Hablar sobre el modo de escribir ya es un ejercicio de escritura. Los ritos que me rodean no son muchos y por demás simples: un café, un cigarro, un poco de música y sobre todo sentir que el rincón del escritorio me está esperando. Es una geografía bastante desmañada, de contornos, de límites imprecisos que cambian acorde a la cantidad de libros de consulta que se encuentran sobre él. Una geografía animista que el cuerpo trocará en intuiciones ligadas como diría Pascal a la "desproporción del hombre" (parece un verso de repercusión vallejiana) y la cabeza en razonamientos exiguos, amanerados o felices con los infaltables diccionarios siempre a mano y uno o varios libros que no necesariamente son de poesía. De no haber libros sobre el escritorio (el desierto) saco uno de la biblioteca (al azar si no se trata de una investigación) y siendo las palabras causadas y causantes, mediatas e inmediatas, busco un lazo natural e insensible que ligue las más alejadas de las más diferentes en un juego de "asociaciones ilícitas" para cotejar la frase o la idea convocada sobre el texto en cuestión, buscando un armónico reacomodamiento para el caos en que uno se encuentra aprisionado cuando se trata de lo incognoscible. Comprender, definir. No siempre el procedimiento es el mismo. También están en juego los movimientos azarosos de la existencia.
Una breve historia: Comencé escribiendo a mano prolijos cuadernos rayados o cuadriculados, creyendo que la belleza caligráfica daría aquello que faltaba a mis textos. Un extraño acercamiento a la poesía visual. De meticulosidad obsesiva, no tachaba o hacía apuntes sobre la hoja, sino que copiaba nuevamente el texto como si se tratara de construir un original. ¡Justamente yo que drescreo de la originalidad! Luego el golpeteo sobre la Olivetti de carcaza de acero, sacaba músculos en las falanges. Finalmente la computadora. Antes de conseguir mi escritorio propio trabajé muchos años en una oficina. Un particular poder de concentración llevó a mis compañeros de trabajo a no interrumpirme jamás en mi espacio virtual. Siempre se trató de necesidad, poder y ganas. Ahora es el escritorio en mi casa o el de mi oficina, pero las condiciones particulares en las que trabajé por años mi escritura no me produjo preocupación o miramiento alguno por la liturgia que rodea el acto de escribir.
Otra historia no tan breve: Nunca padecí el terror de la página en blanco, el miedo escénico. Algún escrito desechable acompaña mi velada. Espero una prodigalidad que la mayor parte de las veces me es esquiva. A veces miro a Tadeo, mi perro, recostado al pie del escritorio en la esperanza que me diga como seguir o una foto personal en un camposanto (fuerte Santa Teresa, Uruguay) donde estoy recostado sobre una tumba con las manos sobre el pecho a modo de "muertito" y con la cruz sobre mi cabeza que me recuerda que debo continuar, que todo se acerca inexorablemente, que siempre estoy en el prólogo y que es bueno (¿ambición trascendente?) trabajar en lo que más he deseado: hacer literatura.
Hay un plan si estoy escribiendo narrativa, pero siempre es precario. Con la escritura poética es más precario aún. Siempre escapo de alguna manera (sobre todo en la previa) de aquello que se acerca a lo definitivo. Coincido con Ricardo Rojas Ayrala que preocuparse por "un plan meticuloso se vuelve una parodia paratextual". Si bien acepto lo que va surgiendo, descreo de la espontaneidad. Me entrego al azar con la misma fuerza que detesto la improvisación. Lo espontáneo no tiene salida de emergencia pese a ser extensa la órbita que describe. Me gusta la investigación y la contemplación no sólo paisajista, sino de las ideas. Si algo se presenta ante mi vista o en una pulsión del cerebro, trato de que la imaginación dé un paso adelante. Dije imaginación porque descreo del realismo en todas sus formas, hasta en las más moderadas.
El plan: Muchas veces me he preguntado si se trata de una imposibilidad propia, pero lo cierto es que no me aflige su contaminación. Algo me dice que debo continuar con mi arbitrariedad, entre el razonamiento y ella se produce la tensión necesaria para una esfera que su centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. La arbitrariedad es el disparo hecho sobre lo visible, puede resultar una grandeza o una culpa sin reposo, pero por algo elegí este hacer, este modo de estar en el "entre" de la inmensidad que supera todas mis capacidades en todos los sentidos. Eso que digo, eso que escribo es una posesión vitalicia a la que voy a acceder, hasta perderme de ella separado por infinitos obstáculos. Los textos que están bajo la lámpara de mi escritorio son la esquina extraviada de la naturaleza. Su carnalidad, su corporalidad y su bagaje de conceptos (si los hubiere) me llevan a escribir pensando en la música, la historia, la ideología, la pintura, la política, el cine, la escultura, la mística y muchos otros tópicos de interés pues aprendí que la literatura no dialoga únicamente con la literatura.
Si uno es un anónimo y mísero artesano, como nos describiría Beckett, la corrección es todo, es la artesanía por excelencia; el momento de mayor complicidad y a la vez que mejor más disipa la relación amorosa entre el texto y yo. No me perdería por nada el oficio artesanal. Comparo la corrección con una relación amorosa. Siempre concedí un cuerpo a los escritos como si se tratara de una persona con la que salgo por primera vez sin decir nada o sin decir demasiado. En la incandescencia, en lo catártico del primer encuentro, no se estoy en condiciones de reconocer las virtudes o los defectos de esa persona o los propios y entonces, como diría Barthes, trato de afrontar en la relación amorosa el "embrollo del lenguaje".
La verdadera relación, la relación de amor, comienza en verdad con la primera corrección, es decir, después de la primera cita, después de la primera "encamada". Recién allí comienza el verdadero juego de las complicidades, recién allí estoy en condiciones de reconocer ese cuerpo, ver si es bello en su incompletud.
Allí nace o muere la relación textual. Recién allí puedo ver los guiños que utilicé para seducirla/me, y estoico desplazo el espejo de Narciso hasta conseguir la mayor prescindencia, la mejor fluidez. Sólo así la corrección amorosa hace posible el decir en su máximo sentido expresivo de verdad. Las sucesivas correcciones del texto marcarán las técnicas de acercamiento o alejamiento, similares en casi todas las disciplinas artísticas, permitiendo el crecimiento de una relación que, como el amor, produce versiones infinitas y susceptibles de fecundarse durante toda una vida.
El procedimiento que quizás se reconoce en mis trabajos es la sucesión de conceptualizaciones producto de las distintas disciplinas de las que ya nombre algunas, que despiertan acciones ligadas a la descripción. Prefiero el pensamiento y el decir sensitivo en la descripción de una acción, que el juego metafórico del "como si". Por la corporeidad y carnalidad de la mayoría de mis textos y mi forma de estructurar los pensamientos en ellos me declaro provocativo, más proclive (no en todos los casos) a cierta violencia metonímica: un empujón al abismo y en la caída comprobar que ese cuerpo, que ya no era perceptible para el universo, que era imperceptible en el seno de todo, se convierte en un todo (al menos en un mundo) frente a la nada a la que no se puede llegar.
Las ideas vienen de ningún sitio, van a ningún sitio y el más mínimo significado acaba con los misterios. Quizás tenía razón Osvaldo Lamborghini cuando decía que la poesía se escribe (¿se escribe?) desde ningún lugar, una especie de Khora. Trato de hacer algo más directo y más simple (no hablo de la hermenéutica de la imagen), escribir para volver confiables las cosas que casi siempre son las mismas, dos o tres obsesiones que me acompañan desde los comienzos. Quizás haya en esto más miseria que grandeza; pero de todas maneras el modo ficticio, el artificio, acolcha (la palabra como vestido) y nos da la red del trapecio aunque debajo, agazapada, está la versión final que nunca conoceremos.
/órbita de la percepción
no todo será desafectado y transparente
para usted [adoquines en el fondo del agua]
guardará fotografías de los desayunos familiares,
el hambre impecable de la mañana
dentro del tazón de leche
el niño se aburre y percibe a otro
frente a él
buscará así un regalo
en ese fondo vacío,
una dedicatoria
un acto que lo tenga en cuenta
(…)
/será un rinoceronte quieto
mimetizándose en el tronco de un árbol
la copa lo protege de la lluvia
¿se protege del cazador?
[La imagen, por esencia
sólo podrá proporcionar al pensamiento
una colaboración dudosa]
todo aparentará protección
sin embargo la tranquilidad será relativa
//la caza es una actividad concreta
se dirá usted
a través de esa visión particular
la caza será una especie de regla
que dirige la elección
en todo esto habrá un sentido fiscalizador
que solo frente a la imagen del rinoceronte
muestra su dificultad
(…)
/ será un rinoceronte quieto
mimetizándose en el tronco de un árbol
la copa lo protege de la lluvia
¿se protege del cazador?
[La imagen, por esencia
sólo podrá proporcionar al pensamiento
una colaboración dudosa]
todo aparentará protección
sin embargo la tranquilidad será relativa
//la caza es una actividad concreta
se dirá usted
a través de esa visión particular
la caza será una especie de regla
que dirige la elección
en todo esto habrá un sentido fiscalizador
que solo frente a la imagen del rinoceronte
muestra su dificultad
De, La Conversación.
Daniel Muxica
Daniel Muxica nació en Buenos Aires en 1950. Escritor. Publicó Hermanecer, Ed. Schapire, 1976; El poder de la Música, Ed. Stephane y Bloom Asociados, 1983; El perro del alquimista, Ed. Stephane y Bloom Asociados, 1987, Ex Libris, o el elogio de la dispersión, Ed. Xul, 1987; Contra dicción, Ed. De la Pluma, 1988; Siete textos premortales, Editorial El Caldero, 1991; El libro de las traducciones, Ed. El Caldero, 1993; Pentesilea, la vírgula y algunos otros poemas, Ed. El Caldero, 1996; Nihil Obstat (libro y CD), Ed. El Caldero, 1997; Bailarina Privada (libro y CD), Ed. La Bohemia 2001; Poemas Perversos (Antología), Ed. Común Presencia, Bogotá Colombia, 2003; Nihil Obstat, múxica en méxico, Ed. Tintanueva, DF, Méjico, 2005, La conversación, Ed. La Bohemia 2005, 2ª Ed. La Bohemia 2006) y El vientre convexo, (novela) Ed. Sudamericana 2005;
Como antólogo publicó La erótica argentina 1600-1990, Coedición. Ed. Catálogos /Ed. El Caldero 1996; Poesía Erótica Argentina 1600-2000, corregida y aumentada, Ed. Manantial, 2002; La huella en la arena, compilación y selección antológica con un estudio sobre la obra del poeta y narrador cubano Antón Arrufat Ed. La Bohemia, 1999; Esto se cae, compilación y selección antológica sobre la obra del poeta y narrador argentino Edmundo E. Eichelbaum, Ed. La Bohemia, 1999. El arcano / el arca no, (poesía Argentina de fin de siglo, 200 pág.) Coedición de Ed. de la Azotea y el Instituto del Libro Cubano, La Habana, Cuba, 2005, El arcano / el arca no, 2ª edición Ed. Casa de las Américas, La Habana, Cuba, 2007. Es director fundador de la revista objeto literaria Los rollos del mal muerto una revista incómoda, Buenos Aires, 2000
1 comentario:
Daniel Muxica me encanta.
En un país que tiene más poetas que buenos poemas, es un verdadero remanso.
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