Me encantan los ritos y me gustaría poder asociar la escritura con una luz particular o una música señalada, algo así como un humor que anticipara la ceremonia. No es así, sin embargo. Escribo donde puedo y defendiendo la poesía como el escenario más puro de mi libertad: a veces artesanalmente en la libreta destinada (tengo muchas que compro y escojo personalmente; recuerdo en qué ciudad del mundo me enamoré de cada una de ellas) o en un archivo de Word –suerte de cajón de sastre– bautizado ad hoc. Otras, a los apurones, en una servilleta de papel donada por el bar de la esquina, en el reverso de una factura del gas o en las páginas blancas (salvadas de la rutina) de la agenda que llevo en la cartera para ordenar la semana. El silencio, la música o el ruido de esos versos son los del momento en que decidieron presentarse sin pedir permiso, a veces como un poema íntegro; otras, como una frase, una imagen o un disparo.
La búsqueda cambia de libro a libro. En los primeros, la espontaneidad -ama y señora, casi irreverente diría- fue encontrando, braille y tanteo mediante, su propia forma para celebrar el lenguaje en juegos de palabras insinuándose en horizontal y vertical (Crucigramas) o el asombro como señal de identidad (Cataclismos). Creo que Poemas grises marcó un cambio para mí, en el sentido de escribir con la idea de explorar poéticamente un tema, de construir un territorio.
El mapa o plan de esos hallazgos, si existe, va desarrollándose con la escritura y puede alterar la idea-guía inaugural. Los poemas de Riesgos de la noche, por ejemplo, se sinceraron nocturnos cuando ya tenía varios escritos a pesar de que, en principio, no hubo premeditación en su oscuridad.
Siempre, antes y después del poema, creo mucho en la intuición y le cedo la palabra para ver hasta dónde me lleva. Eso vale también para las lecturas que me hacen compañía mientras escribo y que siguen conmigo cuando el poema se apaga. Recuerdo pocas épocas de mi vida en las que haya podido leer tanto y tan deliciosamente como en 2003 y 2004, años contemporáneos a la escritura de Monstruos privados: tenía el tiempo, las ganas y todas las bibliotecas de Madrid a mi disposición. Sé que todos esos libros (esencialmente de narrativa y no necesariamente relacionados con el tema de esa serie: una reflexión poética sobre los temores cotidianos) resuenan como ecos en sus páginas. No los busqué, nos encontramos y esa coincidencia alimentó mi escritura. A veces, blanqueo algunas de esas lecturas en los epígrafes que acompañan los textos. Pero, por lo general, son muchos más los libros que disfruto que los que puedo citar.
Tengo desde siempre la casa llena de papeles. Adicta a la celulosa o desordenada fenomenal, lo cierto es que estos amuletos guardan discretamente mis conjuros: en ellos, callada por timidez o misteriosa sólo por coquetería, duerme alguna línea, escrita una tarde cualquiera como comienzo o final de un poema, sentida de alguna secreta forma imprescindible y candidata, por eso, a sumarse a las que apiño entre libros y carpetas. ¿Es la espera una estación necesaria de la poesía? No lo sé, pero intuyo esencial cierto reposo. Así que escribo, guardo y espero.
Un buen día, después de apilar -a veces por años- poemas de mañana, tarde y noche, algo en mí dice que el silencio ya hizo su parte y que hay que pasar a lo que sigue: leer, retomar, ver si en la vida vivida, pensada y escrita en esas horas, duerme un libro.
De ese renovado cuerpo a cuerpo con el texto algunas páginas salen intactas y otras rescritas. La oportunidad y el límite de esa intervención los marca la respiración de lo escrito (sí, los poemas son seres vivos, que tienen un pulso propio, taquicardia, fitness o letanía). La corrección, ese espacio que nos permite reencontrarnos con la página y jugar a leerla y trabajarla como si fuera de otro, nunca debería distorsionar el tono (¿halo? ¿clima?) original del poema, que representa el instante en que, como una chispa, se encontró con algo capaz de arder y quedó escrito.
Digamos que voto por la corrección, pero no soy fanática: me parece imprescindible generar una instancia para releer y repensar los textos, aún cuando muchos de ellos salgan iguales a sí mismos de ese territorio.
Muchos de mis poemas nacen en la calle, mientras camino. Aparece una frase y la sigo por cuadras, desovillándola.. A veces lo más difícil, cuando no tengo dónde apuntarla inmediatamente, es repetirla lo suficiente –perseverar en ella- como para que se salve de la multiplicidad de estímulos (semáforos, coches, ruidos, mi propio andar ...). Otros poemas salen de un tirón y reinciden en su forma incluso cuando, tiempo después y tras haber dejado descansar el texto, vuelvo a ellos. Son esos raros casos en los que uno siente que agregar una coma desvirtuaría la música primera.
Por cierto, hay “poemas quietos”: los que llegan porque sí, sin traslaciones, a solas en mi escritorio, celebrando el día con una taza de café y escuchando algo de música. Pero también me van los medios de transporte, en especial los trenes. He llegado a escribir casi periódicamente y con cronómetro en el lapso de las cinco estaciones de subte que van entre Diego de León y Suanzes, del metro de Madrid. Cuando leo alguna vez esos textos en recitales o entre amigos casi puedo escuchar como ruido de fondo, suerte de banda sonora privadísima e incompartible, el traqueteo de las ruedas en los rieles.
Los viajes han sido fenomenales disparadores de poesía en mi vida. Con esa coartada, cada vez que puedo me embarco y me dejo atravesar por la sensorialidad extrema que los rodea.
Me cuesta escribir poesía todos los días, pero me gustaría: cuando un poema logra decirnos, curiosamente encastra todas las piezas del rompecabezas de nuestra vida, expresa algo de otro modo intransmisible, nos ayuda a hacer contacto con el mundo. Por eso espero el próximo (y el que le sigue y otro más...) con algo parecido a la fe o el fervor.
Poemas
Muy buena la selección de poemas de la autora.
ResponderBorrarLa verdad es que en la actualidad no soy lectora asidua de poemas, por considerarlos en muchos casos cursi, aburridos e inentendibles.
Sin embargo escritos de esta calidad me ayudan a romper con esos mitos y prejuicios que tengo.
Los temas de estos poemas diversos y me siento identificada con más de uno.