En cuanto a instrumentos y circunstancias, hay pocos elementos constantes: nunca un poema nace en el teclado de la computadora, lo que sí puede ocurrir con un relato; tengo multitud de cuadernos y libretas y lapiceras a la mano en toda la casa, no sólo para apuntar una idea, una imagen, un par de palabras interesantes y abruptas, sino para anotar algo que escucho por la radio, que detecto en una película o que subrayo en los libros que estoy leyendo. Hay una mesa preferida, la de la cocina, cerca del fuego, pequeña y orlada con papeles, donde casi siempre me apoyo para escandir unos versos o borronear párrafos de incierto destino. Ni la hora, ni la luz ni el bullicio eventual me afectan demasiado; si voy a escribir me blindo en una cápsula de absoluta prioridad. Esto, claro, me ha acarreado problemas socio-ambientales y psico-afectivos, que he ido resolviendo con una progresiva y consistente soledad.
Escribo lo que surge de un-estar-atento a palabras -o imágenes destinadas a ser transmutadas en palabras- que aparecen en la conciencia en la riquísima fragilidad del instante. Darle sentido a esa fugacidad, a ese relámpago, eso es para mí la poesía. Con otro volumen y densidad de discurso interior, vale lo mismo para la narrativa, para el nacimiento de un personaje que va a decir algo, a hacer algo. O para dibujar una situación que desembocará en una historia. Siempre cito a E. L. Doctorow: escribir “es como conducir un auto en la noche; es imposible ver más allá de las luces altas, pero se puede hacer todo el viaje de esa manera”. Lo que no quiere decir que no se sepa hacia dónde vamos, pero a menudo al final del camino nos sorprendemos y en algunos casos esa sorpresa es grata. No dimos en el blanco al que habíamos apuntado, pero quizás hicimos centro en un blanco cercano.
Es muy raro que la composición de un poema me demande una investigación; a lo sumo puedo necesitar un dato, la precisión de un nombre o de una fecha. Es más fácil que suceda al revés: el acceso a información nueva me lleva al poema, como cuando vi un documental sobre los nubas de Fungor, en África, y a los pocos días escribí un texto inspirado en sus rituales con los cántaros para el agua en la ceremonia fúnebre de un viejo hermano de la comunidad.
En narrativa sí es habitual un trabajo de rastreo, prolongado y minucioso, sobre personajes, hechos y época que vamos a necesitar para darle verosimilitud y carnadura a la historia que nos proponemos contar. Hay ocasiones en que esto lleva varios meses y hasta años, como cuando nos resulta imprescindible leer un libro agotado y no conseguimos en ninguna parte un ejemplar de viejas ediciones. Esto me sucedió con “La luna y seis peniques”, de Somerset Maugham; hasta que no se reeditó en castellano no pude continuar con un esbozo de relato. (Vale consignar que esto ocurre en provincias con más frecuencia que en Buenos Aires, donde las fuentes de búsqueda son inagotables).
El método, para mí, comienza con la corrección de los textos, que a veces son casi completas reescrituras, aunque esto es menos común. Este trabajo es el de la verdadera escritura, porque el primer texto es un pre-texto, siempre. Que si no pasa de esa condición habrá sido un intento fallido, tal vez un mero apunte. Es cuando distingo dos momentos. El de la corrección en la primera lectura es un repaso de sobrevuelo, que sirve para emprolijar pero también para formarse una opinión, saber si le podemos dar el “pase” para un futuro trabajo. Allí nos queda una impresión mensurable en grados de interés, que nos mantendrá más o menos entusiasmados con la idea de retomar el texto. El segundo momento será luego de un tiempo muy variable, que nos confirmará o no aquella primera sensación en cuanto a la calidad y posibilidades de crecimiento (no confundir con mayor extensión) del texto. En ese período de fermentación nosotros cambiamos y el texto también, pues en la medida en que el contexto cambia, el texto no puede permanecer idéntico. (Recordemos “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Borges). Es el momento de imprimir y ensuciar la página, de suprimir y condensar, de ajustar y precisar, de dominar el ego y lo dionisíaco para que venzan el yo y lo apolíneo. Es el momento del aprendizaje con nosotros mismos, de la artesanía, de la lucha con el lenguaje, que es moldeable pero tiene los límites de todo código y trasponerlos implica una decisión de alto riesgo. Riesgo que constituye una empresa de gran envergadura y donde naufragan muchos intentos presuntamente vanguardistas.
