miércoles, febrero 06, 2008

NONI BENEGAS



Es importante, dicen, mantener una actividad del cuerpo para que no caiga en la fiebre. La fiebre de la complacencia, del dejarse ir río abajo, somnoliento. Importa el paréntesis, el guión largo a la manera de Dickinson, alzar la vista, mirar por la ventana y descubrir a la vecina que vuelve del mercado con una cesta vacía. ¿Vacía?, sí.
Ahora debo componer las cosas que entrarán ahí: caerán las acelgas y los apios, serán guirnaldas verdes; en medio, los pimientos rojos como gemas, las manzanas como oro, y volverá Grecia a su cesta, las hespérides, el Ática entera una mañana de enero pues al fondo, bien envuelto en papel de estraza, medio mar boquea.



Poemas


EJERCICIOS ESPIRITUALES

A ver cómo te lo puedo explicar; fue muy simple, y había un razonamiento detrás. Una vez estaba hincada en la capilla, no me acuerdo si fue al final o al comienzo de los ejercicios espirituales, porque empezaban también con bombos y platillos, una ceremonia llena de cantos y el altar dorado, incienso… No: tiene que haber ocurrido al final, porque al comienzo ponían crespones violeta y no había flores… el caso es que yo estaba ahí sentada o de rodillas -porque a cada rato te cambian según qué pasa al frente y adoptás una de las dos posturas y a veces te levantás también- y recuerdo que pensé: tantos años que me convenzo con todas estas prédicas, la meditación, una lectura por la mañana y otra por la tarde con comentario del cura y después reflexión callada, voto de silencio en casa y el colegio… ¡salgo levitando!… y decido que no voy a pecar más, que eso ofende a Dios, comienzo a hablar con Él todo el tiempo, cosa que voy a hacer cosa que le pregunto, me asusto cuando me olvido, estoy en guardia, empiezo a temblar antes de cada acción pensando si va a ser buena o no, la incluyo del lado bueno y pienso en otra y así hasta el infinito. Voy muchísimo a la iglesia, me quiebro en los vía-crucis, recorro la capilla alelada y cada vez que paso frente al sagrario sé que está ahí, pero qué mejor custodia que yo: es una redundancia, lo mismo que las imágenes y las vírgenes, Dios no tiene nada que ver con todo ese panteón . . . pero de a poco la cosa comienza a desleírse, actúo automáticamente, descanso, me sumerjo en una época de bondad tranquila, sonrío, perdono, no intento convencer a nadie; luego empiezo a leer de nuevo, miro televisión, escucho música, y lentamente me voy olvidando, vienen las vacaciones, me fundo con el mar, el sol, la vida de playa y en las excursiones al campo, con el trigo amarillo, el crepúsculo; cuido mi figura, camino y respiro en estrecha relación con todo eso, hasta que de repente . . . empieza otra vez el colegio, el otoño. Y como todos los años, la consabida semana de retiro, y desde entonces, sabés, esta soledad que no me abandona nunca.


LETRA PEQUEÑA

No entiendo por qué me han puesto aquí ella nunca se comunica conmigo no me consulta se mueve va y viene independiente de mí y a mí ¿quién me obliga a quedarme? Quisiera a veces que formáramos un dúo, un duetto, una dualidad ¿dolorosa?, ¿no es peor acaso este divorcio, esta indiferencia, este no haber nada? Siento el viento frío que corre desde la ventana, por momentos me parece estar debajo del tiempo, como sosteniéndolo, porque para mí puede ser domingo, en el sentido de día sagrado, untuoso, día de reverencias, de agacharse mucho doblando la cintura, y luego erguirse con fuerza, toda vestida de oro y brocato, y damasco y seda, pero rígido el traje como de cartón y ese viento frío corresponden a una recepción en el atrio, el ágora, lugares atemporales que figuran en los diccionarios como zonas donde se presentaban los príncipes y se saludaban entre ellos, yo estoy ahí y cruzan por el aire un cóndor y un águila, Machu Pichu, los Incas o Ricardo Corazón de León y Juana la Loca en terciopelo de Flandes y puntillas. También puede ser día de edificios como el del Banco de España y avenidas vacías, una mañana helada con aceras de lajas grises, escalinatas y arcos que dan a las arcas arcones donde está inmóvil el dinero embancado pero ella puntea el periódico es realista lee anuncios inmobiliarios piensa: si pongo tanto y luego alquilo, si compro dos y hago una oferta . . . podría cobrar mensualmente tanto, y me tiene día y noche confinada entre la letra pequeña y el apto. ext. tza., uno/dos dor., b., coc. indep., cal. gas, asc. ver 5 a 8


