La foto en el suelo me la sacó mi madre, riéndose, como prueba de que estaba viendo la tele en vez de estar haciendo la tarea. Pero sí, la estaba haciendo. Hacía varias cosas a la vez, de a una no me salen.
En séptimo grado, un martes de primavera, la maestra de la mañana leyó a todo el curso un texto mío, a la tarde pasó lo mismo con la maestra de inglés. Dos veces en el mismo día, lo que yo escribí fue puesto de ejemplo y con aplausos. A la salida, el que me gustaba me miraba admirado. Yo estaba feliz: era escritora. Duró poco.
Días después, Miss Raquel
pidió que escribiéramos un cuento con animales, a mi me salió lo que supongo
fue mi primer poema. Eran pocos versos escritos en la parte de abajo de una
hoja rayada en carpeta de dos ganchos. Se trataba de un lobo que aullaba. Yo
era esa niña lobo en un cuarto gigante de una mansión en donde me sentía muy
sola. De noche aguantaba el pis para no ir al baño, en el pasillo habitaba lo
que no se podía ver. El poema era íntimo, me exponía por completo. La maestra
me llamó para hablar al final de la clase. Yo estaba segura de que quería
felicitarme por mi poema. Me pidió que le confesara quién lo había escrito, eso
no podía ser obra de una niña. Se me estranguló el aire en la garganta. Me puse
tan colorada que seguramente creyó que tenía razón, que yo había mentido y en
realidad lo había escrito mi madre. Dudé de mí. Se lo había leído a mamá, ella
me había prestado mucha atención, había sugerido que corrigiera alguna parte,
lo hice. ¿Será que no lo escribí yo?
Vivía con mi madre y su marido que no me quería, eran casa, barrio y escuela nuevos. Años ochenta post dictadura, a mi madre le preocupaban los secuestros, entrenó cinco perros con los que debía salir para ir a cualquier lado. Yo creía que había un tiburón en la pileta, estaba en la parte en que no daba el sol. Sabía que el tiburón no podía existir, igual le tenía miedo, pasaba rapidísimo nadando por la sombra. En la casa gigante y con nuevo curso, festejé mi cumpleaños con una fiesta de disfraces. Me disfracé de "mujer de otro planeta", nadie entendió mi disfraz. Creo que la escritura en mí se empezó a fundar ahí, con todo eso. Y con esto: papá escribía poemas, me los leía para corregirlos, me pedía que se los tipeara en la máquina de escribir, después fue en la compu. Él me contaba escenas de su sexualidad, las imágenes de su deseo poblaron mi cuerpo desde muy pequeña. Escribir también fue tratar de lidiar con todas esas palabras. Las evitaba, entonces no me salía escribir, pero no podía dejar de intentar hacerlo. La escritura siempre me hizo muy difícil el escondite. Agradezco eso.
Descubrí hace no mucho que el libro que quiero escribir no es el que termino escribiendo, el que escribo a los márgenes del que tengo como objetivo es el que se escribe. Ya no me enojo con no lograr ese libro genial, hace posible la escritura de lo otro.
Escribo poesía, a veces cuentos, teatro, y ahora estoy desplegando la narrativa. Cuando estoy tan alejada de mí que no puedo tener acceso a nada, leer poesía me trae de vuelta a lo sensible, me acerca al centro de lo humano.
Corrijo. Le digo reescritura. Es un re. Rehacer, aumentar, volver. Casi nunca algo está hecho de una sola vez, sólo me pasó con una obra de teatro, se llama "Lenguaje". La escribí en una sola noche escuchando en loop una canción de Annie Lenox No more I love you´s. La canción dice en el estribillo Language is leaving me in silence, esa canción me inspiraba fuerte, la necesidad de silencio, sin la demanda de los te quiero. Me suelo apoyar en la música para entrar en un texto, es como mi afinación, me pone en Do. Cuando no estoy pudiendo sentarme a escribir sigo escuchando la música que me hace pensar en ese mundo con el que estoy trabajando.
Para escribir necesito aislarme internamente. A veces me cuesta lograrlo en casa, entonces huyo a la isla real, en el Paraná, la Isla Ana. Me gusta estar sola en la selva. De noche trabo las puertas con un sillón y duermo con un cuchillo bajo la almohada. Quizás sea la escritura la que me pone en ese ánimo de amenaza. Cuando bajo la guardia, algo puede pasar.
Poemas
Tengo el buzo lleno de cadáveres porque la mejor forma
de matar mosquitos no es aplauso sino usar el propio cuerpo de tope y
estallarlos con una mano. Se ven venir todas, ésta no.
Llamamos polvo a los cadáveres de otras especies, partículas,
eso es lo que la escoba barre,
lo que se sacude de la ropa guardada,
lo que se acomoda en las molduras blancas y sacamos
con plumero,
eso es lo que arrastra el trapo húmedo.
A los cadáveres de nuestra especie les decimos
cenizas.
Esparcimos las cenizas, lo contrario a barrer.
También decimos que el cuerpo es polvo de estrellas o
tierra que anda, como promete la canción,
versiones mucho mejores que este paredón de fusilamiento
para bichos que es mi pecho.
De
Playa hundida (inédito)
a Lucía y Luciano
Cincuenta y cinco años tuvo las manos ocupadas:
tornos, pinzas, martillos, arandelas, tornillos y ajustes.
La jubilación la dejó manos libres, ella las ocupa: en
una mano el pucho, en la otra el mate. Se rasca el hombro con el mentón, saluda
vecinos diciendo sí con la cabeza. Las manos ocupadas también le ocupan la
boca: chupa, filtro-bombilla, filtro-bombilla.
Exhala humo y vapor de agua caliente. Palabras no.
En su silla,
en la esquina,
en el barrio,
en la ciudad,
en Latinoamérica,
en el mundo,
es referencia en mapas para pilotos de helicópteros:
punto negro en la
frontera sudeste de la ciudad del plata;
descenso peligroso, cruce
de vientos revueltos del Riachuelo,
gritos de hinchada y
bicicletas.
También es indicación para transeúntes y taxistas:
En la de la señora de la
esquina, doblás a la izquierda.
Por ella, la gente se ubica.
Su cuerpo mojón dice
aún estoy aquí.
De
Playa hundida (inédito)
Amarillo.
Terso. Nuca. Por atrás. Respingado.
Yema.
Ciruela. Duro. A palmas. Pecho. Uñas. A labios.
Tobillo.
Mano. Voltereta. Omóplato. Abro. Abierto.
Pedazo.
Tronco. Troncho. Palo. Sangre.
Boca.
Boca.
Boca.
Boca.
Boca.
De
Bitnus (Ed. Horda)
“G”
Gen
Te
lo dije.
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(Del
lat. genus: raza, familia,
descendencia, origen).
m.
Biol. Secuencia de ADN que constituye la unidad funcional para la transmisión
de los caracteres hereditarios; información que dicta, impide, conforma, salva
o mata.
De
Tardis, diccionario poético de las bellas palabras (Ed. Llanto de mudo)
Ankoku Hikari vive en La Boca, Buenos Aires, donde coordina el espacio cultural Utaki y la Escuela del Genius. Publicó los libros Tardis, diccionario poético de las bellas palabras (Ed. Llanto de mudo) y Bitnus (Ed. Horda). Se estrenaron sus obras Resultante cero, Lenguaje, Pestañas como agujas, Sed y Bitnus. Dicta los talleres de escritura Karada y coordina el grupo de lectura Lecturas al margen. En 2021 termina un nuevo poemario Playa Hundida (inédito) y trabaja en la realización del corto Sarcire, un video poema que surge de la Beca Creación del FNA que ganó en 2019.