domingo, noviembre 25, 2007

ADRIÁN FERRERO




¿Qué es la poesía?

A esa pregunta respondería desde dos perspectivas: desde la escritura y desde la lectura. Como escritor de poesía y como lector se presentan como discursos diferentes, como dos prácticas que la definen bajo distintas formas. Mi posición frente a la poesía en la instancia de la producción o la recepción son radicalmente otras.

En la instancia de la producción probablemente, a mí, que también soy narrador, más concretamente cuentista, o también ensayista, el lenguaje poético irrumpe, llega como palabra que, por un lado, se revela, se desliza sobre el papel con mayor o menor facilidad, con mayor o menor felicidad, según los casos. Pero, sobre todo, me obliga a un obstinado cuidado puesto en cada palabra que manipulo. Es entonces una práctica social de índole verbal extremadamente selectiva que requiere de ciertos conocimientos (teóricos y prácticos), para ser producida con acierto. Es un discurso que por lo visto no tiene referente más que el imaginario, como suele suceder en la poética (excepto el caso de la no ficción y de ciertas crónicas, si es que podemos incluir a la crónica por dentro de la poética). Es un discurso verbal en el cual la palabra se carga se una energía electrizante, es denso, no leve, como quería Italo Calvino de la literatura en sus Seis propuestas para el próximo milenio, para la literatura. Su escritura en lo personal me hace vacilar mucho. Mucho más que el caso de la narrativa, por ejemplo. Regreso sobre él. Dudo. Retrocedo. Avanzo a tientas. Siento que escribo en un estado que no es sino el de la incertidumbre. El de la incertidumbre constante. También el del asombro. No me puedo abandonar al puro escribir espontáneo. No a mis 50 años. No soy, no puedo ser, aunque lo desee, un ingenuo. Mido cada palabra, cada sonido, el vínculo que se establece entre los versos, la rima (si bien no trabajo con formas tradicionales vinculadas a la poesía, raramente me sirvo de la rima, pese a que sí ha sucedido, incluso la rima interna). Entonces: esto desde la producción. Más una dificultad, una resistencia que una fluidez. Recapitulo: un discurso verbal de una alta densidad semántica y formal, de un referente imaginario que tiende a romper precisamente con los significados sociales. Combina de modo irreverente adjetivos con verbos, verbos con sustantivos, en ocasiones un verso está construido por una sola palabra. Las comas separan sustantivos, forman un verso que es una frase nominal. Además, a esa densidad podríamos sumar complejidad. Porque no se deja leer como el diario o como un cuento incluso, como es obvio. Sino que ya desde su forma exige detenerse, ser decodificada cuidadosamente, ser parsimonioso, ser pausado, no apresurarse, no apurar la lectura, una lectura mesurada. Requiere fundamentalmente atención. Una atención aguda en la que se ponen en juego sentidos (desde lo sensorial) y los sentidos asociados a los significados. Es cierto que hay poemas que tienden a ser más ágiles que otros. Pero aun así lo que caracteriza a ese discurso es una temporalidad lenta. Morosa. Exigente con el lector en tal sentido. No le permite pasar de largo si es un lector interesado en el poema. Si es un lector inteligente, preparado, entrenado, pues será cuidadoso con lo que va leyendo, descifrando. Un lector que atiende al poema, a su forma, a sus epígrafes (si los tiene). En mi caso particular me doy cuenta de que el poema grita en muchos sitios. 

En lo relativo a la escritura, me doy cuenta de que tengo o debo atender a muchas demandas del poema, prestar atención a muchas de sus dimensiones para su creación. Uno crea, por un lado. Por el otro, el poema se le revela. Hay una frase que yo escribí en un artículo precisamente sobre la escritura: “escribir descubriendo”. Me parece que por ahí va la cosa. Se descubre el poema en la medida en que se lo comienza a escribir. Como si ya existiera (en algún lugar de nuestra mente o si ya existiera como posibilidad combinatoria de signos virtualmente) y fuera uno quien, al sentarse a escribir lentamente, parsimoniosamente, descorriera un velo. Ese velo era un conjunto de discursos sociales que probablemente lo mantenían oculto a la mirada del poeta. Lo velaban. Lo cubrían. Y cuando por fin uno se sienta a escribir, logra entrever en ese preciso momento su forma. Su forma primera. Luego llegará todo el largo trabajo ulterior del artesanado de la corrección. Corrección en la cual un poema que era de un modo puede pasar a ser otro que nada tenía que ver con la primera versión. Incluso irreconocible para alguien que lee ambas versiones.

En la lectura, en cambio, depende de qué esté leyendo la definición que pueda dar de poesía. Si estoy leyendo a Juan L. Ortiz es algo distinto que estar leyendo a Dolores Etchecopar, a Borges, a Azucena Salpeter que a Susana Thénon o a Alnaldo Calveyra, Néstor Perlongher, Joaquín Giannuzzi, Diana Bellessi, por citar unos pocos casos de poetas que he leído o leo a menudo, según los casos. No me dan lo mismo. Son tan distintos, que siento que cada poeta “es” un género distinto. No solo me aporta su poética. Me aporta un modo de lectura. Me aporta una noción de la poesía que no coincide con el resto. Que adopten la forma de poema sus trabajos en directa relación con una poética, no significa nada. Resulta anecdótico. Puede ser tan antagónico el abordaje de los recursos, de las formas, del léxico, de los paratextos, de la tradición en la que se inscriben, de las voces e intertextos que ponen a dialogar con su poesía. Yo suelo leer mucha poesía argentina y mucha literatura argentina contemporánea porque me he especializado en ese campo, en ese corpus, quiero decir. En un corpus, si así se quiere, nacional, muy ligado a un determinado uso de las variantes lingüísticas. Y si bien Calveyra residió en Francia a partir de los años ’60 hasta su muerte, sin embargo, su lengua entrerriana está intacta. Es como si jamás se hubiera marchado de Mansilla, de su pueblo. De modo que la poesía es, son muchas poesías. Es cada poeta en singular. O cada poética en singular, si así se prefiere. Y por momentos un poeta guarda más afinidad con un narrador que con otro poeta. No importa que esté escrito en versos y estrofas como el resto. Tiene que ver con poéticas. Y me cuesta mucho pensar en la poesía sin los poetas, para serte franco. Hay poetas muy abstractos y hay poetas más concretos. Y hay poetas más musicales y hay otros de lectura más lineal, de sonido blanco. Hay poetas sensoriales y hay poetas del intelecto o de las ideas. Hay poetas de la experiencia vital, descarnados, por ejemplo. Y hay otros despojados de todo contacto entre la palabra con la vida. En tales casos la voz es otra. La poesía, entonces, es cada poeta en particular. No hay, para mí, poesía en un sentido abstracto. Yo podría hacer teoría a partir de los formalistas rusos, de la teoría literaria, incluso de cierta crítica literaria. O estudios particulares sobre poéticas de autor. Pero debo ser sincero en esta entrevista. Y en esta entrevista mi sinceridad me dice que no existe “la poesía” en un sentido abstracto. Las cosas son mucho más complejas. Existen poetas. Son poetas buenos los que leo, porque me he preocupado por formarme en buenos talleres, con buenos maestros. He hecho un doctorado en la Universidad Nacional de La Plata. He leído poesía a lo largo de mi vida. He conversado con amigos o colegas que saben mucho de poesía. He escuchado conferencias o clases en video por parte de expertos. Y por lo visto los escucho hablar, salvo a los académicos, de poetas en singular. Se concentran en una poética. O en sus favoritas una vez que las descubren o las van descubriendo. En mi caso eso ha tenido lugar. Yo tengo mis poetas. Tengo un panorama. No es un panorama de experto en poesía. Pero sí es el panorama de alguien que ha  consagrado a la literatura desde muy joven, que la escribe desde muy joven. Alguien que escribe en términos generales desde muy joven. Y que, como te decía, se ha formado. Pero, sobre todo, también se ha informado. Esta circunstancia es preciosa porque te acerca a autores que son rarezas, o muy nuevos, o que no tienen prensa.

¿Y qué decir entonces de leer poetas? Pues lo mismo. A cada uno lo leo de modo diferente. Cada voz me dice cosas que no son las mismas. Y a su vez cada poema lo hace. Entonces: ¿cómo podría yo generalizar? Naturalmente que existen ciertas pautas elementales de forma, significados, significantes, referentes imaginarios. Pero aun así en este punto no soy partidario de generalizar. Hay también muy buena prosa trabajada poéticamente. Pienso en la argentina Liliana Bodoc, en algunas de sus creaciones. Ella era una gran lectora de poesía. De modo que destellos de poesía uno puede detectar en momentos de su prosa, también la infantil. Y eso ¿dónde lo podemos acomodar? ¿en la narrativa exclusivamente? ¿en la prosa poética? ¿en una narrativa que se caracteriza por un uso poético de la lengua? Creo que el gran error es pretender generalizar. En este punto particularizo. Y mucho. No me da lo mismo leer a un poeta que a otro. Y considero que hay poetas que están tan en las antípodas, que puede que hasta tengan cierta afinidad con algunos narradores. O hasta algunos ensayistas, dado el caso, con los de muy alto vuelo, quiero decir.