Publicados en Ciempiés: Los microrrelato de Quimera
Neus Rotger y Fernando Valls (eds.)
Editorial Montesinos, (Barcelona 2005)



LAS CEBOLLITAS FRANCESAS

Alguien está imaginando un guión de cine con una trama fascinante, donde una mujer toda vestida de negro con un mono de satén, sube a ver a su joven vecino, que se ha traído a un amigo para tener un encuentro sexual.
Cómo la mina logra quedarse en el piso y se crea un clima erótico entre los tres. De qué modo habría que filmar las imágenes como flashes, donde aparecieran detalles de los órganos en primer plano llenos de tensión y acción. Qué actores serían los adecuados y se prestarían con la veracidad necesaria. La mujer sería como Antonia dell’Atte. Una suerte de aspecto bisexual con reminiscencias de transexual. Habría que convencer a esta presentadora de que le conviene actuar en una película así, pues se transformaría en un clásico del cine experimental.
El deseo sería el protagonista; iría despertando a uno tras otro como el choque del vehículo filmado al ralentí en la descripción de Virilio en Estética de la Desaparición: a velocidades incomparables, pero visto en cámara lenta, el impacto convierte al coche o al avión en una especie de fruto que al rozar el suelo se abre mostrando su pulpa y las pepitas que saltan como gotas de rocío. La cámara debería estar situada a ras de suelo como en Ozu, y emular la maestría de los planos del maestro japonés. Diversas escenas sexuales complejas, llenas de ardor y placer compartido. Filmado en primera persona debería, en realidad, parecer que está contado. Es decir, podría tratarse del relato de alguien que da cuenta de sus movimientos pélvicos y los estallidos de placer que experimenta, y que poco a poco se despierta, y mientras va saliendo de la duermevela recuerda que ha comido unas cebollitas francesas agridulces, que ahora están batallando en sus intestinos.


Publicado en Microscopios eróticos,
Ediciones Atómicas S.L.(Madrid, 2005)


REINAS

La reina, que no era la reina sino la mendiga última del reino, llegó a reina porque se lo propuso. Robó el ramo de la heredera, y cubriéndose el rostrocon las lilas ascendió el escalón triunfal del trono. La mendiga, que era la reina olvidada, fabulaba en la plaza del mercado la historia de la reina que perdió el trono por una mendiga y la infancia feliz de una reina de veras. La primera historia cayó en desuso –era un mero acontecimiento en su vida- pero el suceso continuo de la niñez fue tomando color a medida que pasaban los años. La mendiga en el trono hizo guerras, modificó la lengua, abolió ciertas prebendas e instauró otras. En definitiva, sólo las reinas de verdad sueñan, pues las mendigas se agitan demasiado con tal de olvidar.

Publicado en: www.literaturas.com/1Hiperbreves2002NBenegas.htm


NOVGOROD

Cuando huyeron de palacio, alguien abandonó una mano furtiva en el cortinado de terciopelo. La caravana realizó el prodigio con la constancia de una hilera gris. En los confines, la mano sacudió la borla de nieve hasta borrar el trazo del convoy boreal.


