jueves, abril 05, 2007

MATIAS MOSCARDI



En mi caso, la escritura depende de un estado previo de atención. Diría que es un estado de ánimo, en donde la percepción está siempre afinada y el cuerpo listo para ejecutar esa afinación, para transcribirla, como en la relación compositiva entre el músico y su instrumento. Parece algo muy teórico, incluso romántico, pero sin duda es más bien práctico. Basta con dar un ejemplo: cuando estoy predispuesto a la escritura, por lo general armando un futuro libro o simplemente acumulando poemas que tienen algo en común, entonces todos los días, en todo momento, cualquier cosa puede detonar el poema: una frase por la tele, una imagen en el colectivo, el churrasco que cocina mi abuelo cada mediodía, la lectura de otros libros de poesía.
Captar todos esos hilos que despuntan para empezar a escribir un poema no es algo que puedo hacer siempre. Necesito la predisposición. De lo contrario, sólo puedo escribir cosas que dejan de gustarme al día siguiente. A veces me pasa esto: escucho una frase o veo algo y pienso “esa es una frase –o una imagen– que habría anotado si fuera el momento adecuado” y no escribo nada porque siento que estaría tocando una canción con una guitarra desafinada.
El estado de atención dura el tiempo que me lleve escribir un libro, a veces menos. Quiero decir, cuando veo que un libro va por buen camino, ese estado se incrementa y se prolonga, quizás porque hay una motivación. Cuando termino de escribir el libro y lo que queda es corregir y ordenar los poemas, estar atento ya no es lo que requiere mi escritura. En la instancia de corrección busco, más bien, ahí sí, un saber teórico y crítico, que muchas veces no deja de ser intuitivo, en donde la experiencia de lectura guía los ajustes.
Me gustan los cuadernos; cuando veo uno que me gusta, me lo compro. Son más bien cuadernos de notas, chiquitos. Por lo general, no escribo poemas ahí. En los cuadernos anoto lo que tengo que recordar, funcionan como grabadores. Después voy directo a la computadora. La computadora me permite cierta velocidad de registro que mi mano no tiene. Yo escribo muy lento y tengo una cabeza muy ansiosa, que piensa mil cosas a la vez. Por eso voy directo a la computadora. Aunque a veces, ahora que lo pienso, escribí poemas enteros en mis cuadernos. Pero la versión final siempre aparece en la computadora.
Me gusta escribir escuchando música. Esa música puede ser tranquila, suave, o todo lo contrario, música ruidosa, distorsionada. Suena ridículo, pero cuando escucho música suave, por lo general, estoy más predispuesto a cierto lirismo. Cuando escucho música pesada llego naturalmente a la saturación que siempre busco en mis poemas.
Hay una combinación. Primero escribo “lo que va surgiendo”, producto de esa atención que explicaba más arriba. Cuando eso empieza a acumularse, leo todo junto y pienso en un plan, que por lo general incluye temas, escenarios y personajes. Entonces ajusto la atención, comienzo a dirigirla a ciertos objetos, sonidos, imágenes, frases; incluso a determinada sintaxis, a determinado ritmo. A veces, el plan incluye una investigación. Cuando escribí Óptica eufónica, libro inédito, empecé a leer manuales sobre la propagación de la luz y el sonido. Para mi último libro, un libro largo, con más de 100 poemas, leí sobre la Reacción en Hungría, en la Segunda Guerra Mundial, sobre el Anarquismo y el Budismo, un libro de fotografía, que incluía unas notas sobre Diane Arbus. Lecturas, todas ellas, que demandaba mi escritura y sobre todo el libro, las voces implicadas, los personajes y las circunstancias. Esas lecturas no siempre aparecen como citas, a veces ni siquiera aparecen, pero funcionan. No hablo de Diane Arbus pero, por momentos, siento que hay un modo de ver al estilo Arbus. Sí hablo sobre Hungría, sí sobre el Anarquismo, pero no con sus palabras. El tema está subordinado a una acción, nunca ingresa aislado, como reflexión teórica, sino que intento ponerlo en situación; por ejemplo: un baterista grunge especula sobre el capitalismo hablando de la música con los integrantes de una banda punk. Tanto los personajes y sus entornos, como la acción, están sometidos al cambio, todo depende de las lecturas que van apareciendo y del camino de la atención. Mi gnoseología es así: a medida que voy conociendo mi escritura, la voy cambiando. Mejor dicho: conocerla es cambiarla.
Para mí la corrección es inseparable de la escritura. Porque el escritor es, antes, lector. Personalmente, escribo un poema y no lo abandono hasta que no termine de corregirlo completamente. Cuando veo que su esqueleto puede erguirse, entonces lo dejo reposar. Después vuelvo para trabajar el detalle, que sólo es visible en el descanso. Por lo menos yo no puedo corregir detalles inmediatamente. Porque la urgencia es otra. Pero por lo general escribir el poema implica corregirlo en simultáneo.
En la corrección busco efectos, como en los pedales de una guitarra: saturación, intensidad, vacío, distorsión, eso depende del poema, y la corrección viene a acentuar su sonido, a nutrirlo. Como dije más arriba, a veces la corrección es intuitiva y otras veces es técnica, pero en todo momento es vital. Cuando es intuitiva, me guío por el gusto. Ahí me transformo en lector de mis textos y corrijo en función de lo que a mí me gusta leer. Cuando es técnica, me guío por ritmos, sintaxis, puntuación, cortes de verso. Siempre intento que el poema pase por el tamiz de las dos correcciones. Aunque quizás la corrección intuitiva está incorporada y me detengo con mayor cuidado en la técnica.
A pesar de todo lo anterior, creo que todo libro de poesía es imperfecto, y que incluso todo poema lo es. Los mejores libros de poesía que leí hacen de la imperfección una virtud, la incorporan como poética. Los escritores inéditos que escriben poesía pero no pueden armar un libro extraordinario suelen ser escritores que no pueden trabajar con la imperfección, sacar partido de ella. Por lo general, también son malos lectores: son los que corregirían un adjetivo en la obra de Kafka.
Me gusta pensar mi escritura desde la música. Pero no desde una estética de la música, desde un estilo o desde un género. Más bien desde la música entendida como pura forma. Pienso en los dos lenguajes que conozco y manejo: un instrumento rítmico, como la batería, y otro melódico, como la guitarra. En su combinación hay algo de mi escritura. Habría que sumar, a eso, un elemento autobiográfico, que con el tiempo fue decantando, hasta transformarse en otra cosa. Podría decir que la experiencia, si al principio ingresaba como transcripción o representación, ahora ingresa como percepción o forma. De todos modos, es importante que aparezca. Como lector, también busco reconocer en los textos la fuerza de una experiencia, que lo escrito esté cargado con eso. La experiencia puede aparecer en un poema sobre la muerte o en un poema sobre un limón. Incluso, a veces es más probable que el poema sobre un limón me diga más sobre la experiencia del poeta que el poema sobre la muerte. En mi escritura, y en mi relación con la poesía, entonces, aparece eso: el trabajo con la experiencia. Busco que cada palabra esté sustentada por la experiencia. También aprendí, hace poco, que con un buen manejo de la escritura es fácil escribir cualquier estupidez, y además es tentador. Pero la poesía, al menos para mí, no podría ingresar nunca dentro de esa comodidad. Por eso la relaciono con cierta agitación, mental y corporal.


Poemas



El color de la noche power metal en el espacio cóncavo que abre el vidrio. En el espacio cóncavo que abre el vidrio cuando la luz proviene de adentro, no de afuera. Una imagen que llega desde pero sale hacia (defecto visual). Nubes plomizas como las cañerías de un edificio costero. El flujo del agua corriendo por el óxido. Por el óxido hasta el pico de la canilla. De la canilla hasta la boca. Una araña del tamaño de un punto y coma trepa por los números del calendario. Se cae y trepa / Se cae y trepa / Se cae. El clima afecta la percepción del volumen. Subir la tele para dejar de escuchar lo que pasa afuera. Bajar la persiana para estar seguro de estar. De estar adentro.


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La programación televisiva marca el movimiento de los astros. En un quiz show, un hámster le lleva las preguntas al conductor del programa en un Porche automático de juguete. Es una forma de decir que es tarde. Las películas basadas en hechos reales no lo dejan dormir. Sigue el camino amarillo, pero no comas la nieve amarilla. Como la tele no tiene control remoto, hace zapping con los párpados. 180 canales con la misma imagen: un roedor manejando un auto fino en miniatura. Sigue el camino amarillo, pero no comas la nieve amarilla. En el programa, un participante explica que la actividad onírica tiene lugar en el hemisferio derecho del cerebro, y la lectura en el izquierdo. Por eso, dice, no podemos soñar con frases. Sigue el camino amarillo, pero no comas la nieve.


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Una revista de crucigramas en la heladera con la cara de Arnaldo André. Sobre la revista, la manzana verde con lamparones amarillos (manchas de nacimiento) no llega a tapar el rostro del galán. Girar el cabito de la manzana repitiendo el ABC (Cada giro completo equivale a una letra). Cuando el cabito cede a la presión concéntrica y es extirpado de la manzana madre, entonces significa la inicial de una persona que piensa en vos. Pero como el viejo Eddie arranca los cabitos de un saque, la letra es siempre la A de Arnaldo, que mira el acontecer del mordisco desde la heladera beige. Así, con la manzana en la mano y la heladera todavía abierta, el viejo Eddie mueve la perilla del Philco para lograr la nitidez de un canal codificado.


