lunes, septiembre 24, 2007

FERNANDO MOLLE




Para mí, escribir es, en principio, pensar en escribir. Hay un pensamiento que voy rumiando previo a la escritura, algo así como una premonición, aunque no tenga idea del asunto sobre el que tratará el poema. Vivo esta paradoja: no soy una persona “espontánea”, siempre estoy racionalizando y diseccionando lo que me pasa, soy un observador de mi vida. Precisamente, la poesía se me da como algo ajeno a mí, como una liberación de esa autovigilancia. Por otra parte, la necesidad continua (no sé si elegida) de cambiar radicalmente de libro a libro. Quemar las naves, arrancar de cero; no por principismo, ni por el fetichismo de la novedad o de la originalidad. Simplemente, se me da así: dejo de escribir, no se me ocurre nada. Y para volver, tengo que sentir de nuevo el choque frontal con la poesía, redescubrirla como algo desconocido de tan diferente. Esa es la respuesta que me doy cuando me pregunto por qué escribo tan poco, por qué a cada período productivo le sigue uno improductivo.

De esa obsesión por la improductividad nace mi último libro (Del libro, escrito después de cuatro años de sequía): la idea del deber escribir y, consecuentemente, del sentido de escribir. ¿Tengo que escribir un libro? ¿Y qué significa escribir? ¿Qué es la poesía hoy? ¿Cuándo un poema es bueno, cuándo no? ¿Algo que es “verdadero” en un poema, lo es en la vida? ¿Por qué escribimos, por qué hablamos? Eso, a un nivel más reflexivo: pero en verdad todo se generó a partir de la palabra libro, de todo lo que “hay” debajo de esa palabra. En fin, estos poemas fueron un intento de calmar la ansiedad que me generaban esas preguntas. Quería responder, y quería que esa respuesta se potencie por la forma: que entregue su verdad o su incertidumbre en la forma. En lo estilístico, quería sonar al conceptismo del Siglo de Oro. Me interesaba tomar ese modelo que me permitía hacer lo que nunca antes había intentado: la afirmación taxativa, la sentencia, la saturación metafórica, la conclusión, el uso de palabras metafísicas, “altas”. El resorte que lanzó los poemas fue un recurso impensado de tan conocido: el endecasílabo (y otros metros menos comunes, como el decasílabo). Esos metros escribieron por mí. Es decir, viví en carne propia la paradoja que muchos conocen: la restricción formal puede funcionar como un motor.
Rituales: si tengo, no me importan. Cualquier hora y lugar, bajo cualquier estímulo. Lo que cuenta es la necesidad, la disposición y el ritmo interno trabajando al mismo tiempo. Y el tiempo de trabajo: escribir es reescribir, continuamente. Un poema no se corrige: es algo que va tomando forma a lo largo de decenas de versiones hasta “quedar”. La compu por supuesto facilita y acelera ese proceso, pero también se puede hacer con un cuaderno y una birome. El texto puede descansar un poco, asentarse, pero no mucho tiempo porque sino se nos duerme y no hay manera de despertarlo. El “tema” del libro asoma cuando uno logra montarlo a un ritmo. El “tema” nunca es el previamente concebido. El tema soy yo mismo, una usina que va generando sentidos, imágenes. Siempre hay un ritmo. Las imágenes se van montando en esa música. Quién no lo sabe: un dictado que nos atraviesa, a la vez propio y ajeno (especialmente en la primera versión de un texto, que suele ser la más intensa). Y la experiencia, siempre. Un poema vibra si uno pone ahí experiencia, aunque no se trate de un texto realista o confesional. (Hay que poner experiencia aunque uno hable de los etruscos o de los marcianos). Resumiendo: el poema va abriendo un camino; escribo para enterarme adónde lleva.


Poemas 


DE LA LECTURA DEL LIBRO

Libro es doble ojo que se inclina
para mirar a pique en mundo plano
vida que la vida no le alquila.
Libro es el lector, y si respira
se imprime a lo que lea continuado;
la página que sigue, nuevo día.
Libro es el contrato no leído:
cerrado, al otro libro no termina.

DE CÓMO REEMPLAZA AL QUE LO LEE

Minuto a su favor se cobra libro
en fijo plazo a página invertida;
postizo por un tiempo da su día,
y alumbra bajo techo en quien lo lea.
Sentado, quien se inclina a su aventura,
en rápido renglón consume y mira
su día y otro día que él reúne
en punto ciego, fecha que termina.
Leído cada día, menos hora;
vivida cada hora, menos vida.

DEL QUE LEE

¿Adónde lee? Renglón le borra
pensión, Lanús. Palabra exprime
cabeza puesta en suero a pulso lenta
(la gota en la gotera no se mira).
Renglón embolsa tiempo, borra día.
Cabeza sumergida no bucea
ni en barrio ni partido; letra imprime
ciudad sin propio dónde removida.

DEL QUE LEE Y NO COMPRENDE LO QUE LEE

Patina letra helada impenetrable
mirada doble tuerta del que palpa
palabra con muñón, y eso le aclara:
remota helada tierra es él, si ahoga
la chispa que a durmiente no revive,
y escarcha documenta su bobera.
No letra, mira mancha forastera;
de labio no se entera qué pronuncia,
y ordena cerrar página a la mano.


DE DONDE EL LIBRO ES

Barrio que se nombra, ¿dónde vive?

Barrio al barrio nunca está llegando:
calle caminada mapa estira,
nombre por su calle a propio nombre
mira y le consulta si empedrado
pisa frente a ochava que ha leído.

Barrio está volviendo si abre libro:
polo, que a su brújula domina,
niega la sortija a la vereda
que coteja plano cuando gira.


DEL LIBRO DE PARAGUAY

¿Agrega Paraguay a Paraguay el libro?
¿Palabra Paraguay país alude?
¿De libro sale Paraguay entero?
¿Dice Paraguay, si libro dice?
¿Habla Paraguay en libro dicho?
¿Libro Paraguay lo dijo?

Letra alude,
¿si hunde en tierra?
Dice tierra,
¿a letra acude?
Letra evoca,
¿tierra esconde?
¿País sabía lo que letra dice?
¿País en tierra letra esconde?
¿País en tierra sabe letra?
¿Palabra tierra ya sabía?

DE LA FIRMA

Brazo movió tren, nunca la idea
trasera de mover sonido imprime
con mancha de carbón sobre la vía.
Caldera, no cerebro, es antemano
(palabra da palabra, nadie escribe)
que firma en propio aval con su poema.


DEL LIBRO PARECIDO

Poema repetir, poeta arruina;
tipeo, si no imanta, molde oprime,
y a gran bostezo amarra su albedrío.
Palabra, ya que estaba, se empeora
si vuelve a oído el taco de vecina;
poeta dicho dice que es poeta,
leído ya leído es olvidado.
Poema retirado no quería
volver a trabajar; así castiga.


DEL APLAUDIDO

Aplauso para libro, que transgreda:
tapón serena voz, mordaza amarga.
Si cuña quiso abrir, cuando retumben
palmadas para insecto, lo vivido
bifurca de palabra, duerme fuera.
No cuña sonreída, vida quiso
dar vida sin ser dicha como libro.


DEL RITMO DEL POEMA

Ritmo es del poema su mensaje;
palabra, de palabra su primicia;
si canto pulsa letra, muestra vida,
y en pulso a su poeta verifica.

Nadie no respira si está vivo,
ni muere en un disfraz; poema juega
sólo a la verdad de su sonido
que en sístole y en diástole unifica
el pulso de la mano en su poema,
su ritmo en el latido del que lea
latir una palabra en su latido.


DE UNA MUJER POETA

Mujer no está sentada cuando escribe;
las cosas, a su letra, si respiran,
nacidos ojos abren, ya desnudas,
ajenas de su peso, distraídas
del cerco de la idea que liberan.
Mujer poeta loca no está loca:
es sola; cuando niña amada entienda
del pulso que en la idea no perciba,
al peso de lo vivo en tonelada
levante sin balanza que lo mida.

DEL POEMA Y SU BALANZA, SI COINCIDEN

Si “Frutas y Verduras” se pensara,
¿las “Frutas y Verduras” escribiera
poeta verdulero y vendería
palabra por su plomo machucada,
balanza que uva fragua por sandía?

Palabra nunca pesa si es pesada,
ni canta y es profunda tontería.

DEL QUE SE PRESENTA

Acople permanente: bienvenida
a libro en cuerpo dicho en su tablado.
Tres bancos de horizonte y una mesa
con nadie que sentado carraspea.

Perfomer sanjuanino va de entrada,
¿que verso multiplica? No ese día:
el cuerpo, a lo que dice, se le empaca,
palabra marcha en tierra, gesto vuela,
y el inca, ajusticiado: cada miembro
librado a simultánea autonomía
de brazos, lengua, piernas y palabras.

DJ bandeja vuelca y moja todo,
su rítmica en la otra se le enreda;
oyente pide baño, barra estudia,
tarima, precio, vaso, camarera,
y el techo y sus paredes determina.

Barbado y entrañable, quien presenta,
a sí mismo presenta, y a otro libro
que nunca vio poeta en su gatera.
Diez páginas de letras reducidas
diserta con beatas intenciones;
ventosidad vacila, grillo suena,
anteojos reacomoda, vaso inclina,
y un tedio planta en todos de bandera
por cinco o siete aplausos diferidos.

Poeta sale al fin, en plato fuerte
su pálido descargo tartamuda
y olvida su poema aunque lo diga:
cruje en la tarima su madera,
suena un discurrrir de lavatorios,
dogos polemizan en la acera.

Poema, porque urbano, calle alude,
asfaltos y neones tematiza:
el hormiguero humano en avenida,
abocinado ruido del concreto,
obreros enlatados en sus trenes,
anónimo edificio rasca cielo;
y quien lo ve leyendo ya revive
infancia en Chascomús, sus madrugadas,
al paso su tobiano a contraviento,
mateando en la alborada los mensuales,
el gusto mineral del jarro de agua
bombeado de la tierra apisonada;
el curso del Salado, pejerreyes,
boyita temblequea en su tacuara;
torcazas, benteveos, los naranjos,
el Indio, el Ñato, Tuco, Robertito;
un potro que relincha o estornuda
al pálido templar de la guitarra
secando la leñita del invierno.


DEL LIBRO CERRADO

Vida no bifurca, se unifica;
tapa cierra página y el ojo
toca el aire y ve lo que respira.


De, Del libro


Fernando Molle


Fernando Molle nació en Buenos Aires en 1968. Publicó El despertador y el sordo (1995) y La revoltija (1999). Del libro, inédito, será publicado próximamente. Coordina talleres de escritura en el C. C. Rojas (UBA) y escribe sobre literatura en diferentes medios.

4 comentarios:

Diluvio dijo...

Me pregunto cuantos de nosotros tendremos esas fotos con una familia adelante del mar del plata?
Dunas de familias, arenas y arenas de argentinos

Anónimo dijo...

Década del 80. Recuerdo a Fernando Molle detrás de un tímido pianito intentando armonizar los rezongos de Chachi Soria.

Anónimo dijo...

Década del 80. Recuerdo a Fernando Molle detrás de un tímido pianito intentando armonizar los rezongos de Chachi Soria.

El Chalero Solitario dijo...

Y yo recuerdo a Molle en los 90 leyendo sus poemas en "Ciudad Sin Retorno". Un gran abrazo, Fer; me causó un placer enorme volver a leer esos poemas.