viernes, noviembre 22, 2019

CARINA SEDEVICH



Creo que a una pregunta tal como “qué es la poesía” es prudente responder desde la experiencia personal. En la poesía -que primero escuché, después leí y un día pude empezar a escribir- encontré la forma de sobrevivir y mantenerme relativamente cuerda en este mundo. Así que la poesía para mí es muchas cosas: agua, oxígeno, alimento, refugio, abrigo, consuelo.  

Con respecto a cómo y cuándo escribo, tengo siempre un cuadernito en el cual voy tomando notas. Si no estoy en mi casa lo llevo conmigo. Como prefiero estar en mi casa, sola, es ahí donde más escribo. Pueden pasar días sin que haga ninguna anotación, pero lo que va al papel es importante: son pistas de lo que he ido viviendo y cómo. Pocas pistas, las esenciales. Así que abro el cuadernito y lo reviso cuando me siento frente a la computadora a escribir. Si me detengo a pensar, me doy cuenta de que aproximadamente una vez por semana siento la necesidad de ponerme a escribir. Puede pasar más seguido, pero también menos. Las sesiones de escritura, sobre todo de la primera versión de un poema, son intensas y breves. 

Cada poema tiene su historia personal de corrección. Todos son corregidos. La mayoría, muchas veces. Creo un archivo donde voy escribiendo un poema debajo de otro. Me gusta tener presente en qué voy. Todos los poemas tienen relación entre sí. Los trato a cada uno en particular y a la vez voy viendo cómo se leen uno junto a otro. Cada uno influye en la corrección del otro. Los leo por separado y en conjunto muchísimas veces. Así voy encontrando el sentido de lo que estoy escribiendo. Cuando ya tengo una treintena de poemas, sé que es el momento de armar un librito. Esa es una tarea que disfruto mucho. Incluso decidir cuáles poemas no van al libro es gratificante. Cada libro tiene su historia particular de gestación. Son todos significativos para mí porque en ellos, como ya dije, de alguna manera está mi vida. 

No me detengo a pensar en cómo se arma el poema. No puedo responder a la pregunta de si viene primero la música, la sensación, la palabra. Ocurre que se desata un entrevero de procesos sensitivos e intelectuales. Es una instancia misteriosa que no me interesa desentrañar. Lo que sale de ese momento nunca es el producto final, pero sí la materia prima para el poema. Tiene el germen del poema y el olor del poema. Ese entrevero es la parte quizás más extraordinaria del proceso de escritura. Pero todas las instancias son preciosas e imprescindibles: desde el momento en que anoto la primera palabra hasta el instante en que termino de definir si la coma al final de un verso va o no va. 


Poemas


The whispering star 

En la última escena 
la mujer androide guarda en una caja de recuerdos 
la lata que encontró en un planeta de humanos 
y que apretó con el pie sobre la piedra, muchas veces, 
para escucharla crujir. Conjura el infinito ruido blanco 
con una potencial evocación.

De, Cuando la muerte sorprendió a Fassbinder, inédito


Grandes metales oscilantes crujen 

Un hombre viejo fuma marihuana  
bajo la sombra de los edificios. 
En el jardín vecino, dos tomates
se aprietan como jóvenes testículos
a una pálida estaca solitaria.

Fragmento del libro del mismo nombre | Editorial de l’aire, 2019


Sólo el viento incontable sobre el puente 

Bajo la luna pintan la calesita. 
La espina terrestre de un caballo
como un dorado contrabajo, brilla.
Y los grilletes de los hipocampos
se elevan como densas mariposas.


Fragmento, de Flor cineraria | Detodoslosmares Editorial, 2019


Loicas, calandrias, benteveos, río 

Atrás quedó nuestro tiempo 
y no recuerdo
casi nada con exactitud.
Sin embargo, 
cada vez que escucho música,
imagino que bailamos.

Fragmento, de Lejanas bengalas estallan | Ediciones del Dock, 2018.


Algo tienen que ver las campanas con dios 

Un niño de tres años
ciego
se frota los ojos
para ver las estrellas.


Fragmento, de Lavar a la madre | Buena Vista Editorial, 2017.


After life 

En una película oriental
los muertos eligen un recuerdo 
para vivir en él como un insecto 
inmóvil en un ápice de ámbar.

Buscan momentos sin exaltaciones
en los que no pudieron vislumbrar
resabios de pasado o porvenir.

Al fin,
prefieren recordarse solos.

De Un cardo ruso | Alción Editora, 2016

Carina Sedevich




Carina Sedevich nació en Santa Fe de la Vera Cruz en 1972 y vive en Villa María, Córdoba, Argentina. Es autora de los libros La violencia de los nombres (1998), Nosotros No (2000), Cosas dentro de otra cosa (2000), Como segando un cariño oscuro (Argentina|España, 2012), Incombustible (Argentina|España, 2013),  Escribió Dickinson (2014), Klimt (España|Argentina, 2015), Gibraltar (2015), Un cardo ruso (Argentina, 2016|Brasil, 2019), Cuadernos de Lolog (2017), Lavar a la madre (2017), Los budas y otros poemas (2017), Lejanas bengalas estallan (2018), Flor cineraria (2019), Grandes metales oscilantes crujen (2019) y Cuando la muerte sorprendió a Fassbinder (inédito). Su obra ha sido editada en diversos países de Europa y Latinoamérica y traducida al italiano, al portugués y al mallorquín. Ha participado en festivales nacionales e internacionales de poesía. Es licenciada en comunicación, especialista en semiótica, maestra en ceremonial, profesora de yoga y meditación. Dirige Revista Ardea | arte, ciencia y cultura, publicación de la Universidad Nacional de Villa María.