lunes, enero 15, 2007

BEATRIZ VIGNOLI

*Foto de la infancia tomada por Rodolfo E. Vignoli ( padre de la poeta) y en primer plano, el pintor Gustavo Cochet.



"In my dark or sullen art"

Hay un ritual riguroso. Me levanto, pongo agua al fuego, enciendo la computadora, le doy de comer al gato, tomo unos mates y pienso en cosas que leí o viví o siento. Si entonces se me ocurre un primer verso, voy a la computadora, abro un archivo de texto y escribo la primera versión del poema hasta el final. Nada de ruido; mucha luz natural. Nadie me interrumpe porque he logrado volverme lo suficientemente prescindible en esta vida, situación muy práctica porque además de dejarme tiempo libre me aporta una angustia existencial tal que escribo poesía para tener algo que hacer. Mis otras fuentes de inspiración son la alegría y el asombro. También hay poemas crepusculares, surgidos del cansancio (no es que no labure) y escritos a mano en tinta gel, en cuadernos. (Antes escribía en bares, de noche, en birome bic, pedida al mozo, en servilletas. Fueron tiempos juveniles y nómades en que mi inspiración dependía del efecto de la cerveza.) Investigo después, cuando ya estoy armando el libro, para ordenarlo en una especie de relato. Me ayudan mucho las buenas conversaciones, las que son como iluminaciones graduales a dúo. Hay poemas que han surgido de esas infrecuentes conversaciones. Me gusta bajar y leer páginas de psicoanálisis. No tiene precio esa lucha honesta de los psicoanalistas por rodear lo innombrable, sin dejar de acecharlo ni de contemplarlo. El suyo es un arte que de algún modo le da sentido al mío. Hay una ética similar en algunas composiciones musicales de Jimi Hendrix. Él también llega a veces a esos lugares, al corazón de las tinieblas o de la luz donde los nombres se terminan.
La segunda versión del poema no suele diferenciarse mucho de la primera. Lo que hubo en el medio no es tanto una corrección, técnicamente hablando, como una edición o poda, una supresión de redundancias. A veces elimino también los nexos lógicos más obvios, para evitar que el texto del poema sea un discurso unívoco. Busco un cierto grado de hermetismo o de ambigüedad. La reescritura sirve para crear una distancia, despegarme de la sensación de "mi" verdad respecto del sentido, convertir el poema en un laberinto textual abierto al que los lectores puedan entrar desde otros lados.
La poesía aparece como una música, más bien rítmica, ligada a una cierta emoción indefinible y a la vaga intuición de un sentido. Es como si ese sentido que a la vez es un sinsentido, esa constelación de significados diversos y hasta contradictorios, necesitara ir siguiendo el curso de esa música para hallar sus demás significantes. Las palabras acuden y van enhebrándose en la música. Las primeras en venir son las que pertenecen ya a mi repertorio. Las cazo al vuelo y ellas se van conectando entre sí de un modo particular; ellas ya saben cómo hacerlo, ya se conocen de poemas anteriores. Si por entropía reiteran demasiado sus viejas combinaciones, busco abrirles nuevas conexiones o presentarles palabras nuevas. Controlo un poco el proceso y un poco no. La clave de que "salga" el poema es un equilibrio delicadísimo entre control consciente y automatismo, que le permita al inconsciente expresarse de un modo inteligible, extraño pero inteligible para un tercero. Este equilibrio depende, en cada poema, de toda mi escritura poética anterior. Quizás sea eso lo que los maestros llaman el oficio.

Poemas

LA CAÍDA

Si te dicen que caí
es que caí.
Verticalmente.
Y con horizontales resultados.
Soy, del ángulo recto
solamente los lados.
Ignoro el arte monumental del sesgo,
esa torsión ornamental del héroe
que hace que su caer se luzca como un salto.
Ese rizo del mártir que, ascendiendo
se sale de la víctima
y su propio tormento sobrevuela
no es mi especialidad. Yo, cuando caigo,
caigo.
No hay parábola
ni aire, ni fuerza de sustentación.
Un resbalón: espero. Al suelo llego
por la ruta más breve.
Un alud, una piedra,
una viga a la que han dinamitado.
No hay astucias del cuerpo en mi descenso.
Se sobrevive: el fondo
del abismo es más blando
para quien no vuela, sólo cae.
Si te dicen que caí,
no vengas
a enseñarme aerodinámica revisionista.
No me cuentes de los que cayeron venciendo.
No vengas a decirme
que no crees que haya sido un accidente.
En lo único que creo es en el accidente.
Lo único que sabe hacer el universo
es derrumbarse sin ningún motivo,
es desmoronarse porque sí.



