domingo, noviembre 25, 2007

GRACIELA CROS


No tengo ritos ni cábalas ni hábitos en torno al proceso de escribir, tal vez pueda citar como experiencia recurrente el asalto de un título o una línea, de una imagen o una idea, que aparecen en mi campo mental y no se mueven de allí hasta que los pongo en palabras y desarrollo; esto puede ocurrir a cualquier hora y en cualquier lugar pero requiere de un estado de inmersión en la propia interioridad o bien de lo que podría entenderse como su contrario, entrega plena al afuera, a los otros, paradojalmente en cualquiera de los dos casos hay un desasirse de lo inmediato, un dejarse atravesar por el derrotero del misterio. En el arco no siempre tenso que va de un estado al otro, ocurre la poesía.
En algunas ocasiones me apasiono con lo que va surgiendo pero, en general, tengo una idea previa y para darle forma leo, investigo, me apropio de información. Tampoco en esto hay un modo de actuar que me defina, casi siempre es el texto el que determina sus maneras de llegar a ser. Es el poema mismo el que pide lecturas o investigación. A mí me sirve tener el título, no sólo del texto sino del libro todo. Soy titulera. En varios de mis libros funcionó así, tuve el título atesorado durante años sabiendo que en algún momento el libro que respondía a ese título se iba a escribir. Y así fue.
Dicto talleres de escritura desde hace veinte años, esto quiere decir que no entiendo el escribir sin la corrección incorporada. No se dan el uno sin el otro. Creo que escribir "es" corregir. Lo hago siempre y obsesivamente. Escribo, dejo descansar, vuelvo todas las veces que creo necesario, hasta que el poema se cierra y me muestra su entidad, hay un momento en el que se tiene la convicción profunda del fin de la corrección, no tenerla puede llegar a mutilar el texto. No creo en la inspiración divina, en el rayo que te atraviesa y mágicamente escribís un poema genial. Creo que hay que aprender a corregir y esto se hace afinando el ojo crítico para lo propio a través de lecturas y maestros. El poeta no es inocente. La poesía, como se ha dicho ya, es un palimpsesto y uno, fatalmente, escribe sobre lo que escribieron otros. Mediante la corrección, ese volver una y otra vez sobre el texto, las huellas de escrituras anteriores pueden hacerse invisibles y lograr así que el poema resplandezca en su original singularidad.
Mucho de lo que escribo aparece en sueños, viendo una película, escuchando música, charlando con alguien o en brevísimas fulguraciones que me toman por sorpresa; también caminando, esto me ocurre muy seguido, creo que caminar es muy inspirador, haciéndolo he resuelto versos que no me cerraban, títulos que me crujían, poemas enteros u organizaciones de libros, suelo trabajar bastante cuando camino, allí trato de captar lo esencial, lo profundo del dilema a resolver, aunque también es cierto que la mayor parte de las veces, fracaso. Con las apariciones de la poesía hay que moverse como una lagartija, muy rápidamente, tomar lo que se da y aquietarse para que esa anticipación no se disuelva en el aire. A veces juego a una suerte de posición de resistencia: me resisto a darle cabida a la primera llegada, espero que "eso" vuelva, si vuelve, merece ser escrito. Yo le digo irónicamente "control de calidad", tiene que venir a golpear mi puerta más de una vez para que lo atienda, y funciona. El de la poesía con uno no es un vínculo tranquilo ni fácil pero es orgánico, constitutivo, algo que no se discute como ser rubio, moreno, alto o bajo.


Graciela Cros




Poemas


*CUNA DE NEWTON. Dispositivo que el folklore científico atribuye a Isaac Newton. Está compuesto por una serie de péndulos iguales (generalmente cinco) en contacto, dispuestos según una línea horizontal, a lo largo de la cual se pueden mover y al colisionar entre sí, formar una cadena de energía en movimiento.
Para asegurar que sólo se muevan a lo largo de esa línea, sin desviarse para los costados, los péndulos cuelgan de dos hilos como una serie de gimnastas con los brazos extendidos en las barras paralelas, pecho contra espalda. Esta serie de hilos recordaba en el siglo XVII al comedero de un establo, o a una cuna, de ahí el nombre que hoy no nos dice mucho.
El comportamiento del dispositivo llama la atención: si se aparta el primer
péndulo del equilibrio y se lo deja caer, golpea a la fila, pero no se ve un movimiento general, sino que el último péndulo salta en la otra punta, mientras todos los otros quedan quietos. Como el último péndulo completa su oscilación regresando y chocando al penúltimo, el movimiento se repite en reversa, y así continúan. El movimiento es el de una mano con todos los dedos juntos, que aparta el pulgar, lo junta, aparta el meñique, lo junta, aparta el pulgar, mientras
el índice, medio y anular permanecen inmóviles.
Es un comportamiento fascinante por la tranquilidad cronométrica con que se realiza. La energía y el impulso se alternan de un péndulo en movimiento al otro y para hacerlo deben pasar a través de los que permanecen quietos.
Así me gusta imaginar que ocurre con los poemas, entre sí y con sus lectores, otorgándoles a unos y otros el don de alternar los roles.


La Cuna de Newton

Al rebajar la dosis
mis días
se alargaron.
Abandonaba el cuarto
con una urgencia
inexplicable
(¡si no iba a ninguna parte!)
Después
sin tener qué hacer,
adónde ir o a quién ver,
esa energía
inadecuada
pasaba a ser
una amenaza.
Para sentir
que llevaba
una vida
(que iba a algún sitio)
salía
a caminar.
Tenía
un circuito
establecido.
Conocía
cada jardín,
cada portón,
cada perro.
Mientras marchaba
a paso regular
pensaba
en tres cosas:
la caída,
el cráneo
estallado
contra el piso
y la sangre
por entre el pelo
abierto.
Me
distraía
imaginar
esa
cadena
de
perturbación.


Tampa, Tacna, Atacama, Alaska, Arkansas, Alabama


entre dientes
repite
su mantra
geográfico
mientras
busca
distintas combinaciones
al orden musical
de las palabras.
Camina
una hora
por prescripción
médica.
Al pasar
por un teléfono
público
se deja
un mensaje
en el contestador.
Es saludable
llegar a casa
y
descubrir
que alguien
ha llamado.
Sabe
además
que
la poesía
se desvanece
rápido.


Insomnio en Rocha

La almohada huele a cera,
las sábanas a sudor,
el colchón a orina.
Este cuarto de hotel no es, ni lejos,
lo que solíamos
entender
por diversión,
amor mío.
Olvidar el Alprazolam de Andrómaco
a 300 km. de aquí,
ha sido una pésima jugarreta del destino
ya que me he puesto a dudar
de casi todo
y cuando eso ocurre
mi cara
se deshace
en amenazas
y me asfixio
en la tensa
cordura
que nos ata.


El día que maté a mi gata

en la ficción
pensaba
en los personajes
de Chéjov
y en esa clase de humor
que desemboca
en seres
profundamente desdichados.
De pronto
sonó el teléfono
y una tipa empezó
a darme lata
con el objeto
de pedir prestado
un libro
para estudiar
poesía
y otros sublimes
que deseaba
hacer suyos.
Le dije
que probara
con escribir
guarradas.
Que
escribiera
abyecto,
que
eso
funcionaba.


32 º en la cordillera

Es verano
en el sur.
Hace calor.
Cuesta
imaginar
que
en unos meses
el frío
nos aislará
en las cocinas.
Nos volverá
hostiles,
temerosos,
desconfiados.
Como ahora
pero
sin
sol.


Censo canino


Un hombre
toca el timbre.
Al salir
me pregunta
si tengo perro.
Le digo que no.
¿Y la cuchita?
señala,
apuntando con el mentón.
Es empleado municipal
y tiene el aire triunfal
de haber
descubierto
una falta.
Se me murió, le digo,
guardo la cucha
de recuerdo.
La mención de la muerte
lo trastorna
y me pide disculpas.
Lo veo alejarse
y pienso
en mi padre.
En
lo
de
él
que
no
guardo.


Cine hogareño

La masajista le pregunta
si hay alguna parte de su cuerpo
que le molesta
le toquen.
No sabe qué responder,
es una pregunta
inusual
y hasta inquietante
o incómoda
(por señalar adjetivos
que comienzan con in).
Elige decir que no
a pesar de la tensión
que repercute en superficie.
Sospecha que algo
puede aprender de la pregunta
pero no está dispuesta
a involucrarse
en situaciones delicadas.
Esa mano
apoyada
en su espalda
habla
entre
bastidores.


Resonancia

El enfermero no encuentra
dónde inyectar
el líquido
para el contraste.
Dice que las venas
no se ven.
Que las tiene finitas.
Finalmente
lo hace
en la cara interna
de la muñeca derecha
y logra
que le duela
muchísimo.
Pasan
siete minutos
de encierro
en la máquina
y vuelve a su lado.
Descubre que
se rompió la vena
y se hizo un globo
(por eso le duele
muchísimo).
Hay que reiniciar
todo el proceso.
Ella le pide
que busque refuerzos.
Lo hace
y viene otro
con guardapolvo blanco.
El blanco tiene jerarquía,
tranquiliza.
El primero iba de bordó,
no es un color confiable
cuando se está
en el fucking resonador
y ahí dentro se siente uno
más cerca del sarcófago
que de una marimba.


Baurú

Ensalada rusa, choclo, arvejas, lechuga y tomate,
pollo, ají, huevo, pickles y jamón.
Por afuera un pan tierno y dulzón
del diámetro de un plato.
Se llama baurú
–dicen que es de Brasil-
y en el balneario de Aguas Dulces
eliminó por puntos
al chivito de La Paloma.
En Aguas Dulces
comimos baurú,
allí dejamos el usted
y pasamos al tú,
cantamos
durante
un rato
de eternidad.
Después
íbamos en auto por la ruta
y el final parecía
una mancha de aceite
comiéndonos
el
suelo
que
pisábamos.


Primera comunión

Este hombre
es un baboso
pero yo no lo sé
porque soy una niña.
Este hombre
es mi tío
y vive
en la ciudad.
No en el campo
como papá, mamá,
mi hermana y yo.
Tengo puestos mis guantes
de hilo de algodón.
Es mi primera comunión
y soy hermosa.
Me siento un hada
con la falda amplia y larga,
una princesa envuelta
en runrunes de organza y almidón.
Él me habla y sonríe.
Dice que parezco un pato
con los dedos abiertos
por estos guantecitos al crochet.
A mí me arde la cara.
No me atrevo a mirarlo.
Ya no me siento hermosa
y tengo miedo.
Él dice que ha perdido
algo muy importante
y va a buscarlo
debajo de la enagua,
que yo me quede
calladita y quieta
para que pueda encontrarlo.
Que es el día de mi primera comunión
y no debo hacer nada
que enoje al Señor.
A mí me arde la cara
y no me atrevo a mirarlo.
Ya no me siento hermosa
y tengo miedo.
Luego pide
que me saque los guantes
y me chupa los dedos
mientras cierra los ojos
y dice en voz baja
cosas que no entiendo.
Después
pide que lo toque
ahí
entre sus piernas
y me dice
que
ése
será
nuestro
secreto.


Cita en lunes

La mujer cuenta de sus amores
como si hablara de empleos,
o jefes que tuvo, cosas que comprar,
trámites que hacer.
La tarde se marchita en el salón familias
y en sus mejillas cargadas de rubor
esparcido a pincel.
El hombre la mira sin hablar.
¿Qué es lo que una quiere?
pregunta.
Un árbol, se responde.
Un árbol para descansar.
Que dé sombra y flores con perfume
y frutos.
Un hombre es un árbol, dice.
No quiero uno que venga
dos veces por semana,
quiero un hombre que esté,
ahí, como un árbol, dice.
La mujer explica sin que él pregunte.
¿Qué espera una de la vida?
Yo no pretendo más
que una compañía,
mirar una película, comentarla,
salir a comer algo una noche.
A esta altura no querés estar
con alguien de otra generación.
¿De qué podés hablar,
pregunta, de cumbia,
pasta base, pegamento?
No hay nada peor que esa sensación de desperdicio.

Al oeste del mar, en la llanura
Cuando nací
mi abuelo esperaba
un nieto, un varón.
Superada
apenas
la decepción
por el género
de la nueva criatura
quiso
que me llamaran
Francisca
como mi abuela, su mujer.
La negativa de mi madre
fue
terminante
y el nombre elegido por ella
quedó
como el mío.
Para demostrar
su fastidio
el abuelo
me llamaba
Glicina.
Decía que
por lo menos
era el nombre de una flor.
A pocos meses
de nacer yo
él estaba
muerto.
No pude escucharlo
llamarme Glicina
ese nombre de flor
volcado
sobre mí
por
su
disgusto.


¡Véngase al Paraguay!

Venga al Paraguay y juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida. Venga pues a la fiesta donde tendremos ríos espléndidos, el Chaco incendiado, música, bullicio y animación. Venga, que no sabe la bella durmiente lo que se pierde de su príncipe encantado.
Carta de Sarmiento a Aurelia Vélez.

Ocupada
en no quemarse
con el fuego
que crece
alrededor;
a la espera
también
de un cambio
atractivo;
preocupada
por esconder
su debilidad;
presa de la
tendencia
a resguardar
las apariencias;
incapaz
de romper el hielo,
tomar la iniciativa
y contemplar
sonriendo
lo que
pasa,
sospecha
que
la riqueza de la vida
no viene
de los logros
sino de lo que
se sabe
y se comprende.
Sospecha
que
un
gato
por
compañía
es
soledad.


Conyugal

La cara es una almohada de plumas.
Se hunde al tomar contacto con un puño o una mano abierta.
La cara se te infla de un lado.
La comisura rueda
y un mapa aparece en tu mejilla.
Primero es rojo, luego verde,
después azul, morado, azufre, negro.
La cara gira hacia la izquierda
bruscamente.
La cara da un portazo
y en el cerebro
hay
un estallido.
La cara pasa
por encima del hombro
pero no ve
para atrás
porque cierra los ojos.
El dolor
hace cerrar los ojos.
Sentís miedo
y el cuerpo entero se agazapa
y contrae
a la espera del próximo.
Saltan lágrimas, mocos, sangre.
Transpirás frío, estás ardiendo,
el pelo se te pega en la nuca.
Después la cara vuelve a su lugar,
retorna.
Un huevo en la pared interna
empieza a crecer,
algo áspero
molesta allí.
Un hilo de sangre va
de esa pared carnosa
a los dientes
y de ahí
a la lengua.
Escupís con temor de que salte un diente.
La cara se hunde.
La cara se hunde
como el mundo.
La cara se hunde
como un cuerpo
en el lago.
La cara
muere.
Si el personaje no está muerto, la vida continúa
La esposa
corta los brazos de su hombre
con una motosierra.
Después enciende un cigarrillo
y escribe un cuento
donde se pregunta
qué parte es verdad
y si ella es protagonista,
víctima o victimaria.
Piensa en la legítima defensa,
en lo poco consistente de la frase
a la hora de explicar un charco de sangre.
Por la noche
cocina carnes rojas.
Hace avioncitos
con la cuchara
y pone en la boca del marido
la cena suculenta.
Esa imagen
prefigura la historia:
hay algo en el final
que estaba en el principio.


Con el miedo en los talones*

Esta mañana crucé el parque del Teleférico
como lo hago a diario.
No había bandurrias ni caballos.
No había chicos ni perros.
Nadie.
El parque
era mío.
De pronto
un tero
chilló fuerte y rápido
y no dejó de hacerlo mientras alzaba vuelo
y se arrojaba sobre mí
en picada veloz
directo a mi cabeza.
Me agaché
y recordé la escena de Arizona Dream
en la que Vincent Gallo imita a Cary Grant
cuando es atacado por el avión fumigador.
La escena original es de Hitchcock
y Kusturica la recrea a modo de homenaje.
Me agaché
y me quedó picando en los oídos
el aletear feroz.
Vino al ataque seis o siete veces más.
Me cubrí la cabeza con los brazos,
me la tapé con la campera,
agarré una rama del suelo
y la usé como espada.
El tero estaba cada vez más furioso.
Como en Los Pájaros, otra de Hitchcock,
salí corriendo del campo expulsada por un ave.
Me quedé pensando en la naturaleza,
en su perturbación, en esos tincazos
de la fragilidad, el débil equilibrio.

* Film de Alfred Hitchcock.


La idea de modernidad

Ahí donde Ud. nada, ella se ahoga,
dicen que Jung le dijo a Joyce
cuando éste le pidió una opinión
sobre los textos de su hija psicótica.
La anécdota forma parte de mis recuerdos.
Mis recuerdos son de otros.
Una memoria es como un campo
de margaritas silvestres junto al lago.
Un campo en trance.

Un león en la nieve

Escribe sobre la mesa de la cocina
en un cuaderno de tapas duras
forrado de rojo.
Anota la fecha sobre el margen izquierdo
y después cosas como:
Llevar 2 bolsas Cemento Obra Castelar.
Pagué 200$ Varela Adelanto Revoque fino.
”Vecino”: anoche estuve a punto de matarlo.
Es mi padre.
Escribe pero no hace literatura.
Su estilo se remite al registro del caos.
Es mi padre.
Narra sus transacciones con el mundo.

De, La cuna de Newton


Graciela Cros

Graciela Cros nació en Carlos Casares (Buenos Aires) en 1945 y reside en San Carlos de Bariloche desde hace 36 años. Estudió Lenguas y Literaturas Modernas en la UBA, Universidad de Buenos Aires.
Libros de poesía: Poemas con bicho raro y cornisas (Ediciones Ensayo Cultural, 1968); Pares Partes (Ediciones de la Flor, 1985); Flor Azteca (Ediciones del Dock, 1991); Decimos (Ediciones Bariloche, co-autoría, 1992); La escena imperfecta (Ediciones Último Reino, 1996); Urca (Editorial Libros de Tierra Firme, 1999); Cordelia en Guatemala (Editorial Siesta, 2001); Libro de Boock (Ediciones en Danza, 2004). La Cuna de Newton (Ediciones en Danza, 2007). Como antóloga preparó Marcas en el tránsito, Antología de Poetas Jóvenes de Bariloche, Selección y prólogo, (Ediciones Último Reino, 1995) y trabajó con el poeta viedmense Raúl Artola en la primera etapa de la Antología de la Poesía de Río Negro, editada por el FER y presentada en la Feria del Libro de Buenos Aires, 2007. En narrativa publicó la novela Muere más tarde (Ediciones Colihue, 2004), Primer Premio de la Secretaría de Cultura de la Nación por la Región Patagónica, además de tres volúmenes de cuentos, entre ellos, Sin venganza no hay madera. En 2003 editó el disco compacto Cordelia en Guatemala / Poemas leídos por su autora. Su obra, distinguida en numerosas oportunidades y traducida al inglés y portugués, aparece en antologías del país y del extranjero como las recientes: Poesía en tierra (Fondo de Cultura Económica, 2005); Antología de Poesía de la Patagonia (Málaga, España, 2006); En el revés del cielo, Diálogo entre dos orillas (Paradiso Ediciones, 2006); Poetas Argentinas (selección y prólogo de Irene Gruss) (Ediciones del Dock, 2006). En septiembre de 2005 organizó junto al Grupo de Poesía El diente en el ojo el Primer Festival Internacional de Poesía Bariloche. Actuó como jurado en diversos certámenes y formó parte de la Primera Comisión Técnica del FER (Fondo Editorial Rionegrino) en su trienio inaugural (1986/89).

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