LA HISTORIA

La confortable y tierna historia tomó asiento con la parsimonia de una flor tibia. Era una alta y bella mujer dispuesta al sacrificio, con tal de que sus motivos permanecieran ocultos. Sus gestos, sueltos y armoniosos, desencadenaban interrogantes.
Nadie, nadie diría que entre cinco o seis apenas levantarían el tomo. Desnudado el texto, la sintaxis no era lo peor, había una gramática agria con todos los verbos antiguos puestos entre comillas, como esos autobuses cuyo recorrido se altera de súbito y la noche cae sin poder apearse en la ciudad deseada.

EL MISTERIO DEL CUARTO AMARILLO

Estaba el mar expuesto en planchas tras finos cristales de vitrinas al sesgo.
Contenida el agua entre cotas de azul: casi tiza en la costa, casi antifaz
oscuro en los Alpes abisales. No había personajes de ese mar, ni toneles a
la deriva o Venus de granito grácil. Sólo un telón pesado corregía la comba
del cuarto amarillo. A las once el Museo selló las puertas. Rápido, como
cuando la marea, descargó su brazo de espuma sobre la ciudad.

LITERAL

Hace rato que da vueltas en la cama. Aparta una y otra vez la sábana. Reposa, por fin, sobre un costado. Al cabo, el peso continúa aunque la tela es ligera. Estira un brazo desnudo en la oscuridad: hace frío. Se arrebuja de nuevo, contrae los pies, y acomoda la almohada bajo el cuello. Adormecida espera. ¿Qué es lo que pesa; su cabeza como un planeta? Aprieta los párpados; luego, de a poco, afloja. Hay allí una palpitante S que toda de negro se insinúa contra un fondo incoloro y adelanta la panza hacia una H del tamaño de una puerta. Gira las pupilas molesta, pero no logra expulsarlas. Parece más bien crecer la protuberancia salaz de la S y la férrea impavidez de la H, mientras entran en la retina los pilares oblicuos de la enorme A que sigue. Ya instalada, la primera sílaba empuja al ojo a ver la palabra que ondula entera dentro del campo visual. Tras la última vocal, la mirada busca con angustia una salida; es inútil: las letras en fila han invadido el ojo que nada distingue fuera de esas rejas. Acorralada piensa: si lo digo, tal vez se fuera como en un conjuro. Pronuncia,¿pero cómo?; la SH sibilante no existe en castellano, y si lo suelta en inglés, no se irá nunca de allí al pronunciar E por A, e I por E. ¡Qué tormento, prisionera insomne de un nombre que bien dicho no es literal! -¡Chakespeare, Chakespeare!- grita condenada, mientras la S se curva de risa y la H de hierro le barra la salida por siempre jamás.

PAREJA MADURA

Cuchillo, tenedor, cucharita; plato de postre, zumo de naranjas (treinta segundos en el microondas para quitarle el frío). Tres frasquitos opacos con píldoras a la izquierda del plato. Un jarrito de losa para la infusión, el que pone “mother” en azul, con fantaseosa letra cursiva inglesa. Sobre el mantel un individual celeste; encima, lo dicho.
En el plato de él la fruta está cortada y distribuida según un diseño propio. Dos trozos de sandía rosada semejantes a dos rodillas apuntan jugosas hacia su boca; en medio, como entre dos muslos, descansa un apetitoso triángulo de queso, y sobre esta blancura apoya un moreno bastoncito de trigo, que apunta al vértice del triángulo. El plato de ella es indistinto, también lo prepara él. Ella es mayor, no ve bien; él se solaza cada mañana con ese dibujo: así sí puede comenzar en día.

Publicados en Escritos disconformes. Nuevos Modelos de Lectura Francisa Noguerol Jiménez (ed.) Ed. Aquilafuente nº 61, de la Universidad de Salamanca, 2004


***

Los hilos dorados de la imaginación colectiva

La sospecha (era lo último
que podíamos generar)
nos empujaba a bautizar cada cosa
con dos nombres


La Casa

Cómo disolver una casa, la estructura
de canela simple, sólida en la memoria,
los travesaños de letras de molde
y las ventanas, que enmarcan un único paisaje,
lívido, de la infancia.
Cómo estallar la ceniza y absorberla
por un agujero negro, o mejor luminoso, clarísimo
que brille hasta el fin y se apague.
Cómo no entrar ni salir, que no haya un porche
ni una escalera, ni una sala, ni una madre
al fondo de un sillón, y un hermano por siempre en el baño
descubriendo su adolescencia.
Cómo, una vez la casa quieta, borrar
la ausencia del padre
instalada con rabia de polvo en el vacío.