LA GUERRA DE LOS TONTOS

Dinamitamos antes de cruzarlo
el puente, el bello puente
que habíamos construido.

El puente sobre el río del olvido era.

Ahora, moriremos olvidados.
Muramos ya, y de esto.


FUNCIÓN DE LA LÍRICA

Mi padre agonizaba
en un sanatorio con TV por cable.
Puse el canal de ópera
para amortiguar sus alaridos constantes.
Justo cuando Rigoletto abraza el cadáver
de su hija, debí tenerlo al viejo
para que no se cayera de la cama:
la doble simetría de la escena
me la volvió soportable.



PLAZA HOUSSAY

La vieja estaba quieta entre dos cajas.
El sol doraba su vestido rosa.
Indiferente al vuelo de una mosca
ella no parecía ni siquiera dormir.

El policía, inmóvil, a unos metros
esperaba otra cosa. Acostumbrado,
no se extrañaba ya
de tanto silencio.


PLAZA GARDEL


a Silvana Sayago

Los pinos de la plaza Gardel
tenían formas necesarias como tigres.

Ahí el futuro estaba; refulge todavía.
Atmósfera seríamos, una conciencia suave,
apenas la mirada del ser sobre las cosas.

Eso, volvernos indios.
El amor no alcanzó.


EL PINCEL

a Pat Roldán

Cada cara nueva que me encuentro
viene escrita en un idioma extranjero
que no sé si aprender.
Los rostros que no soy. Millones
de nombres donde no he sido: la otredad
es ausencia de mí. Y no hay más amor
humano que mirarlos
pasar, mientras aguardo
que el tiempo se termine.


EL PEZ

De nuevo aquí este extraño.
El antebrazo tiende a parecerse
a la arena; y así de insensible.
Camuflado como un róbalo, el cuerpo
envejece. Cuesta, bajo este sol, sostener
la falacia monista: ¿yo he nadado?
¿He sido yo quien fluía,
el maderamen vivo en flotación
y el huésped del cerebro en su cripta?
Mi osamenta se mueve por el agua, leva anclas
el nervio, sale bogando la cosa.
Mis materiales quisieran
desasírseme del pensamiento.
Tanto he batido el parche del tiempo
con palabras; ¿me es, todavía,
este esqueleto? ¿Diré, de él,
"yo"?


EL PINO

Apagué los motores
y anduve a la deriva
¿cuántos años anduve
a la deriva, el motor apagado, ni
impulso ni gobierno, sin dirección?

Me recuerdo leyendo neones
a la vera de avenidas
desiertas. ¿Cómo pudo
nevarme encima todo este cansancio?
¿Cómo pudo acumularse, quedar ahí toda la vida?

Sacudo la cabeza como un pino. La nieve
no se va.



SEÑORA ROBINSON

Escribo,
escribo a máquina:
cada letra es un disparo en la noche.



LENORE

Tras la cresta del mundo, como la aurora, yaces:
todo tu nombre junto con la noche se ha acostado a dormir.


NO ESTÁ TU CUERPO

No está tu cuerpo
teníamos la misma estatura

ya no
que el suelo olvide tus pies.

Hinchada de tu ausencia como un globo
se halla la noche.


TRAKLAND


a D. G. Helder

Lo que vemos no es cierto. ¿Deberíamos
una vez más, ver apagarse el día,
sentir nuestras cenizas aplastarse
contra el vasto rumor? ¿Nos pertenece
algo de todo esto? ¿No es el mundo
un celuloide viejo al que asesina la luz?

Tomarse vacaciones, ver huir el paisaje.
Salir a buscar fuego, y no volver jamás.
Tu rostro, ese accidente al que vela una distancia.
¿Debo abrir la ventana? ¿Hay que mirar al cielo?
Qué bellos son los ojos de la muerte
bajo el mundo: este párpado.


CANCIÓN NEGRA DE SANGRE

—Aquí no se llora.
Aquí, donde estamos.
—Siempre estamos
donde estamos.
¿Entonces nunca
se llora?

En el sueño componíamos una canción.
Se ponía difícil, yo me impacientaba,
sacaba mi revólver y lo ponía
entre las dos, sobre la mesa.

—¿En el cielo, se llora?
¿Vamos a poder llorar
cuando estemos muertas?

En el sueño, yo recién llegaba a tu ciudad.
Vos me dabas trabajo: convertir un mapa
en un árbol.
Se ponía difícil, no me salía,
el árbol no me salía ni pegándole
hojas de verdad.

—Las muertas, ¿son felices?
¿Me diste el nombre de la felicidad
porque querés que muera?

No soporto tu letra; me enfurece
recordar la forma de tus trazos.
Odio tu forma de curvar las efes
como patas chuecas que se sienten simpáticas.
Odio tu be larga, muy especialmente.
Odio la esperanza, la esperanza,
odio, odio la estúpida esperanza
que anima tu escritura.

Si no querés que muera,
¿por qué decís entonces que me vas a matar?
—Creés demasiado en las palabras.

Hace falta un metal más espeso que el odio
para contar, para cantar esto.
Hace falta un metal, un metal más que asesino,
un metal resucitante.

—Sí, creo
en las palabras.
¿Acaso poseemos otra cosa?

Si nos dejaran llorar
poseeríamos lágrimas,
gotas de mercurio
en nuestras bellas caras
rodando dulcemente, dulcemente.
Me gustaría tener esperanzas
pero no en el pasado:
maldigo tu lealtad.
Odio tu modo de tocar el timbre,
tus piernas flacas vistas a lo lejos
y yo avanzaba sin reconocerte
y vos pensando que me alegraría
de verte; digo,
por tu sonrisa.

—Te traje estos papeles.
"El trabajo libera".
—¿De qué?

En el sueño, no éramos de metal.
En el sueño, no había
porqué mostrarnos fuertes.
En el sueño, no me pateaban en el piso.
En el sueño, yo no era para siempre
alguien a quien habían pateado en el piso.

Odio tus piernas, odio
que puedas caminar.

—¿Y la canción?

He guardado los papeles que trajiste.
No los puedo leer; me los trajiste
a tiempo para el trabajo, pero tarde:
ya no podría soportar leer
los papeles que trajiste. Y en el sueño
la canción
se cantaba.
La canción era una voluntad de inocencia
que conseguía atravesar la noche
de esto que he dado en llamar traición
y no es más que cansancio,
indiferencia,
olvido,
desaparición.


SOLOCALM

Al fin la luz del sol
se ha librado de ti
y da en una pared
y eso es el mundo.

Al fin el tiempo acá
se ha venido a vivir
y no hay gloria en los días
sólo calma

donde las cosas ya no sueñan con ser arte
donde las cubeteras no aguardan una cámara
y el tango del champagne
fluye de cumpleaños sencillito
y no hay infinitos libros, solamente este
y libre de vanidad la ceniza de los años
ya flota sin odiarte;

ya nadie calca nada del televisor,
para qué.



VIERNES SANTO

Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
El sol brilla sin dioses.

No tenemos esperanza;
tenemos, sí, la esperanza de la esperanza,
esperamos que la esperanza
suceda.
Hemos tenido fe
y voluntad; hemos luchado,
con una fe sin esperanza hemos luchado.
Para perder mejor hemos luchado,
para que no nos ganen así como así,
para que les cueste
aplastarnos, para eso
hemos luchado sin esperanza,
sólo con voluntad hemos luchado.
Ha muerto la
Gracia. ¿Resucitará? (¿Estás
llorando?) ¿Resucitará?
Hemos amado sin esperanza,
con deseo hemos amado,
sin esperanza hemos amado.
Con una piedad sin esperanza hemos amado,
con una piedad funeraria.

El sol brilla sin dioses.
En tu cara.
Estoy forjando el día
como si fuera de hierro el vivir.
Estoy sosteniendo el tiempo.
Estoy mirando cómo el cielo lentamente cae,
una vez más
cae.
Sin esperanza alguna recuerdo tu belleza,
con una piedad funeraria.
Pero estoy tallando la espera
como si fuera de mármol el día de mañana.
En el declive de lo que cae derrotado,
en el de lo que cae derrotado para siempre
sostengo la nada,
sostengo la nada,
como si de dioses se tratara.
En retirada, enarbolo todavía
con una mano herida, la forma del cielo.

No te vayas. Yo sé los nombres del mundo.
Sé pronunciarlos. No te vayas.
Podrías, todavía, hacer algo
con la distancia entre tu amor y mi muerte.
Podría, esa distancia,
no ser del todo una cosa desesperada.
Podría yo no perderte así como así.
Pero la Gracia ha muerto,
el sol brilla sin dioses,
la tierra es dura.
Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
No hay dónde fundar
ningún futuro: las casas son pequeñas
o ajenas, y sus estantes están atestados
de ciervitos de vidrio fumé,
sus estantes atestados,
melancólicos, ebriamente lluviosos bajo este sol.
Este es el país donde nadie fundó nada.
Pero yo (no te vayas)
sé pronunciar el nombre de tu carne.
Podrías ayudarme, por ejemplo
a limpiar.
En cambio estás ahí, tan art decó
en tu quietud de cadáver en pie,
tan neoplatónica tu pose que
no pueden con eso los plumeros comunes;
es terrible, con tu belleza no puede nadie,
es más terrible que la misma piedad
funeraria.
Escuchame, yo sé,
yo sé pronunciar los nombres del mundo.
No te vayas.

AUTO

(Herida: cada libro cae en su noche, en su muerte sin nube por este acto que sólo retendrá la conciencia, y cada mordisco de fuego restaura la planicie del espléndido cielo)

SI EN LO QUE RESTA

¿Si en lo que resta
no somos quienes seríamos;
si en lo que resta
no me anudo al cuello un pañuelo italiano
ni señalo, con un gesto, el espacio
que contemplar, si en lo que resta no me tomo un barco,
no me siento al sol, no salgo
al encuentro de tu cuerpo sin que me moleste
que las palabras no coincidan,
si en lo que resta no llego a saber
qué gusto tenía tu boca, si en lo que resta no te digo
nada que te haga sentir
que estás en una de aquellas películas, y es cierta;
si en lo que resta no amo una gran ciudad,
no me llevo a mí, a aquella, la que era linda,
a los nuevos barrios del tiempo, si en lo que resta no me canto una canción
ni lloro, ni te veo mirarme como diciendo:
"Ya sé, tu canción sigue siendo demasiado bella
para soportarla", y hay tiempo, o hay al menos la misma
sensación de que hay tiempo, y además
la sensación de que lo hubo, un alta mar
de tiempo donde ninguna orilla se divisa;
si en lo que resta no canto como cantaría, no dejo que mi voz
gorjee e inunda la noche
hasta convertirla en otra cosa, en algo parecido a un pastel
de oro y dulces, un pastel para mirar,
si en lo que resta no te vuelves absoluto,
no te vuelves absoluto sólo por un instante
en que toda la belleza del Hombre se concentra en tu imagen
y esa tu imagen puede ser tocada, tenida, mía
y entonces nada falta,
si en lo que resta
no flotamos durmiéndonos hasta nuestro fondo,
si, dulces moribundos, no borramos
el borde entre esta soledad
y el mundo, si en lo que resta no somos
ni nos acordamos de que aquí somos,
ni nos anoticiamos de que se nos es,
si en lo que resta no somos espléndidos,
si en lo que resta no somos quienes seríamos,
no damos con nuestro recuerdo del futuro,
no honramos aquella nostalgia del mañana;
si en lo que resta no nadamos hacia nosotros,
hacia aquellos que amábamos, hacia aquello en lo que devendríamos,
si en lo que resta no, entonces cuándo,
si no nosotros, entonces quién
nos consolará de estar tirados acá?


Buenos Aires - Rosario, marzo de 2001

De, Viernes



Beatriz Vignoli


Beatriz Vignoli (Rosario, 1965) publicó Proesía (Rosario, 1979), Almagro (EMR; Rosario, 2000), Viernes (2001), Itaca (Rosario, 2004) y Antología Personal. Coordina talleres. Colabora desde 1980 en diversas revistas de poesía. Contienen poemas suyos varias antologías, entre ellas Señales de la nueva poesía argentina (Llibros del Pexe, Gijón, 2004) y Los poetas interiores (Amargord, Madrid, 2006).

6 comentarios:

Dante Bertini dijo...

a veces un poema vale más que un libro entero...
me gusta cuando caes, gracias

y un saludo a tu gato y a tus rutinas, muy parecidas en lo que a comenzar el día se refiere...

Ruth dijo...

Dios mío, qué poemas bellísimos.

Julia Romero dijo...

Tus poemas tienen una fuerza que estremece.. Bellísimos y fuertes, golpean

cheche dijo...

apenas una palabra
(más que un diccionario)...
quiero decir:
gracias a dios que no te han tentado para ser funcionaria de la fatídica secretaría de cultura de rosario que administra por sus olores y sabores lo que "es" la ciudad "culturosa"...
beatriz... con este silencio me voy a dormir en paz... (por suerte, tus palabras están ordenadas bajo tu orden...)
maravilloso lo que he leido.
CHECHE
www.chechelopez.blogspot.com

Anónimo dijo...

tengo un futuro buenisimo: piratear una edicion casera del libro (via copy paste) imrimirlo e ir a la hora del almerzo (30 minutos) al bar de la GNC a leer a IZVYG saldos. JULIO

Maximiliano dijo...

Excelente blog, teoría y praxis todo en uno, la cocina de la escritura en su mejor expresión. Es fascinante cuánto pueden razonar su arte algunos poetas. Una mina de oro en consejos sobre el oficio de escribir.