Juan Carlos Moisés dice que la mirada del niño cría los ojos del poeta que será (o algo parecido, cito de memoria). Y no puede menos que creerle quien supone haber visto con sus propios ojos y no con miradas de préstamo o alquiler. A esta altura, como dice Gelman, intento ser poeta. No es posible serlo todo el tiempo, vivir en estado de poesía es un ideal precioso y arrogante que nuestra cuota de romanticismo acarició alguna vez. Hoy creo con cierto realismo que el proyecto consiste en estar dispuesto, abierto y alerta como para que la poesía me habite cada tanto y me use de medio para expresar, captar una brizna de realidad –íntima o exterior, siempre propia- y convertirla en ese objeto nuevo que es el poema. Una mirilla para atisbar un mundo otro, una forma de conocimiento (y de autoconocimiento) que suele darse, también, como don de profecía.
Poemas
Este libro obtuvo en 2002 el Primer Premio en el Certamen Internacional “25 Años de Lucha” convocado por la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Fueron jurados Susana Cella, Daniel Freidemberg y Leopoldo Brizuela. Hay dos ediciones, la original de Madres (2002) y por El Camarote (2005).
la luz no basta.
Porque he mirado tantas veces,
tantas veces en vano creí ver.
José Ángel Valente
Goytisolo
de la inteligencia comienza a ver agudamente cuando comienza a cesar en su vigor la de los ojos...
Platón
(El banquete, 218 E – 219 D)
Construcción del día
Volverse a recoger el almohadón que ha caído
o no volver, siguiendo hasta la cocina
con la taza vacía en la mano
y el libro en la otra.
Dilema de la mañana que se resuelve
en un instante, hacia uno u otro lado,
casi sin dejar huella,
salvo esa ráfaga de luz que los ojos
registran con insólita felicidad
al enfrentar nuevamente la ventana
que habíamos dejado atrás cuando íbamos
sin regreso hacia la cocina.
Vecinos
A la distancia que los urbanistas pusieron
entre la mujer de la ventana de enfrente
y mi lugar de observación,
yo la cubro en silencio.
Ella deambula con la niña en brazos
mientras pasa su mano por el mentón.
El hombre aparece por detrás
y la abraza suavemente
en el gris de la tarde.
Sin darse vuelta,
retribuye la caricia
y le entrega la niña.
Fuera de la mirada de su hombre,
la mujer junta las manos
en el pecho
y se queda quieta
hasta que cae
la primera gota de lluvia.
Nuevo y precario como una maqueta
para el cine, mi barrio
tiene todos sus misterios
a la vista.
Impúdicos, los gritos
de amor o de protesta
recorren cada casa
con el humor cambiante
de los vientos.
Habría que vivir en otra parte
para saber lo que dicen
esas voces.
Calles de tierra
Al paso indiferente
de los colectivos
sube la siesta en el barrio.
Los heladeros ocupan esquinas
con la oferta de palitos
último modelo.
Puertas adentro
la clientela se aburre
o goza
masticando el polvo
que le toca en suerte.
Nadie se queja
porque el sol trabaje.
Espejismo
La veo barrer de espaldas a mí
y su movimiento
es el de mecer a un niño.
Acuna la tierra
que se junta en el piso
lejos de su lugar
sobre los fríos mosaicos
de la civilización.
Partículas de polvo
desintegradas
molestas
de sí mismas.
Desterradas.
La lluvia
Sé que todo sueño de poesía
es la más bella forma del engaño
y la única que el corazón tolera
en un día de lluvia en que todo
parece sin razón ni sentido.
La gente camina y se encuentra
en la lluvia, conversa de ideales truncos
y de nuevos proyectos,
lanza su voz cordial o envenenada,
intenta el beso fraternal y hasta amoroso,
por cumplimiento social
o místico entusiasmo.
La lluvia persiste en su trabajo,
trayendo alivio y catástrofes.
Suena su música
de chapas y tejados
en charcos de cemento,
en hoyos de tierra, en acequias,
en desagües de cinc.
La lluvia hace el poema
que no supimos atrapar
la tarde en que invocamos
la más bella forma del engaño.