Cariátide

Caían primero, fluían luego, diríamos
que evaporaban las cosas de ella.
Nunca sabremos si sostenía con los brazos
o con la cabeza; si los hombros, erguidos,
se disolvían en el punto de embriaguez
de un horizonte de alta montaña,
o una insoportable aventura del alma
la empujaba a perder la mirada
en los meandros terrestres.
O si adivinaba a la distancia,
y al acercarse a su rostro
un párpado de estatua paralizaba al voyeur
y temíamos, entonces,
que ese mundo nos fuera ajeno para siempre.

Ostende al Sur

Ostende tiene su homónimo en una costa al Sur.
Estando en Ostende al Sur se piensa, sin que conste,
en Ostende al Norte.
Se camina
por sus senderos de arena y se descubre
el viejo hotel, calco de las construcciones
fin de siglo de Montreux, o la rivera izquierda
de Ginebra.
Pero Ostende,
es una estación ruinosa en la provincia de Buenos Aires
frente al Atlántico;
es un juego descascarado de jardín
en una terraza brumosa;
es un arbusto rodando por la playa.
La herrumbre
trepa los muros abriendo puertas sobre las dunas:
es la que fulge quieta en todas las lanzas
de la escuela flamenca.
El devastado hotel existe para la luz del norte,
La que aquí sufre irriga, como un subsuelo fértil,
La composición feliz.
Ostende,
exangüe bajo el viento, al Sur.

La nave

Había un cuadro en la pared,
algo así como un mínimo concentrado de imagen.
Una vertical de mástil o árbol partido por el rayo
más un esbozo trunco en la base
resumían el movimiento.
De ese cuadro
todos quedábamos colgados,
no de las grandes marinas o los grupos de familia
livianos y abigarrados.
Ese mástil de una balsa abandonada a la corriente
revelaba el trazo interior de cada uno
altivo ante el océano
que el feroz marco individual contiene.
Plomizo y urbano,
cercaba el azabache del palo sin tocarlo,
y casi las olas en un mar de niebla,
hubieran querido absorber de una vez al tripulante
si no fuera que éste era la nave misma.


Hors Champ

La foto del lugar vacío
en su busca por la memoria.
La móvil
extensa foto fuera del marco
del álbum
del universo.



La espera

Cuando vuelva
de no haber vuelto
desde su repliegue óseo, calcáreo
de caracola atónita
y venga a mi como a su arena,
cuando me mude en sílice aventado
borrosa y densa
y yo masque y muerda duna,
encenderé una hoguera para su oído,
cosecharé la lluvia
seré un tormento
de piedra y lava.
Pero no volverá
de no haber vuelto.

Jardines

Este dolor
¿a quién duele?
¿Quién, si emerge al fin,
muere de aire,
del mucho disponible
que oxida las estatuas?
Jardines de llanto
donde tocar magnolias densas
y transitar en andas
del perfume de esta lluvia
de párpados adentro.

Una cartógrafa

Se oía una gran sonoridad que no se oía
Lezama Lima

Había una vez una cartógrafa que delicadamente incluía a los viajeros en las rutas que trazaba. Así, los vestigios resinosos de un traficante de óleos quedaban dispersos a lo largo del plano; una dama antigua de miriñaque y sostén de afuera remembraba a María Malibrán, que ebria hubiera girado sobre sí siendo checo lo que pisaba. Alicia en el país de las maravillas visitaba otros lugares, y claro, de su comparación surgían las bellas voces del idioma: “ay”, “huy”, “qué poco”, etcétera. En general, los viajes eran infinitos, y en particular, cobraban un gusto almizclado y dulce de caramelo de los mares griegos. Encajonaba cofres en los ángulos, pero esos melancólicos jamás sospechaban que dentro de ellos hubiera alguna solución; goznes y sortijas dudosas, dientes y más claveras, abrelatas de la era espacial, y en especial bonetes y muñecas, palillos, aguarrás, liebres, prados, alfombras y dátiles, y hasta Don José sorprendido por tanto acecho majestuoso de la hermosa dama boba.