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El Surfer Rosa espera la tanda para entrar al agua. Es la mañana y las cosas están heladas (no es necesario tocarlas para saberlo). El sol brilla y los pájaros heavy metal cantan. En los videos de surf, los chicos rubios entran en los tubos, salen de los tubos, giran, cortan las olas para abajo, cortan las olas para arriba, y saltan por el aire, para caer del otro lado y esperar la siguiente serie. En La Flecha las cosas son distintas. Los bodyboarders no pueden deslizarse a través de las olas conquistadas por los jóvenes surfers. Los jóvenes surfers no pueden interferir en el camino fluvial de los surfers viejos. Los surfers viejos no pueden, pero igual te cortan con la quilla si no te metés bien abajo del agua, lo más abajo que puedas. Y de vez en cuando aparece algún lobo marino. No hacen nada, pero dan miedo. La piel del Surfer Rosa parece mexicana. Helada su mente, que nada y filtra a contrapelo la espuma verdosa, y su madera se pierde sola entre las olas pequeñas.


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Pensaba que las manchas que vemos sobre el mar los días de sol eran focos de contaminación, alteraciones de la pureza verdosa de la arena, el agua y la sal. Alguien le explicó que esas manchas son la sombra de las nubes y eso cambió todo. Ahora tiene más playas para visitar y dentro de las playas, más espacio en el agua para esperar una ola. Pero si flota sobre los círculos negros, mira hacia arriba y ve que ninguna nube está tapando el sol, entonces apura su madera hasta alguna parte turquesa y clara como en las películas tropicales; después se incorpora y respira tranquilo: es una tortuga de mar.


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Oh, el Baterista Grunge sería un santo entre el cromo, pero se le ven las manos. El círculo dorado de luz sobre su cabeza no es la aureola iconográfica, sino el crash de 16 pulgadas que siempre apalea en el segundo verso, cuando se ejecuta el mismo compás, pero con distorsión. Todos esos platillos y el laqueado negro hacen de la batería un objeto marcial, y del Baterista Grunge un luchador de aikido, o un murciélago blanco encorvado sobre parches blancos de aros plateados. Sus movimientos lentos y fuertísimos demuestran que toda violencia tiene un orden. Después del ensayo, el Baterista Grunge necesita dos duchas, porque si el grunge está muerto, los pibes de la banda también, y los muertos no huelen bien. Le habían explicado, hace tiempo, que los músculos de las muñecas y de los dedos tienen una resistencia invariable, pero el Baterista Grunge toca con los hombros mientras sacude el cuello; y eso, eso produce inflamación.


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La perturbación pasada de comer la comida de su madre y acordarse de su abuela muerta. Por eso, después del ensayo, el Baterista Grunge es un sauce perfumado con el sudor de un chaparrón de verano. Siente cada uno de los cuerpos de la batería (tacho / ton / bombo / chancha) como lunas transparentes de gel. Sus baquetas son relámpagos que impactan hincando cráteres sobre los parches, que ahora son tortillas pegadas en el fondo de una sartén con bordes plateados.


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Mueve los labios pero no dice nada. Quadrophenia mea el pasto en una pose
de hip-hop. En la plaza, un chico juega a ser el hijo de un desconocido. Tiene un reloj de Mickey. Mickey viste unos guantes blancos, como de ladrón, y sonríe. Sus brazos son las agujas que marcan la hora. (Padre voló a través del océano y esto fue lo único que trajo). (Madre: ¿debo construir una pared?). Todos hablamos con los perros. Quadrophenia se incorpora y raspa el pasto con las cuatro patas: parece Michael Jackson cuando hace que camina, deslizándose hacia atrás.


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Un botón rojo diagnóstico. El ascensor que nunca estuvo no tiene por qué estar. Las escaleras en forma de caracol o espiral sí. Aprieta el botón. (El color rojo desaparece y queda el plástico, como una pupila dilatada por la luz amarilla de bajo consumo que promete apagarse en medio minuto). El edificio costero queda cerca del asilo Unzué, un lugar que sólo entienden los fotógrafos. Abajo: La flecha, una playa comida por el mar. Todo lo que tenga forma de círculo es curativo: apretar el botón rojo; entrar antes de que se apague la luz; sacar las cosas de la bolsa; lavar las frutas en la ducha.


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El gusto a pileta de la fruta. El agua girando por el círculo negro de la cañería. (Nunca desaparece por completo). “Agua dulce, agua salada, por agua viene, por agua se va” es una forma de decir que Julio Iglesias no conoce Mar del Plata, y si la conoce nunca visitó Obras Sanitarias. Restos de agua en forma de círculos irregulares y transparentes sobre la cerámica del baño. La transparencia se vuelve pornográfica si miramos a trasluz: diminutas partículas como caspa flotando en el vacío. Comer lo que se mueve de la fruta. Tomar lo que flota en el agua.


