¿Qué es la poesía? En la escuela, un momento de silencio en los pasillos, lo es. Pero Maite, de 2do A, lo es más todavía. El nombre de mi novia, es poesía. Cuando mi mamá lo nombra para preguntar por ella, es poesía. Los morrones que ella sacó de su patio, son poesía. El pan de carne en el que usé dos de ellos, uno verde y uno amarillo, son poesía. Esos colores, poesía. Palabras unidas entre sí, como eslabones de una cadenita de plata, cortados en verso, que escribió Amanda un lunes y me mostró, son poesía. Los kilómetros que me separan del lugar donde nací, poesía. Y los que atravesé, en el auto de un extraño con mi perra en la falda, para sentarme en la mesa de mi padre, contarle traje mi propia yerba, poesía. Mi amiga Acheli, poesía. La poesía es la existencia en su estado de invención más vital y más genuino. Es una pregunta y cada poema escrito será su posible respuesta. Si el que elabora la respuesta es de corazón grande, esta será una que genere nuevas preguntas. Nunca se cerrará ni te dejará sola. Hay tantas poesías como textos escritos puestos bajo ese manto maravilloso que es la palabra como llave, como espada, como tubo de ensayo, tenaza, cuerda, lápiz negro. En este mundo hay tantas poesías hacederas como amantes, amigas, madres, mujeres, hombres, hijes. Definirla sería injusto, la subestimaría. Acaso alguien pregunta ¿Qué es el agua? ¿Qué es el pan? ¿Qué es el vino? No hay mayor acto de supervivencia que el dominio de escribirse.
De un egoísmo salvador, mi plan es escribirme. Para hablar de mí la mejor manera es hablar de los otros. De ahí que escribo cuando no duermo, cuando la tristeza, cuando viajo en colectivo, cuando la cerveza, cuando es recreo en la escuela -soy una maestra-, cuando extraño, cuando perdí ante el tiempo, cuando la escritura es la única justicia que tengo para amar el mundo, mi amante más fiel y más violento. Escribo bajo la sorpresa de la lengua y de la maldad.
Sirve leer para entrar en calor, tener pensamientos al ritmo del habla. Dejar que la música de la poesía te ocupe así como el Espíritu Santo hacia a los apóstoles hablar en lenguas extrañas y desconocidas. Pero más que nada escuchar videos de pastores evangelistas, documentales, paisajes, el sonido del motor de un tren. Cocinar y andar en bicicleta. Correr, levantar peso, exigirle al cuerpo hasta cansarlo. Cuidar plantas y reproducirlas. Miro fotos o las recuerdo. Escucho en la escuela a les niñes para aprender de su lengua que todavía no ha sido domada por la corrección, y anda bajo la verdad del error. Les robo y les copio. Amanezco de madrugada si es que directamente no duermo. Las horas de la tarde están muertas, quién logre aprovecharlas me diga cómo. Será que el habla de la literatura solo gusta de salir por la noche. El vino y estar enamorada también ayudan. Lo último me ha mejorado como poeta pero sobre todo como persona.
Dejo descansar. El texto es un material vivo como la masa con levadura que hace en el tiempo de soledad su milagro de elevarse. O como la arcilla que se deja sobre la mesa y se vuelve al otro día sobre ella, para comprobar que secó y quebró donde precisaba hacerlo. Después en vez de corregir, intento respetar esos quiebres y esas secaduras. Más que respetar, mi esfuerzo es la escucha, que es lo más difícil de esta época. De ahí trabajo con eso que es lo que tengo, que yo hice para decir algo pero ahora viene a decir por si mismo y conviene escucharlo. Y remiendo, ajusto, masillo, aprieto, barnizo, presiono, desvasto, uno, martillo, arranco, pego, reparo o lo que sienta necesario. Les pido ayuda y compañía. Bien por los textos dejados a descansar. ¿Quién no descansa con ellos? Las paredes de la casa donde vivíamos con mi familia se partían y mi padre me enseñaba que era el material sobre los cimientos que todavía seguía trabajando. Nada corrijo, la palabra corrección le ha quitado ternura a todo lo que está sobre este mundo y prefiero no usarla sobre nada. ¿Quién es merecedor de corregir algo?
No me recuerdo de mi procedimiento. Tuve uno pero siempre cambia y si digo que tengo uno, miento. No tengo nada. Invento ahora, que capaz mi procedimiento se volvió en creer, por experiencia y comprobación, que la escritura ha mejorado todo lo que toqué con ella. Pero además en ver que ella tocó más cosas por mí que nunca hubiera imaginado y me trajo el desayuno a la cama y me abrazo cuando no podía dormirme. Me ha defendido todas las veces que lo precisé y torció el destino esperado. A veces pienso un día van a descubrirme y se va a terminar mi suerte, y tengo miedo. Después me abrazo con estas palabras: esto es solo el principio, estaremos juntas para siempre.
Poemas
Que vivan las zorras, las negras, las putas,
las rubias teñidas.
Las que invitaron con su desobediencia
a que la violencia les rompa la jeta
y aprendieron a sanar sin dejar de retobarse.
Las que no aguantaron
las que duermen con pastillas.
Las atorrantas, las que no cocinan,
las que se dejaron caer al piso
las que trabajan cama adentro
las que tienen verga
esas, por favor, que vivan.
Las que cuando casi se la estas poniendo
se te ríen, te dicen “no, no quiero”.
A las que putanean tranquilas
vida larga, pero muy larga
qué digo, larguísima
a las que se arrancan los fetos
con pinzas.
Para esas que tuvieron miedo
y se fueron lejos,
a pedirle permiso a la distancia
y a las ciudades grandes
de ser así
tortas, marimachos, camioneras,
bocas sucias, de cloaca,
mal habladas, mal vestidas, mal peinadas,
las que no sirven
aunque hagan.
Esas que vivan,
futboleras que se hermosean bajo el naranja
con que las baña el sol
en un atardecer de campo.
Dulces con el viento suave
entre los yuyos
son espigas.
Para estas
que se besan entre ellas, vida
que se fabricaron una concha, vida
y que desafían “nunca voy a parir”
nono
desafían “siempre voy a ser madre”,
vida.
Las más turras de todas, que vivan.
Las que conocen el peso de un puño de varón
porque usaron el cuerpo de balanza.
Las que se pusieron unas lindas siliconas
que tal vez algún día
salvarán a sus corazones de las balas.
Las que se cuidan entre ellas,
las que lloran la esclavitud de sus madres
saliendo a bailar,
acostándose o de paradas,
las que cobran, las que se regalan
que vivan
las que se contagiaron
las que se masturban
las que envejecen humedecidas.
Sin forma y hermosas,
que vivan
expulsadas de las mesas familiares
mandadas a tapar.
Estas que son las peores,
que vivan aunque las haya atrapado la muerte.
Que vivan con sus manos hermosas
venosas y gruesas como pijas.
Las del resentimiento y la bronca,
las que no tranzaron con el perdón,
esas por favor,
que vivan
por vagas, por gordas, por yeguas, por chorras,
por chantas, por burras atrevidas.
Preciosas
nunca falten,
nunca cedan ante las promesas de la mansedumbre
ni se acobarden ante el cansancio y el costo
de todo esto que son.
Vivan ustedes, por todas las otras
que todavía no se enteraron,
o no les sale
o no se animan.
Y si mueren,
que una procesión de todas nosotras las abrace,
las llene de flores
y las llore y las nombre
tan fuerte y tan alto
hasta resucitarlas.
Por dónde saltar
Los días eran tamariscos en las vías,
mariposas dejadas en libertad al caer la tarde
porque éramos enseñados buenos.
Probar el girasol que caía de los cargueros
que los noventa dejaron
librados a su suerte insalvable
de volverse galpones abandonados,
pueblos grises con un montón de
pedazos de óxidos viejos.
Una mujer la dicen hermosa
cuando luminosa
en su casa sabe cortar telas,
mandar a los hijos a bañar.
Ahorrar dinero.
Hacer cosas de bruja blanca:
curar el dolor de panza
con un algodón mojado en alcohol
sobre la parte doliente.
Pero qué se dice si un día confiesa:
no cocino, ni quiero lavar,
ni sonreír, ni endulzarle el oído a nadie.
Prefiero tirarme al piso.
Cuando me digan: –pará que estoy hablando-
voy a insistir: yo también quiero hablar.
No quiero esperar el turno que otro me da.
Alcira del chalet de a la vuelta,
tan buenita y calladita
nadie se explicaba
que un día de la nada,
se apoyara sobre el pecho
el fierro del marido para cazar.
Abrió esa mañana clara
con el metal forjado
un agujerito en su pecho por donde sangrar
o al menos por donde le entre un poco de aire.
Un pequeño agujero por donde saltar
que se escuchó en toda la manzana,
desparramó los loros de los cables.
Perdón, pero
qué locura hermosa.
Del marido se decía
pobre hombre,
ahora hace todo él solo.
Peina a las hijas
y aunque trata de ser moderno
ellas lloran la vergüenza del peinado.
Él también se desespera, pide:
-cuidemos la limpieza,
que nos va a comer la mugre.
Ojalá siempre seas mi amiga
El trabajo a veces nos quema la cabeza.
Así que llamé a Silvita
y le conté que me sentía mal.
Ella me consoló algo así como que
la culpa no sirve para nada.
Que las cosas tienen que
sumar o sumar.
Que el que mucho abarca poco aprieta.
Pero que hay dos momentos diferentes:
Momentos para abarcar.
Momentos para apretar.
Ahora destapé una y calenté las lentejas.
Y quiero decirle a mis alumnos que me perdonen
por las veces
que en vez de pedirles que me escuchen
les digo que se callen.
Por los porque sí, los porque no.
Mandonearlos. No conocerlos bien.
Tratarlos de usted. Señalarles la vergüenza.
Enojarme con el desgano.
Calentarme con el desamor que tienen por las cosas
que a mí se me viene a ocurrir
que están buenas.
Por ese afán absurdo,
al que obedezco por obrera,
de ordenar las filas –rotas–
parándolos encerrados en baldosas,
separados uno detrás del otro:
—¡La mirada al frente!
¡Está prohibido darse vuelta!
(Casi siempre me doblo y les sonrío bajito
o les acaricio el hombro
cuando le cantamos a la bandera).
No puedo adoptarlos
ni llevarlos a todos de la mano.
En este tiempo se supone que comprendí
que no voy a cambiar la escuela:
sólo soy una maestra.
Hacemos lo que podemos, la piloteamos.
Nunca les voy a regresar al Tata y a Mayra
su madre muerta.
Ni le sacaré las ojeras a Valentín.
Ni volveré a saber nada de Yésica.
Sentir que no se puede cambiar nada
es la que más raspa de las violencias.
No sé cómo explicar algunas cosas
para que se entiendan.
Por eso a veces reparto papel glasé de a montones,
fotocopias con sopas de letras
y lleno los pizarrones de dibujos.
¿Cómo amamantar la hambruna
de los cachorros de otras fieras?
Ojalá pudiera calentarles el agua.
Despiojarlos. Empacharlos.
Llenarles de crema la piel seca.
Invitarlos a pasear.
Tener un regalo para cada cumpleaños
y no esos tontos tirones de orejas.
Una vez hice algo por uno:
le mostré cómo atarse los cordones
con una imagen simple:
un cordón doblado es una orejita de conejo.
El otro cordón doblado,
es como una orejita también.
Después una acción un poco menos sencilla:
apoyás una orejita sobre la otra como una cruz.
Pasás la oreja de arriba por debajo de la otra
y tirás.
Así se fabrica un moño.
Espero que algún día, cuando necesite trabajo,
él pueda decir:
—Sé atarme los cordones.
Y su futuro patrón lo abrace con alegría.
Y que cuando los chicos del barrio le pasen la
bolsa él diga:
—Sé atarme los cordones.
Y los chicos le respondan:
—Perdonanos, ni sabíamos.
Y que cuando su novia dé a luz él diga:
—Sé atarme los cordones.
Y todas sus cosas sean hechas nuevas para siempre.
También sería muy bueno
que cuando su hijo lo haga enojar
él, arrodillándose,
le agarre los cordones y le muestre:
—Primero una orejita de conejo, después la otra.
Las cruzás en cruz. Hacés la parte difícil que es
pasar una oreja por debajo de la otra y tirás.
Ahora nada sabemos,
ni tenemos maneras de saber.
Nadie sabe el poder de un nudo bien hecho
(un moño es un nudo, sólo que hecho con belleza).
Lo que ahora sé
es que con suerte pagaré las cuentas,
ahorraré un poco para el verano
y me tomaré esta cerveza
que, con un poco más de suerte,
me ayudará a dormir.
Un libro muy bonito
Ahí mismo en la librería
no conseguí comprarlo
estaba agotado y reservado
pero si pude leerlo
hasta la mitad.
Estos días descanso
y aprovecho
para hablar así nomás
contarte este pedacito
del libro
que escribe una trava
que se llama Marlene Wayar
¿La conocés?
Marlene
sabe que cuando una levanta
un cacharro de barro
y se rompe
después una lo repara.
Pero que el material tiene memoria
avisa
y que por eso cuando el cacharro
reciba un golpe de frío o de calor
una fricción
va a volver a quebrarse
en ese mismo lugar
donde alguna vez lo reparaste.
Y lo mismo pasa con una
que acumula el daño
aunque este reparadita
a simple vista.
Hasta que un día te dicen
una malapalabra,
tenés un mal momento,
ves una película,
un dibujito animado
y te pega todo ese daño junto
y no podés parar de llorar
y te dicen “Estás loca”.
Marlene dice que es esa memoria
que se vuelve a quebrar
en cada uno de esos rasgones.
Quería contarte esto
que explica ella,
porque lo hace muy bien
mucho mejor
de lo que yo hubiera
podido hacerlo
porque entonces
capaz entiendas algo
y no tengas susto de mí.
A mí me dio claridad, igual
seré más cuidadosa.
Marie Gouiric
Marie Gouiric nació en Bahía Blanca, en 1985. Es Profesora de Artes Visuales de vocación y profesión. Publicó los poemarios Tramontina, (Ed. Vox, 2012); Botafogo (Eloísa Cartonera, 2014); Un método del mundo, (Blatt&Ríos, 2016); y la novela De dónde viene la costumbre, (Literatura Random House, 2019). Además publicó las plaquetas Decime qué se siente, se siente hermoso, (Belleza y felicidad, 2014) y Pensaba que había un paisaje, pero, (Belleza y Felicidad, 2014). Participó de la antología 30.30, (Editorial Municipal de Rosario, 2013) y ha colaborado en diferentes revistas virtuales e impresas.
Actualmente vive en Buenos Aires y trabaja como docente en talleres literarios y en distintas escuelas públicas de la ciudad.
1 comentario:
Hace mucho que unas palabras no me emocionan tanto como éstas. Llegué aquí por casualidad y lo agradezco!
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