martes, marzo 22, 2022

RAÚL TAMARGO



Todo en la infancia era distinto. Aunque debió de existir algún antecedente que se escurre en la memoria, mis primeros poemas tuvieron como musa a Juan José Pizzuti y sus dirigidos del 66 y el 67. De modo que, en aquellos años, la poesía se definía en mí por la rima y la métrica, pero ya entonces le cabía cualquier tema. Hoy me siento absolutamente incapaz de definirla y, por otro lado, no siento ansiedad por hacerlo. Es algo que ocurre en el plano de la experiencia, más que en el del lenguaje. El lenguaje como experiencia.

Escribí solo poesía durante muchos años. Un día me harté de repetirme, de leerme, de sentir que, como experiencia, todo se había empobrecido. Entonces me topé con un poema de Horacio Salas titulado De la poesía considerada como una forma del ocultamiento. No fue el texto del poema, sino su título, el que me aclaró muchas cosas. Dejé de sentarme a escribir poesía. De cuando en cuando, ella, no obstante, entraba en casa sin pedir permiso. Sus apariciones fueron, desde entonces, imperiosas, aunque esporádicas. Así convivo con la poesía desde hace mucho tiempo, sin que ninguno de los dos pidamos nada.

Del título del poema de Salas aprendí que la poesía no puede ser un sitio para decir lo que se debe decir en otro. Así empecé a narrar, que es una experiencia muy distinta. Y en el proceso descubrí que, también narrando, puede presentarse la poesía o lo poético. Cuando eso ocurre es cuando verdaderamente disfruto de escribir.

En la infancia era distinto. No había planes porque era todo necesidad. Esos dos ingredientes se fueron dosificando con el tiempo: el plan modera la necesidad, baja su intensidad hasta que en un momento la hace desaparecer. Necesidad satisfecha. Es el momento en que ya no hay nada más para decir.

También el proceso de corrección tuvo su propio crecimiento. Si el joven escritor desmalezaba, emparchaba, reemplazaba, como quien remodela una casa, ese escritor que vengo siendo desde hace ya muchos años, realiza esas tareas en plena construcción. No avanzo mucho si no me conforma lo ya escrito. Leo el texto que escribí hace un minuto, una y otra vez. Queda claro que escribo lentamente, muy lentamente. La aparición de la computadora fue pieza fundamental para llevar adelante esta nueva manera de escribir. Gracias a ella, he podido combatir mi natural tendencia a la pereza. Los manuscritos trabajados así, se vuelven marañas que abandono sin remedio. Cuando doy por terminado un texto, ya no puedo volver a él, más que para pequeños detalles.

No todo en la infancia era distinto. La música siempre estuvo allí. Si no hay música no hay arte. Si no hay música no hay vida.


Poemas

 

Tuve un destino

blanco

católico

epicéntrico

liberal entre los márgenes del Occidente

occidental entre los marginales

un destino que no me tuvo en cuenta

clavado en el esternón de mí

desde el principio

para cegar para regar

con miedo

toda malformación posible

de los pastitos que crecerían conmigo

destino blanco

epicéntrico

hidalgo entre los nobles

lleno de trampas para osos

y pajaritos en jaula

 

un amoroso proyecto de vida

sin responsables a la vista

¿se culpa al blanco por un destino blanco?

¿se culpa al indio por un destino negro?

¿se culpa al esternón por los dolores?

 

odié desde el principio la dimensión del destinito

mi primera revuelta fue por conflicto de tamaños

luego fui contra el régimen de castas

abandoné los privilegios intermedios

me negué a pagar los costos

quise mostrarme desclasado

pero me vieron pintoresco

 

con el tiempo

cada lugar fue encontrando su cosa

incluso esta

lo mejor que tengo para decir de mí

es que no fui lo que debía ser

mi general

acaso no soy nada

(inédito)

 

el día que murió maradona

el día que murió maradona

era el título de una historia que no llegué a escribir

tenía atractivo

era una puerta de vidrio esmerilado

la luz de un reflector que ciega y que promete

 

tengo un gran cementerio de historias que no fueron

lloro algunas

reviso sus pedazos

memoro las perezas y asperezas

con que fueron muriendo

comiéndose a sí mismas

me demostraron muchas que estaba equivocado

otras iluminaron mi torpeza

nonatas

abortos espontáneos y forzados

renunciamientos

golpes al ego y la potencia

daños colaterales en la conflagración de las palabras

un modo del fracaso

como otro cualquiera

 

nunca

ninguna

dio explicaciones tardías del asunto

nunca

ninguna

quiso venir al mundo desde el título

 

el día que murió maradona

era una historia que no podía escribirse

al menos yo no podía hacerlo

 

quién puede imaginar la amputación

el coma

la caída repentina de las uñas

una rapaz que roba en cada patio al mismo tiempo

una conspiración universal de sauces

 

el día que murió maradona

es un anti relato

y velas encendidas

en medio de las calles

 

no hay ninguna historia allí

porque cualquier historia es negación

o distracción

nada hay real en una historia

no hay puñalada

orgasmo

ausencia del mañana

 

no hay historia que pueda ser escrita

con mayúsculas negritas subrayadas

como si hiciera falta

(inédito)



A Daniel Martínez

 

y me dijiste

un grano

una forma infinitesimal del mundo

es

también

el mundo

 

cualquier poema

para crecer

precisa de una sombra

 

toda instantánea y toda

evocación

al sol

se escuecen

 

yo

amigo mío

entierro las semillas

(sin tu permiso)

en la porción de tierra

que refresca la copa

de tu árbol poema

(inédito)

 

 

vino con una mata de peperina en la mano

dando las gracias por un favor antiguo

pero no fue eso lo que dijo

 

que era plaga en su jardín cuidado dijo

que le sobraba

 

por si no entendimos

pero entendimos claro

 

y ahora miramos crecer esa plantita

como quien mira a un refugiado

sin saber qué esperar

de su injertado parentesco con nosotros

(de Vivero al fondo)

 

buen momento

 

por cuestiones de principios

cuando tomé la primera comunión

no entraste al templo

pero esperaste en la vereda y me besaste

cuando salí de allí

 

los dos estábamos felices

sin contradicciones

 

tal vez fue nuestro mejor momento

(de Entre junio y agosto)

 

 

 

Raúl Tamargo nació en Buenos Aires en 1958 y actualmente vive en las sierras cordobesas. Es bibliotecario y editor. Ha publicado dos libros de poesía, Los otros cómo juegan (1995) y Vivero al fondo/Entre junio y agosto (2021), dos novelas, Lo que el cuerpo vale (2019) y Más que nada (2017), una serie de micro ficciones titulada El hilo del engaño (2014) y un relato destinado al público infantil, Por la ventana de Sol (2001).


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