domingo, febrero 16, 2020

JUAN IGNACIO GONZÁLEZ




Lo poético como aquello que nos permite transformar la percepción, volverla presente, corrernos de lo cotidiano. La poesía devela, indaga, abre sentido. Actúa directo sobre nuestra sensibilidad, sobre nuestros cuerpos. Como dice Humberto Ak´abal: La poesía es fuego / quema dentro de uno / y dentro del otro. / Si no, será cualquier cosa, / no poesía.

Escribo desde la experiencia. En todas sus formas. Escribir como una necesidad de expresión, una herramienta, un vínculo con el entorno. Si pienso en poesía, la escritura suele aparecer a partir de una situación, una imagen, un recuerdo, una palabra. Son acopios que anoto en algún cuaderno, servilleta, ticket, celular, blog de notas y que, con el tiempo, lo retomo y derivan en un texto que va a ir conformando un futuro corpus. Si es texto dramático, surge con la intención de contar algo, de poner en juego escénicamente alguna situación. En ese caso, antes de comenzar, investigo sobre la temática, lugar o eje a desarrollar, para luego hacer un entramado ficcional. Y si es narrativa, en este paso más reciente que estoy experimentando, es un camino más largo, para encontrar un tono, de días y días que va tomando distintas direcciones, para ir desandando el relato.

Me parece determinante darle un tiempo al texto. Dejarlo reposar para más tarde volver a leerlo, escuchar cómo suena, despojarlo de nuestros hábitos, encontrar la particularidad. Como diría Hebe Uhart: escribir es una artesanía, un trabajo, y la literatura está hecha de detalles.

Hay que retomar los textos desde la escritura, pero también desde la lectura.  En definitiva, todo es texto: lo que vemos, lo que escuchamos, lo que percibimos.

Creo que uno escribe, o genera obra, a partir de sus lugares de pertenencia, Allí se conciben las zonas desde donde vamos a producir. El punto quizás, es estar atento a escucharlo, dejarlo emerger, y hacerlo propio. 

Hoy día, los proyectos artísticos son nuestro sostén, nuestra red. He ahí lo poético. 



Poemas




Tarde de otoño,
la luz justa. 



13



Salimos a fumar al patio,
estaba lleno de plantas
tenes mano verde,
dijiste y sonreías
después
las dudas de siempre.



20


Se hacían las siete
te fui a buscar
medio borracho
sin saber muy bien por qué
toque timbre
nos abrazamos
y eso fue lo último
era un domingo.



4


En un balcón
ella le lleva unos años
y están sentados
en reposeras
descalzos
sus pies
piden permiso para esquivarse
hablan de lo difícil que es dejar de fumar
cuando se tiene una cena con amigos.



7


Volver a nadar en una pileta cubierta
sentir otra vez el olor del agua tibia
distinguir las boyas y los andariveles
el celeste de la pintura que invade los ojos
las líneas negras marcan el paso en el fondo,
volver a respirar por la boca,
el sonido del vacío se mezcla con el murmullo
de algunos bañistas que descansan
en los rincones,
respirar un poco más
hasta oír algo que aturde y es
la clase de aquagym de las desorientadas
señoras de parque chacabuco,
descubrir que perdí las vueltas,
volver
reencontrarme con el ritmo cansino que me devuelve
el agua y el nado,
salir
con olor a cloro en el cuerpo
las manos arrugadas
y el aire fresco que entra
como si uno naciera de nuevo.


III

Era fines de diciembre en la calurosa noche del barrio de Flores
había llegado hace un par de horas, con bermuda, chomba y ojotas,
el calor hacía lo suyo y el ventilador no alcanzaba.

Fuimos a tomar un helado y después compramos algo para cenar.

Luego de la comida, quedamos un rato en silencio
y me reclamaste algo por tercera vez,
di un portazo y salí para mi casa.

Bajé de tu edificio,
y al hacer una cuadra se me rompe el sostén de la ojota,
era una de esas viejas, de goma y tela verde en forma de V.

Quedé con una ojota puesta,
la otra en la mano y con un pie descalzo.

Pensé en regresar y tal vez hacer las paces una vez más,
pero decidí seguir así
las cinco o seis cuadras que me quedaban hasta la parada.

Una vez ahí,
el colectivo no se hizo esperar demasiado.
Intenté hacer el acto de ponérmela y apretar con todos los dedos, como succionar para sostenerla,
pero al subir el primer escalón, se salió nuevamente. 

Puse cara de es lo que hay,
pagué y me fui a sentar al fondo.

El resto fue mirar por la ventana
y saber que me estaba separando.




Juan Ignacio González

Juan Ignacio González nació en Adrogué, provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en CABA. Egresado de la Escuela metropolitana de arte dramático EMAD. Dirige Los pájaros en el CC Rojas, con la actuación de Marcelo Subiotto. Es su tercera obra escrita en coautoría con Ignacio Torres, como las dos anteriores. Dirigió Ocaso, en el teatro Beckett y luego en El método Kairos - seleccionada para la fiesta Caba del INT. Su primera dirección Con el mar tal vez un poco se realizó en el Abasto Social Club y ganó el tercer lugar en el concurso de obras inéditas del Fondo Nacional de las Artes. Publicó En reposeras descalzos en la editorial Zindo&Gafuri. Prepara su primer trabajo en narrativa y su segundo de poesía. Acompañó el proceso de laboratorio III dirigido Ciro Zorzoli en el teatro Cervantes. Dicta talleres de escritura y lectura en el ámbito de la educación pública.

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