 No hago investigaciones en profundidad. Sí escribí una serie de poemas sobre Noruega, en los que me tuve que documentar. Pero no hice investigación bibliográfica. Tenía la idea del poema o un cierto clima en torno del cual me empapaba para escribir. Investigaba nombres de personas, la flora, la fauna, los lugares, la Historia, en lo elemental. No me interesaba escribir un poema histórico. Además, todos los poemas eran distintos. Algunos muy antiguos, otros modernos. Los combinaba o mezclaba. De manera que el trabajo de investigación se limitaba a una ubicación, a coordenadas elementales acerca de cómo recrear ese país y esa zona (los países escandinavos, que son todo un universo, me fui dando cuenta).

También lo que me ha sucedido es que cuando comienzo a asistir a maestros de escritura, como ahora, que estoy trabajando con la autora Susana Szwarc, ella me dijo que veía un libro en un poema. Y yo le expliqué que estaba interesado más que pensar en escribir un libro, en mejorar el modo en que escribo poesía. De pensar la poética. De modo que escribo poemas. Los llevo a la clase o se los envío. Los analizamos, me hace sugerencias (es una persona sumamente inteligente y calificada en su trabajo, con mucha experiencia en el trabajo de maestra de escritura). Estas son clases individuales de modo que trabajamos a fondo cada poema. Susana sugiere que escriba una serie, así como vio un libro. Y yo soy reticente. A mí me gusta pensar en el poema como una unidad porque despliego en cada uno dimensiones, contenidos, recursos distintos. Me refiero al trabajo de taller. A este taller en particular, en que yo no llevo un libro para supervisar. Me interesa pensar la poesía como un problema que exige de un escritor una demanda a la que debe responder del modo más exigente posible. A ello estoy consagrado ahora. Hice un seminario/taller de poesía con María Negroni, en la Universidad Torcuato Di Tella alrededor de 2013. Y en ese taller se leyó mucho. Trabajamos mucho la poesía de Juan Gelman. Pero eran clases grupales. No podíamos trabajar a fondo los poemas de cada uno porque resultaba literalmente imposible hacerlo. Se escuchaban las clases sobre poética y poetas de María Negroni. Clases que eran eximias. Había estímulos. Disparadores para lanzarse a escribir. Pero era otra clase de trabajo distinto de en el que estoy interesado ahora con Susana. No son ni mejores ni peores. Tienen que ver con objetivos y condiciones o contextos de trabajo distintos. Uno se dictaba en una Universidad. El otro en una casa particular. La de la maestra de la escritura, vía Zoom, naturalmente.

Ahora bien. Cuando yo no estoy haciendo talleres de escritura, las cosas son completamente diferentes. Hay una idea general que llega (ignoro cómo, por qué, cuál es la razón, el origen, el detonador, por qué en ese momento, por qué poesía y no narrativa) y a esa idea global yo comienzo a ir lentamente desplegándola. Es como una idea rectora. Organiza semánticamente el poemario. Lo ordena como un marco. Le da un sustento incluso ideológico. Difusamente entreveo una forma de grandes dimensiones, de grandes trazos en mi mente (y en mi sensibilidad). Y esa forma comienza lentamente a coagular en poemas. En breves poemas o en otros casos más extensos. Por lo general respetan una forma más o menos pareja en lo relativo a extensión o en lo relativo a complejidad. Pero teniendo en cuenta que tengo 50 años, ya he recorrido un camino bastante largo a solas en casi todos los géneros. Ha habido largas etapas en que no he acudido a maestros de escritura. También me he consagrado una larga etapa de mi vida a la carrera académica y sigo colaborando con una revista académica. Todo esto hace que uno cuente con una formación que facilita las cosas. Facilita las cosas al momento de escribir. Al momento de organizar el libro. Al momento de corregirlo. Hay experiencia de escritura. Hay eso que habitualmente se denomina oficio.

Naturalmente que también me ha sido muy útil escribir sobre poetas o poéticas de autor argentinos. He escrito sobre Dolores Etchecopar (y la he entrevistado para una revista académica de EE.UU., Hispamérica, University of Maryland), he escrito sobre Hugo Mujica (para la misma revista académica de EE.UU., Hispamérica), he escrito sobre autores de La Plata como Néstor Mux, Horacio Preler, Azucena Salpeter, Patricia Coto y Pablo Ohde. También sobre Juan Gelman, Fogwill, Mirta Rosenberg, María Elena Walsh (sus poemas y su cancionero para adultos), sobre Ana Emilia Lahitte (el trabajo ganó un Primer Premio en la categoría Ensayo en un concurso literario en 2019), sobre Olga Orozco (para Hispamérica), Tamara Kamenszain (para Hispamérica), sobre Analdo[5]  Calveyra (para tres revistas académicas diferentes de EE.UU. en numerosas oportunidades), sobre Adela Basch (tiene dos poemarios para adultos), sobre Inés Aráoz, sobre Gigliola Zecchin, sobre la poesía de Saúl Sosnowski, en numerosas oportunidades sobre poemarios de María Negroni (en distintas revistas académicas de EE.UU.), sobre Ángela Pradelli (en una Página de reseñas de libros), entre otros de distintos autores y autoras argentinos. Ser ensayista o crítico literario de poesía ayuda mucho para pensar la poética, la retórica, la ideología literaria, para pensar el poema. El propio a partir del ajeno. La lengua poética en su devenir. A mí en lo personal me ha servido mucho. Y sobre otros no he escrito, pero en la medida en que los iba leyendo podía entrever un artículo posible pendiendo del aire, listo, dispuesto para que lo aferrara. Perfectamente me hubiera podido sentar a hacerlo de tan rica que me resultaba esa poesía. También a partir de la escritura de la crítica literaria sobre poesía uno ya está en condiciones de formular teoría sobre el poema o teoría sobre la poesía. Sobre poética. Indudablemente.

De modo que como casi todo lo que ha sucedido en mi caso con la literatura hay mucho de intuición y poco de planificación e investigación. Estuvieron esos poemas sobre Noruega, que publiqué con una investigación que fue importante para conferirles una cierta verosimilitud, pero sobre los cuales un noruego seguramente se hubiera reído en tal caso de modo estruendoso. Sonaba verosímil a los ojos de un argentino o un mexicano o latinoamericano en general, porque era una patria remota, porque fueron publicados en una revista mexicana.

Soy un gran entrevistador (no me refiero a mi calificación necesariamente sino a mi experiencia), tengo un libro de entrevistas con diálogos con 30 autoras argentinas, varias de ellas poetas. Dos entrevistas quedaron por fuera por distintos motivos. Pero fue un trabajo de orfebre el de leer cada corpus íntegro, elaborar hipótesis de lectura para las preguntas, introducirme en el universo poético de cada autor o autora a lo largo de mi vida en mis entrevistas. Y leí estudios sobre autores o autoras. Sobre Alberto Girri, un grueso estudio o tratado sobre la poeta de La Plata Matilde Alba Swann. He leído trabajos sobre Arnaldo Calveyra, sobre Susana Thénon. En fin, todo ha sumado y todo ha ido conformando una suerte de gran reservorio, de capital simbólico de recursos al cual acudir para, a partir de esa formación e información, producir mi propia poesía. Y también todo ello refina. Vuelve más sutil la escritura. Hace que uno distinga de qué modo escribir con más complejidad, hacerlo con ductilidad, apelando a matices. Evitar los clichés o los estereotipos, salirse de lo que se considera lo poético para internarse en zonas menos previsibles, más inesperadas.

Uno distingue dónde está lo sutil de dónde está lo vulgar (excepto que le interese trabajar sobre la vulgaridad, por ejemplo, paródicamente, que no es mi caso) y dónde quiere estar ubicado en esa escala de valores poéticos, en la medida de sus posibilidades. Yo no sé si estoy particularmente dotado más para el ensayo, la narrativa, la poesía. O para mis entrevistas (que son formas de la crítica literaria), el ensayo o las reseñas críticas.

Una forma particular, singular de trabajar fue este año, 2021, en que realicé trabajos interdisciplinarios con artistas plásticos y fotógrafos profesionales en ambos casos, a los que sumé mis prosas poéticas. Trabajábamos así. Ellos me pasaban series de fotografías o pinturas. Varias. De entre todo ese conjunto de sus producciones yo elegía un conjunto, una serie de cuatro y las tomaba como disparador para escribir a partir de ellas mis prosas poéticas. En ocasiones los textos se disparaban levemente hacia lo narrativo. En otras hacia lo intensamente poético. Si las obras eran figurativas o abstractas en el caso de las pinturas tal circunstancia se volvía evidente. Según qué me sugirieran. Y en el caso de las fotografías también la unidad, los cromatismos, la estación del día o del año. Por ejemplo, hicimos un trabajo con astrofotografías. Eso fue fabuloso. Fotografías de la luna, de las estrellas, la noche. Y me resultaban sumamente sugestivas estas creaciones de las personas con las que trabajé. Estos trabajos los publicamos en revistas culturales de México y EE.UU. (NY). Había habido antecedentes naturalmente. Este mismo año, trabajamos y terminamos el libro Errancias (2021), con mi amigo radicado en Buenos Aires Mariano Benítez, que es Lic. en Psicología por la UBA. Él es fotógrafo profesional y escritor. Yo lo desafié a que nos lanzáramos a este emprendimiento. Y en 2015 hicimos y terminamos Viernes, un libro interdisciplinario con otro amigo fotógrafo profesional, que es Lic. en Cine por la Universidad Nacional de La Plata. Él trabaja en la cátedra de Guión. Pero a diferencia de Errancias él no escribió a la par de mí, como Mariano Benítez. Él se limitó a tomar las fotografías y yo a la escritura. Una escritura que sí significó esta vez prosas poéticas o textos inclasificables, que salían, pero al mismo tiempo irradiaban hacia otras zonas de la experiencia estética, hacia otras artes que entraban en diálogo con la fotografía. Se llamó Viernes porque fue el día de la semana por las tardes en que rigurosamente nos juntábamos a trabajar en la casa de Ramiro Peri, mi amigo de La Plata. Y los antecedentes más remotos aún, habían sido un texto que yo había escrito sobre una exhibición de fotografías sobre una compañía de danza de Buenos Aires, de Ramiro Peri, dos fotografías de Celina Ortelli (con quien haríamos el trabajo de astrofotografía y otra serie más con varias publicaciones para la revista de México). Y también dos textos sobre dos fotografías de Mariano Benítez en forma aislada. Estas tentativas fueron como ensayos preliminares de lo que vendría mucho después, del descubrimiento de una afinidad y una vocación por la investigación creativa. Estos trabajos poéticos, entonces, sí fueron deliberados y no requirieron investigación, pero sí fueron un estímulo que me resultó sugerente a partir del cual crear mis prosas poéticas.

En cuanto a la corrección, depende mucho de las circunstancias. Si son para libro, corrijo mucho y dejo reposar. Tengo un libro de cuentos inédito que lo he corregido cuatro o cinco veces. Tres libros de poesía inéditos también, en varias ocasiones corregidos. Pero los que voy a publicar en revistas culturales tienen otro tiempo, un tiempo más veloz, que es el tiempo de las revistas de periodismo cultural. Si bien no soy un hombre que vaya a producir de modo indiscriminado o compulsivo poesía para publicar en revistas. Eso no lo haría jamás. Por otra parte, me saldría mal y no me lo perdonaría. Sí escribo muchos artículos. Y mesuradamente también. Sobre temas y autores sobre los que tenga un conocimiento profundo previo. O me pongo a estudiar. Naturalmente que al haberme especializado sobre poéticas argentinas mi campo de estudios fuerte está en esa zona. Más débil en otras (lo que es un error, desconozco las vanguardias, por ejemplo, las poéticas españolas, la poesía latinoamericana) salvo algunos escritores en los cuales he puesto el foco. Los vengo pensando y leyendo hace mucho tiempo. He escrito sobre sus poéticas en numerosas ocasiones. O sobre libros en singular.

 Y no concibo la escritura sin corrección. Uno aprende a leerse a sí mismo corrigiéndose. Corregir para mí es leerme en una cierta clave. Te diría que en ocasiones implacable. No es la más ingenua o impulsiva del primer borrador. Sino la revisión meticulosa de un poema que incluso puede verse radicalmente modificado al punto de ser otro. Eso me está sucediendo con Susana Szwarc. Ella detecta. Me hace notar aciertos. Alguna parte del texto en la que ve que es una puerta que se abre. A partir de ese punto de partida, que ella propone, o sugiere, yo hago mi camino. Comienzo a dar comienzo a mi propia experiencia de escritura. Habíamos comenzado una serie sobre el arte poética y ahora irrumpieron los vínculos familiares. De modo que tampoco las cosas son lineales. Son asociativas. Uno, como dije, avanza a tientas. Es imprevisible lo que sigue. Lo que vendrá a continuación. Y eso me resulta saludable.

