Escribí solo
poesía durante muchos años. Un día me harté de repetirme, de leerme, de sentir
que, como experiencia, todo se había empobrecido. Entonces me topé con un poema
de Horacio Salas titulado De la poesía considerada como una forma del
ocultamiento. No fue el texto del poema, sino su título, el que me aclaró
muchas cosas. Dejé de sentarme a escribir poesía. De cuando en cuando, ella, no
obstante, entraba en casa sin pedir permiso. Sus apariciones fueron, desde
entonces, imperiosas, aunque esporádicas. Así convivo con la poesía desde hace
mucho tiempo, sin que ninguno de los dos pidamos nada.
Del título del
poema de Salas aprendí que la poesía no puede ser un sitio para decir lo que se
debe decir en otro. Así empecé a narrar, que es una experiencia muy distinta. Y
en el proceso descubrí que, también narrando, puede presentarse la poesía o lo
poético. Cuando eso ocurre es cuando verdaderamente disfruto de escribir.
En la infancia era
distinto. No había planes porque era todo necesidad. Esos dos ingredientes se
fueron dosificando con el tiempo: el plan modera la necesidad, baja su
intensidad hasta que en un momento la hace desaparecer. Necesidad satisfecha.
Es el momento en que ya no hay nada más para decir.
También el proceso
de corrección tuvo su propio crecimiento. Si el joven escritor desmalezaba,
emparchaba, reemplazaba, como quien remodela una casa, ese escritor que vengo
siendo desde hace ya muchos años, realiza esas tareas en plena construcción. No
avanzo mucho si no me conforma lo ya escrito. Leo el texto que escribí hace un
minuto, una y otra vez. Queda claro que escribo lentamente, muy lentamente. La
aparición de la computadora fue pieza fundamental para llevar adelante esta
nueva manera de escribir. Gracias a ella, he podido combatir mi natural
tendencia a la pereza. Los manuscritos trabajados así, se vuelven marañas que
abandono sin remedio. Cuando doy por terminado un texto, ya no puedo volver a
él, más que para pequeños detalles.
No todo en la
infancia era distinto. La música siempre estuvo allí. Si no hay música no hay
arte. Si no hay música no hay vida.
Poemas
Tuve un destino
blanco
católico
epicéntrico
liberal entre los
márgenes del Occidente
occidental entre
los marginales
un destino que no
me tuvo en cuenta
clavado en el
esternón de mí
desde el principio
para cegar para
regar
con miedo
toda malformación
posible
de los pastitos
que crecerían conmigo
destino blanco
epicéntrico
hidalgo entre los
nobles
lleno de trampas
para osos
y pajaritos en
jaula
un amoroso
proyecto de vida
sin responsables a
la vista
¿se culpa al
blanco por un destino blanco?
¿se culpa al indio
por un destino negro?
¿se culpa al
esternón por los dolores?
odié desde el
principio la dimensión del destinito
mi primera
revuelta fue por conflicto de tamaños
luego fui contra
el régimen de castas
abandoné los
privilegios intermedios
me negué a pagar
los costos
quise mostrarme
desclasado
pero me vieron pintoresco
con el tiempo
cada lugar fue
encontrando su cosa
incluso esta
lo mejor que tengo
para decir de mí
es que no fui lo
que debía ser
mi general
acaso no soy nada
(inédito)
el día que murió
maradona
el día que murió
maradona
era el título de
una historia que no llegué a escribir
tenía atractivo
era una puerta de
vidrio esmerilado
la luz de un
reflector que ciega y que promete
tengo un gran
cementerio de historias que no fueron
lloro algunas
reviso sus pedazos
memoro las perezas
y asperezas
con que fueron
muriendo
comiéndose a sí
mismas
me demostraron
muchas que estaba equivocado
otras iluminaron
mi torpeza
nonatas
abortos
espontáneos y forzados
renunciamientos
golpes al ego y la
potencia
daños colaterales
en la conflagración de las palabras
un modo del
fracaso
como otro
cualquiera
nunca
ninguna
dio explicaciones
tardías del asunto
nunca
ninguna
quiso venir al
mundo desde el título
el día que murió
maradona
era una historia
que no podía escribirse
al menos yo no
podía hacerlo
quién puede imaginar
la amputación
el coma
la caída repentina
de las uñas
una rapaz que roba
en cada patio al mismo tiempo
una conspiración
universal de sauces
el día que murió
maradona
es un anti relato
y velas encendidas
en medio de las
calles
no hay ninguna
historia allí
porque cualquier
historia es negación
o distracción
nada hay real en
una historia
no hay puñalada
orgasmo
ausencia del
mañana
no hay historia
que pueda ser escrita
con mayúsculas
negritas subrayadas
como si hiciera
falta
(inédito)
A
Daniel Martínez
y
me dijiste
un
grano
una
forma infinitesimal del mundo
es
también
el
mundo
cualquier poema
para crecer
precisa de una
sombra
toda instantánea y
toda
evocación
al sol
se escuecen
yo
amigo mío
entierro las
semillas
(sin tu permiso)
en la porción de
tierra
que refresca la
copa
de tu árbol poema
(inédito)
vino con una mata
de peperina en la mano
dando las gracias
por un favor antiguo
pero no fue eso lo
que dijo
que era plaga en
su jardín cuidado dijo
que le sobraba
por si no
entendimos
pero entendimos
claro
y ahora miramos
crecer esa plantita
como quien mira a
un refugiado
sin saber qué
esperar
de su injertado
parentesco con nosotros
(de
Vivero al fondo)
buen momento
por cuestiones de
principios
cuando tomé la
primera comunión
no entraste al
templo
pero esperaste en
la vereda y me besaste
cuando salí de
allí
los dos estábamos
felices
sin
contradicciones
tal vez fue
nuestro mejor momento
(de
Entre junio y agosto)
Raúl Tamargo nació
en Buenos Aires en 1958 y actualmente vive en las sierras cordobesas. Es
bibliotecario y editor. Ha publicado dos libros de poesía, Los otros cómo
juegan (1995) y Vivero al fondo/Entre junio y agosto (2021), dos
novelas, Lo que el cuerpo vale (2019) y Más que nada (2017), una
serie de micro ficciones titulada El hilo del engaño (2014) y un relato
destinado al público infantil, Por la ventana de Sol (2001).
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