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2000 gusanos viviendo 14 años debajo de la piel pueden hacer que los pies fashion
de Cenicienta se vean como las patas de un elefante asiático. En el canal en donde estaba el Discovery Channel sintoniza un programa de cocina. Alguien prepara un postre en blanco y negro mientras explica que todo lo que comemos forma parte de nosotros.


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Las olas vencen como un yogurt y en el mutismo de la caída puede escuchar la perseverancia. Entonces recuerda, por un segundo, esa película de surf en donde el frío y la voluntad eran suficientes para erguirse como un conejo azul, como un zorro de piedra sobre el agua. Oh, Shigeru: ¿Qué dirías de la foto pegada a la tabla que flota para siempre en un desierto líquido? ¿Podés escucharme ahora? ¿En qué escena del mar se encuentra tu cuerpo? ¿O es el mar?


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El agua lacrimógena del mar. Una mirada sumergida a la fuerza por falta de equilibrio no puede percibir otra cosa que manchas color acelga (cruda). La razón en una escala cromática. Donde el verde coagula sólo respiran los peces. Donde el verde aclara: el cuadro de la orilla enmarcado por las piedras de la escollera, visto desde lo hondo. El Surfer Rosa y su tabla, juntos, flotan al ritmo de una ondulación.

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Para ejecutar un ritmo, primero deberás cantarlo con la boca. Luego recordarás.
(Memoria sincopada). El tiempo perfecto se conjuga a los golpes. Podrás hacer lo que desees, pero deberás saber dónde está Tierra (un batero nunca mata a su Padre). Tres leyes respetarás, menos la cuarta: marcar el tiempo / llevar el tiempo / caer a tiempo / perder el ritmo.


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El Baterista Grunge machaca el círculo negro. La química no se aplica al ritmo:
en el momento del groove la madera es un cuerpo conductor. Ganar fuerza es perder precisión, volverse inestable: es la definición de la música, según el Baterista Grunge. (Sólo lo directo es poderoso). Ahora los buenos discos no existen porque todo está exactamente mal. Entonces: ¿cómo hizo el hombre para llegar a la luna, a su lado oscuro? Las multinacionales advierten a los padres sobre las líricas explícitas, pero en ninguna tapa dice “Frágil”. “En nuestro disco –comenta el Baterista Grunge a su banda– vamos a imprimir esa palabra con mayúsculas”.


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Si es verano en la tele, entonces es verano. Apoyar un dedo sobre el vidrio para medir la temperatura. Nunca es necesario levantar del todo la persiana. Lo necesario es encorvar la mirada con la espalda, hacia la terraza. Un caracol encima de una paloma (diapositiva fija). Caminar en silencio. Cuando todo sonido se vuelve delictivo. Encontrar en los puntos de un pullover, como enhebrado, un pelo de hace tres años. Dormir con la cabeza en la heladera.


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El cráneo es lo primero que se hunde en la espuma. El dolor en la cabeza depende de la temperatura del agua. A eso se le llama “filtrar” una ola. Hoy el mar está planchado como una camisa hawaiana. No hay surfers en la costa. Es una manera de decir. Porque el Surfer Rosa prepara su madera y se desliza por la superficie. Parece una tijera cortando cartón corrugado. No corre las olas: esquiva lentamente las líneas de los pescadores. Así, mientras navega, imagina que el mar se vuelve, por un segundo, transparente. Entonces, puede ver la distancia que existe entre su tabla y el fondo.


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Un policía con un pollo en una bolsa de plástico semitransparente sube al colectivo sin pagar boleto. Es gordo, y el chaleco antibalas lo hace más gordo. “Tan gordo como el gordo Gastón Leandro”, piensa el Baterista Grunge. Durante diez cuadras sube gente. Durante diez cuadras baja gente. Durante diez cuadras ni sube ni baja nadie. El colectivero compra 1/2 kilo de pelones en un semáforo. “¿Cuándo decidió el policía ser policía? / Si el policía supiera que tengo una remera con la A de Anarquía abajo del buzo ¿me pegaría con el pollo?”. El camino hasta la periferia Unzué es largo. Dentro del colectivo toda acción es un hobby nervioso. “¿Por qué un policía y un baterista bajan en la misma parada?”. Podría ser un buen problema de matemáticas.

De,  Los círculos del agua.


Matías Moscardi


Matías Moscardi nació en Mar del Plata, en 1983. Publicó la plaqueta Josele (dársena3, 2004) y participó de la Antología breve de poetas breves (Estanislao Balder, 2005). En 2006, la editorial VOX publicará Pluvia, su primer libro. Contacto: matt30@ciudad.com.ar

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