domingo, diciembre 30, 2007

ESTEBAN PEICOVICH


El proceder de la infancia

Campesinos, panaderos, equilibristas, violeteras, químicos, lectores de agua y hasta buzos, no surgen del repollo del cielo sino de esa mutante paridora de prodigios que es la especie. Ella también provee de poetas al mundo. Motivos tiene. Necesita que imaginen lo aún no sucedido. Que cuiden el almácigo de lo inclasificable. Que impidan toda repetición. También para que la palabra sostenga al día y a la noche. Así, con su soplo verbal, ellos la pasan proponiendo nuevos génesis de recambio. Para estas en apariencia fútiles tareas están los poetas. “Espías de Dios”, según Shakespeare. “Legisladores del mundo”, según Shelley. “Tejedores de palabras”, según Safo.

Diagnostica la tradición que "de poeta y de loco, todos tenemos un poco". Pero no explica porque algunos son muchísimos mas locos que otros y se pasan la vida trabajando gratis como vicarios de la locura y de la poesía públicas. Este es el servicio que los poetas prestan a la sociedad. Y a no quejarse. No es insalubre ni incómodo. Y bien que se los recompensa por ello: cantan, celebran, inventan y salen (y vuelven) del mundo, en formidables aparatos de volar hechos solo con palabras. Para un animal humano no es poca cosa.

Que en medio de un país huérfano, como el argentino, unos seres algo inválidos y contra natura, siempre fuera de moda y negados a las pericias básicas (como arreglar un grifo, conducir automóviles o meter la mano en la lata) insistan en imaginar lo que sucede en donde dicen no sucede nada (allí, justo en el camino paralelo al camino) es acontecimiento prodigioso. Lo hagan con agraciadas o desgraciadas voces.

Sigue pareciéndome que San Pablo fue un evangelista de la poética al decir de aldea en aldea “Sois como dioses y no os dais cuenta”. A su modo advertía que en cada ser humano hay poeta portátil. Dormido, en ejercicio, o a la espera. Que cada vida es biografía en el sentido de que es “vida a escribir”. Y que el tiempo que nos queda por vivir es igual al que nos resta por escribir.
Siento que “la infancia del procedimiento” contiene la clave misma de la poesía pues el hágase la luz del procedimiento está en la infancia. Y en como recorremos el tiempo del mundo con ella posada intacta en nuestro hombro. Como pájaro que nos da de ver. Y de cantar.

En mi caso este asunto es claro y campesino: escribo para vivir. Soy un ser suelto que tiene en la palabra su cédula de identidad. Fui así desde el arranque. Según mi madre, durante mi temporada en la cuna solo dije “yea yea yepa”. Jitanjáfora de tránsito que me acompañó hasta comenzar a escribir. Ya habitante de la cinta sin fin me busqué un idioma hijo. Un sitio donde fuera nuevo vivir. La madraza poesía. La posada y camino a la vez. La jeroglífica por naturaleza. Tierra de todos que se alza con fauna y flora propias entre lo razonado y lo sensible. Intima luz que explora los bordes del sentido. Maga de la que espero me murmure un incierto día (o noche) lo porvenir/me.



Poemas


Curriculum

Nací (es un decir).
Guardo entre gasas mi único cadáver,
aquel cordón umbilical que ella mantuvo
en escondite de múltiple avaricia
hasta dármelo a la edad de mis sesenta.
Tozudo soy como una rosa.
Y sucesivo como las hormigas.
Lento, hasta ser todo invierno.
Y dulce hasta mis huesos.
Fui una sólida monja hasta ser padre.
A mi primera hija se la robé a su madre
un día en que el amor andaba
de animal aturdido dando tumbos
casi de farra loca por la casa
y lo atrapamos.
Tengo otra hija con la cabeza revuelta
por los pájaros.
Tres hijos del otro lado del océano,
dos nietos que por dudar de mi existencia
me llaman Sebastián,
y una madre que resiste riendo
la inundación y el tiempo.
De mis cuatro esposas,
la primera se ahogó en sus propios ojos,
la segunda fundó una maternidad,
la tercera regresó a su sitio natural
de un cuadro de Filippo Lippi
y la cuarta me arropa y alimenta
y con cuchillo de azúcar
hace de mi dos hombres que la aman.
Por mi árbol genealógico ha descendido
tanta gente que me hace ruido dentro.
Desde el minero empaquetador de azúcar
que me trajo
hasta Vidriera, el licenciado.
(a pleno día se me ve la noche.)
Por la palabra, al artefacto que soy
le fue dada la rosa en consideración
el cordero en cuidado
y el silencio de Dios en cautiverio.
Silaba a silaba, comparto el gineceo
de las palabras que me aman.
Un mujerío que teje/desteje como Safo
mi inconcluso diccionario perplejo.
Se presentan, ahora, asuntos nuevos
Del girasol se fuga el amarillo.
Llaman a la puerta. Es la humedad.
Ni el licor de lo eterno, ni Sherezade,
ni la picadura súbita del pezón más colibrí
pueden hacer que reviva lo que olvido.
Veré de poner música esta noche
no vaya a ser que tope con un golpe
de dados y mi azar no lo sepa.