El Beso

Bolívar paseaba todos los días con sombrero hongo por el jardín. San Martín también lo hacía pero cabizbajo, las manos a la espalda, cada tanto se detenía junto a un ciprés al que no apreciaba en todo su sombrío esplendor.
“Al menos Usted tiene una esperanza” –le espetó el otro- “se nota en la forma de caminar, pero yo… míreme, a duras penas doy nombre a una marca de tabacos, de segunda o aún tercera categoría. En Usted, en cambio, se ve que es hombre de valor ¿tal vez se preocupa?
Como San Martín pasase por Fontainebleau, se asomó a la ventana cuadrangular y dividida en otros tanto cuadraditos, tras la cual yo escribía esto. Me susurró “Eh, ¿qué hago yo aquí?” “”Déjeme pensar” le respondí“ póngase a un costado, hacia el cerco del vecino y espere unos minutos. Hallaré una solución.” Cada tanto Bolívar levantaba la vista tratando de adivinar lo que se tramaba detrás de los cristales, pero el reflejo del sol le impedía distinguir nada del interior. Daba vueltas elípticas y de tiempo en tiempo verificaba algo en la suela del zapato.
Abrí el Larousse Ilustrado “pequeño” le dije “llévame hasta aquel encuentro”,
supe entonces que Magritte se había disfrazado del gran centroamericano y que San Martín escondía una calvicie total bajo el negro peluquín.
“Venez” les ordené. Intrigados, el pintor belga y el filósofo francés se acercaron a la ventana. “¿Qué es este absurdo?” inquirí. Atinaron a balbucear algo ininteligible. “Irán hasta el fondo del jardín y a poco de separarse uno en la dirección opuesta al otro, cuando dé la orden, harán fuego. Nada de trampas.”
Al cabo de un rato se oyó un disparo seguido de un ruido semejante al de un ciervo cuando se echa a dormir. Saqué el espejito de la caja de maquillaje y comprobé que sobre la orilla flotaba el sombrero hongo, sólo se veían las trazas del filósofo, y en un caballete que había de pie sobre el horizonte, un gran lienzo mostraba una batalla. Una rúbrica con letra cursiva inglesa decía en el borde inferior: “A las 7,15 de la tarde, Bolívar y San Martín, a despecho de las miradas de ambos ejércitos, rozaron furtivamente sus labios en la colina de Guayaquil.”

De, Centro de Arte Moderno.

SELECCIÓN DE TEXTOS DEL LIBRO “ARGONÁUTICA”

El Ministerio

a José Ángel Valente

Sin ganas ya de criticar, dio por terminado el día. Subrepticiamente, aunque nadie lo observaba, se quitó los guantes y salió del Ministerio. Su cuerpo iba envuelto en sombras, casi invisible por la rapidez que le imprimía.
Sólo los pies, con método, repiqueteaban sobre la escalinata. “Bajaría escalones toda la vida” se dijo a sí mismo buscando asentimiento. Como seguía satisfecho, agregó “escalinatas de edificios oficiales, ex-palacios, ahora burocráticos, con largos escalones de mármol que se explayan entre una fila de columnas y las lajas de la acera, no la estrechez de la escalera del metro de absorbente aliento.”
Una vez terminado el descenso al no disponer de la posición oblicua que tanto le interesaba, voló hacia la esquina, donde formó un bello ángulo recto, desapareciendo.