Platón
(El banquete, 192 B – E)
El duelo
Si uno entierra a alguien
¿debe irse enseguida?
¿O vagar con los ojos
entre flores
y tierra reseca?
Cuando enterramos a alguien
¿es bueno volver?
Adiciono, corto,
respondo parcialmente,
paso en limpio,
postergo hasta lo último,
cae el interés,
la estiba es despareja
y cuando quiero acordar
el cielo es un frágil
compromiso.
Soñó el poeta que le pedían
a voces que hablara
y él no sabía explicarles
que no podía
que apenas si estaba
aprendiendo a cantar.
ese objeto [la belleza en sí], lo contemple con el órgano que debe y esté en unión con él?
Platón
(El banquete, 211 D – 212 B)
Oficio mudo
En el cuarto oscuro
un hombre retoca la porción
de realidad que le han confiado.
Desvanece al inquilino
del lugar que ocupaba
pinta bigotes a las damas
e imagina gestos y voces
de lamento.
Asombrará el daguerrotipo
cuando se haga el escrutinio.
Yo no puedo ser ese hombre
que se mira en el espejo
primero porque yo no me rasuro
segundo porque él es un amante
de Adelia Prado
tercero porque su color
es el de la tierra húmeda
cuarto porque se cubre
con una toalla florida
quinto porque nadie me ha dedicado
hasta ahora
un poema de amor.
Platón
(El banquete, 196 D – 197 B)
Bandera blanca
El poeta acuerda silencios
con las palabras.
Cuando el pacto se levanta
nace el poema.
En todo parlamento
algo se pierde
y una victoria
siempre es discutible.
croquis de un tatami
1
Nado en un río incierto que dicen que me lleva del recuerdo a la voz
Juan José Saer
Como el hálito frío de olimpos habitados por dioses de mármol, las cuencas de los ojos albergan prótesis de vidrio talladas a desgano.
Todo movimiento cumple una parábola que se extingue en el vacío sin haber registrado su paso por la historia.
La virtualidad de la epidermis seguirá siendo una curiosidad científica: no puede verse con la lente implacable del microscopio.
El tiempo es la única materia tangible. La piel se marchita segundo a segundo, pero resulta poco confiable el espectáculo de la degradación.
El apuro es un enemigo letal: nos vence con nuestras propias armas.
En todo lo creado subsiste algo del caos original. En la rana puede sospecharse una intención de musgo y en la piedra cabe la esperanza de un vuelo interminable.
El precio de la soledad es similar al de los campos de concentración. Para comprobarlo basta mirar los brazos de los solitarios y de los sobrevivientes de Auschwitz.
El costado de la pena tiene su resorte de almíbar: con poco o casi nada se sacia la muerte cuando no ha llegado su hora.
Toda alarma sirve ante el peligro. Basta con usarla para que la amenaza se concrete.
Nunca dobles tantas veces un papel como para que no pase por debajo de la puerta.
Dilema a fin de milenio: ¿es peligroso cultivar la ternura como especialidad?
Los ojos alucinados de la histeria. El maestro que buscan. La promesa que nunca cumplirán.
Un viejo anarquista camina por los techos de las casas de sus compañeros muertos. Lee al príncipe Kropotkin en voz alta, vestido de negro.
Nada puede perdurar, salvo el silencio desnudo de las piedras.
***
En su telaraña de aire, el colibrí hierve inmóvil
Horacio Pilar
Los amores para toda la vida duran poco tiempo. Toda la vida dura poco tiempo. Miren esas canas en la cabeza del niño.
Nos peleamos por un arcón vacío durante muchos años. Que no se pudiera abrir fue el motivo de la disputa.
El que no se abandona a sí mismo/ nunca se perderá./ ¿Quién se quiere encontrar? (En tiempo de zamba).
Es fácil sufrir un espejismo si uno anda en el desierto. Casi siempre, los oasis tienen forma de mujer.
El que ha conocido el desamparo no tiene de qué quejarse a Dios.
Ensuciar la mesa. Completar los huecos con un fulgor humano. De palabras y deseo. Amores de nuevo.
Música de cabaret/ comida de soldado/ lecho de preso/ sueños de amante./ Toda permutación es lícita.
La casa a número hacer. El verso a número hacer. Despertando.
Andar con la intuición de lo que aún no se ha dicho. Ése es todo el secreto.
Pasado cierto tiempo, es inevitable que el teléfono suene.
En algunos casos, una buena necrológica te salva la vida.
No se puede dormir dejando un problema poético pendiente. (Resolver y acostarse de nuevo).
Decir algo nuevo sería, quizá, repetir algo viejo que entre todos hemos olvidado.
3
No hay nada más secreto que una existencia femenina
Marguerite Yourcenar
Disculpa mi honestidad, pero no puedo decirte lo que siento.
No hay experiencias truncas ni lunas vigilantes.
Es muy alto el precio de estar vivo, dice. Pide fichas y apuesta a primera docena.
Esta noche, el cisne salvaje acuatizó a la altura de mi cota, con pleamar y luna menguante. (Escuchando a Silvio).
La paciente se niega a comentar las circunstancias actuales de su vida sexual. La paciente no reconoce tener dificultades para conciliar el sueño. (De un informe médico).
Desconfía de la flor que no te saluda al amanecer. Pudo tener pesadillas de una noche en otra parte.
La paloma duerme en el vino. Cuando se sirve la copa, la paloma vuela libre.
No olvido, ni busco/ ni asesino;/ miro adentro./ Veo un prado celeste,/ ese incierto cielo azul/ de pedrería.
Siempre llego con sed a todas partes. Un grano de agua, por amor de Dios, para este mudito.
Reses colgadas/ sin arriba y sin abajo/ aire por aire por aire/ chatean sin descanso/ en las autopistas cibernéticas.
¿Será sobre esta cama donde me pondrán mis hijos?
A veces, cuando sueño, los lobos tienen piel de lobo y los corderos, piel de cordero. Después, todo vuelve a la normalidad.
Una tradición jasídica dice que los seres humanos, despojados de nuestras cáscaras, somos recipientes de canto.
Toda virtud/ tu transparencia sabe/ que el aire peligra/ cerca de la boca.
Soy el que mejor hace las cosas. Soy el que no sirve para nada.
Conocer a alguien es haber lamido su entrepierna húmeda por lo menos durante diez minutos.
Me parece verte agazapada/ como si estuvieras por nacer/ a cada instante.
Te vi salir/ como si entraras:/ con un claro de luna/ en cada pecho.
A veces/ tan de ovario congelado/ y otras/ un atisbo de carne enardecida.
Te tiñe y te implica/ y me enturbia/ me oscurece/ me desplaza.
4
Tous les écarts lui appartiennent
Paul Valéry
Cuando estoy preñado, lloro. No hay otra forma de parir. Salvo que nos animemos a cantar.
No te preocupes, muchacho, por el nombre que le pongan a tu hijo. Siempre podrás llamarlo Frank, no lo olvides. (Escuchado en el pasillo de una maternidad, agosto de 1996).
El hombre cree que el ejercicio de la sinceridad puede quedar impune. La mujer sabe desde siempre que tal cosa no es posible.
En el calor de la tarde/ ibas con tu hijo en brazos/ y un dolor de cabeza/ por acoso del mundo./ Era tanta tu belleza,/ refulgía la calle.
“Lobo: me gustás tanto como las tristezas del blues. Te amo. Lety” (En un paredón, rumbo a Lugano, junio de 1993).
Es válido usar la ironía para referirnos a personas o situaciones que no nos provocan desprecio.
Pequeña cantimplora: nunca serás mi cántaro de la devoción.
Cuando nos mantenemos en la duda recibimos un premio inesperado.
Tomar posesión indigesta.
Alguien dé un hijo a esa mujer y le quite la pena para siempre. Así sea.
Las cuatro paredes del amor son incurables. Y es ilusoria la libertad del que anda solo.
Camina cerca de ella/ pero hazlo con sumo cuidado./ No hagas ruido/ no la sobresaltes/ no despiertes a la princesa./ Yo soy/ quien le custodia/ el sueño.
Abrumado por sucesos favorables, el pesimista se suicidó.
El centro justo de la horqueta/ de tus piernas/ panal de la mejor miel/ secreto claro de la gran residencia.
A veces resulta muy difícil no enamorarse a través de la pantalla. (Saca Mary Pierce, 0-15).
En los últimos años de su vida, B. intentó desmentir las diferencias entre nictálopes y viandantes.
De las heridas guardo el mejor de los recuerdos: la hora de la sangre.
Soy la llama./ Cuanto he tocado/ ardió en mis manos./ Soy la llama./ De nada servirá/ tanta ceniza.
Nadie es más/ ni menos/ que yo/ ni que mi sombra/ que alcanza/ y no domina.
Lo que no deba ser, se retirará.
Yo vengo después de los mejores.
De, Croquis de un tatami
Noticias
Al comprobarse
que tienen alma,
los monos rhesus
reclaman ante
la Corte de La Haya
el pago de utilidades
por el uso
de marca registrada.
No prosperaría una acción
similar de los cobayos,
que han pasado
a la clandestinidad.
Dao rojo fuego
Uno mira el cuadro
se conmueve, lo comenta
y dice: esta mujer es feliz
no pueden faltarle hombre,
mujer, vecinos, hijos
que la amen.
Uno mira el cuadro
y le dan ganas de llorar
por uno mismo.
Después nos enteramos
que la autora ha pasado
malos tiempos:
estuvo internada
toma barbitúricos
y nadie la cuida.
(El verso final pertenece a Memorias de Adriano,
de Marguerite Yourcenar)
Texturas
El que mira percutir al hombre
su teclado
no sabe nada.
Ve los movimientos de los dedos
y los brazos
la espalda algo encorvada
anteojos que resbalan
por la pendiente de la nariz
algún sudor.
El que mira controla su reloj
y el tiempo pasa
igual que siempre
hasta un poco más lentamente.
El hombre que percute las teclas
no advierte la figura
que forma
ni le importan el sudor
o el cansancio.
Su tiempo no existe
en los términos corrientes.
El hombre que teclea sin cesar
no sabe nada más
que lo que hace
debe hacerse.
Y termina feliz su jornada
nunca satisfecho.
Sábado
la vacilación la contradicción la duda la confirmación la repetición
la distracción la incertidumbre el desatino el hartazgo el azar
la inercia la desidia el deseo la obsesión el colmo la clausura el sentido
la indiferencia el aliento la emulación la disputa el retroceso
la imposición el desacuerdo el espacio la curva el desgano la desazón
el lenguaje la insistencia la reiteración la vergüenza la casualidad
la suposición la propuesta la invitación la desilusión la mímesis
el desencanto el desencuentro la insipidez el límite la espera la ocasión
el augurio el deterioro la destemplanza la compostura el balance
el silencio el descaro la intriga la entrega el choque el simulacro
el disimulo el cuidado la contracara el trueque el cambio the gift
el desdén la sorpresa el temblor el ensimismamiento la torpeza
la evidencia
Combo
La mujer va
y viene
con su hijo
que crece
y busca a su padre.
La mujer va
y viene
encuentra al padre
de su hijo
jugando
a que lo busquen.
*
La mujer tañe
el instrumento
en la casa
de su partitura.
Tañe y suena
como la música
que busca
dentro
de sí.
*
La mujer habla
y su voz
resuena
en el pecho
de los otros
como el eco
de la palabra
que no pueden
pronunciar.
*
La mujer negocia
con la muerte
una despedida.
Tan bien lo hace
que la muerte
demora la partida
por gozar
un rato más
con su ilustre
adversaria.
*
La mujer sobrevuela
los contornos
baja
saluda al río
la perfuma el aire
entorna la puerta.
No sabe
si volverá.
Motivos de haiku
Por el jardín
la hormiga abre camino
en su silencio.
*
De flor en flor
abeja con perfume
el viento lleva.
*
¿Duermen los peces?
Como en tierra, la noche
manda en el mar.
*
Entre las olas
un pez baila su amor
por las esponjas.
Con algo hay que comparecer ante la muerte.
César Fernández Moreno
Yo, que me he cuidado tanto
de no privarme nunca;
yo, que me he privado mucho
de no cuidarme nada;
yo, que poco me he cuidado
de casi no privarme;
yo, que prívome la cuida
de no pintarme tanto;
yo, que cuídome la pinta
de nada que me prive;
yo, que píntome tan solo
de cuidarme en lo privado;
yo, que soledades cuido
en la privacidad de la pintura;
yo, que pinto la soltera nada
que se priva de cuidar.