De,  La bañera azul




El gallo

Trajéronme aquí, a terraza urbana
las vueltas de la vida de gus ruprecht
quien debió irse a la muerte a los sesenta
y para no estar solo
como niño
pidió un gallo.
Metióme aquí, en jardín de altura,
inadecuado
como flamenco entre esquimales
y una mañana completome con gallina
blanquinegra
y otra pequeña
(con pompón)
Hubo también tortuga y loro portavoz
al que enseñó a insultar en guaraní.
Por fin, Gus se tomó el Arca y partió.
Solo.
Al testar dejó a mi nombre su epitafio.
Y es lo que canto.

De, Fauna íntima


Agua sucia

A mí de Rimbaud no me asombra su incursión
al infierno para traernos la guía
que llamó “agua sucia”
antes de echarla a la sombra
del póstumo cajón.
Va y viene y cuenta tamaño hedor
y con garfio de filibustero
y enfriados ojos de halcón
se hunde en Abisinia:
rifles, esclavos, drogas, alcoholes,
bellos papeles chamuscados,
brújula bailándole loquísima.
A mí lo que me asombra de Rimbaud
es el tatuaje que se hace en la lengua,
la pierna agusanada que trae del desierto,
el hongo de gangrena subiendo por la otra
y esa cintura rodeada por ocho kilos de oro
ganados sin arriesgar palabra alguna
en los feroces sucesos que tuvieron lugar.


Adiós al padre


Padre mío que estás en el polvo
hágase la voluntad de mamá: dame tus huesos.
Tu lápida te murió aquel mayo del 62
pero fue hoy tu derrumbe
hoy la fecha de tu racimo roto, de tu occipital yorik
de tu fémur yorik, en mi mano.
Empezó a suceder cuando María bordó la A de Andrés
en la bolsa de pan de tu después,
en la lluvia de talco,
en el tren en que viajé hacia vos
en el preamanecer de Plaza Constitución
en la ciudad de Lima que era Buenos Aires:
ciego de pie podrido, enano fumador,
la poca luz, el frío.
Padre de átomos que estás en el polvo
hubo que hacer su voluntad: quedaron huesos.
Entró en otro tiempo la costumbre:
vos hacia vos, nosotros hacia acá.
Padre de átomos que estás en el polvo
ese obrero llegó en su bicicleta,
faja negra, toscano, pico, pala, una conversación.
Dijo: “desentierro dos por mañana y es bastante”
Luego se inclinó sobre tu apagado pecho aquel
trayéndote del fondo de lo negro
hundiendo el pico hasta ese lunes del 62.
Padre de átomos que estabas en el polvo
levantamos tus brazos
la última tranquilidad de tus manos,
ese desorden marrón, y uno a uno, tu cuerpo.
La redondez de tu cabeza llegada de Europa
los antiguos lugares de tu voz,
el dónde de tus ojos.
Padre de átomos,
después del sol y el barro, nos fuimos a beber
con tu gran mano posada como pan en la mesa
y tu ceniza alzada y encendida
como una risa de tres.
Voluntad de mamá, padre mío.
Ya no estás en el polvo.


La entrevista

Esenio, treinta y tres años
soltero, nacido en Nazareth
adorado en Belén
bautizado en el Jordán
huido a Egipto
tentado en Jericó
distribuidor de panes
y de peces
amigo de ladrones
miel del traidor
cómplice de Lázaro
azar de Barrabás
terror del Sanedrín
dilema de Pilatos.
Y de aquí en más, esas horas
de las que no hay memoria clara.
Y nada más hay, ni yo siquiera,
pues trasvasado fui a otros seres



Teoría

Hacer un poema de amor no es hacer el amor
sino tan sólo navegar encima,
al lado, detrás del tiburón.
Hacer un poema de amor no es hacer el amor
sino tan sólo dibujar una futura cara en el espejo.
Puede hacerse mil veces y una vez
y no estar seguro ni del amor ni del poema
y el tiburón detrás,
el tiburón ya en ti
y el espejo en la espera.


Jardín botánico


Curvado como el mundo
un hombre relee en el periódico
lo nada nuevo sucedido en el espejo
después de Cristo.
En la inmovilidad de la luz
Una rosa está a punto de no ser.
Y cae.
La historia natural acontece
en el instante en que vuela la ceniza
de su cigarro
y los ojos se le olvidan en la lectura
inútil.


La bañera azul


El mejor poema escrito esta semana
son los doce tomates hechos crecer
en la buena tierra de la bañera azul
que se buscó otro oficio en la terraza.
Como yo, están verdes todavía. Y como yo
esperan cada tarde la lluvia y el sosiego.
Busco entablar conversación, la mínima,
pedirles el secreto de vegetar en gloria
dorados por el sol y amamantados por la noche.
Deseo esa noble genética que los hace nacer
y morir, irrepetibles, en sus pequeños destinos
que cruzan del amarillo al verde humildísimo
hasta apagarse en sucesivo rojo.
Los doce tomates que alumbran mi azotea
han nacido también de las manos de Dios.
Tan sólo reclamo mi derecho a ser tratado
por él, de igual manera, con igual cuidado.
Pido que ajuste el mecanismo de su obra
y ese argumento de la huida: el tiempo.
Nacer en primavera, disolverse en invierno
desconocer la silenciosa edad de la tortuga.
Sólo ser cada año, una vez, ese estallido
de antiguo asombro: la renovación exacta
del jazmín, la locuacidad de la albahaca
y los tomates, amándose de noche,
hasta amanecer repentinamente soles
en la sonrisa de la tierra.



Europa

Grandes señoras, las gaviotas desayunan soberbias
en los bordes morados del mar de Amsterdam.
Cuando el primer Vermeer alumbra el horizonte
ellas untan sus patas en petróleo
y picotean lo que llega del mundo.
Las grandes señoras están ciegas.
Confunden el velero, se posan torpemente
en el mástil de los semáforos de la Wilhelmstraat
y allí se quedan, redondas y blancas,
sin saber cómo morir.
En ninguna se ve ese relámpago que hace volar
a sus famélicas hermanas del Mediterráneo.
Ninguna insinúa perderse en el mar
o aligerarse
más allá del plomo de sus alas.
No hay una sola con forma de mujer italiana
o de guitarra griega.
A ninguna le ha quedado en la estría del ojo
el refusilo último del color de Van Gogh. Debajo de sus plumas, las gaviotas de Amsterdam
han perdido la estructura del vuelo
el pájaro que eran.
Grandes señoras, las gaviotas de Amsterdam
ya no son ni de la tierra ni del mar.


Detalle del fantasma

Cuelga enfilada la ropa de estos años.
Instantes quietos de muchos yo
sucedidos en su interior.
Camisa que presenció penurias.
Camisa que delicadamente enfermiza
despreció las lisuras, perdió botones
y resistió solísima en la percha del rincón.
La ropa hace su duelo,
se acompaña a si misma.
Linos, lanas, primavera, otoño.
Un yo detrás del yo que lo sucede
tal como fueron usadas en los días
que cuelgan en su olvido.
Hay un nosotros mío en estos yo
que los vaciados trapos recuperan con respeto
en su espantapájara postal.
Y un fino detalle nazareno
entrometido en el conjunto:
los zapatos faltantes.
Última delicadeza del fantasma:
esos colores vivos
de las corbatas con las que no se ahorcó.


El viaje

Sólo somos un leve error
en la dirección de vuelo
de las aves del Paraíso.
Y ahora volvemos a casa.

Esteban Peicovich


Esteban Peicovich, argentino, 1930. Autodidacta. Poeta. Periodista. De pesador de chilled y frozen beef en el frigorífico de La Plata (12 años) pasó a redactor, columnista y crítico de cine en Clarín. Como enviado de este diario al extranjero recibió el Premio Nacional Kraft al mejor periodista de diarios de 1963. En 1964 pasó a ser Secretario de redacción de La Razón, dirigida por Felix Laiño Allí redacta Historia Viva, libro que recoge el acontecer periodístico argentino desde 1816 a 1966, ejemplar que acompañó la edición del Sesquicentenario el 9 de julio de 1966. También dirigió los suplementos culturales y la revista semanal Ciencia Viva. Entre 1974 y 1987 fue corresponsal en el exterior y a su regreso al país presentador de programas de televisión y de radio. Entre ellos Los Palabristas, que en numero de 750 y junto con 200 de sus entrevistas personales forman la Fonoteca Literaria Los Palabristas de Esteban Peicovich, inaugurada este año en la Biblioteca Evans de la Universidad A&M College Station de EE.UU. Desde 1995 Peicovich es columnista del periódico LA NACION. Su obra literaria y periodística incluye: Palabra limpia de mí (1960), La vida continúa (1963), Hola Perón (1965), Historia viva (1966), Introducción al camelo (1970), La poetisa analfabeta  (1974), Reportaje al futuro (1974, España), El último Perón (1975, España), Borges, el palabrista (1980, España), Instrucciones al pavo real (1993), La bañera azul (1995, España), Poemas plagiados  (2000, España), Gente bastante inquieta (2001, Argentina) y Así nos fue (2002, Argentina) El Palabrista (2005, Argentina), El ocaso de Perón (2007, Argentina)

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