Por lo general espero a los domingos que son días en donde las ausencias se vuelven consistentes. Para mí escribir funciona como una necesidad corporal, empieza a vibrar algún punto del cuerpo y sólo se aquieta una vez que el trabajo termina. Que haya música de fondo es necesario también, y entonces las palabras salen como si fueran los pasos de un baile.
Escribo en la computadora si estoy en casa, o en un cuadernito si me fui al río: es increíble la calma que puede producir el tiempo que demora pasar la birome por el papel. Escribo siguiendo una sonoridad y un aliento, que por lo general responde a un ritmo despegado de mí.
También escribo mucho cuando estoy de viaje. A veces tengo la sensación de que la escritura es la única forma en la que puedo procesar una experiencia, como si me enseñara a vivir.
Se me hace muy difícil corregir mis poemas, ya que no puedo reconocerme cuando leo lo que escribí. A veces desecharía todo y otras veces encuentro que no podría decir las cosas de otra manera. Es complicado, y no sé cómo se resuelve. Es como si la escritura funcionara como una pizarra mágica, en donde las palabras necesitan borrarse para dejar espacio a las que vendrán.
Por lo general es una imagen que aparece que va desencadenando otras, como si estuviera soñando. Hay lugares imaginarios donde sé que puedo ir si necesito escribir, y basta con que una imagen visual o musical accionen. Para mí la poesía siempre es una sorpresa, un movimiento bastante brusco e inesperado.
Poemas
2 Fruto de esta planta.
1.
Todo desde mí, siempre desde mí, incapaz de desembrollar una historia que no fuera en este vivir aquí: el lugar que no conozco y que me causa tanto repudio.
Tengo que ovillarme y dejar que un auto me fustigue a bocinazos porque no lo veo cuando cruzo la calle. Tengo que maravillarme por el cojo con muletas que pide limosna en la entrada de un supermercado; debo concebir como originalidad absoluta el precio de una caja de leche en polvo.
Seguir aquí, atendiendo al detalle la mirada de un enamorado, la conversación de dos ancianas. Mirando a los estudiantes de arquitectura arrancar hojas en el Boulevard. Registrando el movimiento de las cosas externas; de todo lo que cae y todo lo que vuela, como si fuera la última escriba en mi territorialidad, como si fuera realmente importante decir un movimiento, nombrarlo.
–Nunca había bailado hasta entonces. Creía que los pies no se correrían del suelo cuando hubiera gente. Me burlaba: como un perro que se mira al espejo y no comprende, yo me observaba y me saludaba desde lejos.
–Bailaba yo misma.
Siempre en mí, siempre desde mí, nunca saber nada de los otros: mirar a papá por mí, mirar a mamá por mí, comprenderlos, ignorarlos, saber que no hay mundo donde verdaderamente ocurra algo, suceda algo. Creer que puedo entenderlo todo, mirarlo todo, sentirlo todo.
2.
Voy a inventar un conejo. Le pondré un nombre y lo encerraré en una cucha para que no se moje.
Todo lo que decís no se te entiende.
Recoge las palabras del pico de su mamá.
Su mamá obturó con su pico su bracito. Se mira secar los consejos: ...antes que nada hay que saber...
Voy a cortarle el brazo. Mi mamá no tiene brazo. Mi mamá tiene pico. Aprieto fuerte el pico de mi mamá en mi brazo: ¿Hay que mirar primero, sabías...?
Los consejos de mi madre rondan por el piso.
Yo los sigo con los ojos. Si tuviera pico los recogería, despacio. Los soltaría después, detrás del balcón para que no se maten, para que se sostengan en el aire.
Pero no tengo pico, tengo brazos. Y los picos sirven para agarrar cosas con la boca y los brazos no pueden agarrar las cosas con el pico. Entonces yo los miro. Los dedos no saben pellizcar los consejos.
Luego,
mido un trozo de tela y un pedazo de hilo. Junto del costurerito-gallina los hilos para que pasen por el OJO de la aguja y me paso la tarde cosiendo.
Cuando termine la cuchita secuestraré al conejo.
–Si no me lo das más, lo mato.
Apunté a los ojos del conejo. Los ojos del conejo tenían ojos de buey -hay algo de ternura en los bueyes.
–Qué vas a hacer... –me resopló–. No tenés mucho tiempo para decidirte: Tanto tiempo hay, tantas cosas para pensar...
–Le voy a pegar más fuerte - solté. Le tiré de los pelos.
–¿Cuántos pelos te creés que pueden tirarse a un conejo?
No hacen ruido. No dicen nada los conejos cuando lloran, mueven el hocico y se quedan contentos. Menos mal que me está mirando.
3.
–Bailaba yo misma en una habitación con poco espacio, saltaba con torpeza, me enroscaba en el suelo como una serpiente.
El joven L. tenía un bloc de notas lleno de rayas. Vivía cerca de una casa de antigüedades. Vivía cerca y era pintor y odiaba las antigüedades. Odiaba a los mimos. Odiaba a los guitarristas y a las mujeres en general. El pintor de aves odiaba que buscaran su hogar como refugio.
–Cuando haya algún tiempo en que salga de mí, de las paredes carnosas en las que logré acuclillarme quizás después de los 9 años. Quizás después y desde entonces todo es aquí, todo se gesta y copula aquí, especie de útero blanco que regurgita incesantemente una cantinela.
–... con un pie delante de otro. “Cuando alcance esa mano, no voy a caerme”. Nunca supe que estaba caminando por una viga, y que avanzaba. No quería la ayuda, sabía que podía desde el principio hasta el final; por completo sola. Entonces me caí de espaldas. La madera fría debe haber sido el espanto mismo.
En un cine la madera fría volvería a ser el espanto, después de dos días de ayuno. Allí había abierto los ojos y me había encontrado a mí misma; en el suelo. Y me había visto así, en la misma posición, con las dos piernas plegadas y la mejilla por entero en el suelo. Por entero en el suelo. Como si no hubiera mundo.
Alguna vez conocí a otro. Le mostré el relato de Ucello y no le gustó. A mí me conmovía el personaje de Selvaggia. Había leído la historia del pintor que no podía salir de sí y sus perspectivas. La enajenación por una perspectiva o una línea. La línea era la creación de Dios. El mínimo punto diáfano a partir del cual todo podía pintarse. Por eso Ucello las miraba. El relato destacaba una única imagen de Selvaggia muerta de hambre. Desde los ojos del pintor se mostraba estupenda, rígida y fláccida a un tiempo, llena de facciones agarrotadas como las venas, como los brazos.
Alguna vez pensé que podría pasarme a mí, que yo sería Selvaggia. Comprendí, como Selvaggia, que rogaba por los pájaros estrafalarios y que, al igual que el pobre Ucello, todavía me arrodillaba quizás arriba de un taburete con los brazos en alto, la nuca estirada, espiando por una cornisa que nadie veía.
5.
Hoy me encontré en un colectivo llorando con una abuela toba mirándome.
Sus nietas se acurrucaron a los costados del asiento.
Puedo detenerme.
La hermosa manera de detenerse.
Entonces era entonces, relató mi tío. Era el ‘73 y hace 30 años. Fue la última vez que me sentí oficialista, dice.
–Escupí, mami, escupí.
Entregar el oro o esperar la montaña. Yo también puedo esconderme, pensé. Tenía 7 años y jugaba a que no me quedaría ciega nunca. A que siempre abriría los ojos y habría un mundo.
Entonces era escupir o esconderse. Una nena deforme, vestida con ropas recogidas en las iglesias o en los centros de evacuados. Varias nenas. Abrazadas a los bolsos, a los fierros del 125.
Voy a quedarme blanca. Podría haber tenido un cárdigan azul: el tiempo de la transformación estaba marcado por impulso. Aprieto los párpados con fuerza para despejar la luz y vibrar con el cuerpo. Tengo 6 años. Nunca supe del desorden.
“Ahora dice cosas ciertas”. Es el tiempo de la acumulación. Un frío horrible y un televisor con fideos pegados.
10.
Necesito apagar la luz para hablar. Necesito quedarme blanca. Eso diría.
13.
La imposibilidad de salir de sí. Esto empieza a hacer consistente a un personaje.
La hora de los sueños puede decir tranquilamente: para hablar necesito la luz apagada. Puede decir: no voy a creer tus estúpidas alegorías. Puede decir: todo lo que se dice en la ficción es cierto.
La hora de los sueños puede dejar pudrir a su tamagotchi deliberadamente bajo el agua. O meter a su mascota en una cámara de gas y ver contraer sus miembros como espátulas.
para jugar en el tren, leídos con la voz más firme, más pausada, más gruesa.
18.
Estoy absolutamente en contra de la vacuum cleaner. Es el hermoso modo de detenerse. A ver. Ahora que estamos escribiendo. Pasamos la vacuum cleaner y nos desvestimos. A ver, a ver, desvistámonos al son de la vacuum cleaner.
La vacuum cleaner hace de percusión. La vileza de ir abandonando sin abandonar del todo: lo que sea. En uno de los círculos el Dante lo relataba. No recuerdo. Se trata del eterno llanto por el tiempo supuesto, el tiempo supositorio, el tiempo abandonado al epíteto, las metamorfosis del vacío, los tomos marcados de “El ser y la nada”, las disquisiciones sobre la existencia.
La muchachita que ven en el pub de turno que con sus telitas coloreadas desteje sus mejores lecturas encontrando la rima adecuada para Alí, Babá y los cuarenta ladrones.
–No, no, no. La poesía es otra cosa.
Entonces abrimos la puerta y salimos por el huequito cuerdo. Decimos: hey, hey, Latinoamérica, pensemos, pensemos.
33.
No voy a decir nada sobre mi abuelo anarquista. Murió a los 55 años de un cáncer de pulmón. En verdad utilizaba esponjas para respirar.
Utilizaba esponjas para pintar. Era pintor, era artesano. Trenzaba cueros, taladraba maderas.
–Vos te hubieras llevado tan bien.
Murió, mi madre tenía 23 años.
De esa muerte nací yo, creo, nueve meses más tarde.
35.
A las dos de la mañana se despertó con la espalda hecha un agujero en el colchón profundo. Una pesadilla invariable. La pared derecha de la habitación donde se apoyaba su cama, se desplomaba entera sobre la calle Corrientes.
Faulkner, un nombre de perro, sería el mejor apellido para el joven L.
–No puede ser ése su nombre.
La desolación de L. era el porvenir. La posibilidad de terminar trabajando toda la vida en un drugstore.
–Quiero poder plasmar todo lo que tengo en mi mente, en el formato que sea.
40.
Con la lluvia cubrió Audrey su rostro diciendo “qué lástima”, lo cubría con pulgas de cera.
¿Podrán dormir las pulgas?
Escriba oraciones.
Analícelas en orden sintáctico:
Comíamos frente al río, cuando una pausa electoral nos trajo bocinas y tambores.
Este colchón se hunde y unifica.
¿Podrán dormir las pulgas?
Words are flying out like endless rain
Analizabas en orden sintáctico:
pasan las pulgas
pasan culebras
pasan lagartas
llega la noche de Pascuas
¿acaso guardaste
la copa de Eliahu
el profeta?
lagartas
en los pisos del departamento de las nenas dulces
tristes
y una ventana abierta suelen redundar en efectos,
compulsiones.
41.
La historia del pintor se bebe en dos tomos de la colección Arte Contemporáneo de Balzac. Tuvo un período azul, otro sarcástico.
Leía las manos en la tienda anexa al supermercado, Super-Drugstore, a quien comprara colonias y pañuelos. El otro día advirtió la credulidad de Audrey por los consejos divinos, y mirando su carrito le soltó: vos tenés suerte. Audrey pensó: otro promotor de sopitas instantáneas. “No quiero sopitas”. “No vendo sopitas”. Estaba solo, ahí, observando algo que pudiera servirle de augurio.
46.
“Vuusco volver de golpe...”
L. estira sus largas piernas sobre los barrotes que enfrentan a los bancos del parque. La tempranía punta en blanco. Extrañaba sus lentes de sol. Ahora decidía desaparecer del mundo y dedicarse a delinear la forma de sus muñecas. Los trazos dulces de una nena más delgada que una sombra.
Ahora no hubiera usado adjetivaciones.
La luz del velador iluminaba de frente. Los ojos de vieja, de hambre. Las manitos perdidas en un pedazo de pan. El fondo que era negro como el cielo, se volvió ocre una madrugada en que abrimos los ojos y lo vimos cambiar de atmósfera. La niña cruzada de piernas compartía el mendrugo con su madre, una gallina elevada en su tamaño unas cien veces, que parecía no saber responder con sinceridad.
Es extraño, quienes pierden su hogar aprenden a hacer reemplazos más intensos o más inconmensurables. Las patrias de L. se montaban una detrás de otra como un film extendido en el tiempo. El mundo era inexplicable, el mundo podía reconstruirse.
“Toda vida debería televisarse”.
Años más tarde, de piernas extendidas, L. mira el río por primera vez un mediodía sin anteojos. Una mujer lleva a unas niñas del brazo. Unos adolescentes entonan la canción de la abejita. La vida debería televisarse o al menos, ser un montaje fotográfico.
50.
Absorción de minerales como de rayos de luz entre el agua tibia. Los reflejos recortan el movimiento de Audrey, que chapotea, hundiendo sus cejas y sus brazos, cada vez estirándose un poco más.
Si a la tierra de cloro esta pileta, si retoñara uno... dos... tres...
ah
entrara una mano cebada de culpa sobre la sábana limpia de luz artificial al del desasosiego
quisiera desplumar este recuerdo brotar como los ruidos del agua
de puro ardor de faroles sobre sí,
sucia.
Me tuerzo como la copa de zarza ardiendo
ardiendo
está extinguido ahora
como tortuga de mar desviada
que hace sin saberlo un loop:
“Las aventuras de Audrey bajo el agua”
Audrey escurrida, espantada, regresa. Cincuenta más. Respira. Veinticinco. Y vuelve al otro extremo. Ahora un hombre se hunde, de forma vertical, hacia lo verde profundo.
Entrara la mano al agua como retomando un orden. Descubría en el agua la voluntad de ritmar el aire interno. Después de un tiempo nada húmedo sentía más que el líquido en los orificios de la boca, las orejas.
Audrey con su gorro celeste de látex batía los brazos como los patitos de goma espuma sumergida. Contaba.
–Hay mucha gente en este andarivel.
¿Qué era al fondo aquello? Un hombre moreno cruzado de piernas rezaba bajo el mar. Se sostenía cruzado de piernas, con la cabeza hacia el centro del cuerpo.
Hubiera tenido un turbante, en la tierra.
53.
El secreto en la pileta consiste en saber respirar. Construir un tiempo en el aire. Si es cada dos brazadas. Si es cada tres. Así pétreo el aire penetra. Mi cuerdaviva. El simple agua memoriza su patria extraordinaria con unas tacitas de té.
como sin mí
entero.
Audrey su muerte movida como un abrelatas hacia delante refugia sus flores de la lluvia creciente. No se rompan con el viento, dice. Crecientes los frutos en el cuerpo pequeño. Crecientes en octubre, en noviembre. Inimaginable.
64.
¿Dónde estuviste todo este tiempo?
Vivo bajo efecto de extrañamiento desde los 6 años.
El efecto de extrañamiento versus la vaccum cleaner en sus formas más sutiles y ortodoxas.
La vacuum cleaner llegó a niveles profesionales. Estamos solos en este mundo, dice la vacuum cleaner. La existencia precede a la esencia, dice. Y no para de toser.
69.
L. pensaba. Las drogas. Un asco. No necesito estímulos, decía. Mucho menos estímulos mentales.
Era cierto. Sus secuencias imaginarias trascendían toda forma convencional de percepción. Cualquier estimulación perceptiva duplicaría dicho poder de producción y recepción. De cualquier cosa. L. temía a la excesiva sensibilidad.
Había terminado transportando honguitos pero hubiera preferido no saberlo. Tampoco quería inquirir acerca del destino de dichos productos. No saber. Nada.
No querer saber nada, no querer inquirir, no querer ingerir nada que tuviera un aspecto espantoso, porque en un instante todo puede hacerse televisable.
Alguna vez habló con los hombres del puerto, con algún compañero de trabajo. Pero nadie parecía saber de los honguitos, o al menos nadie parecía saber de su poder narcótico. L. empezaba a temer. Empezaba a aburrirse.
73.
¿Cómo hacer para llevar una carga y no saber de qué se trata?
Quiero saber cuál es la conciencia de Erika, su nobleza. La nobleza de L., la nobleza de Audrey.
Una molestia en el ojo la levantó rápido. Se acercó al espejo abriendo el ojo con los dedos. No había nada.
Toda la tarde estuvo con el ojo llorándole la mejilla, molesto, parpadeando. Un gesto odioso, inhumano. A veces hay personas brillantes, elocuentes, que son capaces de abandonar su seducción en un momento de espanto: el acné, la deformidad de un rostro.
Si algo dice el calendario es que el otoño y su frescor traen la conserva del diablo. En la sucursal de correo se enteró que vivía en el tercer mundo. Enviar una encomienda con postales era tanto más costoso que entrar en una cabina y escribir su vida en internet.
Me aburro, me aburro. Todo el día así, lamentando la imposibilidad del envío, de la secuencia del videoclip, de un ojo molesto que la hacía lloriquear sin ganas.
A lo mejor me entró algo. En el ojo. A lo mejor abrí el ojo sin querer anoche, en esa agua roñosa.
Si mañana no pasa, vas a tener que ir al médico, Audrey. Al oculista. A que te observe el ojo con el aparato y su luz. ¿Mirá si te cortaste lo blanco?
En el camino deseaba atravesar un mercado con frutas y flores viejas, y carnes de cerdo y cardamomo. Apartar sus huevos en una bolsita, sus huevos de gallina fertilizada, y venderlos como creaciones.
Con el paso de los días y el ojo moreteado, parpadeando incesante, Audrey se vio en una necesidad medicinal: asustarse del hombre de la joroba, o del vendedor de sopas instantáneas.
Someterse al miedo otra vez, sumergirse.
74.
–No vas a hablar. No vas a pensar por unas horas. No vas a hablar por unos días. Esta flor está para dormirte. Y ésto es para que ahora lo comas.
Volvió a la casa de Macumba que la recibió sonriente y la acostó.
–Quiero vomitar, quiero vomitar.
Un grito salido del vientre, salido de atrás, de las costillas, la hizo sentarse de golpe, con el torso hacia abajo. Audrey no aullaba como Audrey, tal vez aullaba como animal. No lo controlo, pensaba. Todo su rostro, hacia adentro, lanzaba el extremo de un dolor llevado al borde de su opuesto. Al levantar la cabeza lo comprobó.
–Quiero vomitar
–Quedáte ahí. Quedáte quieta.
75.
Si se vive la realidad, ¿cómo se aboca una persona a un trabajo, a un horario, a una secuencia de acciones?
L. conoció a Audrey por los días en que ella no hubiera debido hablar. El encuentro fue un vistazo.
Audrey hubiera decidido que el mejor lugar para permanecer en silencio era aquel que le permitiera encerrarse a gusto, sin interrupción. Sin embargo decidía postergar su mudez por unas horas, en los bancos del puerto, el lugar en donde L. hacía el reparto.
Audrey con un bolsito cruzado, y un walkman con música clásica era la bailarina enroscada como una serpiente. Dijo para sí: bailo enroscada como una serpiente. Y se sostuvo inmóvil, pétrea. Para cuando se acercaron los guardias pensaba: “Alguien me avisó de un cargamento de cubensis”.
76.
“Atenta” significaba estar en contacto consigo misma y con sus percepciones del afuera. Una suerte de eje en contacto y retirada con el medio, le explicaba Macumba. Lo que quería decir era que había una cantidad de energía alrededor y que Audrey se encontraba con capacidad para percibirla.
La percepción del mundo como anhelamos volver a tener, no existe. Pero había signos que empezaban a repetirse: volantes repartidos por la calle, números, personas. Encuentros casuales. Estas flores exacerban tu poder de percepción. El ojo parpadeaba más que nunca. Entonces recordó a Erika haciendo gárgaras en el agua, burbujas dióxicas en la pileta, hablándole del chico que conoció esa noche, que trabajaba transportando hongos alucinógenos, y que le explicaba sobre las precauciones para su tráfico; Erika preocupada por la anestesia para la operación, buscando métodos alternativos de relax: los honguitos se llaman cubensis e iban al puerto, son lo más chulo de Madrid, lo mejor que tenemos los argentinos, la industria nacional.
torsión,
***
mi torso es un trompo gris
***
Kipurim
bebimos el amanecer
niño
la luz pálida del mediodía
tu lengua brillaba
las cercas
los bichos
el maullido
había en el patio la musa de azaleas
niño
con unas notas secas y amarillas ....?
De Maia
Y voló la molotov…
A cada segundo mi padre vive restaurante. A cada segundo vuela molotov sobre la cuerda radiomar.
Ocurre que el ejército es una institución social. Ocurre no elegía, cuando vos. Irina, tan madura. La elegía de Duino, el cielo. De Duino // Orfeo cuando mi hermana Maia, su mar, o el tren. No vive en realidad. No vivo en Realidad. Lo sé hace tiempo. Leo a Rilke por los trenes.
Mi hermana piensa el tiempo el telefónico.
Estamos acá,
mi campo vibraba y yo sabía que eran ellos
los días y las cuentas del mundo que imaginaba para mí
Mi papá me mandó una vez un poema más triste. Mi mamá me llamó con un hilo de voz.
Aquí todo es cálido y mi cuerpo vibra a una luz viva verde. En el patio me moría de calor pero era veintidós.
Acá quisiera decir, conmigo, en este instante, sostenida, entre la tos
y un quejido breve. Una realidad sola: musical.
Bisbiseando en la casa de los ancestros. Después,
cuando miramos una hélice dar vueltas, y la hélice era un regalo de japón hecho con palitos de cera
si había una luz tímida, como todo lo que puede ser contado,
es mía
que mira fascinada inocente la foto en santa fe de lejos
una planta de hojas anchas un sillón de mimbre seco
cruzado
una canasta
***
El sol cubre los olores y aprendemos a morir con ausencias. ¿Dónde me metí? El sol cubre los olores y las ausencias. Hoy encontré un mar.
Trepo. La charla o la necesidad de comunicarme. El pensamiento ha muerto, decapitado. Sobre su cuerpo pusimos hojas de potus, silvestres.
De, Movimientos imposibles
Palacio
En Santa Fe había un centro
y bien lejos había un río
claro que no nos importó
porque mis primas vivían a un costado de ese río
tenían un palacio con un patio
una hamaca de dos
y una pileta
de cuadraditos celestes
pasto verde
hortensias celestes
frente al río de Santa Fe
que no es el mismo río que éste.
Los secretos del verano
anoche tarde
desnuda llegué
a acostarme
en el patio
e inspirar a las macetas
De, Los secretos del verano
Irina Garbatzky
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