No tengo ritos a la hora de escribir. Algo que sucede por azar, algo impensado me trae un primer verso o, las más de las veces, apenas un balbuceo. Lo escribo en el papel más a mano.
Luego, eso que aún no tiene forma llega al espacio de la escritura en la computadora. Y ahí puede quedar largo tiempo hasta que la extrañeza al volver a leerlo, me anima a seguir.
Otras veces, mientras camino, me digo versos. Me pregunto, me respondo, cuento sílabas, advierto la desarmonía y cuando siento haber encontrado algo, lo repito hasta el cansancio, como las rimas de la infancia, para no olvidar.
Pero sin duda, el tiempo propicio para la “escritura” sin que me lo proponga, es en la duermevela, casi siempre al amanecer. Ese tiempo de tránsito cuya belleza nos reveló María Zambrano. El reino de la aurora, antes de toda existencia.
Puede
ocurrir que me hubiera acostado con alguna idea rondándome y de pronto,
aparecen palabras que intento retener. Digo que las recordaré cuando ponga los
pies fuera de la cama.
Pero
ya despierta, sé lo inevitable. Las perdí. El consuelo es que en algún lugar,
todavía inalcanzable, están a salvo, esperándome.
Los poemas no salen de corrido. Sólo algunos fueron escritos casi bajo un estado de exorcismo, como si hubiesen estado ahí desde siempre.
Los
otros resultan, cuando resultan, de un trabajo de galeote que rema a contracorriente,
mar adentro, a oscuras.
Cuando
escribo, me rodeo de libros de poesía, como si esas voces me protegieran de la
realidad. Voces que no me dejan sola. Vallejo, Pessoa, Ungaretti, la Ajmátova.
Desde
que empecé a escribir en computadora, no he podido prescindir de ella. Tal vez
se trate de la posibilidad de construir y modificar el espacio. Cuando llega el
momento de corregir, disfruto de borrar todo un verso o una palabra o tan sólo
una coma y ver cómo, al instante, se libera un lugar, se crea un vacío que la
estructura del poema pide a gritos.
El oficio como psicoanalista de niños me hizo descubrir la relación entre el juego y la poesía.
Hace unos años solía emprender desafíos con pacientes que tenían serias dificultades para hablar y jugar. Les pedía que me contaran un cuento y yo, como una escriba en la antigüedad, dejaba escritas sus frases entrecortadas pero también sus silencios en una hoja a la que seguía otra y luego otra, hasta que el cuento llegaba a su fin.
La
voz de ese niño, casi inaudible, en lucha contra un gigante, ganaba su lugar en
el papel y la letra iba dejando huellas. Un nombre, una ausencia o una historia
que no puede decirse con la voz: el origen de una escritura. Cuentan que los chinos
atribuyeron su invención a un alto funcionario que vio las huellas de un pájaro
impresas en la orilla de un río.
Atrapar el viento,
contestó.
Otro, a quien nadie entendía, me pidió que escribiera:
Hoy es un día de
lluvia. Está fresco. Ahora va a venir el sol.
Es de noche. Y hace la
luna.
Hacer la luna.
La
resonancia poética de esta frase me trae la voz de Freud en El poeta y los
sueños diurnos: ¿No habremos de buscar ya en el niño las primeras huellas de
la actividad poética? (...) todo niño que juega se conduce como un poeta,
creándose un mundo propio, o, más exactamente, situando las cosas de su mundo
en un orden nuevo, grato para él.
No muy
lejos de Viena, en el Castillo del Duino,
Rilke nombraba a la niñez de un modo parecido bajo la forma de su Cuarta Elegía:
Ciertamente, crecíamos, y nos urgía a veces
ser pronto mayores, en parte
por ellos,
que no tenían más que el ser
mayores.
(...) en nuestro andar solos,
nos complacíamos con lo
duradero y estábamos allí
en el intervalo entre el mundo
y el juguete,
en un lugar fundado
desde el origen para un puro
acontecer.
Más
allá de las composiciones escolares o de los torpes poemas de amor en la
adolescencia, guardados celosamente en el fondo de un cajón, por pudor de ser
encontrados, la primera vez que escribí fue después de la muerte de un amigo. La
pérdida apresuró el poema, largo en su versión primitiva. Luego, como el
escultor que quita lo que sobra de la piedra hasta encontrar la forma que ella
guardaba, le fui sacando palabras hasta dejar un puñado de versos.
¿Dónde
vivir,
amigos
?
en el
humo
en la
copa vacía
en
cada ardiente amanecer.
Vivir
en el fondo de su voz.
Quien
escribe, prevé su ausencia. Escribe la muerte y, al mismo tiempo, la demora. Se
comporta como una Sherezade que en cada historia que cuenta al sultán que había
decretado su muerte, enlaza una y otra y así quedan escritas para siempre las mil y
una noches, las mil y una lunas.
Mayra, otra de las niñas con las que trabajé en el taller, me dictaba: nadie no quiere yo tampoco quiero morir.... porque es feo morirse. Si te vas al cielo, si te come el león, vos vas a llorar porque no te vas a poder curar, porque Diosito no tiene remedios y me vas a extrañar y después, ¿con quién yo voy a leer el cuento?
Mis pacientes insistían en que dejara escrito lo que ellos contaban. ¿Estás escribiendo, Silvia?
Ahora podría responderles: sí, estoy escribiendo. Como puedo. Con tiempo, sin tiempo, en silencio o en medio del barullo cotidiano, despierta o dormida, sintiendo que cuando se escribe, se hace la luna. Se escribe la luna propia. La de cada uno. Distinta pero cercana a la luna de los otros.
Y que
cuando la escribimos, volvemos a inventarla.
Poemas
Réquiem para una niña
Hoy
una tarde de noviembre
una tarde de sol
en tierra extraña
te mueres
es amarga la pócima de
ortiga
pero certera como
flecha,
no lloro
de las dos una debía
ser.
Hoy
una tarde de sol
en tierra extraña
caes a mi lado
muerta
te visto de redes
porque vamos al mar
y te dejo flotando
En tránsito
la sangre corre
sin saber dónde
encontrar la herida,
toca a ciegas el abismo
de otra sangre,
interrumpe el cansancio
de la anémona,
viaja
es un viaje de ningún
lado hacia ninguna parte.
Sin embargo, insiste.
Como algunas vidas
Supermercado
yo, para no ir más lejos,
hablo de bueyes
perdidos
con el muchacho de
gorro azul
que pesa las verduras,
él me da una bolsita de
alcauciles
y demora la entrega
algo más de la cuenta
yo me dejo rozar la
punta de los dedos
por sus manos de tierra
invento que el tiempo está muy loco,
que se hacen largas las
horas en la tarde,
que los niños,
que las papas,
que mañana quién sabe
saldrá el sol...
Sicilia, 1996
había jazmín
en la isla
la canzonetta
entraba
por las hendijas
de la ventana
había
un padre
dejaba de ser
un soldado ciego
en la primera línea de fuego
Instrucciones para el momento de llorar
el juego es así:
inclinada
la cabeza
hacia mis manos
una
a
una
caen
en el hueco,
esperamos
la última
(siempre hay una última)
y corremos a la orilla
las dejamos ahí
libres
crías salvajes
el mar acuna
lo que el cuerpo perdió
De, La cercanía del mar (2009)
La madre de Camus
A crin
húmeda olía
el
colchón
donde
alumbró
una
vida de silencio,
guardó
a su
hombre muerto
en
campo de batalla,
esquirlas
de obús,
postales
enviadas
desde
el frente.
No
conocía de historia,
Francia
había sido
una
palabra
al
otro lado del mar.
Era de
la raza de las inocentes,
las
que lavan la ropa sucia de los otros
las
que limpian los suelos de rodillas
las
que planchan el único pantalón del hijo
y
encuentran en el bolsillo agujereado
la
moneda para el fútbol
del
día siguiente,
no
piden promesas de amor
ni
salvan el mundo.
Callada
hilandera
teje
por la noche
la
mañana.
