miércoles, diciembre 06, 2006

SUSANA CELLA



Aunque no carezco de conductas rituales, típicas de los obsesivos, curiosamente para escribir no tengo ritos, el rito en todo caso es la escritura misma. Y en lugar de momentos especiales, horas del día, lugares, o cosas por el estilo, lo que me parece que sería algún tipo de mitificación que no me gusta, no tengo horarios, días especiales ni épocas del año, sino que más bien se trata de una combinación de continuidad e irrupciones, que no sé por qué había pensado denominarlas interrupciones, quizá nomás por la repentina aparición a la manera de un hito que se alza en un camino. Porque hay un estado permanente de disponibilidad a la palabra, como si se dijera una atención flotante, en algunos casos, y en otros la presencia fulgurante de las voces poéticas que no dejan de estar presentes, como alimento, compañía, aire que se respira, ahí los maestros. Los maestros amados que no son una angustia de influencias sino dulces y serias presencias componiendo en sus peculiares modos de estar, una atmósfera. En todo caso, si hablara de un ámbito, sería primordialmente ese aire, de pausados o no pausados giros, mucho más que un lugar físico.

Me gusta mucho escribir con tinta, quiero decir con lapicera, no con birome, más bien la detesto, siento que me afea la letra, y me gusta delinear letras con curvas y rectas, en el intento ilusorio de que coincidan el trazo y todo lo demás que compone una palabra, su mayúscula elegida u obligada, el enganche entre letra y letra, el espacio que define la separación provisoria de una palabra, en definitiva, me gusta tentar la casi utópica convergencia de una belleza simultánea vista y oída. Por eso tengo varios cuadernos y libretas, donde se amontonan apuntes diversos registrados donde esté yo con alguno de esos anotadores. Sin embargo no podría dejar de reconocer que el sitio donde suelen afincarse las cosas, o sea, donde quedan pasadas en imprenta es en Trilce (el nombre de mi computadora).

Así como me resulta muy placentero escribir a mano, me sucede lo mismo con el teclado, escribo al tacto, con todos los dedos y se me ocurre muchas veces compararlo con el teclado de mi piano, hace rato ausente.

Cuando estoy escribiendo, el texto que sea, los variados que uno escribe y que exceden lo que suele denominarse literatura o poesía, y que a veces me sirven como una especie de precalentamiento (al estilo de los deportistas antes de meterme en un poema o narración) suelo hacerlo en silencio, lo que no quiere decir estrictamente eso, ya que no tengo, como el Super Agente 86 un cono que me aísle, por tanto están los ruidos del entorno, los cuales algunas veces no son precisamente leves, pero por suerte alcanzo un grado de concentración en lo que estoy haciendo que los asordina. Tal vez falle menos que el cono de Maxwell Smart. Rara vez escucho música al mismo tiempo que escribo, aunque algunas veces sí, la que yo elijo, pero no la radio, que me perturba mucho, lo mismo que las melodías estridentes, las cuales, si están sonando contra mi voluntad y sin que lo pueda impedir, me exigen un esfuerzo mayor para alejarlas. Sería imposible no escribir lo que va surgiendo, lo que no significa que esté esperando a alguna musa, por mistonga que sea, ni que entre en trances inspirados, ni mucho menos que practique una escritura más o menos automática. Lo que surge, si por tal cosa se entiende lo que se hace letra, viene del impulso íntimamente conectado con el cuerpo, y es, ese componente fundamental de la escritura que hace a un estilo (ya lo dijo Barthes, poeta él sin haber escrito versos). Creo que hago planes muchas veces, y aun en algunas ocasiones anoté algo así como esquemas o esbozos de posibles diseños, lo que no ha tenido un destino único, a veces sirvió como referencia y otras para nada. Creo que los planes los tengo más en cuenta en la narración, aun así, no puedo evitar la deriva, siempre ahí, cuando hablo, cuando escribo. Ahí veo la ventaja del plan, y hasta a veces su necesidad. En otros casos, sucedió lo inverso, los mismos textos demandaron algún tipo de organización a posteriori, y no es infrecuente que se mezclen, para nombrarlos de algún modo, el azar y el orden.

Lo que podríamos convenir en llamar investigación, muy lejos está de un estudio sistemático, tal vez por el tipo de textos a los que me refiero, más bien hablaría de un ahondamiento en ciertas lecturas que por motivos diversos, y no sólo temáticos, se relacionan con lo que estoy escribiendo. A veces, es alguna expresión que ha surgido, precisamente, la que empieza a resonar y en los ecos me lleva a un texto o autor determinado.

Me gustaría aclarar, por las dudas, que no se trata de una cosa espontaneísta, ni de una especie de ignorancia de lo que aquí justamente se está considerando, quiero decir, del procedimiento o de los procedimientos. Para decirlo de un modo menos técnico, de la tradición literaria, porque si hablamos de procedimientos, creo que hay que empezar con Homero y seguir hasta acá.

Los procedimientos de escritura estuvieron y están, y la ingenuidad está muy lejos de mí, por otra parte, la desprecio, sobre todo cuando se la esgrime como coartada creadora y no es sino un disfraz de la mera ignorancia. Pero esa conciencia, necesaria e implacable muchas veces, no se identifica con la puesta en práctica, para escribir, de herramientas o recetas, lo que es todavía peor.

Creo que los procedimientos son las herramientas, como las que puede usar un carpintero, un pintor o quien sea, para fabricar algo, y que es preciso en el conjunto que puebla la caja que las alberga, encontrar las adecuadas, por no decir las mejores. Pero sin la mano que las maneja y que las guía haciendo de ellas medios y no fines, no sale más que un producto fabricado en serie. Y lo que hace a una obra de arte, de la que sea, es su carácter de cosa única e irrepetible. De otro modo entran a jugar factores como los efectos calculados, lo que poco o nada tiene que ver con la escritura sino más bien con la mercancía, simbólica en este caso. Y por otra parte, el destino de una obra es incierto y nunca apriorístico.

La palabra corrección no me gusta, me hace acordar a corrección política (eso que se ha llamado políticamente correcto), la hipocresía tan difundida que elude creo que muy intencionadamente la idea de lo políticamente justo y otras similares. Por eso prefiero decir que reviso, releo, cambio, modelo, corto, expando pero también que mantengo aquello que reconozco para mí como estrictamente necesario, imposible de modificar.

Siempre hay borradores, o podría decir, todo texto para mí es un borrador o un garabato en el sentido en que llamamos garabatos a los dibujos que hacen los chicos, y eso, en algún momento deja de serlo, de otro modo, se volvería algo inconcluso siempre, interminable. Entonces hay un tope, el punto en que el escrito halla el momento de su fijeza.

Si descansan o no, depende de múltiples circunstancias, no hay vacaciones prefijadas, los textos en todo caso están en situación de espera, que puede ser más corta o más larga, a veces mucho de cualquiera de las dos.

Lo que quisiera decir sobre mi vínculo con la poesía no sé qué alcance podría tener, sería algo parecido a contar un sueño, lo que puedo decir es que el dicho vínculo, para llamarlo de algún modo se me pierde en mi propio tiempo, me lleva a recuerdos muy antiguos, a las épocas remotas en que en la escuela primaria me aprendía por mi propia voluntad los poemas que andaban por los libros que iban llegando a mis manos. Hablaría de la identificación con la protagonista de una novela que leí a los diez años, del poema que incluía en el libro, absolutamente emocionante allá lejos. Incluiría un gusto épico que por entonces tenía las formas neoclásicas del Himno Nacional, por ejemplo, cuya versión completa memoricé a los once años, ese aire de gesta y gloria me sonaba magnífico y como casi nada sabía de nuestra triste historia, creía que en verdad la bandera celeste y blanca jamás había sido atada al carro triunfal de ningún vencedor. La infancia a veces depara esas efímeras felicidades. Y fueron sucediéndose o mejor, llegando simultáneamente, en un revuelto de tiempos, estilos, poéticas e idioma el Nido de cóndores, las rimas de Bécquer, las coplas de Jorge Manrique, los sonetos barrocos, el Amanecer del Fausto, junto con Lord Byron, Longfellow y el monólogo de Porcia de El Mercader de Venecia, estos tres últimos muy practicados para recitarlos en los exámenes de inglés.

No me parece de menor importancia nombrar todas las letras de magníficos tangos que aprendí solo por oírlas reiteradamente, gracias a mi mamá cuyo fanatismo por Julio Sosa la llevaba a escucharlo de manera continua, junto con unos cuantos boleros, todo lo que sumado a las novelas y películas alimentaba mi entonces ínsito romanticismo, hoy, un dulce recuerdo como los que se tienen de algo una vez muy fuerte y evaporado lentamente. Porque llegaban otras voces como Lorca, El Elogio de las Sombras, Antonio Machado (aun antes de Serrat, debo aclararlo), San Juan de la Cruz, Pablo Neruda, cuando estaba cerca de terminar la secundaria. De ahí para adelante siguió la cosa, como se fuera dando, por lecturas compartidas (a veces junto con amores), por las mesas de las librerías, por alguien que recomendaba, por las vueltas de la vida.

Y en uno de esos recodos apareció Trilce que vendría a ser el amor interminable, el hallazgo de mi poeta, hasta hoy. No excluyente desde luego, porque también están José Lezama Lima, Juan Gelman, Francisco Urondo (otro amor intenso y terrible), los poemas tardíamente recuperados de Juan José Saer, como me sucedió con los Versos libres de José Martí, la indescriptible fascinación por René Char, la Música de Cámara de Joyce, los poemas de William Faulkner (aunque tal vez toda su obra no sea sino poesía), la Muerte sin fin de José Gorostiza, La tierra baldía, Eva Perón en la hoguera,y no sigo, aunque es más lo que quisiera decir conscientemente, y podría.

El vínculo con la poesía por tanto fue y es constante, con las variaciones que los accidentes del camino siempre deparan. Pero parece que solo hablo de lecturas y no de escritura, o sea, de la mía propia.

Vuelvo entonces a los tiempos lejanos y recuerdo mis apasionadas composiciones, llenas de reflexiones espirituales, fantasías líricas, ensueños amorosos y palabras que eran, para mí, las más sensibles, conmovedoras y bellas que podían existir.

El crudo tiempo, la muerte acechante, la vida pisoteada, el desarraigo y el dolor fueron perdiendo su cualidad literaria y así las palabras, sin abandonar, creo, la tendencia irremisible a la belleza, se cargaron del horror de un mundo muy diferente del que me había forjado con lo que tuve en los queridos libros iniciales. Y el amor inspirador se facetó o mejor, quedó residiendo en los vidrios rotos acerca de los cuales, una vez, contemplando una ventana, había escrito, sin saber entonces, qué peso cobraría muy poco después ese "pedacito de vidrio" faltante. Hablé al comienzo de una continuidad y de irrupciones, y lo repito porque creo viene completamente al caso.

Las irrupciones tienen que ver con lo que llega en cualquier momento y ante algo que surge como una imagen, por una palabra escuchada, por algo percibido en algún lugar, por lo que devuelve a veces la memoria. En la especie de lugar así configurado aparece una frase o muchas, o una especie de acumulación de palabras tan enganchadas y vertiginosas que si no fuera porque me resulta un lugar común, cosa que detesto en general, llamaría torrente. Las frases breves, chiquitas, alguna cita fugaz o acortada se anotan como un recordatorio, suele suceder que están ahí para ser desplegadas, y que cuando se despliegan muchas veces no siguen el camino que había previsto originalmente, las imágenes y las sensaciones también se transforman, y creo que no otra cosa podría suceder, ya que son las palabras mismas las que van armando sus afinidades, sus contraposiciones y sus lógicas. O sea, una vez más, la demostración clara de que la poesía es palabra, no ideas previas ni temas a priori o algo así.



Poemas


Por tu sublime amor recordado


Por tu sublime amor recordado
tal cansancio sobreviene
que me contenta en este ahora perdurable
haber fugado de las perpendiculares señas
que no me diste a conocer
y tallar mi marca conveniente
cuando la noche impar y generosa
despunta en volubles entretelas de canciones
sobriamente apiladas al azar
y según a su Estrella le parece.


De Amor (dientes paredes arrugadas)


X.


Niebla sobre la luna esmaltada


Cómo un cuerpo yerto diera
alguna precaria sombra de alivio
por lejanamente oportuno retornar
cada uno de los días en que cerca sigue
con la indiferencia de no estar
para sí en el ángulo carnal
donde escondía su esplendor de vida
deseosa del mismo lado de la orilla
donde corre marrón oscuro el río,
se deshacen los arbustos
y las ramas pesan cuanto pueden
sobre el agua alumbrada ahora ciegamente
por la chata luna vagarosa
que deshace su propia lucidez
por dolorida de lo que escapa
a los poceados brillos y la fija
en el cielo sin sentido de la ausencia,
y la nubla sajando el aire frío,
si más todavía, la palpitante herida
por la que anhelamos esa sombra,
la señal oscura de sentido,
el agua vibrante de los mediodías,
el encuentro casual, otra vez más y siempre,
entre la completa oscuridad y las estrellas.


De Eclipse

A nous la liberté



I. Ella


Espléndidos quisimos devolverla
a la luz que le debe sus resplandores más finos
cuando en la noche de velar por glorioso amanecer
con sus tres letras de nombre asentamos fuego vivo
y el mismo fuego nos alumbró esa luz de mediodía


II. El alimento de las bestias


Mientras los zorros taimados
en los bosques cortajeaban
las atónitas partidas
y por su mando chirriaban
escalas y melodías,
buscando abrazar nosotros
aquella luz prometida,
alimentamos su hambre
de fresca carne encendida.



De, Entrevero


Susana Cella

Susana Cella, nació como Vallejo, a mitad de marzo y un día en que Dios estaba enfermo, pero en Buenos Aires y muchos años después. Publicó los poemarios Tirante, Río de la Plata (ahora está trabajando en la continuación, titulada Entrevero); Eclipse y de inminente aparición, De amor (dientes, paredes arrugadas); la novela En inglés, el ensayo El saber poético, reseñas, antologías y artículos varios en Argentina y el exterior. Sigue traduciendo, da clases en la Facultad y dirige el Espacio Literario Juan L. Ortiz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, llegué hasta aquí y te encontré. He leído cosas tuyas en otros lados, pero esta vez me pareció genial escucharte hablar sobre poesía. "La poesía me traduce", "El poema soy yo", decís. Me parece impresionante. Quisiera conocerte en persona.
María P.