Fabla viril
Pasolini me ha hecho leer y yo lo quiero
como al padre que nos señalaba la página perfecta
los canales venecianos y el capitel corintio
la belleza de la rama de glicinas
que cae sobre el muro y evocamos
una mañana neblinosa al ir a clase
sin saber la lección
las manos ateridas y los pies mudos
sobre las baldosas húmedas, desparejas.
Me hace leer Pasolini esa página
y yo le agradezco en silencio
acompañado por su sombra
y su mirada de padre que no quiso
ser patrón pero voló por olímpicas alturas.
Me contagia un ensalmo envolvente, cálido,
para soportar el recuerdo
de aquellas mañanas impiadosas
y los atardeceres turbios
de regreso a la casa del amor arrinconado.
Y Pasolini no estaba todavía
para decirme: muchacho,
esto pasará, ya tendrás
tus horas de sueño y de vigilia ensoñada
para restañar las heridas,
aguanta el invierno de la infancia,
yo te miro y a mi modo te cuido,
y aunque no lo dijera aún
yo oía su voz en otras bocas,
en el aire adverso
se abría un canal amistoso
con un guiño celeste
a la altura de mis párpados
y del desconsuelo que sólo olvidaba
al cruzar la calle
para escuchar el piano que me devolvía
una paz ignorada,
rescoldo que siento en mi pecho
tantos años después.
Homo digitalis
...el cuerpo es el lugar de la soledad.
Cristina Peri Rossi
Experimenta con su cuerpo
las sospechas del mundo:
el deseo es una ley
que no puede cumplirse
bajo las prerrogativas
del amor.
De sal es el espejo
que se quiebra
ante la mirada
del deseante.
El deseado no existe
con forma humana
distinta del deseante.
El principio de identidad
anula el efecto de la acción
que no alcanza
el carácter transitivo
(el ego es una materia inflamable
que se consume
sin dejar rastros).
Desea el que no obra
para engendrar la peste.
Ya no desea
el que experimenta
con su cuerpo
la soledad del mundo.
El deseo es una ley
que no puede cumplirse
contra las prerrogativas
del amor.
Raúl O. Artola
Raúl Orlando Artola nació en Las Flores, provincia de Buenos Aires, en 1947. Vive en Viedma, Río Negro, desde 1975. Es periodista, escritor, docente y editor. Ha publicado en poesía Antes que nada (Fondo Editorial Rionegrino-EUDEBA, 1987), que recibió el segundo premio literario regional de la Secretaría de Cultura de la Nación (1985-88); Aguas de socorro (Ultimo Reino, 1993), segundo premio del Concurso Patagónico de Poesía 1992, organizado por la Fundación Banco Provincia de Neuquén y la Secretaría de Cultura de esa provincia, y Croquis de un tatami (Asociación Madres de Plaza de Mayo, 2002, 1ra. ed., y por El Camarote la segunda, 2005). En agosto de 2010 apareció su cuarto libro de poesía, teclados, con el sello el suri porfiado, y en diciembre de 2014 Registros de hora prima, por La Carta de Oliver. La mirada corta, una antología poética seleccionada y prologada por la poeta y fotógrafa Silvia Castro, se publicó en 2017 por La Carta de Oliver. Abarca la producción 1976-2016. En narrativa, publicó El candidato y otros cuentos, por la Secretaría de Cultura del Chubut, 2006. El libro de cuentos La mujer ágrafa y otros infundios, que fue finalista en dos concursos nacionales: en 2012 en el de la Fundación “Victoria Ocampo” y en 2013 el “Eugenio Cambaceres”, organizado por la Biblioteca Nacional, se publicó en 2018 por El Jinete Insomne ediciones. Una recopilación de textos periodísticos y ensayos se publicó con el título La periferia es nuestro centro. Apuntes sobre política, cultura, territorios y experiencias (Espacio Hudson, colección El Extremo Sur, 2011). Un trabajo de compilación de su autoría, Poesía/Río Negro, Antología Consultada y Comentada, que reúne a 23 autores rionegrinos mayores de 40 años, fue publicado en mayo de 2007 por el Fondo Editorial Rionegrino. La obra se completó con un segundo volumen cuyo título es Las nuevas generaciones, editado en 2015 por la Universidad Nacional de Río Negro y el Fondo Editorial Rionegrino, del que participaron 21 poetas de diversas ciudades y pueblos de la provincia.
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