Los ahogados

Cuando el orden se roe las uñas el miedo queda codificado. ¿Aprueba Ud. mi actitud? Sobre un cuadrado un triángulo, sobre todo ello este intenso barniz transparente. ¿Qué piensa? No pido su aquiescencia, esa es suya y deberá descubrirla Ud. mismo, yo puedo nombrarle algunos de mis recursos e incluirlo entre dos pares de signos de interrogación. Ud. puede ser un búfalo, alguien detrás de un ropero donde no hay nadie, puro artificio, vamos. Cada vez que la tormenta se estrella contra el aluminio, o mejor dicho el plástico disfrazado, me doy cuenta de que la obra de Dios está destinada a desaparecer. Nosotros también hemos sido los oyentes de un fantasma que nos ha tenido atados a su escucha gran parte de nuestra vida.
¡Al agua! ¡Al agua! aunque los ahogados se hayan retirado a conversar amablemente en la terraza del café.

Oblicuar obliga

lo que no miran ven

Quevedo

El Cardenal Inghirami deletreaba lo que podía.
Su capacidad de 90 y 45 grados, aliviaba a sus coetáneos con una opinión digna de ser tenida en cuenta.
Sartre y yo participábamos del mismo anhelo. Don Juan decía que el guerrero debía forzar la mirada de la forma en que sólo ciertos elegidos acusan de nacimiento. También los reyes del Alto Perú eran agraciados durante su infancia con la visión incesante de un péndulo. Se capta, entonces, el antes y el después, que permanecen en la pupila actual.
Yacer, y olvidando la mejilla sobre la bolsa de plumas salir en busca de un sueño; pero desvelada, revelar: cruzando un puente; flexionando la rodilla en el acceso de mármol a palacio; abriendo el picaporte del toilette en un snack; perdiendo un pase de ping-pong
porque la pelota saltó sobre la cintura y el tirabuzón se trabó como si alguien hubiera aspirado tan hondo, que absorbiera todo el mar en una piedra. Oír la circulación en el vientre del gato que duerme, cuya oquedad atraviesa temblando un avión en el Golfo de Méjico.
La oblicuez facilita la analogía, el dividendo obtuso, la suma imperial en el anexo del pequeño pabellón al fondo, desde donde el estampido voltea el último piso de una torta de bodas en Viena.
Tienes frío yo me ahogo. No hay coincidencia ni progreso Paralelas y el teorema de la rosa. Celebrar el mundo acumulando pequeños frascos de esencias sobre la mesa y soplar el polvo tras sus improntas.



El castillo

Lo poco que sé se oculta con un disfraz que le regalaron a mi madre, hace infinitos años, y que provenía de Siam.
Me presenté a la fiesta con él y pronto descubrí lo raído y miserable que era. Se pensó que en ello residía el estilo (siempre que no se distingue el estilo se lo supone inmenso puesto que no se ve), pero yo sabía que era prestado, aunque un recuerdo muy vago de quién era ella, me impedía reconocerlo como ajeno.
El Castillo se vendía de pie, se enajenaban objetos preciosos que la gente no alcanzaba a pagar, ni tampoco deseaba. Por esto es seguro que aún hoy permanece como entonces, erguido y soberbio con la remota intención de entrar en subasta, pero sólo para verificar el deseo de quienes pasan


Noni Benegas, nace en Buenos Aires y vive desde 1977 en España. En 1982 obtiene en Ginebra (Suiza) el Premio Platero de la ONU por Argonáutica, (Laertes, 1984, prólogo de José María Valverde). En 1986 gana el Nacional Miguel Hernández con La Balsa de la Medusa, (C.A.M., 1986). En 1991 publica Cartografía Ardiente (Verbum 1995) En 2002 aparece Las entretelas sedosas, (Casa del Inca, Montilla). En 2004 obtiene el XXIV Premio Esquío con Fragmentos de un diario desconocido, (Caixa Galicia 2004); El Beso, libro de arte, se publica en edición numerada del Centro de Arte Moderno, Madrid 2007. Burning Cartography, antología bilingüe aparece en 2007 (Host, Austin, TX).

1 comentario: