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Durante un tiempo, a la pregunta qué era para mí la poesía, solía responder jugar con palabras. Idea que había quedado resonando en mi cabeza, si mal no recuerdo, de la película Orfeo de Jean Cocteau. En una primera aproximación literal, la frase viene a suscribir lo que comúnmente se expresa para el arte en su conjunto y que refiere a aquello que permite seguir jugando por otros medios. Observación que vale, sin lugar a duda, también para la poesía.
Aunque algo pueril, es una definición que me excusaba de referirme a mí mismo como a alguien que, de una u otra manera, escribía. En cierta manera, me daba pudor ponerme a la altura de verdaderos poetas. Desde esta perspectiva, algo tramposa, se escinde el acto de “jugar con palabras” del acto de “escribir”; “ser poeta”, de “ser escritor”. Más tarde, tomé conciencia de la complejidad del arte de la poesía, no solo en los aspectos técnicos que hacen a su escritura, sino también, a su capacidad para ahondar en mundos que limitan con lo inefable.
Pero si por un momento volvemos a pensar la definición, si bien elemental, esconde una de las contradicciones que hacen a la propia naturaleza de la poesía. A diferencia de otras artes, las palabras le imponen a la poesía un corsé de sentido del cual no puede escapar del todo. La poesía trabaja con la misma materia prima que usamos cotidianamente, oral o escrita, para transmitir pensamientos y sentimientos: el lenguaje. El reto, entonces, consistiría en hacer del leguaje un lugar extraño, y con él, las palabras. Desplazamientos de sentidos, enrarecimiento de la sintaxis, desviaciones y refundaciones constantes de uso. Se trata de modelar el barro que todos los días pisamos para intentar esculpir algo nuevo. Las palabras son nuestros ladrillos. Pero para construir un poema necesitamos de otros elementos.
En mi caso, la poesía se presenta como un tornado que recién empieza a formarse. Levanta una ventisca que arrastra, primero sigilosamente, pequeños objetos que encuentra a su paso en una feliz confusión: imágenes creadas y poderosas (como diría Ashbery); retazos de ideas o vínculos oblicuos entre ellas; impresiones nacidas de observaciones mínimas; o del gozo fortuito que provoca una obra de arte; un tono extrapolado de un discurso (conversacional, técnico, institucional, filosófico, etc); un ritmo fluido o la música dada por la atracción entre palabras. En ocasiones, no reparamos en esos primeros ventarrones y pasan desapercibidos. El poeta debe estar atento a esos fenómenos embrionarios para que no lo sorprenda de golpe el desastre de verlos pasar y olvidarlos.
Cuando me siento a escribir, el poema puede surgir de una palabra, una correspondencia musical entre palabras, una imagen o impresión. Pero en la mayoría de las ocasiones nace de una idea, tema que nunca se presenta del todo transparente. Puede ser una reflexión sobre algún asunto o el encuentro accidental entre dos ideas de naturaleza distinta. En la mayoría de los casos, el tema funciona como una especie de Mcguffin, que se exterioriza en una serie de ideas precariamente hilvanadas y de carácter ambiguo, pero que sirven como punta de lanza para disparar la escritura hacia lugares inesperados. Partir de una idea, conlleva el peligro de quedarse en la formulación de explicaciones o sentencias. Para evitar esto, trabajo la idea, tema para que se disuelva en la forma que va asumiendo el poema durante el proceso de escritura, y de esa manera transformarse, en algo desconocido que no estaba allí al momento de empezar a escribir.
Algo de lo dicho en párrafos anteriores (sobre la escritura poética), Elizabeth Bishop lo sintetizó magníficamente con estas palabras: los sueños, las obras de arte, (algunos) destellos del siempre- exitoso- surrealismo de cada día, los momentos inesperados de empatía […], percibir de soslayo un rostro que no podemos ver por completo pero que nos parece enormemente importante. Y luego sigue […] eso es lo que yo quiero para el arte, […] una concentración abnegada y perfectamente inútil.
Adhiero a esa idea de inutilidad que se reclama para el arte en general y la poesía en particular. Su esencia se resquebraja cuando resulta un vehículo de enunciación útil, eficaz y certero. Como agrega Ashbery sobre los dichos de Bishop: solo en esa concentración perfectamente inútil puede surgir lo único que es útil para nosotros: la invitación a conocernos como inadecuados transcriptores de una vida que siempre está a punto de llegar a ser algo.
Esa supuesta inutilidad siempre va acompañada de cierto vacío, cierto escamoteo. La poesía es también misterio, lo que no se dice. El intento, siempre al borde del fallido, de describir lo indecible. Y en aquello faltante, que se calla o se desplaza, el material biográfico, la anécdota personal, las impresiones volcadas, dejan de ser propias del poeta, para abrirse a un posible lector.
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Partir de un tema tiene la ventaja de funcionar a manera de un plan que organiza y encauza la escritura hacia una meta más o menos luminosa. El tema empuja la escritura hacia adelante, y en ese proceso, un poema lleva a otro y a otro, así sucesivamente. Tiene la capacidad de agrupar poemas, armar series, pensar en términos de libro. Los poemas dialogan entre sí. Existe un hilo invisible (y nunca lineal) que despliega continuidades entre los poemas. Trabajar con series ayuda a que los poemas adquieran consistencia, cierta densidad, y compongan un cuerpo coherente y fluido. Cuando tengo un tema, comúnmente investigo. Es un proceso que disfruto mucho. Puede consistir en la lectura o relectura de textos, generalmente, ensayos ligados a un tema específico de mi interés (arte, naturaleza, filosofía, historia, ciencia, etc.) con el propósito de extraer un concepto, un léxico técnico, un tono discursivo. Otras veces, consulto internet para despejar alguna duda, para ahondar sobre un tema o simplemente para buscar referencias sobre alguna película, programa de tv, o cualquier otra memorabilia de la cultura popular.
En menor medida, me siento a escribir lo que va surgiendo. Por lo general, en esos casos, existe igual un elemento disparador previo. Durante el proceso de creación, puede irrumpir con fuerza un tema, que, en poemas posteriores, pongo a prueba para considerar si puede llegar a tomar un camino fructífero.
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Rara vez el poema adquiere su forma definitiva en una primera escritura. Con frecuencia, escribo una primera versión y la dejo descansar un tiempo. El lapso necesario para que mi cabeza pase a otra cosa, se olvide, para luego retomar el poema sin esa obsesión de “querer decir tal o cual cosa…”. En este sentido, la reescritura es el momento en el que el poema destila su verdadera forma. Se suaviza o desplaza definitivamente una idea más o menos explícita y se funde en imágenes que cuentan por sí mismas. Además, la reescritura es cuando realizo el ajuste fino. Sustituyo palabras, quito un verso superfluo, pruebo otro orden sintáctico.
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No tengo procedimientos concretos. Si un verso me viene a la mente lo suficientemente nítido, rápido lo escribo en lo que tenga a mano, una servilleta, un cuaderno o en el bloc de notas del celular. Después llega el momento de pasarlo en la computadora para trabajarlo. Si, por el contrario, el disparador resulta una imagen incipiente, dejo que siga rebotando en mi cabeza hasta que madure. Puedo escribir en cualquier momento del día. Solo necesito estar dispuesto. Para eso nada mejor que sentarme en la mesa de un bar a tomar un café.
Poemas
Ferroviario
El rito se repite cada nueva generación
el niño espera expectante el trueno mecánico
mientras chillan las cigarras
y un escuadrón de hormigas argentinas
exploran bajo las gramíneas
y al calor, una nueva colonia edifica
La señal se acalora, la campana arenga
el niño corretea hacia el objeto que lo hechiza
suspende la incredulidad aprendida
delante de furgones de ritmos acompasados
Exige una función de repetición perpetua
colmada de asombros de primera vez
El niño es un hombre del siglo XIX
un hombre de otro tiempo
el desencanto aún no es su patria
como las hormigas y los trenes
avanza impune, caprichoso, confiado
Salto al Arte
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Estás en la cima del mundo
la mínima brisa me desarmaría, sospechás
y entonces te mecés al borde
en un equilibrio inestable
más allá, otro comienzo
Con esquíes de competición tallados para volar
estás encima del mundo y lo sabés
solo con tu dios
allí abajo, papel continuo blanco y arrugado
salpicado de puntillismo multicolor
El salto es inminente
el llanto también
te acomodás las gafas
los copos ahora caen naranjas
Las montañas te intimidan
les hablás de igual a igual para no ser menos
les hablás para distraer un rato tu mente
mientras ellas te devoran angurrientas
y llenan sus grietas con pedacitos de vos
te escupen como un carozo, sabés rancio de miedo
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Mirás los valles por última vez
manchados de rosas invernales, violetas traicioneros
quisieras que un oso te despedace y termine con todo esto
los deseos a veces se cumplen, pensás y vomitás una montaña
que se acumula en montoncitos como pañuelos descartables
Sincronizan el banderín y tu mirada (uno baja, la otra se nubla)
comenzás el descenso por la rampa, te volteás a mirar
algo quedó allí arriba petrificado y contempla tu caída
un suave desgarro, una fibra que no volverá a soldar
En cualquier momento pasás de un chispazo a otra dimensión
y desaparecés sin dejar rastros, pero no
el hígado, el estómago, los pulmones y demás órganos
se acumulan en los dedos de los pies como muñones informes
Estás volando, nada puede salir mal
La grácil posición en V ya es otra y todo el abecedario menos la V
ladeás, das mil vueltas y te arqueás como un contorsionista
dibujás una llave inglesa, una estrella ninja, una cruz invertida
más cerca, una grúa, un montacargas, una tabla de planchar
aterrizás de cabeza y te incrustás en el papel arrugado
3
Te vuelves escultura de carne compacta
despojo de un saltador cobarde
Un nuevo comienzo te espera
tu cadáver incrustado ya no es sinónimo de dolor
Conservado en un cubo bajo cero, traslucido y decorado alpino
posás exultante
el nuevo enfant terrible
del MOMA, el TATE y el Guggenheim
De, Mundos Efervescentes
Monoblocks Zen
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De lejos, un conjunto de viviendas más
se las incursiona al tiempo casi detenido
que proponen y entonces, se abren al suceder
de senderos escoltados por árboles longevos y
solares cercados por ligustrinas de líneas rectas
Una pila de hojas secas se arrastra de a rachas
sigue mi andar, se trenza en una nube embudo
de un crujir, se escurre entre juegos para chicos
diseñados por urbanistas que nunca lo fueron
La parroquia para una comunidad trabajadora
de sólido hormigón armado tercermundista
recibe feligreses de años y aquellos nuevos
para los que lo colectivo es apenas un decorado
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Torres monoblocks de lobbies vidriados
en un continuo verde de palmeras de interior
un haz de luz solar entibia la cerámica lustrosa
arrumbada en un rincón, una vieja enceradora
Una anciana lucha con la puerta de entrada
y la consabida ráfaga que embolsa el viento
Amenaza con llevársela puesta
sin embargo, una mirada más atenta
revela un cuerpo robusto y compacto, típico
de inmigrante que sobrevivió a la guerra
Del mercadito de barrio regresan cargados
una pareja de jóvenes que adquirieron
costumbres lo-fi algo forzadas
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Sobre las callecitas peatonales
que terminan en los márgenes del barrio
apretujadas se suceden casas idénticas
prolijas fachadas con canteros y alumbrado
destilan el encanto propio de aquello
que queda dentro del cuadro: chica chico
caminan por donde los llevan las palabras
Solo allí, en el detalle, donde lo individual
aflora, carteles de numeración dicen más
que una altura, con dibujos naif o fileteados
4
En el encuentro de dos de esas callejuelas
pintó remodelación que rompe la simetría
adosado a la casa, un cubo semitransparente
solapado tras cortina de vegetación tropical
a mitad de camino entre invernadero botánico
y esas simpáticas cajas de zapatos para habitar
dispuestas como Tetris en estrechas barriadas
de suburbio de Tokio
Caja que contradice las dimensiones humanas
y que dispara de manera un poco apresurada
una imagen Ozu:
Una escena familiar
de austera, conmueve
pongámosle
un padre y su hija
sentados al estilo seiza
un decir templado
en silencio, cabizbajos
se sirven una taza de té
remozan las sonrisas
bajo la mirada contenida
de la lente
en un tatami shot
De, Un yo compartimentado
De lo abstracto
Una hoja ¿cuándo deja
de ser una hoja?
Y un arbusto salpicado
de pequeñas hojuelas y
pecas que disparan su rojo
contraste ¿es arbusto
cuando ya nada dice
el fino nervio que ramifica
de su todo? ¿O un ápice solitario
a pesar del trepidar que roza
hermano a su alrededor?
Aprisionar ese mutismo
oculto en el follaje indeterminado
que se niega a dejar de ser
naturaleza
Un primer intento:
desplazo la pantalla de mi teléfono
lentamente por delante de la ligustrina
busco esa imagen huérfana
ese pormenor
en el acercamiento
la trama sobre la que suspira aliviada la mirada
ese patrón repetido de tapiz
falto de un universo que lo apode
y lo llene de significados
y ahí nomás
a un paso de conseguir el milagro
se posa
una insignificancia
que con su sola existencia
intrínseca
restablece el orden
de toda forma reconocible
como el día abruma con sus formas transparentes
después de un sueño nebuloso
Un segundo intento:
donde convergen
las líneas de tres elementos
el borde de pileta pintada de rojo
un piso de laja irregular
y la sólida sombra de una pared
proyectada de modo oblicuo sobre el césped
persigo escurridiza una imagen fantasma:
no borde, no laja, no césped
pero el mundo no se deja desvanecer tan fácil
un zorzal irrumpe con carreras cortas
y saltitos intercalados
los tres planos
vuelven del anonimato
con personalidades autónomas
pero maniatados a sus circunstancias
en una parcela de quinta pueblerina
Un tercer intento:
tal vez la ausencia ocurra en lo múltiple
y entonces, la quinta en su conjunto
con sus elementos
dispersos
a diferentes distancias
tropiece por azar con su no quinta
la maniobra: forzar un fuera de foco
no reposera, no cantero, no parrilla, no árboles
no flores, no rejas, y así, anular las cosas
forzar un fuera de foco
forzar las formas
hasta descomponerlas
vaciarlas
enmudecerlas
Lo intento
una y otra vez obstinado
un resto casi imperceptible se cuela
se resiste a la substracción
se resiste a borronearse hasta ser nimbos
de vagos colores penetrando los bordes ajenos
mínimas partículas
reconocible
de ella:
Los iris de sus ojos movedizos que no pierden de vista
su pensamiento
-recalcular impreciso enfoca-
en un involuntario morderse los pellejitos
-que se desvanece en el detalle-
de la nuca extendiéndose en su desnudez
donde nace un tatuaje de adolescencia
-que compite- con un rizo solitario
y difícil que estira al céfiro sus hilachas
Siempre una parte radiante y nítida
justifica por si sola
todo el arte
figurativo
la fuerza arrolladora
del realismo
abril 2018
Hernán Sagristá
Nací en la ciudad de Buenos Aires en 1974. Soy licenciado en Publicidad y realicé especializaciones en Administración y Gestión Cultural (IUNA) y Educación, Imágenes y Medios (FLACSO). Trabajo como guionista de audiovisuales y otros contenidos educativos asociados al patrimonio natural y cultural. Publiqué mi primer libro de poesía Mundos Efervescentes en el 2017 (En Danza) y en la actualidad, tengo dos libros inéditos esperando edición.
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