Visita
al zoo
quisiste ver el crimen
ver de cerca
cómo en un salto
el mono tragó
un pájaro preso
en su jaula
tan fácil es matar lo pequeño
lo que tiene alas
y no sabe aún
el secreto del vuelo
basta un leve golpe de viento
para cortar el hilo
que sujeta de una nube
la vida mínima
¿era inocencia
andar hurgando las lombrices
bajo la húmeda piedra
de laja mientras la verdad
salvaje
afilaba sus zarpas
en el cuarto de los niños?
quisiste ver el crimen
por primera vez
era a otro
a quien mataban
Manual
de supervivencia
tu
madre era de mármol
la mía
de arena
las
dos se desintegraron
frente
a nuestros ojos
aquella
noche
en el
desierto
cuando
hicimos fuego
y
contamos las últimas reservas
a
saber:
el
poema de la lagartija
oculta
entre los médanos
cinco
piedras
unas
gotas de lluvia
en el
hueco de tu mano
sin
olvidar el único refugio
la
belleza de perder
De, Detrás de los ojos (2016)
Equipaje
Este
mar, mío,
este
aire húmedo, mío
y
mi nombre
-incluso
si fallo al pronunciarlo
sobre
el ataúd-
es
mío.
Mahmud Darwish
Los lituanos trajeron la foto de Stalin
(decían que los había salvado),
los polacos, la de sus abuelos,
los armenios se hicieron de un cacharro
con un pedazo de pan y queso,
la nieta del que embarcó en puerto griego,
un osito marrón y su almohada,
toda
el hambre,
la viuda que vino del país en guerra,
los pasos de la jota, la gallega
y un cuchillo que hundiera
en su pecho, el olor del mar.
Los niños de Aleppo
no traen nada.
Gritan agua
agua
hasta que a fuerza de repetir,
corren desnudos
bajo un diluvio.
De, Mujeres en movimiento (2020)
Restitución
El
cuervo pica la cabeza del cordero de tres días,
le
saca los ojos,
el
pastor lo devuelve al rebaño,
dice
que así, restituye la armonía de la vida.
Antes
de morir, las células emiten una luz
cientos
de veces mayor a lo normal,
como
esas estrellas que irradian
un
enorme resplandor en su caída.
El anciano arranca
una flor en el parque
y le
dice a su nieta: “Tome m’ hijita,
llévesela
a su abuela.”
Y la
niña hace como que se va
pero
cuando no la miran,
devuelve
la flor al lugar en que estaba.
Cuando
lo abrieron,
su
corazón soltó luciérnagas.
El
cuerpo de mi madre era una lumbre.
El mío
volvió a cumplir el rito.
Fue
cordero recién nacido para un cuervo.
Así
entró su muerte.
También
entró la luz.
Silvia
Tocco es argentina.
Es
médica, especialista en psicoanálisis de niños y adultos. Realiza
acompañamiento desde la espiritualidad y el arte a pacientes de cuidados
paliativos, enfermos crónicos y personas en duelo.
Ha publicado los libros de poesía Después
de la tormenta, Editorial Libros de Alejandría.
Argentina, 2000; La cercanía del mar
(edición bilingüe español-francés),
Ediciones El Mono Armado. Argentina, 2009; Detrás
de los ojos, Ediciones El Mono Armado. Argentina, 2016, y Mujeres
en movimiento, editado en Sevilla en 2020.
Sus
poemas han sido traducidos al francés, al portugués y al rumano.
Ha
recibido el 2° Premio en el Concurso Nacional de Poesía José Pedroni.
Argentina, 1999, la Mención de honor en
el IX° Bienal Internacional de Poesía Breve. Valparaíso, Chile, 1999, la
Mención Especial en el Premio internacional de poesía Nosside, Italia, 2009 y
el primer premio de poesía en español en el Premio Convivio, Sicilia, 2014.
Es
representante en Argentina y América Latina del Premio internacional de Poesía
Nosside que rescata las lenguas en riesgo de extinción.
Ha
formado parte del proyecto Mujer migrante In-Off en Montevideo junto a artistas
españoles y uruguayos. El proyecto rescata las historias de las mujeres
migrantes en Uruguay. Los poemas escritos formaron parte de espectáculos
estrenados en Montevideo en octubre de 2019.
Imparte talleres de escritura y canto junto a Germana Giannini en Sevilla.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario