Lila, María y Claudia Zemborain de izquierda a derecha
Me gusta escribir cuando hay mucho silencio porque mi cabeza está generalmente demasiado llena para que entren otras cosas. Escribo cuando ya no doy más. Hay algo que se va generando adentro mío, algo que me va perturbando de a poco, sé que tengo que escribirlo, pero no puedo, no encuentro ni el espacio, ni el lugar, es un estado de absoluta incomodidad, y no tengo idea de qué se trata hasta que no lo escribo. Entonces espero como agazapada que se produzca ese momento de silencio y me siento a escribir. Ahora estoy escribiendo en cuadernos Laprida lisos forrados con papel araña azul. Es muy importante este cuaderno. Me encanta el papel araña. Me gusta tocar esa textura, la idea de la tela que se hace infinita, la referencia al colegio y sobre todo a Buenos Aires. Me gusta que el cuaderno sea simple. Cada libro lo escribo con un tipo de cuaderno diferente. Parece que es importante el tipo de cuaderno. Tiene que ver con el estilo de escritura. Es decir, dependiendo del ancho de la hoja, los versos se harán de uno u otro tamaño. Hace poco estaba escribiendo sobre el nazismo y las libretas (siempre de papel liso) eran de tapa negra. Como un cajón, como queriendo enterrar algo, o desenterrarlo.
El libro de las glándulas lo escribí en unos blocs rectangulares que usaba en forma transversal, para que entraran más palabras. Era como un flujo que no debía ser contenido por el tamaño del papel. En esa época tenía el fetichismo de la lapicera tinta negra, punta gruesa. Pero ahora escribo con cualquier birome negra.
Cuando escribo entro después de un rato en un determinado ritmo, que me lleva a un cierto tono. El tono es fundamental, porque cuando tono y ritmo se complementan, es el momento en que llego a algún lado. Acto que siempre me sorprende porque nunca sé qué va a pasar, o si no va a pasar nada. Porque muchas veces no pasa nada. Es más la intención que el resultado.
Otras veces después de escribir hago dibujos abstractos, líneas que van y vienen sin una intención estética, sino más bien como una forma de liberar todavía cierta energía suplementaria que queda por allí, en algún lado, y que no necesita de una significación expresa. Una sola vez incorporé estos dibujos a uno de mis libros.
Hay como conglomerados de tensiones que me llevan a la escritura, y cada conglomerado resulta en un libro. Por eso casi nunca tengo poemas individuales. Cuando empieza ese conglomerado (me gusta verlo como una mórula) empiezo a escribir indiscriminadamente, sin plan, sin estrategia, es más bien una búsqueda, que encuentra su resolución después de un tiempo bastante largo. Y cuando llego a ese punto, busco todos los cuadernos en los que escribí sobre ese tema específico, y también en cuadernos anteriores, para establecer una suerte de continuidad entre lo anterior y lo actual. Es decir, hago una clasificación cronológica de los cuadernos y leo todo lo que he escrito hasta ese momento.
A veces, hay un par de poemas que me gustan y los corrijo mientras estoy en el proceso. Esos poemas generalmente me dan una cierta clave formal. El ritmo y el tono los voy desarrollando a medida que voy escribiendo, pero la forma es algo que se manifiesta definitivamente al final, ya que siempre escribo de corrido.
Una vez que leo todo lo que he escrito y encuentro su coherencia, empiezo a seleccionar lo que me parece que sirve y a pasarlo en la computadora. Pasarlo a la computadora es un gran desprendimiento. El cuaderno es como una extensión de mi cuerpo, con sus olores, su atmósfera de recién despertada. Al pasarlo se limpia, es de alguna manera como bañarse. Hay algo de sucio en la escritura del cuaderno, una densidad que me agota. La lectura y el traspaso de un medio al otro es también penoso. Es revivir todo el proceso y pasar por todos los estados. Por eso, también cada libro mío muestra un proceso muy oculto, que trato de que sea un secreto, algo que ni yo misma me había animado a decirme. Cuando imprimo todos estos materiales, les doy una primera leída en limpio y lo dejo descansar por un tiempo, hasta que me animo a volver a leerlos. Más tarde, los reclasifico, de acuerdo a otros criterios (que no son necesariamente cronológicos, aunque si pueden serlo). Este es el momento del caos, y de la desmembración. Cortar pedazos de poemas, eliminar poemas enteros de plano, seleccionar los que con mayor precisión muestran y ocultan ese secreto. Me cuesta mucho encontrar esa estructura, que generalmente se define en partes numeradas o con títulos tentativos. Ahí, armo una especie de versión del libro a dos columnas con el papel vertical para visualizarlo como una fotocopia de libro y ver si hay continuidad entre los poemas. Los títulos definitivos me salen a último momento. Y el título general del libro sale cuando el libro está casi listo, momento en el que vuelvo a corregir los poemas para dar unidad, de acuerdo al título y que todo tenga su coherencia. Todo este proceso de selección y corrección me lleva como mínimo un año. Pero desde que empiezo a escribir hasta que lo publico, pueden llegar a pasar hasta diez años, como me pasó con el libro de los ojos.
Cuando estoy escribiendo sobre un determinado conglomerado leo indiscriminadamente lo que encuentro sobre el tema. Voy sacando un poco de aquí y allá, literatura, artes visuales, cine, noticias de la televisión, artículos científicos mal entendidos, filosofía, libros de autoayuda, psicología, música, lo que me venga a la mano o lo que amigos o conocidos me sugieran. En todo esto voy buscando un vocabulario y un repertorio de imágenes, ciertas resoluciones. Adoro el diccionario. Busco las palabras claves que determinan el conglomerado y anoto en mi cuaderno sus definiciones en español y en inglés, con todos los sinónimos y antónimos. Con esto se expande el significado del secreto, y me sirve además para evitar las repeticiones. Además, si hay fragmentos que me conmueven los copio literalmente en mi cuaderno. Después los uso a veces como epígrafes para el libro terminado. Pero eso también lo descubro al final. Cuando tengo una versión pasable, se lo doy a leer a algunas amigas, para que me hagan la famosa "crítica constructiva". Esas opiniones son para mí tan valiosas que he empezado a incluir los nombres en los agradecimientos en mis dos últimos libros, ya sea que siga sus consejos o no.
Poemas
III
As when an oar in the water
appears to be broken
San Agustín
De repente al ver estrellas en las luces, querer desenfocar lo inevitable.
La luna se multiplica proporcionalmente al resplandor del cielo en un juego de esferas concéntricas enlazadas. Dos, tres, cuatro, seis lunas envueltas en un círculo de luz.
Con la mirada de Venus, enfocar el universo.
Lograr que lo ajeno sea algo propio, con el mismo sentido de quebrarse por dentro.
Ya no veré más la luna sino una luna doble en el cielo estrellado. Veré también el doble de estrellas en el firmamento oscuro de la noche.
Sólo la penumbra y no la luz.
Con los dedos tentando el aire por el miedo a la grieta, al obstáculo que se ha de interponer entre el destino y la mano.
La verdadera emoción en el lenguaje se produce cuando una sucesión de palabras resuena en una fibra interna, y se desata una cadena de asociaciones que culmina con el resultado físico correspondiente.
La persona parcialmente ciega percibe a través del tacto fragmentos de realidad hasta que puede formarse una idea general de lo que ve.
Hay como un desgajamiento en una zona en el medio del pecho que me dice que no tengo que separar el por del qué en la pregunta. Como si se abriera una oscuridad que debe mantenerse densa, opaca, olorosa a moho, como el interior del caño que atraviesa los caminos para desagotar el agua. Esa consistencia palpable del túnel oliendo a barro, hojas secas en descomposición, el frío del invierno cubriendo los árboles, la humedad gris que se concentra en la tierra después de dos días de lluvia. Una mezcla de placenta comida y movimiento lento y oleaginoso, adiposidad, donde lo vegetal, lo animal y lo humano se encuentran.
¿Qué es hablar de la naturaleza sino de la presencia indeclinable de los detalles y de la diversidad? Contemplar una flor y desarrollar por analogía una serie de disquisiciones que llevan al yo o al otro.
¿Es el arte un gran, enorme hiper desarrollado narcisismo?
Aparta la tristeza de tu corazón, dice el Eclesiastés, pero ahora estoy en un limbo irremediable. Como seguir sabiendo, pero sin saber cuándo.
Si no veo, no me importa que me vean, por ende no me importa hablar, aunque aquí estoy, escuchando las conversaciones de los vecinos que no me interesan en absoluto.
Lo que pasa con los ojos se logra con diferentes tipos de lentes: haze, star, efecto de duplicación.
La mirada que paraliza o mata de la medusa, hoy es un ojo que se fija en una pantalla que se mueve.
Dice Schopenauer que la percepción a través de los sentidos puede conducir a la ilusión, como ver doble un objeto. Pero el entendimiento nos hace saber que el objeto es uno solo; la reflexión nos hace decir: ésta es una ilusión falsa.
¿Arrancarme los ojos como Edipo ante el incesto? Pero ésto no es incesto sino más bien una traición.
Decir VEO, VEO, como en las películas argentinas de los cuarenta.
Ver, por ejemplo, los cuerpos cercenados en las piernas, como la foto que ha sido cortada en forma transversal y al unirse desprolijamente transforma la figura en un cuadro cubista.
El conocimiento del cuerpo del otro se hace una experiencia cercana. Tocar para comprender las intenciones, una relación que desarrolla un cierto afecto de las glándulas del amor. Aunque a la vez una desaforada intermitencia de la autocompasión, de la vergüenza de no registrar a la distancia a los chicos corriendo por la playa y llamarlo por su nombre en un arranque de miedo a perderlo en la inmensidad.
La foeba centralis es el punto donde se produce la mayor agudeza visual.
Con la visión distante se pierde la facultad de sumergirse en el maremagnum de detalles que ofrece un dedo, una uña, un pedazo de pasto, las inconsistencias de los pies, la cara del otro cuando se acerca más de lo estipulado.
Dice Aldous Huxley que no vemos las formas con un sentido específico sino como colores amorfos, que con el despertar de la conciencia y la memoria van adquiriendo forma. Sería una especie de visión sin entendimiento, la visión como pura sensación.
Entrar por el camino de la mácula, por el agujero negro en donde la imagen se produce en forma periférica. Pero el centro de la comprensión, el centro de la discriminación es un cuadro de Bacon. Ver el desaliño de las facciones, cuando la cara no es sino una mancha marrón clara, una superficie compacta que desenvuelve un fluido de imágenes. Una visión espantada que llega a los límites de lo que me animo a hacer. En ese caso no mirar, porque todo es relativo o lo que se quiere ver en esa sustancia sin definición, en ese vacío que descolla y desequilibra.
De, Guardianes del secreto
poemas escritos en enero-agosto 2001
La medusa me repugnaba; pero si sabía mirarla como Michelet, desde el punto de vista de la historia natural y de la estética, veía un delicioso candelabro de cobalto. ¿No son acaso, con el terciopelo transparente de sus pétalos, como las malvas orquídeas del mar?
Marcel Proust
la orquídea y el moscardón
That over-mind seems like a cap, like water, fluid, yet with definite body, contained
in a definite space. It is like a closed sea-plant, jelly fish or anemone.
H.D.
de noche no se puede evitar el acercamiento de los cuerpos acomodados en la pulsación y el ritmo de las glándulas amorosas; compulsivamente las manos desenvuelven su labor reconocedora generando innumerables resonancias de energía en cuerpos que se amaron sin saber lo que era la pasión, conocida ahora con la certeza del que sabe el movimiento que habrá de realizarse; amor que sobrevive en el pacto de las células, sello que borra los años de entropía controlada; glandularmente extensos en su lisura, se rozan sin necesidad de desnudarse en el anhelo perfecto de un amor que sobrevive la aspereza del olvido voluntario ¿será que algo importaba más que un amor inenarrable? el desprecio a lo adquirido es lo que cuenta en las zonas de una mente que desea con Narciso caer en la laguna
hay ciertas glándulas amorosas que son como su nombre lo indica blandas, cálidas, suaves al tacto, perfectamente rojas o blancas, como pequeñas almohadas que se alojan en distintas partes del cuerpo y destilan un líquido vaporoso cuyo efecto es una sensación de autocontención amorosa por demás; como si se estuvieran besando las células unas a otras, toda una cadena corporal de besos que llena de alegría; no es en sí un amor narcisista, o de autocomplacencia, sino que se expande desde las células hacia el resto del cuerpo, y por allí se desborda al mundo que nos rodea; una revolución de besos celulares que amasa el cuerpo de distintas sustancias; y ya no serían las glándulas del amor almohadas, sino más bien bollos que al cocinarse en el propio cuerpo emiten un olor a pan horneado, como la carnosidad tibia y fresca del bebé recién nacido, no contaminada por los gases de la vida cotidiana; los bollos glandulares producen una renovación de los tejidos y desde allí determinan el proceso de percepción en el sentido de la emoción con que se recibe el estímulo; si el cuerpo está dispuesto por las glándulas del amor a tamizar los estímulos con olor a pan, entonces la percepción será más bien plácida, y las respuestas destilarán también las emanaciones de tibieza que se expanden entre las personas cuando huelen el pan horneándose; pero a la vez se desencadenará un proceso similar en los cuerpos de los que reciben el aromático estímulo
las glándulas del amor no sólo destilan amor pasional; es un tipo de energía que tiene más que ver con la autocomplacencia del sueño profundo en estado de dicha; las glándulas del amor tienen la consistencia del tejido cavernoso de las esponjas cuando están en el agua; las esporas permiten que el agua las traspase; de la misma manera, una energía cálida atraviesa las glándulas del amor, como miles de ojos que estuvieran parpadeando de placer; la corriente no es pringosa ni pegajosa como la miel o el néctar de las flores, tampoco como el polen que se pulveriza en los estambres; es un tejido de terciopelo que se extiende atravesado por millones de bocas que se besan a sí mismas, no beso en sí, o el acto de besar, sino la sensación de recibir y de dar el beso simultáneamente en escala infinitesimal; en la imposibilidad de la reversión del besarse a sí mismo hay suavidad, tersura, delicadeza de harina finamente molida, el algodón y la seda serían materias ásperas en comparación
si los órganos parecen flores, por qué no pensar en las glándulas del amor como gladiolos, caléndulas, orquídeas, caliolos, campánulas, una flor desconocida que necesita de la sangre humana para nutrirse; crece en la oscuridad más absoluta y una vez que ha alcanzado completo desarrollo se estabiliza para siempre; a veces, cuando cae uno de sus pétalos, el viento lleva su perfume y por un complejo intercambio de fluídos que se realiza en niveles que la glándula no puede comprender, ya sea por azar o por milagro, en la superficie cavernosa en la que crece, aparece una pequeñísima glándula que llegado el momento propicio se desprenderá del campo de influencia; de esta manera, las glándulas se perpetúan; aunque nadie nunca ha visto un ramo de glándulas, su perfume ha llegado a enloquecer a quienes intuyen su existencia; como aquellos seres de formas oníricas que se mueven pesadamente en las gélidas profundidades del mar y de repente son iluminados por un laboratorio submarino, así las glándulas se sorprenderán ante la llegada del aparato sub-humano que busque encontrarlas; glándula tras glándula tras glándula, formarán con la especie ignota de las medusas, un nuevo tipo de flora y de fauna que no se percibe a través de los sentidos sino por la azarosa coincidencia entre lo que fue y lo que será
las emanaciones de las glándulas del amor superan el sentido del olfato porque el cuerpo ya no es sólo una masa de órganos y tejidos organizados según el esqueleto, sino más bien un núcleo emisor de sustancias perfumadas que se extiende en un radio mucho mayor de lo que se ha concebido como el aura; es ahora que los cuerpos son vistos como masas indeterminadas de una sustancia etérea cuyos bordes son movibles, como los límites imprecisos de una bandada de pájaros o las nubes de mosquitos que en eterno movimiento mantienen una forma cambiante; así, lo que vemos como el cuerpo y hemos representado de acuerdo a los miembros que lo componen sería en realidad el soporte de una sustancia invisible que transforma al ser humano en una medusa unicelular cuyo centro es ínfimo en relación a la sustancia que lo envuelve; de esta manera, las relaciones se establecen por las afinidades o rechazos que realizan los bordes, como si en los bordes de la sustancia etérea hubieran millares de órganos de percepción que condensaran en sí mismos y potenciadas las capacidades perceptivas que conocemos con el intelecto; a pesar de que los cuerpos se mantienen a una distancia considerable cuando los bordes se rozan, o bien se atraen y se funden en una sola sustancia etérea estableciendo una sonata de besitos, o bien se rechazan y se retraen como las aguas vivas cuando deciden cambiar de rumbo; no hablo del instinto como sustancia etérea, sino más bien de la percepción del cuerpo como esos dibujos de las células en donde aparece un núcleo, después algo así como la albúmina, y luego un borde irregular que tiene la capacidad de ser flexible, de modo que puede establecer relaciones osmóticas con otras células; si percibiéramos nuestros cuerpos de esta manera los veríamos tal vez como cuando flota el jabón sobre el agua caliente y mantiene esa consistencia movible formada por células de distintos tamaños, una tela tan sutil que embriaga con la reverberancia de sus colores traslúcidos; así, los cuerpos se conectan, con la diferencia de que no se destruye la tela que se ha formado con la presencia de algún obstáculo; por el contrario, la tela transparente de sustancia etérea que forman las relaciones entre los bordes se reconstituye permanentemente, creando un caleidoscopio no geométrico de relaciones, como una colonia de esponjas en el fondo del mar; si la constitución mayor de la parte dura del cuerpo es de agua, la sustancia etérea que lo rodea está formada por un porcentaje de humedad y por otro de sustancias secas; la combinación de ambas produce un aroma, que sólo puede percibirse a través del sistema glandular; no es como se piensa corrientemente que el cerebro controla las glándulas, sino que por el contrario, las glándulas controlan el cerebro y el sistema vegetativo; cuando una persona tiene lesiones en el cerebro y está inconsciente, las glándulas siguen emitiendo sus sustancias, y la única forma de conexión se produce a través de la sustancia etérea; el orgasmo, un fenómeno todavía no explicado por la ciencia, es una condensación de la sustancia etérea en el propio cuerpo; durante el acto sexual se funden los límites osmóticos entre dos seres; esta fusión que no implica necesariamente la presencia de otro cuerpo, desencadena un proceso de intercambio de sustancias etéreas más profundo y más extenso al punto en que llega el momento de la vorágine donde se genera una reacción en cadena que retrae la sustancia hacia el cuerpo; de allí la sensación de estallido celular que produce el reconocimiento de que ésa es la sustancia constitutiva del organismo, el reconocimiento gozoso de nuestra verdadera naturaleza; el orgasmo es la prueba de que la sustancia etérea nos constituye y nos desborda
como la orquídea que espera paciente la llegada del moscardón que habrá de fecundarla, un viento inesperado hace abrir la flor de los aromas y las glándulas comienzan a segregar sus efluvios para que a distancias siderales el moscardón perciba en los perfumes de la noche la sustancia que ha de intoxicarlo; con la llamada del instinto vuela sin conocer el rumbo de su azarosa travesía hasta que llega al lugar de la cita; ahí, más allá de las esencias y de las circunstancias, envueltos en la esfera perfumada, copulan sin saberlo, porque no son sus cuerpos que se estrechan y se tocan, sino la sustancia etérea que los desborda y los contiene; como dos autómatas guiados quién sabe por qué designio desconocido, los cuerpos se juntan nuevamente, para disolver las partículas que los separaron en primera instancia, de manera que el perfume invisible que alguna vez los había unido, ahora se sella en el abrazo invocado por las glándulas del amor; hay vientos que expanden los olores, densidades atmosféricas particulares, niveles de humedad que se maceran en el punto de ebullición justa; sólo el azar determina que las condiciones sean las precisas, el azar y el grado de maduración adecuado
Los pétalos furiosos
The guide is the fountain of life, Bahu,
arrayed in my every cell
Sultán Bahu
baja, baja la marea en la indeclinable calidez de un cuerpo que se escapa a los efluvios del idioma para derramar en sus miradas la lenta sujeción a una torpeza; con los ojos extraviados, con la misma pusilánime alegría de los jóvenes que avientan el placer en sus espaldas arqueadas, así sonríe la que no describe ya en sus senos el dulzor de otros tiempos; cuando el cuerpo transfigura su codiciada geografía, ignotas zonas se recubren de sustancias que habrán de confundirlo; un recóndito paraje de la mente diseña estas figuras, un gesto elemental como el cuchillo; como si el tiempo no hubiera transcurrido, el paisaje superpone sus figuras a la sórdida lectura de los hechos; crudamente, el deseo se revierte en otros gestos, otra es la instancia que se presta a que el vacío se cubra de horizontes, el lado oscuro no proyecta su luz ensordecida; en cambio, los jugos de la carne se agotan en deseados desatinos y es el habla que cubre de sentidos los besos que jamás serán rendidos; no destruyas el abrazo en las pestañas ni las caricias que con voces sugerías; ahora bien, mientras las flores silvestres ofrecen su hermosura al horizonte, una flor se atreve en el campo desechado; nada impedirá que en su corola se extinga el resplandor de su belleza; mas la sombra de la noche agregará matices a su encanto y la pálida superficie de la luna tenderá en sus pétalos furiosos el encanto vegetal de abrazos y suspiros; no respondas, hembra poderosa, al azaroso fragor de tu extravío; abre las miradas al ocaso, como si en la vida todo fuera ocaso y no registro imperfecto de los días; si la sangre no mana de tu cuerpo glorioso y los ardores de otros tiempos se subsumen en favores perdidos, no sientas que la fiebre que te embarga será hondo cadáver en tu cuerpo trasnochado
la sustancia de una vida en la indiscriminación, en el borronamiento, en un sudado que puede tener una solución inestable, pero nunca perenne; y la muerte señalada, quién sabe en qué lugar de las células en constante movimiento, o en la tierra que descompone los órganos para que crezcan las flores en los bordes de las tumbas; estas margaritas son el residuo químico de tus humores, en esta hoja de pensamiento hay una partícula de tus ojos, o de tu voz perdida ahora con la tarde. ¿de dónde viene la pregunta? ¿de qué manera se alinea la simultaneidad enfática de las atracciones somáticas con los ideales desenfrenados, o con la rutina superpuesta
a la ambición? mentirse o saber son las opciones y una serie de capas intermedias en donde el empeño es una empresa insobornable: quebrar la resistencia de las tumbas que ordenadas en
filas militares cubren los campos santos de esculturas funerarias
si el estadio de los días esconde la constancia de un amor perdido por la muerte, es la tristeza del olvido involuntario la que recuerda su extinción; si importa más la mentira que la muerte, es porque la vida se interpone para evitar que la muerte todo lo destruya con su sombra omnívora, y con una destreza que dilata el dolor que no ha querido revelarse, se abre de repente el torrente como una catarata que asocia muertes dispares y sonoras; restablecimiento absurdo que confunde el dolor con la tristeza; se pasará el día como todos sin que en la nada se simule que se vive; se vive así, como en vigilia, con los ojos aguzados por un sol muy fuerte, con la constancia asombrosa de que el agua sobre el río se desliza con mayor eficiencia que la vida que va de cuerpo a cuerpo; van cayendo los cuerpos en la inmanencia de un líquido pringoso; se acentúa en los rasgos el asombro de lo grave, recrudece en las manos un saber no pronunciado; cae como un durazno maduro el cálido perfume, mientras las abejas golosas se embriagan con los deshechos de la vida
cuando la flor se abre al pensamiento inquieto de las cosas un lenguaje celular sale de las porciones más recónditas en una concatenación de sonidos materializados en procesos químicos que no pertenecen en esencia al cerebro sino a la conexión entre las terminaciones y los tejidos; la emoción, como un cable que se encabrita en la noche de tormenta, emite chisporroteos peligrosos, por ser lo inanimado de repente anguila luminosa, dragón fosforescente en la noche azulada y látigo de luz; en ese proceso de sinapsis en donde el destello renueva las señales, los sonidos de lo inorgánico cumplen su función renovadora; agapantos, rabdomantes, planetario, molecular, reticulado, caversono; cadenas de sonidos que estampan el milagro de transformar una sustancia en otra
si la mano de la historia me lleva hacia los galpones del rumor, por qué buscar hechizos o encantamientos por amor a las palabras que habrán de sanar zonas aquejadas por la pasión o por la envidia o por la desolación del cuerpo que vive y late y empieza a comprender la inevitabilidad, como si la poderosa belleza de un sonido repetido hasta el desgaste desencadenara en los conductos liminares una resonancia más lejana que la voz, ecos que rondan donde ninguna luz se emite, salvo a veces, el resonar de las dendritas cuando esparcen su estática sonora, la noche inusitada debajo de la piel; humores que se desplazan por vías conocidas a veces salen, como si no tuvieran vida propia, como si no fueran sus esencias las que invocaran sus perfectos movimientos; ah! si conocieras la química sustancia, pero menos que eso, más acá, si conocieras la íntima sustancia que te habita, que mueve las células perceptibles y las que no se deben percibir, pero allí están, inocuas, bordeando la materia que moldea tu cuerpo subyugado; oh sí, la sustancia de las hojas, o de un agua que beberías para que la eternidad y no la suerte se implante en tus neuronas; alma que se retrae hacia la noche intelectual que te rodea; un vacío surge allí que te delata, mientras los músculos emergen desnudos confiando en la memoria de tus manos; nunca, pero nunca, extiendas tus brazos hacia el límite; la extensión de tu cuerpo se reduce a la distancia de tus brazos, a la altura de tu cuerpo; como si nada fueran los sentidos, no es tu mente, así, la que gobierna, es la alquimia de las aguas que das de beber a los perros
la vida en las ciudades, en el reino de los hombres es un conducto inoportuno para las veleidades salvajes que te inundan; quebrar en el ángulo perfecto del idioma y en las huellas de la sangre ese pacto que nunca las abejas comprendieron; oh hambre que construye innúmeros regocijos tenebrosos! allí se encuentra la espesura; cuando la indeclinable belleza del ansia te circunda, ábrese un torrente que circula por tus venas; allí la flor se nutre del estiércol para que en tu frente se suavice la grieta del deseo; ¿qué sabes acaso de la selva? ¿conoces sus entornos, la incipiente veta de los árboles, el eficaz chillido de los monos, el sibilante andar de los insectos? nada sabes, tú, de lo que llama; la selva es para ti un zumbido de verde parloteo, la veraz exactitud de las palabras y no el hedor que atrapan las orquídeas; revuelve en tus cimientos celulares, abre los ojos, mira las especies, toca la espesura, agranda en tus extremos el sentido del tacto; no es en el agua que el sonido se disuelve; es en las matas, donde crecen las serpientes
A Lucrecia Martel
la ciénaga imita la sustancia que te envuelve cuando la mano no alcanza a imaginar las consecuencias, como la rosa que se enfrenta a la jauría, mostrando los dientes, o como el árbol que en invierno extiende sus ramas cada vez más afiladas para alcanzar el aire que habrá de alimentarlo; han caído las hojas, el árbol entra en estado de latencia, sin embargo la forma se mantiene en perfecta circularidad, como queriendo abarcar más espacio; esa extensión se llama edad; pero hay oleadas ponderando otros circuitos, oleadas que recorren el cuerpo en su búsqueda de qué? estar allí, en ese lugar, y ahora la extensión de zonas sumergidas no responde al panorama; mirar para atrás en un despliegue temporal del sentido, mientras la superficie se resquebraja como un vidrio de gelatina, o como las salinas de absoluto resplandor; sal que viene del cuerpo en agua, erupción oceánica, sustancias que el cuerpo adora o rechaza en su mera fragancia puntillosa; y aunque no lo quieras es la hipófisis la madre de todas las glándulas, ciénaga que atrapa en las pulsiones y se somete a sus más lánguidos deseos incestuosos, al fulgor de los olfatos, a la gravidez de la guarida
malvas orquídeas del mar
Porque cada uno de esos mares no
estaba allí más que un día.
Marcel Proust
con palabras la lluvia extiende su parpadeo entre las flores; lento el cuerpo se arrastra hacia el estado que jamás debió dejar, liso como el agua que chorrea en la madera se adhiere a la lisura que lo acoge; allí, entre respiraciones y quebrantos se deja llevar hacia lo ignoto, no sabe si indómita locura, amor divino o exorcismo; abierta en su máxima extensión, como una mandrágora en la noche de los tiempos, palpa la compacta superficie que la envuelve; no hay materia que domine la dimensión del intercambio en que ya ni cuerpo se requiere; una masa que conforma no un color o una textura, sino más bien el aire inabordable que extiende el globo a su existencia; masa que en la secuencia se aminora y se condensa en bollos que hierven borboteando; abre los brazos para que nada de ella quede, nada quede de ese fulgor amarronado; limpia así de su propia sepultura, abraza la constancia de una incrédula energía que se acerca en el oxígeno; vuelve a palpar y ya nada entiende, su mente desconfía y sus manos la apresuran a una voz que la dirige ¿quién es? ¿de dónde viene? ¿qué le pide? pide lo que en azul cadencia se avecina, pide cuerpo abierto entre las aguas, entre el aire propulsor de maravillas, pide un abra en las distancias, el horizonte entre los árboles rendido, pide la raja en la llanura, el ansia en los estuarios, la lengua en la saliva, las hordas en los pelos, el vapor que se mece entre las piernas y el perfume desatado en las cornisas; es una superficie que refracta, la vida que se ha ido sin cadencia, sin forma ni atributos, sin camino, sin pies, sin manos, ni abierto corazón, ni aire blando; es la vida que se ha ido sin la vida, sin un beso en las mejillas, sin abrazo necesario, sin calor, sin presiones que lo formen o acomoden, sin presencia tutelar ni piel tejida, sin partículas de sombra y de textura, sin destello animal en sus heridas, un aire que no ha sido aprovechado, un alma que circunda entre las aguas; lamenta este vagar sin consistencia, fantasma que atestigua su tristeza, su dolor ante el empeño no vengado, su hambre de caricias enlazadas; es un líquido precioso la existencia, late un organismo asoma un ojo, parpadea, brotan sustancias de las redes ¿quién anuncia el resplandor vistoso de lo vivo? de su hedor se perfuman las palabras; nada hay en el universo que pueda repetir su asombro; se sosiega, se sosiega con el agua derramada; resulta que el sonido apacigua su semblante y ya nada queda del espacio que la aturde, nada que se atreve a enlodar su brazo en las palabras, asomo de barro en la picadura que arde entre los yuyos
si hay camino son las sombras evitadas como helechos creciendo entre los bosques; una vida que no ha sido se retrae a la humedad de las termitas; nadie habla ya de los efluvios sustraídos, se lamenta, se lamenta, se lamenta el cuerpo mientras lame la herida que no cierra; abre la boca, circula el aire y en ese pozo se instala la constancia de que las sombras no habitadas son a veces necesarias para disipar la vida; aunque ese cuerpo la acecha por las noches y se acomoda en su pecho en borboteos apretados, comprende que la luna se negó a ser coherente con su historia; bajó hasta los codos su amargura y allí se decantó su cobardía; pero este lenguaje de zozobra ya no la dictamina, como si el agua hubiera disuelto su premura; es ahora la instancia de los cuerpos exactos la que inscribe su templanza; limpia con la blanca pluma de una gaviota la arritmia del estruendo, blanca en su fina contextura de bambú; abre, piensa, expande en la caricia su escarmiento; no era necesario tanto asombro aduce ahora, que su pena
comienza a perdonarse
la línea del horizonte, en su impresionante limpieza desata con precisión el pensamiento de lo efímero, aunque así, en ese bamboleo que no cesa, un sentido de la enfermedad y la salud emerge de las olas para proyectar la comprensión evanescente, como si la salud y la enfermedad estuvieran allí en la disolución y en la forma, en el arabesco que se desenrolla en las profundidades de los genes, en el enredo repentino de las células o en el misterio que avanza solapadamente en el infinito embrollo que nos constituye; casi entender que hay una coherencia y ver con precisa claridad que pone aún más verdes los ojos, más transparente la inabarcable certeza de las olas en la orilla, donde cuerpos como el tuyo y el mío se desintegran en la sucesión de las horas para formar la dorada superficie de la arena; llegar a un punto o a un acuerdo, o a un pacto, o recién a un preguntarse hacia dónde o hacia qué, para qué o cuándo, o los deseos o la nada, y nuevamente los deseos y decir que sí a lo que emana y no al cubículo absurdo de lo propio cuando la comprensión es más insostenible, o cuando la aceptación aterroriza en su insondable transparencia; extenderse como el árbol al máximo derrotero de las ansias, un brazo se impulsa hacia los aires, los dedos estirados en su inconmovible extensión, tensado el cuerpo como un arco, en todas las direcciones, brazos y piernas se elongan en el agua, altitud y profundidad en la superficie, a flote en la rítmica inhalación y expiración del deseo, del número, de la distancia, de la cabeza sumergida entre el verde y el celeste, entre la multitud de burbujas y el sonido gutural, que sale no ya de la garganta sino de una zona que no logra definir; máquina, motor, paleta, remo, brazo que se estira, pierna que se hunde, cuerpo que se desliza en la sucesión de un líquido plateado, ojos semicirculares, el aire extenso que su cuerpo expulsa, como si una sincronía milagrosa de todos los términos diera lugar al movimiento: rasguño del agua, veta en la corriente, plácida ranura en la membrana líquida del cielo, potente animal sincopado, aturdimiento dócil, frecuencia sesgada
