sábado, marzo 17, 2007

LAURA FORCHETTI


Me gusta la mañana para escribir, temprano, cuando está amaneciendo. Abrir la ventana hacia el rectángulo todavía oscuro de la calle y esperar, con el cuaderno azul sobre la mesa, que lentamente se llene de luz.
A esa hora, colmada de silencio y deriva, recién regresada de la noche, dispuesta a las palabras, en la quietud de la casa que duerme.
Sin embargo, a veces sucede diferente. Entonces, escribo sobre la siesta o al atardecer, o mientras mis hijos se bañan o se calienta la comida. Depende de la urgencia y de la sed. Hay escrituras que me invaden de tal manera que no puedo descansar de ellas. Poemas que empiezo y voy construyendo en mi cabeza, a veces sin papel ni lápiz. Los repito para no perderlos, para poder armarlos, seguir los versos.
Esas veces en que la escritura me fuerza, son de tal intensidad que después quedo con el cuerpo cansado, como si hubiera corrido al viento; quedo como ida del mundo, en otro mundo. Tironeo de mis mangas para traerme de vuelta. No son muchos estos momentos, lástima, porque me gusta la belleza loca que tienen y el secreto.
También me gusta escribir mientras viajo. Será porque vivo en esta pampa llana y cada viaje es largo, tedioso; conozco el paisaje como una fotografía, los árboles especialmente, pero también los molinos, los nombres, las señales.
Mientras viajo hay una libertad del pensamiento y de la mirada; no hay actividades que me distraigan. Estoy libre para mirar, para pensar, y así voy escribiendo. A veces es en un papel, siempre llevo mi cuaderno cuando viajo. Pero otras veces, simplemente voy registrando las imágenes y las palabras en mí y lo anoto después. Esta opción es buena para ocultarse, para estar sola.
En cuanto al plan de trabajo, reconozco dos procedimientos:
Suelo tener una serie en marcha; entonces estoy atenta a eso: leo, escucho, dejo la mirada suelta para no perder detalles. El trabajo sobre esa serie/plan se convierte en un fondo temático sobre el que transcurro. Me gusta tener un plan, porque me da un hilo que voy desenredando y ovillando de una manera nueva.
Lo que siempre ha sido más o menos azaroso, es el origen del plan. Un azar perceptivo, diría. Mis poemas nacen en la percepción, en las sensaciones y los pensamientos que desatan esas sensaciones. Vienen en forma de imágenes, suele ser un reflejo fugaz, algo que despierta mi deseo y voy tras eso.
Ahora que escribí la palabra deseo, vuelvo atrás y me corrijo: no es el azar el origen de mis poemas, es el deseo. Para mí, la poesía resulta la manera más eficaz de acercarme a lo que deseo: mirada, aprendizaje, posesión. Puestos en el poema permanecen la fugacidad o la imagen plena, detallada, lenta. Puestos en el poema, para dejar que se desvanezcan en el aire. Todo y nada.
Dije dos procedimientos: el plan es uno, el otro es lo imprevisto. Lo que aparece, pide una escritura y se retira después, sereno, a otra cosa. Esta forma es más fácil, más liviana. Espero menos de estos poemas y estoy más alegre cuando los escribo.
Y ahora pienso en la corrección: trabajo bastante los poemas, pero no puedo separar el proceso de escritura y el de corrección. Cada cambio es una reescritura, una forma de atrapar eso que está rondando. Suelo hacer varias versiones. En la primera anoto rápido, como al dictado. Después, empiezo a modelar, elijo cuidadosamente las palabras; leo todo el tiempo en voz alta lo que escribo. Me gusta escuchar la música que sale. Me gusta y no me gusta, porque entonces me doy cuenta que escribo siempre con la misma música, la misma respiración. A veces trato de cambiarla pero nunca termino de lograrlo.
La música de mis poemas parece hermana de mi manera de caminar; será porque trabajo tanto con los poemas que los aprendo de memoria (después los abandono y los olvido). Mientras voy caminando me los repito, los sigo en mi cabeza, los completo, los recorto. Como en los viajes, también escribo mientras camino. Movimiento y respiración le dan música a mis poemas; si leen mis poemas saben que camino lento, que no me muevo con mucha energía.
Lecturas?: Siempre estoy leyendo dos o tres libros de poesía a la vez; libros nuevos o libros a los que vuelvo con insistencia; se suceden o se superponen. Hay un diálogo entre los textos, como si se corporizara la intimidad que les da estar apilados sobre mi mesita de luz o sobre mi escritorio, los dos lugares por donde transcurren. Siempre llevo, también, un libro de poesía en el bolso.
Es mi manera de habitar el mundo, por eso elijo para cerrar esta divagación, un fragmento de Roberto Juarroz, ese poeta que miró su infancia desde este mismo paisaje que miro:
La poesía es una vía irregular, no ortodoxa, herética del conocimiento, unido en ella a la visión y la imaginación. Es una metafísica instantánea, como escribió Bachelard. Y a la vez mantiene los ojos abiertos hacia el misterio...y enriquece o aumenta ese misterio, como si fuera un don o un fundamento.



Poemas


uno
ahora
desde la cocina
miro una acacia

lento
se cubre de flores rosadas
como panaderos
echarán a volar
si me descuido

escribo con los ojos en el árbol
sobre el silencio de la siesta
de mis hijos

perdida en ese paisaje
-hojas bipinadas dice el
diccionario
frutos en legumbre-

ausente de lo necesario
mientras leo la hora
en el movimiento de las hojas
la sombra que desciende
y algo señala sobre mi cuaderno

sigo el dibujo con el lápiz
como en esos juegos de niños
para descubrir qué animal
se esconde


después
mi marido menciona a Silvia Plath
mientras comemos

dos
en la fotografía
me vería de espaldas
bajo un árbol asimétrico
de hojas duras en ramillete
sentada en un banco de madera

yo miraría el mar
sobre la rambla
en el silencio
de los primeros días de diciembre

la luna
fuera del encuadre
más alta al nordeste

**

siempre estuve ahí

**

dejar el dolor
estar
lo que pasó

despierta sobre las heridas


**

s
e escucharía el agua
en el balanceo
sobre una línea blanca

variaciones en espiral
que ocultan el movimiento


**

sostiene la atención
en los detalles
de eso que duele

**

siempre quiero estar ahí




tres


1.

Vittorio se descubre
sobre la pared que alumbra
el foco de la calle:
un contorno nítido
que sigue sus movimientos

se detiene
levanta los brazos con las manos abiertas
da unos pasos de baile
avanza y vuelve
sobre la sombra que cambia de tamaño

perfiles
frentes
cada posición es un dibujo
una pertenencia
a los dos años y medio
caminando

2.

ha llovido apenas
volvemos a casa
en el apuro de la hora


mi hijo mayor conversa
acerca de la noche
fines de febrero 2003


con la cría
alerta
desde hace tres millones de años


3.

Laetoli Tanzania

2 de agosto de 1978
a las 10:45 Mary Leakey
se incorpora repentinamente
enciende un cigarro
vuelve a agacharse
observa
las marcas de los pies en la piedra
ha encontrado algo importante:



4.

l
a estación seca termina

sobre el fondo continuo
del volcán
nada violento
un atardecer con algunas nubes
las primeras gotas sobre la ceniza


si hubiera llovido más el agua
hubiera borrado las huellas
si hubiera llovido menos el viento
hubiera hecho volar las cenizas


pasan rinocerontes
liebres cerdos elefantes
hienas un hiparión
antílopes el tigre
docenas de papiones

tres homínidos también
van hacia el norte

quizás un macho y dos hembras
una pequeña


a ella
la llamaron Lucy


5.

Lucy se aburre en el paraíso

camina un poco más atrás
todavía no busca comida
ni refugio
las manos libres
y algo como el pensamiento

con la última luz del día
Lucy juega
sobre la ceniza
va apoyando cada pie
para siempre
dentro de la huella del adulto
que se apura adelante


alerta
desde hace tres millones de años
con la cría


6

todo el verano caminamos
ida y vuelta

cada día
cada hora
la luz es diferente

Vittorio se retrasa
prueba la sombra
de los objetos
o del cuerpo
que arrastra sobre la vereda
en ángulo
por las paredes
como un doble que obedece
la orden del juego


las manos libres
y el pensamiento

se aburre Vittorio
todavía


7.

con la última luz del día
sobre la ceniza
desde hace tres millones de años


y solamente
lo fugitivo


cuatro

el agua que corre

movimientos
del rectángulo
en el aire
del fuego

las hojas de los álamos
que vi acostada de espaldas
una tarde
a los doce

o aquella bandera que subían
en la plaza Dorrego
y yo con las rodillas heladas

lo que se hila
como capullo


cinco
sobre la media siesta
amarillo dorado
verde
en algún lugar
el gallo

ahora sueño que escribo
letras como dibujos
y no puedo leerlo
voy ciega tras una huella débil
cuatro dedos
uno para atrás



**

negros
negros
-sólo en la cresta rojo-
negros

mi hijo se ha detenido a verlos:
vigila el movimiento escaso
en la jaula en que los trajeron
agitan un poco las plumas
el inicio de un movimiento
desplegar las alas
mostrarse

observa
traza la imagen con sus gestos

lo veo levantar apenas los brazos

como si quisiera
agitar el cuerpo
prepararlo para el salto


**

negros
negros
-sólo en la cresta rojo-
negros


**

entre la gente que desfila
para los gallos
un niño
pregunta por la belleza

**

vuelve la abuela en el sueño
entra al gallinero silbando
nosotras esperamos lo que sigue:

la elegida prendida por las alas
el tajo en el cuello
y después
las manos como si nada

retengo la escena
para saber cómo lo hacías


**

canta cuando amanece
y vuelve
a cantar
cuando el día
desaparece

seis

me ha llamado por teléfono
a media mañana:
leí algo muy triste en un libro
después te cuento

repaso mentalmente la escena:

Pablo sentado en el sillón del escritorio
gira de izquierda a derecha
la mirada rápida sobre la biblioteca

a los ocho años
los títulos
tienen cuerpo
un mapa fantástico
para el juego de perderse

sin verlo
intento seguir
el movimiento de sus ojos
los colores que se destacan
en los estantes

las letras
las tentaciones

a las cinco y media de la tarde
trae el libro
página quinientos cuarenta y seis:

dentro de 8000 años, al agotarse,
el sol se volverá enormemente grande
y convertirá a la tierra en un desierto
estéril, sin agua y sin atmósfera



ritornello

hemos leído las mil y una noches
habrá sueños de anillo mágico

antes de apagar la luz
los miro dormir
reconozco el olor
de sus cuerpos
la dulce transpiración

-si rezara-


De, El mal abrigo


Laura Forchetti





Nací en Coronel Dorrego, casi en la primavera de 1964. Todavía vivo aquí. Participé del taller de escritura de Mirta Colángelo, en Bahía Blanca y ahí también me formé como coordinadora de talleres; hace más de diez años que coordino talleres en Dorrego.
No tengo libros de poesía publicados.
Participé en la antología “ 23 chichos bahienses”, de Editorial Vox.
Email de contacto: lforchetti@yahoo.com.ar


Mensaje enviado por Laura antes de enviar su material: La belleza del primer procedimiento: buscar una fotografía de infancia. Hace tiempo que no las miraba. Casi todas en blanco y negro. Hay muchas. Mi padre las revelaba él mismo. Algunas pequeñísimas, seis por seis, con borde blanco en picos. Las he buscado de una manera nueva, con una mirada atenta y diferente. ¿Dónde estaba entonces la poeta que imagino hoy? ¿En qué juegos era feliz? ¿En qué detalles del mundo se detenía? ¿Con qué soñaba? En casi todas me veo sonreír. Me gustan aquellas en que estoy jugando, muchas con mi hermana: disfrazadas, con las muñecas, en el patio lleno de maderas de casa. Me quedo finalmente con una fotografía en el mar. A la distancia, en el gesto que no recuerdo pero que fue de tocar el agua, de hundir los dedos en la arena, todavía me reconozco. Hay una belleza misteriosa en este juego de presentarnos con una foto de infancia. Como si develáramos un secreto o un tesoro. Eso que vive en nosotros, más cerca o más lejos, pero siempre volviendo en nuestros ojos. Siempre volviendo en las palabras que nos iluminan y que nos duelen. Casi noche del miércoles. Llueve. Bajo la voz del agua que cae sobre los árboles de la vereda, he jugado a encontrarme con la que fui.... Laura F. (hoy mismo mando los poemas, mientras preparo lo demás, incluida mi foto en el mar)



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