iberoamericana y Revista de Estudios Hispánicos. En Chile, Red Internacional del Libro publicó recientemente el libro Con/figuración sintáctica: poesía del deslenguaje, estudio comprensivo de la obra poética de Espina realizado por el lingüista español Enrique Mallén, autor también del libro de próxima publicación: Poesía del lenguaje. De T.S. Eliot a Eduardo Espina.
La poesía de Espina se estudia en universidades de Estados Unidos, Europa y América Latina, y sus poemas fueron traducidos parcialmente al inglés, francés, italiano, portugués, alemán y croata. Está incluido en la Enciclopedia Británica y en más de 20 antologías de poesía latinoamericana, entre ellas Medusario, publicada por el Fondo de Cultura Económica. En Estados Unidos, donde está radicado desde 1980, Espina es co-editor de Hispanic Poetry Review, única revista en el mundo dedicada exclusivamente a la crítica y reseña de poesía escrita en español.
En 2007, por El cutis patrio, obtuvo el Latino Literary Award otorgado por el Instituto de Escritores Latinoamericanos, establecido en The City University of New York, al mejor libro publicado en lengua española en 2006.

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