la lagartija apunta sus ojos dorados a las piedras que en años serán arena, y pasa el viento entre las aguas de la vida; un episodio la sorprende en el resplandor de las hortensias mientras enrolla la manguera como una víbora que se repliega después de incitar la tentación; así, en lo más brutal, se hacen sentir las vibraciones, aún en la edad en que los cuerpos se retractan de sus súbitos antojos; es un deseo tal vez incontrolable de atraer, de rechazar, más bien el sentido está en tender las redes, como el deslizarse en la superficie del agua rozando el resplandor cercano de las rocas, un cosquilleo remoto que no alcanza a dar el sentido del avance hacia la desembocadura en la que mar y correntada se dan su continuo abrazo de rechazo y atracción; dejarse llevar por el sentido hacia el reencuentro sin que el cielo sea garantía de destino, más bien dejarse llevar por el asombro de no saber la dirección exacta de las piernas, o de los puntos cardinales; el sol apunta con su espada una certeza, pero nada indica que ése sea el sentido de las olas, de las piedras, del cuerpo deslizado hacia el abismo
celeste de la luz
avanzan las olas en esta tarde nítida, serena la estatura de las alas, hablan las dendritas de un instante que es el único existente, aunque en la simultaneidad del todo se extinga sin dejar su rastro; escenas que no alteran el correr de la existencia, ni la pluma que se mece a la distancia y se guarda en la conciencia como blanca sutileza de los cielos; llora un chico, en la espesura de su mente reclama aquello que no tiene; tiene hambre o sueño o un mosquito le ha picado; la madre descifra el trazo de su grito; nada impide que el perro huela los zapatos, o que el sol se oculte en el cartel o caliente la cara con su sombra; adquiere luz la resistencia, zumban las pestañas, los pies de arena se arrodillan en la incertidumbre del momento, aire ya y mar y ondulaciones y un cielo de insistencia nacarada; ser en ese cielo no más que una partícula en el deletreo indiferente de la
tarde que se va
A Héctor Viel Temperley
las glándulas del amor no sólo destilan amor pasional; es un tipo de energía que tiene más que ver con la autocomplacencia del sueño profundo en estado de dicha; las glándulas del amor tienen la consistencia del tejido cavernoso de las esponjas cuando están en el agua; las esporas permiten que el agua las traspase; de la misma manera, una energía cálida atraviesa las glándulas del amor, como miles de ojos que estuvieran parpadeando de placer; la corriente no es pringosa ni pegajosa como la miel o el néctar de las flores, tampoco como el polen que se pulveriza en los estambres; es un tejido de terciopelo que se extiende atravesado por millones de bocas que se besan a sí mismas, no beso en sí, o el acto de besar, sino la sensación de recibir y de dar el beso simultáneamente en escala infinitesimal; en la imposibilidad de la reversión del besarse a sí mismo hay suavidad, tersura, delicadeza de harina finamente molida, el algodón y la seda serían materias ásperas en comparación
si los órganos parecen flores, por qué no pensar en las glándulas del amor como gladiolos, caléndulas, orquídeas, caliolos, campánulas, una flor desconocida que necesita de la sangre humana para nutrirse; crece en la oscuridad más absoluta y una vez que ha alcanzado completo desarrollo se estabiliza para siempre; a veces, cuando cae uno de sus pétalos, el viento lleva su perfume y por un complejo intercambio de fluídos que se realiza en niveles que la glándula no puede comprender, ya sea por azar o por milagro, en la superficie cavernosa en la que crece, aparece una pequeñísima glándula que llegado el momento propicio se desprenderá del campo de influencia; de esta manera, las glándulas se perpetúan; aunque nadie nunca ha visto un ramo de glándulas, su perfume ha llegado a enloquecer a quienes intuyen su existencia; como aquellos seres de formas oníricas que se mueven pesadamente en las gélidas profundidades del mar y de repente son iluminados por un laboratorio submarino, así las glándulas se sorprenderán ante la llegada del aparato sub-humano que busque encontrarlas; glándula tras glándula tras glándula, formarán con la especie ignota de las medusas, un nuevo tipo de flora y de fauna que no se percibe a través de los sentidos sino por la azarosa coincidencia entre lo que fue y lo que será
las emanaciones de las glándulas del amor superan el sentido del olfato porque el cuerpo ya no es sólo una masa de órganos y tejidos organizados según el esqueleto, sino más bien un núcleo emisor de sustancias perfumadas que se extiende en un radio mucho mayor de lo que se ha concebido como el aura; es ahora que los cuerpos son vistos como masas indeterminadas de una sustancia etérea cuyos bordes son movibles, como los límites imprecisos de una bandada de pájaros o las nubes de mosquitos que en eterno movimiento mantienen una forma cambiante; así, lo que vemos como el cuerpo y hemos representado de acuerdo a los miembros que lo componen sería en realidad el soporte de una sustancia invisible que transforma al ser humano en una medusa unicelular cuyo centro es ínfimo en relación a la sustancia que lo envuelve; de esta manera, las relaciones se establecen por las afinidades o rechazos que realizan los bordes, como si en los bordes de la sustancia etérea hubieran millares de órganos de percepción que condensaran en sí mismos y potenciadas las capacidades perceptivas que conocemos con el intelecto; a pesar de que los cuerpos se mantienen a una distancia considerable cuando los bordes se rozan, o bien se atraen y se funden en una sola sustancia etérea estableciendo una sonata de besitos, o bien se rechazan y se retraen como las aguas vivas cuando deciden cambiar de rumbo; no hablo del instinto como sustancia etérea, sino más bien de la percepción del cuerpo como esos dibujos de las células en donde aparece un núcleo, después algo así como la albúmina, y luego un borde irregular que tiene la capacidad de ser flexible, de modo que puede establecer relaciones osmóticas con otras células; si percibiéramos nuestros cuerpos de esta manera los veríamos tal vez como cuando flota el jabón sobre el agua caliente y mantiene esa consistencia movible formada por células de distintos tamaños, una tela tan sutil que embriaga con la reverberancia de sus colores traslúcidos; así, los cuerpos se conectan, con la diferencia de que no se destruye la tela que se ha formado con la presencia de algún obstáculo; por el contrario, la tela transparente de sustancia etérea que forman las relaciones entre los bordes se reconstituye permanentemente, creando un caleidoscopio no geométrico de relaciones, como una colonia de esponjas en el fondo del mar; si la constitución mayor de la parte dura del cuerpo es de agua, la sustancia etérea que lo rodea está formada por un porcentaje de humedad y por otro de sustancias secas; la combinación de ambas produce un aroma, que sólo puede percibirse a través del sistema glandular; no es como se piensa corrientemente que el cerebro controla las glándulas, sino que por el contrario, las glándulas controlan el cerebro y el sistema vegetativo; cuando una persona tiene lesiones en el cerebro y está inconsciente, las glándulas siguen emitiendo sus sustancias, y la única forma de conexión se produce a través de la sustancia etérea; el orgasmo, un fenómeno todavía no explicado por la ciencia, es una condensación de la sustancia etérea en el propio cuerpo; durante el acto sexual se funden los límites osmóticos entre dos seres; esta fusión que no implica necesariamente la presencia de otro cuerpo, desencadena un proceso de intercambio de sustancias etéreas más profundo y más extenso al punto en que llega el momento de la vorágine donde se genera una reacción en cadena que retrae la sustancia hacia el cuerpo; de allí la sensación de estallido celular que produce el reconocimiento de que ésa es la sustancia constitutiva del organismo, el reconocimiento gozoso de nuestra verdadera naturaleza; el orgasmo es la prueba de que la sustancia etérea nos constituye y nos desborda
como la orquídea que espera paciente la llegada del moscardón que habrá de fecundarla, un viento inesperado hace abrir la flor de los aromas y las glándulas comienzan a segregar sus efluvios para que a distancias siderales el moscardón perciba en los perfumes de la noche la sustancia que ha de intoxicarlo; con la llamada del instinto vuela sin conocer el rumbo de su azarosa travesía hasta que llega al lugar de la cita; ahí, más allá de las esencias y de las circunstancias, envueltos en la esfera perfumada, copulan sin saberlo, porque no son sus cuerpos que se estrechan y se tocan, sino la sustancia etérea que los desborda y los contiene; como dos autómatas guiados quién sabe por qué designio desconocido, los cuerpos se juntan nuevamente, para disolver las partículas que los separaron en primera instancia, de manera que el perfume invisible que alguna vez los había unido, ahora se sella en el abrazo invocado por las glándulas del amor; hay vientos que expanden los olores, densidades atmosféricas particulares, niveles de humedad que se maceran en el punto de ebullición justa; sólo el azar determina que las condiciones sean las precisas, el azar y el grado de maduración adecuado
Los pétalos furiosos
The guide is the fountain of life, Bahu,
arrayed in my every cell
Sultán Bahu
baja, baja la marea en la indeclinable calidez de un cuerpo que se escapa a los efluvios del idioma para derramar en sus miradas la lenta sujeción a una torpeza; con los ojos extraviados, con la misma pusilánime alegría de los jóvenes que avientan el placer en sus espaldas arqueadas, así sonríe la que no describe ya en sus senos el dulzor de otros tiempos; cuando el cuerpo transfigura su codiciada geografía, ignotas zonas se recubren de sustancias que habrán de confundirlo; un recóndito paraje de la mente diseña estas figuras, un gesto elemental como el cuchillo; como si el tiempo no hubiera transcurrido, el paisaje superpone sus figuras a la sórdida lectura de los hechos; crudamente, el deseo se revierte en otros gestos, otra es la instancia que se presta a que el vacío se cubra de horizontes, el lado oscuro no proyecta su luz ensordecida; en cambio, los jugos de la carne se agotan en deseados desatinos y es el habla que cubre de sentidos los besos que jamás serán rendidos; no destruyas el abrazo en las pestañas ni las caricias que con voces sugerías; ahora bien, mientras las flores silvestres ofrecen su hermosura al horizonte, una flor se atreve en el campo desechado; nada impedirá que en su corola se extinga el resplandor de su belleza; mas la sombra de la noche agregará matices a su encanto y la pálida superficie de la luna tenderá en sus pétalos furiosos el encanto vegetal de abrazos y suspiros; no respondas, hembra poderosa, al azaroso fragor de tu extravío; abre las miradas al ocaso, como si en la vida todo fuera ocaso y no registro imperfecto de los días; si la sangre no mana de tu cuerpo glorioso y los ardores de otros tiempos se subsumen en favores perdidos, no sientas que la fiebre que te embarga será hondo cadáver en tu cuerpo trasnochado
la sustancia de una vida en la indiscriminación, en el borronamiento, en un sudado que puede tener una solución inestable, pero nunca perenne; y la muerte señalada, quién sabe en qué lugar de las células en constante movimiento, o en la tierra que descompone los órganos para que crezcan las flores en los bordes de las tumbas; estas margaritas son el residuo químico de tus humores, en esta hoja de pensamiento hay una partícula de tus ojos, o de tu voz perdida ahora con la tarde. ¿de dónde viene la pregunta? ¿de qué manera se alinea la simultaneidad enfática de las atracciones somáticas con los ideales desenfrenados, o con la rutina superpuesta
a la ambición? mentirse o saber son las opciones y una serie de capas intermedias en donde el empeño es una empresa insobornable: quebrar la resistencia de las tumbas que ordenadas en
filas militares cubren los campos santos de esculturas funerarias
si el estadio de los días esconde la constancia de un amor perdido por la muerte, es la tristeza del olvido involuntario la que recuerda su extinción; si importa más la mentira que la muerte, es porque la vida se interpone para evitar que la muerte todo lo destruya con su sombra omnívora, y con una destreza que dilata el dolor que no ha querido revelarse, se abre de repente el torrente como una catarata que asocia muertes dispares y sonoras; restablecimiento absurdo que confunde el dolor con la tristeza; se pasará el día como todos sin que en la nada se simule que se vive; se vive así, como en vigilia, con los ojos aguzados por un sol muy fuerte, con la constancia asombrosa de que el agua sobre el río se desliza con mayor eficiencia que la vida que va de cuerpo a cuerpo; van cayendo los cuerpos en la inmanencia de un líquido pringoso; se acentúa en los rasgos el asombro de lo grave, recrudece en las manos un saber no pronunciado; cae como un durazno maduro el cálido perfume, mientras las abejas golosas se embriagan con los deshechos de la vida
cuando la flor se abre al pensamiento inquieto de las cosas un lenguaje celular sale de las porciones más recónditas en una concatenación de sonidos materializados en procesos químicos que no pertenecen en esencia al cerebro sino a la conexión entre las terminaciones y los tejidos; la emoción, como un cable que se encabrita en la noche de tormenta, emite chisporroteos peligrosos, por ser lo inanimado de repente anguila luminosa, dragón fosforescente en la noche azulada y látigo de luz; en ese proceso de sinapsis en donde el destello renueva las señales, los sonidos de lo inorgánico cumplen su función renovadora; agapantos, rabdomantes, planetario, molecular, reticulado, caversono; cadenas de sonidos que estampan el milagro de transformar una sustancia en otra
si la mano de la historia me lleva hacia los galpones del rumor, por qué buscar hechizos o encantamientos por amor a las palabras que habrán de sanar zonas aquejadas por la pasión o por la envidia o por la desolación del cuerpo que vive y late y empieza a comprender la inevitabilidad, como si la poderosa belleza de un sonido repetido hasta el desgaste desencadenara en los conductos liminares una resonancia más lejana que la voz, ecos que rondan donde ninguna luz se emite, salvo a veces, el resonar de las dendritas cuando esparcen su estática sonora, la noche inusitada debajo de la piel; humores que se desplazan por vías conocidas a veces salen, como si no tuvieran vida propia, como si no fueran sus esencias las que invocaran sus perfectos movimientos; ah! si conocieras la química sustancia, pero menos que eso, más acá, si conocieras la íntima sustancia que te habita, que mueve las células perceptibles y las que no se deben percibir, pero allí están, inocuas, bordeando la materia que moldea tu cuerpo subyugado; oh sí, la sustancia de las hojas, o de un agua que beberías para que la eternidad y no la suerte se implante en tus neuronas; alma que se retrae hacia la noche intelectual que te rodea; un vacío surge allí que te delata, mientras los músculos emergen desnudos confiando en la memoria de tus manos; nunca, pero nunca, extiendas tus brazos hacia el límite; la extensión de tu cuerpo se reduce a la distancia de tus brazos, a la altura de tu cuerpo; como si nada fueran los sentidos, no es tu mente, así, la que gobierna, es la alquimia de las aguas que das de beber a los perros
la vida en las ciudades, en el reino de los hombres es un conducto inoportuno para las veleidades salvajes que te inundan; quebrar en el ángulo perfecto del idioma y en las huellas de la sangre ese pacto que nunca las abejas comprendieron; oh hambre que construye innúmeros regocijos tenebrosos! allí se encuentra la espesura; cuando la indeclinable belleza del ansia te circunda, ábrese un torrente que circula por tus venas; allí la flor se nutre del estiércol para que en tu frente se suavice la grieta del deseo; ¿qué sabes acaso de la selva? ¿conoces sus entornos, la incipiente veta de los árboles, el eficaz chillido de los monos, el sibilante andar de los insectos? nada sabes, tú, de lo que llama; la selva es para ti un zumbido de verde parloteo, la veraz exactitud de las palabras y no el hedor que atrapan las orquídeas; revuelve en tus cimientos celulares, abre los ojos, mira las especies, toca la espesura, agranda en tus extremos el sentido del tacto; no es en el agua que el sonido se disuelve; es en las matas, donde crecen las serpientes
A Lucrecia Martel
la ciénaga imita la sustancia que te envuelve cuando la mano no alcanza a imaginar las consecuencias, como la rosa que se enfrenta a la jauría, mostrando los dientes, o como el árbol que en invierno extiende sus ramas cada vez más afiladas para alcanzar el aire que habrá de alimentarlo; han caído las hojas, el árbol entra en estado de latencia, sin embargo la forma se mantiene en perfecta circularidad, como queriendo abarcar más espacio; esa extensión se llama edad; pero hay oleadas ponderando otros circuitos, oleadas que recorren el cuerpo en su búsqueda de qué? estar allí, en ese lugar, y ahora la extensión de zonas sumergidas no responde al panorama; mirar para atrás en un despliegue temporal del sentido, mientras la superficie se resquebraja como un vidrio de gelatina, o como las salinas de absoluto resplandor; sal que viene del cuerpo en agua, erupción oceánica, sustancias que el cuerpo adora o rechaza en su mera fragancia puntillosa; y aunque no lo quieras es la hipófisis la madre de todas las glándulas, ciénaga que atrapa en las pulsiones y se somete a sus más lánguidos deseos incestuosos, al fulgor de los olfatos, a la gravidez de la guarida
malvas orquídeas del mar
Porque cada uno de esos mares no
estaba allí más que un día.
Marcel Proust
con palabras la lluvia extiende su parpadeo entre las flores; lento el cuerpo se arrastra hacia el estado que jamás debió dejar, liso como el agua que chorrea en la madera se adhiere a la lisura que lo acoge; allí, entre respiraciones y quebrantos se deja llevar hacia lo ignoto, no sabe si indómita locura, amor divino o exorcismo; abierta en su máxima extensión, como una mandrágora en la noche de los tiempos, palpa la compacta superficie que la envuelve; no hay materia que domine la dimensión del intercambio en que ya ni cuerpo se requiere; una masa que conforma no un color o una textura, sino más bien el aire inabordable que extiende el globo a su existencia; masa que en la secuencia se aminora y se condensa en bollos que hierven borboteando; abre los brazos para que nada de ella quede, nada quede de ese fulgor amarronado; limpia así de su propia sepultura, abraza la constancia de una incrédula energía que se acerca en el oxígeno; vuelve a palpar y ya nada entiende, su mente desconfía y sus manos la apresuran a una voz que la dirige ¿quién es? ¿de dónde viene? ¿qué le pide? pide lo que en azul cadencia se avecina, pide cuerpo abierto entre las aguas, entre el aire propulsor de maravillas, pide un abra en las distancias, el horizonte entre los árboles rendido, pide la raja en la llanura, el ansia en los estuarios, la lengua en la saliva, las hordas en los pelos, el vapor que se mece entre las piernas y el perfume desatado en las cornisas; es una superficie que refracta, la vida que se ha ido sin cadencia, sin forma ni atributos, sin camino, sin pies, sin manos, ni abierto corazón, ni aire blando; es la vida que se ha ido sin la vida, sin un beso en las mejillas, sin abrazo necesario, sin calor, sin presiones que lo formen o acomoden, sin presencia tutelar ni piel tejida, sin partículas de sombra y de textura, sin destello animal en sus heridas, un aire que no ha sido aprovechado, un alma que circunda entre las aguas; lamenta este vagar sin consistencia, fantasma que atestigua su tristeza, su dolor ante el empeño no vengado, su hambre de caricias enlazadas; es un líquido precioso la existencia, late un organismo asoma un ojo, parpadea, brotan sustancias de las redes ¿quién anuncia el resplandor vistoso de lo vivo? de su hedor se perfuman las palabras; nada hay en el universo que pueda repetir su asombro; se sosiega, se sosiega con el agua derramada; resulta que el sonido apacigua su semblante y ya nada queda del espacio que la aturde, nada que se atreve a enlodar su brazo en las palabras, asomo de barro en la picadura que arde entre los yuyos
si hay camino son las sombras evitadas como helechos creciendo entre los bosques; una vida que no ha sido se retrae a la humedad de las termitas; nadie habla ya de los efluvios sustraídos, se lamenta, se lamenta, se lamenta el cuerpo mientras lame la herida que no cierra; abre la boca, circula el aire y en ese pozo se instala la constancia de que las sombras no habitadas son a veces necesarias para disipar la vida; aunque ese cuerpo la acecha por las noches y se acomoda en su pecho en borboteos apretados, comprende que la luna se negó a ser coherente con su historia; bajó hasta los codos su amargura y allí se decantó su cobardía; pero este lenguaje de zozobra ya no la dictamina, como si el agua hubiera disuelto su premura; es ahora la instancia de los cuerpos exactos la que inscribe su templanza; limpia con la blanca pluma de una gaviota la arritmia del estruendo, blanca en su fina contextura de bambú; abre, piensa, expande en la caricia su escarmiento; no era necesario tanto asombro aduce ahora, que su pena
comienza a perdonarse
la línea del horizonte, en su impresionante limpieza desata con precisión el pensamiento de lo efímero, aunque así, en ese bamboleo que no cesa, un sentido de la enfermedad y la salud emerge de las olas para proyectar la comprensión evanescente, como si la salud y la enfermedad estuvieran allí en la disolución y en la forma, en el arabesco que se desenrolla en las profundidades de los genes, en el enredo repentino de las células o en el misterio que avanza solapadamente en el infinito embrollo que nos constituye; casi entender que hay una coherencia y ver con precisa claridad que pone aún más verdes los ojos, más transparente la inabarcable certeza de las olas en la orilla, donde cuerpos como el tuyo y el mío se desintegran en la sucesión de las horas para formar la dorada superficie de la arena; llegar a un punto o a un acuerdo, o a un pacto, o recién a un preguntarse hacia dónde o hacia qué, para qué o cuándo, o los deseos o la nada, y nuevamente los deseos y decir que sí a lo que emana y no al cubículo absurdo de lo propio cuando la comprensión es más insostenible, o cuando la aceptación aterroriza en su insondable transparencia; extenderse como el árbol al máximo derrotero de las ansias, un brazo se impulsa hacia los aires, los dedos estirados en su inconmovible extensión, tensado el cuerpo como un arco, en todas las direcciones, brazos y piernas se elongan en el agua, altitud y profundidad en la superficie, a flote en la rítmica inhalación y expiración del deseo, del número, de la distancia, de la cabeza sumergida entre el verde y el celeste, entre la multitud de burbujas y el sonido gutural, que sale no ya de la garganta sino de una zona que no logra definir; máquina, motor, paleta, remo, brazo que se estira, pierna que se hunde, cuerpo que se desliza en la sucesión de un líquido plateado, ojos semicirculares, el aire extenso que su cuerpo expulsa, como si una sincronía milagrosa de todos los términos diera lugar al movimiento: rasguño del agua, veta en la corriente, plácida ranura en la membrana líquida del cielo, potente animal sincopado, aturdimiento dócil, frecuencia sesgada
la lagartija apunta sus ojos dorados a las piedras que en años serán arena, y pasa el viento entre las aguas de la vida; un episodio la sorprende en el resplandor de las hortensias mientras enrolla la manguera como una víbora que se repliega después de incitar la tentación; así, en lo más brutal, se hacen sentir las vibraciones, aún en la edad en que los cuerpos se retractan de sus súbitos antojos; es un deseo tal vez incontrolable de atraer, de rechazar, más bien el sentido está en tender las redes, como el deslizarse en la superficie del agua rozando el resplandor cercano de las rocas, un cosquilleo remoto que no alcanza a dar el sentido del avance hacia la desembocadura en la que mar y correntada se dan su continuo abrazo de rechazo y atracción; dejarse llevar por el sentido hacia el reencuentro sin que el cielo sea garantía de destino, más bien dejarse llevar por el asombro de no saber la dirección exacta de las piernas, o de los puntos cardinales; el sol apunta con su espada una certeza, pero nada indica que ése sea el sentido de las olas, de las piedras, del cuerpo deslizado hacia el abismo
celeste de la luz
avanzan las olas en esta tarde nítida, serena la estatura de las alas, hablan las dendritas de un instante que es el único existente, aunque en la simultaneidad del todo se extinga sin dejar su rastro; escenas que no alteran el correr de la existencia, ni la pluma que se mece a la distancia y se guarda en la conciencia como blanca sutileza de los cielos; llora un chico, en la espesura de su mente reclama aquello que no tiene; tiene hambre o sueño o un mosquito le ha picado; la madre descifra el trazo de su grito; nada impide que el perro huela los zapatos, o que el sol se oculte en el cartel o caliente la cara con su sombra; adquiere luz la resistencia, zumban las pestañas, los pies de arena se arrodillan en la incertidumbre del momento, aire ya y mar y ondulaciones y un cielo de insistencia nacarada; ser en ese cielo no más que una partícula en el deletreo indiferente de la
tarde que se va
A Héctor Viel Temperley
cielo mar cielo en el horizonte líquido del aire que se inhala como precioso combustible de la vida, y luego profundidad terrosa de lo verde en la fugacidad de exhalar el horizonte opuesto en el hálito que queda, superficie en movimiento que lleva hacia la orilla, duna que se inclina hacia el cielo amarillento, verde en la distancia del fondo amarronado, piedras pulidísimas y el aire que se inhala nuevamente en el celeste, mientras brazos y piernas realizan la extensión que anima el chapaleo, a no ser por el continuo movimiento de las células que en su latitud elemental flotan sin quererlo en el mar de los asombros ¿quién se atreve en su ardiente derrotero a gatear sumido en los efluvios? es un arrastrarse lento y con enigmas, con sonidos infrahumanos en las sombras, sin oxígeno, virtual parpadeo del celeste y del marrón, cálido racimo, rasguño que se ofrece a la corriente, sangre que se arrastra por el cuerpo y por el mar en una superficie sin apoyo, sólo el movimiento admite el movimiento, sólo el movimiento admite la distancia que se intenta sin volver, se arrastra paralela a la bahía, y es de arriba que se atisba como línea, como insecto en la corriente que se agita, acompasado deslizarse es tan sencillo, un sutil abrirse de las aguas, rajarse la blandura glandular que la contiene y la incita hacia el destino que se opone inestable en la corriente, mientras el aire entra y sale por la boca y el celeste se interna en la mirada y el cuerpo es sólo superficie en este vana superficie que la envuelve, el lento gateo de las piernas despliega su textura simultánea, sincronía que gravita en la efímera silueta que se borra cuando expulsa el aire en la brazada
la trivialización más absoluta, ahí nomás, en ese punto de lo aceptable, donde la mente se desprende de lo que la asiste y flota en el golpeteo súbito de una bandera; tener un título o un sistema para estas abluciones, algo así como fragmentos derivando en la distancia, como si de un largo aliento fuera a desprenderse el torbellino que se expulsa en la memoria; largas frases que indican que hay miradas fugaces detenidas simplemente en el papel que ya se vuela, o en el hombre en bicicleta que es pasado, o en el rítmico fluir de las canoas apenas sugerido por los remos; ardiente la mirada que atina sólo a una periferia del sonido, un avión entre las nubes, el golpe sordo de una draga, la humanidad manifiesta en la mecánica monotonía de las ondas; nada hay que el aire no moldee, que el agua no haga sucumbir; siguiendo los preceptos de la sombra, la mera luz radiante de las doce atina a distraer los devenires; un sol, la distancia entre los astros, el universo rasqueteado en la corriente de un pensar ajeno a lo profundo; mirar el firmamento a plena luz, los planetas girando en armónica rutina, una nave que se atreve sólo hacia la cáscara de una entidad fabulosa, los tripulantes en pensados atuendos supervisan la maniobra de llegada a un puerto que reclama un sentido inalterable de lo opaco, la vibración del viento, el papel que nunca se somete; se estiran las mareas, el aire circula sin premura, nada altera en este instante la certeza de un fluir que no debe ser interrumpido, la constancia de la mente se destina hacia otros lares; ya no la seducción de ciertos brazos atentos al quejido, o a los labios impregnados de alabanzas, más bien la inalterable dirección hacia el presente de los sueños y el constante asentamiento de las aguas
el alga estampa en la mano un alfabeto marino que se extingue si las manos se internan en el verde como dos plantas simétricas, palmas que empujan el agua y filamentos vegetales; un verde compacto tamiza de dorado los colores mientras el cielo segrega celeste en el avance; sólo el azul expande su fijeza cuando gira y entrega sus espaldas a las olas; sin horizonte que limite la mirada, las nubes se avecinan a la estela y entonces el cuerpo es sólo superficie que se extiende hacia lo alto; con los brazos quisiera alcanzar el universo pero la rítmica flexión hacia la meta sumerge la mirada en un charco fugaz, y otra vez el cielo se avecina en la distancia, pero de tanto aire que se expira, se separa de la nada que es el fondo de los cielos
De, Malvas orquídeas de mar (libro completo)
Lila Zemborain
Lila Zemborain nació en Buenos Aires en 1955 y vive en Nueva York desde 1985. Ha publicado los libros de poesía Rasgado (Buenos Aires, Tsé-Tsé, 2006); Malvas orquídeas del mar (Buenos Aires, Tsé-Tsé, 2004); Guardianes del secreto (Buenos Aires: Tsé-Tsé, 2002); Usted (Buenos Aires, Ediciones Ultimo Reino, 1998); Abrete sésamo debajo del agua (Ediciones Ultimo Reino, 1993) y las plaquettes Ardores (1989) y Germinar (1983). Ha sido incluida en las antologías Mujeres mirando al Sur. Poetas sudamericanas en USA (Madrid: Editorial Torremozas, 2004), en Actual triantología de poesía Argentina, Brasileña y Peruana de la revista Humúnculus (Lima: 2004), y en Final de entrega. Antología de poet@s contra la violencia de género (Córdoba, España, 2006). Su trabajo traducido al inglés por Rosa Alcalá ha sido incluido en las antologías The Light of City and Sea. An Anthology of Suffolk County Poetry 2006 (Sound Beach, NY: Street Press, 2006) y Corresponding Voices (Point of Contact Productions: Syracuse University, 2002), en la serie de plaquettes de Belladona con el poema Pampa, y en las revistas The Gathering of the Tribes, Newsletter del Poetry Project, Ecopoetics y Rattapallax. Su trabajo en español ha aparecido en publicaciones como el diario El Universal de Caracas, el diario ABC de España y en las revistas "Galerna" de Montclair State University, "Tsé-Tsé" y Los rollos del mal muerto de Buenos Aires, Sibila y Barcelona 080, de España, Girabel y Humunculus de Perú, y en diversos sitios del internet. Es directora y editora de la serie de poesía Rebel Road. Dirige también la serie de poesía KJCC, en el King Juan Carlos I Center, de New York University.
Como especialista en literatura latinoamericana, ha publicado el libro "Gabriela Mistral. Una mujer sin rostro" (Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2002). Sus artículos sobre Gabriela Mistral han aparecido en publicaciones como la revista Iberoamericana (2000) y en el libro Femenino Plural. La locura, la enfermedad, el cuerpo en las escritoras hispanoamericanas (Alexandria: Los signos del tiempo, 2000) entre otras. Ha realizado lecturas de su obra poética y crítica en distintas universidades y centros culturales de Estados Unidos, Francia, España, Argentina y Chile. Entre 2001 y 2002 colaboró como corresponsal de arte en New York con el periódico Arte al Día Internacional. Es profesora de escritura creativa y literatura en el Departamento de Español y Portugués de New York University. En el verano 2006 enseñó en el Summer Writing Program de Naropa University.
Lila Zemborain nació en Buenos Aires en 1955 y vive en Nueva York desde 1985. Ha publicado los libros de poesía Rasgado (Buenos Aires, Tsé-Tsé, 2006); Malvas orquídeas del mar (Buenos Aires, Tsé-Tsé, 2004); Guardianes del secreto (Buenos Aires: Tsé-Tsé, 2002); Usted (Buenos Aires, Ediciones Ultimo Reino, 1998); Abrete sésamo debajo del agua (Ediciones Ultimo Reino, 1993) y las plaquettes Ardores (1989) y Germinar (1983). Ha sido incluida en las antologías Mujeres mirando al Sur. Poetas sudamericanas en USA (Madrid: Editorial Torremozas, 2004), en Actual triantología de poesía Argentina, Brasileña y Peruana de la revista Humúnculus (Lima: 2004), y en Final de entrega. Antología de poet@s contra la violencia de género (Córdoba, España, 2006). Su trabajo traducido al inglés por Rosa Alcalá ha sido incluido en las antologías The Light of City and Sea. An Anthology of Suffolk County Poetry 2006 (Sound Beach, NY: Street Press, 2006) y Corresponding Voices (Point of Contact Productions: Syracuse University, 2002), en la serie de plaquettes de Belladona con el poema Pampa, y en las revistas The Gathering of the Tribes, Newsletter del Poetry Project, Ecopoetics y Rattapallax. Su trabajo en español ha aparecido en publicaciones como el diario El Universal de Caracas, el diario ABC de España y en las revistas "Galerna" de Montclair State University, "Tsé-Tsé" y Los rollos del mal muerto de Buenos Aires, Sibila y Barcelona 080, de España, Girabel y Humunculus de Perú, y en diversos sitios del internet. Es directora y editora de la serie de poesía Rebel Road. Dirige también la serie de poesía KJCC, en el King Juan Carlos I Center, de New York University.
Como especialista en literatura latinoamericana, ha publicado el libro "Gabriela Mistral. Una mujer sin rostro" (Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2002). Sus artículos sobre Gabriela Mistral han aparecido en publicaciones como la revista Iberoamericana (2000) y en el libro Femenino Plural. La locura, la enfermedad, el cuerpo en las escritoras hispanoamericanas (Alexandria: Los signos del tiempo, 2000) entre otras. Ha realizado lecturas de su obra poética y crítica en distintas universidades y centros culturales de Estados Unidos, Francia, España, Argentina y Chile. Entre 2001 y 2002 colaboró como corresponsal de arte en New York con el periódico Arte al Día Internacional. Es profesora de escritura creativa y literatura en el Departamento de Español y Portugués de New York University. En el verano 2006 enseñó en el Summer Writing Program de Naropa University.
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