lunes, junio 18, 2007

JAVIER CÓFRECES



Estoy convencido, querida Selva, que a la única persona en el mundo que le pueden interesar las respuestas al cuestionario vertidas por un sencillo poeta de Barracas (isleño por opción) sos vos; por lo tanto, en consecuencia a tu gentil curiosidad responderé de la forma más específica y concreta. Tanto como para no irme por las ramas (de las añosas casuarinas de la zona), por si estas observaciones llegan a ojos menos ávidos que los tuyos, considero que una página (escrita con total gratitud desde la isla) será suficiente.
Ante todo, quisiera aclararte, que al día de hoy me considero un poeta en franca retirada. Desde hace bastante tiempo estoy dedicado casi en exclusivo a la edición y aporto todas mis energías a esta tarea, con la misma pasión y entusiasmo con que durante décadas me entregué a la escritura. El tiempo, las lecturas y las reflexiones sobre ella me permitieron concluir que las voces ajenas lograrían más efectividad y más contagio que mis propios versos. Por lo tanto, procuro hallar en la poética de otros la luz que no iluminó la mía; en consecuencia, pretendo concretar ediciones que amparen a los poetas de la maldita intemperie que azota al género y a sus cultores, entre quienes se encuentran mis mejores amigos.
Jamás tuve ritos, mi dinámica de escritura consistía en someterme y dejarme conducir por cierto estado de posesión poética, regulado por variables impredecibles, ocultas y arbitrarias (o no tanto). El fenómeno podía darse en cualquier lugar, cualquier momento del día, cualquier época y ser transcripto en cualquier papel. Reconozco, eso sí, ciertos hábitos particulares para atender los reclamos de esas fuerzas ocultas: escritura a mano (llena de tachaduras o borrones), cigarrillos y mate o vino para trabajar. Nada de música, el mayor silencio y la mayor concentración posible.
Muchas veces respondí a lo que fue surgiendo y muchas veces respondí a planes predeterminados de escritura. Esta última alternativa la desarrollé a partir de los trabajos poéticos que encaré con Alberto Muñoz, en los cuales planteábamos proyectos creativos con pautas concretas de escritura, Venecia, los árboles, Tigre, etc. El manejo de dicha dinámica me permitió responder a conceptos poéticos dirigidos y elaborar corpus conceptuales que desarrollé en el último libro que escribí, Últimos poemas. De tal suerte surgieron los segmentos dedicados a los químicos, a los autos, a viejas fotos, etc. La elaboración de dichos bloques requirió cierta complementación adicional, basada en soportes bibliográficos.
La corrección de los textos siempre la asumí con un rigor y una obsesividad implacables. Corrijo los poemas luego de ser transcriptos e impresos en la computadora. Una vez corregidos los vuelvo a imprimir. El proceso puede repetirse dos, cinco, diez, veinte veces, las que me resulten necesarias, en lapsos de tiempo incalculables. Suelo dejar madurar los poemas durante meses. Jamás doy por concluido un poema a poco tiempo de ser escrito. La única pauta que me convence de que un poema está terminado es observar su versión publicada. Quizás por ello difícilmente vuelva a leerlo, nunca releo mi obra editada.
El procedimiento de escritura es reactivo, reflejo, incontenible e irreflexivo. Por cuestiones de exigencias administrativas o domésticas suelo escribir por la noche, cuando cuento con disponibilidad horaria más extendida. La corrección, en cambio, puedo encararla en períodos más acotados, con una actitud mental atenta a un espíritu crítico reflexivo, en el que participa el bagaje intelectual, las lecturas, las influencias y la intencionalidad creativa.
El vínculo con la poesía fue establecido por un lenguaje que reconozco desde muy joven (al que arribé a los quince años, puntualmente de la mano de Eluard, Girondo y Cardenal) y que me permitió desde entonces observar la realidad y manifestarla en función de un código de percepción único, amplio y universal, el poético.


Poemas


FLOGISTO


Juan Joaquín Becher (1635-1682)


El fuego eterno


Su Diccionario de idioma universal
De diez mil palabras
Encargado por el regente de Maguncia
Contenía una palabra de invención propia
Flogisto: del griego, incendiar
Los grandes filósofos ya se habían detenido
Donde Becher posó su ardiente mirada, el fuego
Para Aristóteles: fue el origen de todas las cosas
Para Heráclito: la fuerza universal de la creación
Para Platón: el principio inflamable de los combustibles
J. J. configuró una entidad con peso propio
La Terra Pinguis: su tierra grasa presente
En los elementos que arden
El Flogisto: la sustancia química
De tipo ferroso seco y adaptado
A la combinación sólida
Una explicación posible
A las reacciones vinculadas al calor:
Combustión, oxidación y calcinación
El hallazgo no sorprendió demasiado
Ni le generó renta alguna
Lo mismo que su diccionario
Por el cual no percibió una moneda
La existencia de Becher se complicaba
En una sociedad que miraba de soslayo
Al delirante que intentaba
Producir seda a escalas desmesuradas
Inventar el reloj de movimiento continuo
Que escribía la Physica subterránea
Y el Méthodus didactica
En apenas diez días
Nadie creía en un sujeto
Que falsificaba sus documentos
Para quitarse diez años de edad
Y que por todo mérito científico
Obtuvo el gas etileno
Un siglo más tarde
La mala reputación
Y su fama de embustero
Persuadieron a Madame Lavoisier
A cortar por lo sano
Y darle a Becher su propia medicina:
En ceremonia ritual
Encendió una pira con sus obras completas
Aquella combustión no evitó
Que la Terra pinguis de los escritos
Se preservara intacta
Y llegara encendida hasta aquí:
“Al quemarse una sustancia su flogisto
Se desprende violentamente en forma de llama”.

Dmitri Ivanovich Mendeléief (1834-1907)


Mujer de radio

La sencilla polaca
Recitadora de poesía
Humilde institutriz
De aristócratas rusos
Se convertiría en “Madame”
Oui oui
Primera mujer catedrática
De la Sorbona
Doble premio Nóbel
Y paradigma
Del mundo científico
Oui oui
“Aquí tenéis el polonio
Más activo que el uranio
Pero no cejaré en procura de
Radio radio
Apenas un gramo
Calderos hirvientes
Radio radio
Polvos en dispersión
Radio radio
Gases venenosos
Radio radio
Tinas de líquido en ebullición
Radio radio
Asfixiantes humaredas
Radio radio
Cochuras de sustancias pesadas”
“Radio radio
Apenas un gramo
Las ruedas de un camión
Destrozarán la cabeza
De mi amado Pierre
Pero no cejaré en procura de
Radio radio
Apenas un gramo
Del extraño elemento
Con sales autoluminosas
Que brillan en la oscuridad
Como lamparillas eléctricas
Que emiten 250 mil veces
Más calor que el carbón
Por lo tanto
Una tonelada de radio
Podría hacer hervir
Mil toneladas de agua
Durante doce meses”
“Radio radio
Escurridizo radio
Que esteriliza semillas
Que cura el cáncer
Que mata microbios
Que electrifica el aire
Que penetra los sólidos
Y quema mi vientre
Mientras transporto una ampolla
En secreto a Varsovia”
“Radio radio
Piedra mágica
Probetas incandescentes
Centellantes tubos
Estrellas terrenas
Radio radio
Brillantes glóbulos
Que empañan el aire”
“Radio radio
Solo aspiro a fiscalizar un gramo de radio”.


Antonio Lorenzo de Lavoisier (1743-1794)



De, Últimos poemas (inédito)



Javier Cófreces


Javier Cófreces, nació en Buenos Aires en 1957. En 1981 fundó la revista de poesía La Danza del Ratón, publicación que dirigió durante veinte años. En 2001 fundó el sello editorial Ediciones en Danza. Sus últimos libros de poesía publicados son: Ropa íntima (Tierra firme 1997) y El ojo de agua (Ediciones en Danza, 2001). Sus últimos trabajos en colaboración son: Venecia negra, de Cófreces & Muñoz (Ediciones en Danza 2003) y Canción de amor vegetal, de Cófreces & Muñoz (Ediciones en Danza 2006). Sus últimas obras como compilador son: 7 Surrealistas argentinos (Leviatán 2001), Poesía Buenos Aires X 10 (Leviatán, 2002), Los V latinos (Ediciones en Danza 2005) y Primera poesía argentina (Ediciones en Danza 2006).

1 comentario:

Anónimo dijo...

El de Lavoissier el mejor!!!
Le sigue el de nuestro siempre recordado, Kekulé; protagonista de tantas bromas.Un abrazo. Miguel Angel Toscano