jueves, marzo 17, 2022

DANIELA D. PACILIO





No me resulta posible definir qué es la poesía, pero intento pensarla como ese enclave-territorio-experiencia que se y nos despunta, indómito, para desguazar y abarcar aquello que de otro modo resulta inaprehensible, innombrable, inhabitable. ¿Cómo sobrevivir en este mundo, hic et nunc, sin ese reparo, esa inquietud que (nos) atraviesa, (nos) interpela y (nos) convoca frente al asombro, al dolor o la alegría de nacer humanos?


Creo y practico el trabajo de borrador sobre mi propia escritura y sobre las lecturas que me derivan y se deslizan. Intento no abandonar el pensamiento constelar frente a la hoja en blanco. Es cierto que, en mi caso, pesa más el pudor y la subestimación que la propia potencia en el deseo de publicar lo que escribo. Quizás porque mi paso por las aulas universitarias cooperó para ello, porque necesito despojarme de los propios prejuicios que, como lectora, de alguna manera también atraviesan mis intentos de escritura. No deja de resultar paradójico: alfabetizo y trabajo como docente en las escuelas secundarias y jamás he intervenido para inhabilitar o clausurar, sino para acompañar y acercar a las personas en sus procesos de aprendizajes con, en y desde la poesía.


Creo que la experiencia de la escritura poética está hecha de lecturas, pero antes que algo, constituye un convite a la escritura misma, a volver el espacio -el propio y el colectivo- en territorio y anclaje. Escribo leyendo y leo escribiendo. Llenarse, vaciarse. Parece obvio, pero no lo es.

La poesía aparece cuando se le antoja: durante un viaje en los trenes del conurbano, frente a un vidriecito encastrado en la brea de la acera, cuando siento que tengo algo para decir y también, cuando no. La poesía nunca pide permiso: irrumpe, desarticula, incomoda. No es producto de la inspiración, pero sí está sujeta al deseo, al asombro, al des-cubrimiento, a las preguntas. Y sobre todo, al movimiento; escribimos para asirnos a la única certeza y condición con y en la que todos somos: hay un día que será nuestra muerte. Escribimos para no morir.

Retomaré, para finalizar, las palabras de Maurice Blanchot: “La respuesta está en cada uno de nosotros y sabemos que, cercanos a la muerte, tenemos aún que “velar en silencio”, que acoger la secreta amistad por la cual se deja escuchar una voz venida de otra parte. ¿Vana voz? Quizá”.

 

Poemas


Hoy limpié una casa por noventa pesos la hora

desde adentro podía ver los tilos del patio

la luz formando círculos sobre los charcos de agua y barro que todos evitaban

las habitaciones los pisos, los espejos quedaron impecables

ninguna telaraña

cuando me iba

la señora quiso darme una propina

"Porque vos sos estudiada" -dijo

y extendió la mano.

Ignora la señora que el polvo que cubre los muebles

las lámparas

los rincones donde habita

están formados por partículas de piel.

 


***


 

El Afuera:

Las calas crecen junto a las canaletas allí donde las burbujas de agua enjabonada se mezclan con el barro y los cascotes.

Nunca nacen lejos unas de las otras y las raíces se arraigan, profundas,

entre los charcos del descarte.

Cuando la flor de Etiopía se estambra lejos de esa luz que destiñe

a los trapos y quema

sus hojas reverdecen aún más.

 

El Adentro:

Me nutro del agua que arrastra las palabras

un silencio se desgaja en el vientre del sueño

alguien arroja la noche sobre mis ojos.

Una polilla diminuta queda atrapada entre las uñas

de mis gatos. La mariposita aletea

para huir. El corazón de los insectos

resulta inescrutable como esa partícula

de tempestad que nos extingue.

 


***

 

  

Día:

Mediodía en el conurbano. Tren hacia Longchamps. Antes de Burzaco

un movimiento seco y brusco sacude al primer vagón.

No son las vías, sus irregularidades.

No es el golpe del acero contra otro metal.

Es el ruido sordo de la muerte debajo de nuestros pies, separada apenas por unos centímetros.

El tren se detiene mucho antes de la estación. En el entrevero de tierra,

durmientes y engranajes

alguien que no conozco ha muerto.

Afuera la gente se amontona y dispara desde los celulares.

Los pasajeros putean por la demora.

El asco, la indiferencia, la brutalidad.

El ruido de ahora es diferente.

Anda en mí y rechina adentro, en la boca del estómago, en la garganta.

La tristeza encostrada hasta en las uñas.

Hasta que esta noche hijo me abrace.

 

Noche:

Llueve ahora sobre el conurbano sur. La casa y sus olores

se parecen a un patio mojado. Pienso en las enredaderas, en las frutas

de los palos borrachos reventándose sobre las calles de alguna ciudad olvidada. Pienso y digo en voz alta:

"nunca retuve un tulipán entre las manos", pero sé que sus bulbos

son como los de una cebolla

que en un país cuya lengua me resulta extraña

los ladrones de esas mismas flores eran castigados con la quebradura de brazos y piernas

que los alquimistas de la botánica intentaron, en vano, crear una flor del color del ébano.

Ahora una polilla revolotea y agita sus alas contra la lámpara

vuela hacia la ventana

escapa. Nuevamente la lluvia.

 

 

***


 

Desmadre

 

Recorro el camino de tierra que bordea el pueblo

cerca del frigorífico

más allá de las vías el olor se vuelve insoportable

dicen que es la grasa

la mierda de los animales

el remedio para espantar las moscas negras que zumban y hacen bicheras en el cuerpo

en los huecos donde todo se alimenta

también dicen que uno se acostumbra

que la mirada crea un espacio neutro

imperturbable

dicen eso

sin embargo la muerte deja una marca pegajosa

el incesante pulso de la memoria

el derrame de la sangre en las arterias

se ramifica y colapsa

cuaja

las flores de los palos borrachos se abren

dos chicos juegan a la pelota con los frutos que caen

la cáscara se quiebra con los golpes

desde adentro sale algo parecido al algodón

un resplandor de hermosura en las semillas

se desparrama y crece

imperceptible.

 

Todavía falta para llegar a casa

mi madre espera

siempre esperó

nunca aprendió a tejer ni a cocinar lentejas

nunca se preguntó por qué

le enseñaron a esperar

esperó como pudo

por la enfermedad habla poco

nos sentamos en el patio junto a una planta de malvones

impaciente pide algo

grita

quiere jugar.


 

***.

 

Hoy:

Cuando era niña mis compañeras de grado me decían varonera.

A madre la citaban desde la escuela

“una niña no debe comportarse como un varón".

Las ninias no debían correr o lastimarse las rodillas

ni trepar a los árboles  

ni disfrazarse con corbatas de tíos muertos.

Tampoco jugar a las bolitas o saltar tapiales

Las ninias nunca podían ganar a los niños en las postas de carreras.

Las ninias de mi barrio eran prolijas.

Mi muñeca preferida era una pata larga de trapo y lanas negras.

A los ocho me cortaron el pelo como Rafaela Carrá. Ese mismo año

escribí en el cuaderno de tercer grado

que quería ser un gato azul.

La señorita Judith me retó.

¿A quién se le antoja

ser un gato azul?

 

Ayer:

tengo cinco años

la radio está apagada y llueve poco

mi padre está frente al espejo

lo observo en silencio

apenas asomada desde la puerta del pasillo

me gusta mirar cuando inclina la cabeza hacia un lado

tensa la piel del cuello con los dedos

la máquina de afeitar emite un sonido monótono y agudo

él se mueve como si no me viera

como si la luz del lavadero refractara

la imagen de su padre

mi padre se parece al niño que jamás conoceré.

 

 

  

 

Daniela De Angelis - Daniela D. Pacilio



 

Mi apellido paterno es De Angelis, pero me doy a conocer con el de mi familia materna, Pacilio. Nací en 1970, un pueblo de la patria sojera, en la provincia de Santa Fe. Estudié Letras en la Universidad Nacional de Rosario y en el I.S.P. Nro. 1, donde me recibí de Prof. de Lengua, Literatura y Comunicación Social. Trabajo, desde hace más de 20 años como profesora en los niveles secundario y terciario. Desde el 2021 también me desempeño como correctora/editora para el Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires.  Soy creadora de dos blogs personales: Intersticios  y Concédeme esos cielos. En 1999, maternicé a hijo, Estanislao, y en el 2018 ambos nos mudamos al conurbano sur -Temperley-, donde actualmente habitamos. Desde mi juventud llevo adelante la tarea de alfabetizar en villas, contextos de encierro y en las calles, formándome para ello con maestros y referentes cubanos. Formo parte, como administradora, de la Biblioteca Virtual. Colaboro con Bitácora Dodó -Uruguay, espacio multicultural creado por Martín Palacio Gamboa y Sofía Luna-. He dirigido la Revista Tinta Libre y he publicado en antologías Las patas en la fuente (2020), Voces entramadas (2020) y distintas revistas literarias y periódicos. Desde el 2018, coordino el Taller de Alfabetización y el Taller de Lectura y Escritura para personas sin techo y acciono, siempre desde los territorios, para la transformación colectiva.

 

2 comentarios:

Alvaro dijo...

Muy buenos poemas, poética del conurbano, elegía rasposa de la educación sentimental: la educación como disciplinamiento de género y la resistencia como afirmación del yo poético. La provincia y el mundo

Claudia Bakún dijo...

Daniela querida: te admiro y te quiero. Tu poesía, como tu hacer en el mundo, sabe decir y llegar y comunicar la esperanza y la belleza que laten aún en el barro y la suciedad aparente de las cosas. Brindo por el libro que viene, seguro.