 Soy un gran partidario de los talleres de escritura con buenos maestros. En mi caso realicé cinco y ahora con Susana el sexto. Cuatro en La Plata, con énfasis en narrativa breve. Dos en Buenos Aires, sobre poesía, contando el de Susana, en el que estamos trabajando. Es un buen equilibrio y son, en definitiva, los dos géneros a los que me he consagrado en mi vida: la poesía y el cuento. Esto en lo relativo a la poética.

Yo corregía de un modo muy ingenuo al comienzo de mi vida, cuando comencé a escribir sistemáticamente, a los 19 años. Los talleres tuvieron esa función, además de estimulante, de impartir lecciones fundamentales sobre todo un abanico de temas, autores, poéticas (los de compañeros y los de autores que íbamos leyendo), permiten eso, que uno distinga cómo puede lograr que un texto flojo vaya mejorado  hasta ser virtuoso en el mejor de los casos. Y la corrección es una forma de perfeccionar. Una revisión para evitar caer en errores evitables o que ya ha cometido. Para avanzar en la poética. Para ni retroceder ni estancarse. Y también están esos casos en que uno renuncia y se da cuenta de que un texto resulta irrecuperable. Y lo descarta. No me aferro a un texto que veo no está logrado o en potencia no permite vislumbrar una versión mejor. Perfectible.

 ¿Y qué es la corrección? Creo que fundamentalmente pensar de un modo más exigente, más riguroso de aquel con el que uno escribió originariamente un poema y con mayor excelencia (también con mayor respeto hacia uno mismo y hacia el lector, que no se encuentra con una producción improvisada o a las apuradas, o sin responsabilidad) un texto luego de una primera versión inestable. Provisoria. Corregir es pensar en que quien nos vaya a leer será alguien que espera de nosotros una producción de excelencia, al punto de llegar a lo máximo que seamos capaces de rendir, de brindarle. Y, por otro lado, consiste en pensar en un ideal de texto al que aspiramos a llegar. En tal sentido todos contamos con ese ideal de texto. Los genios tienen uno inalcanzable para uno. Pero uno, más modesto, se propone un ideal, el más alto del que es capaz. Y aspira a alcanzarlo. Nos proponemos un modelo, a partir de lo que ese mismo texto postula. Un modelo de texto en el que cumplamos un rol de mucha actividad. A partir de ese momento, de ese rol activo releemos lo escrito, cambiamos de lugar, eliminamos, reemplazamos palabras por sinónimos o por sustantivos en lugar de adjetivos. Los verbos pueden ser prescindibles, en fin, las posibilidades son múltiples. Van de poema a poema. Pero la temporalidad, la toma de distancia sí me parece importante. Yo he escrito poemas, en los últimos dos o tres años, en que he regresado más intensamente a la poesía (antes era esporádica, cuando llegaba esa idea global, general de la que hablé). Y están esperando el momento en que yo vuelva a ellos para una revisión y corrección a fondo. Los publicaré en revistas culturales. Porque son poemas aislados. Y a mí me gustan los libros que tengan una unidad, no reunir poemas de distintas épocas, de distintas etapas que no guarden relación los unos con los otros. Aunque guarden una homogeneidad producto de una corrección. Este regreso a la poesía no sé muy bien a qué se ha debido. He sido un lector de narrativa y ensayos mayor que de poesía. De ensayos y artículos de estudio. De entrevistas. También tiene mucho que ver con la posibilidad de publicar y eso en La Plata a mí no me ha resultado nada sencillo en ninguno de los casos de mis libros. Y el último de ellos, de entrevistas a escritoras, se publicó porque obtuvo por concurso un Subsidio del Ministerio de Cultura de la Nación. Gracias a ese dinero fue posible la edición. Es un volumen extenso, por otra parte.

Como conclusión final a todas las preguntas que me han sido formuladas para esta entrevista respondo: “No se puede generalizar en la escritura”. A veces es una frase que dispara un poema. Un verso que se me ocurre. O una combinación de dos palabras. Una metáfora que logro vislumbrar como un relámpago. En otras ocasiones no sucede eso. Sino irrumpe una imagen de modo obsesivo que demanda ser escrita. Esta escritura es la mejor para mí. El poema suele llegar prácticamente armado. Redondo. Viene armado en mi cabeza, como si ya hubiera sido producto de una reflexión preliminar. Sometido a un filtro. Una voz se impone. Una voz poética. No una voz humana. Es un verso que llega o el comienzo de un verso. Ese comienzo inicia y se va enhebrando con toda una serie de significantes que urden el poema. Ese poema suele llegar de zonas muy recónditas. Se busca una cohesión y se busca una coherencia interna. Una coherencia que solo hace a ese poema.

 Y luego está el trabajo en los talleres al que también considero sumamente importante. Uno trabaja a partir de lo que escribe, pero también expande o revisa a partir de observaciones para mejorarlo. Para enriquecerlo. Para dotarlo de resonancias o quitarle otras que no son imprescindibles. Donde ha cargado las tintas se le hace una observación. Donde hay una coma de más o de menos se le hace notar. Un título puede contener una palabra de menos. Estos poemas llegan porque vamos a tener a la semana siguiente otra clase y la idea es seguir con esa serie que ha propuesto la coordinadora del taller. Y el trabajo individual evita interferencias. O quizás no. Quizás es bueno convivir en el aprendizaje con otros colegas. No digo que esté mal. De hecho, todas mis experiencias habían sido de talleres grupales antes. Pero para este momento me di cuenta de que era necesario, imprescindible te diría, el trabajo individual. Había llegado a una instancia de mi carrera, de mi producción de escritura, de mi producción de poesía en que era fundamental el trabajo full time con una maestra de escritura que corrigiera, sugiriera, hiciera observaciones, señalamientos, que fuera una escritora con experiencia, que hubiera publicado libros, que hubiera participado en lecturas públicas. Ella además de narradora es poeta, y tiene obras de teatro breves. Seguramente escribirá artículos o conferencias. Ese punto no lo hemos conversado aún.  

No hay una tal música o una melodía que llegue para mí. Eso en todo caso lo percibo en la corrección. Allí sí la percibo. Y procuro seguirla. Y percibo un ritmo. Una cadencia. Una fluidez o un obstáculo. Me doy cuenta entonces de que en ese lugar debo intervenir. Procuro que exista una melodía. No asociada a la rima. Sino a una suerte de movimiento del poema, de movimiento interno que lo percibo al leerlo mientras lo corrijo. Y procuro que existan todos esos componentes, en primer lugar. De otro modo no me interesa un poema que sea ruidoso. Un poema que haga ruido no me cierra por ningún lado. Porque no tiene armonía. Y en mi búsqueda (y esto es sumamente personal) el trabajo poético tiene que ver con la búsqueda de una armonía. Para eso es importante el silencio a la hora de escribir. No estar tironeado por ocupaciones pendientes en lo inmediato, no estar afectado por preocupaciones o estados de ánimo que me afecten negativamente. Tiempo libre por delante. Poder reflexionar con tranquilidad. Los fines de semana, los sábados por la noche son ideales para eso. Y hay otro elemento fundamental: mucha, mucha concentración.

 

Poemas

 

1.

a veces me gustaría vivir

en los sueños

en los sueños

la gente es tan

desesperadamente honesta

igual

que cuando hace

el amor

 

3.

 

yo en ella

ella en el verde

el verde sobre el humus

el aire entre los dos

ambos

como dos laderas

unidas en un vértice

de montañas

en llamas

 

19.

 

recóndita pierna

guarda

un sitio

no terrestre

donde me guarda ella

y se lleva los secretos

que ni yo conozco

adiós les digo

y me hago a un lado

 

46.tapices

 

en unos tapices

antiquísimos

pude ver escenas de

amantes

me parecieron

fantásticas inverosímiles superfluas

hoy a la gente no le da

tanto

trabajo amarse

 

 De, Cantares, Edulp, La Plata, 2005.

 

 Adrián Ferrero

Biografía (de infancia)

 

Me limitaré a una biografía cultural. Y dado que este libro es sobre la infancia, los procesos de génesis de escritura, nuestra historia como personas y como escritores, me restringiré a una autobiografía de escritura de infancia. En el principio fue una producción ilustrada y escrita por mí en un colegio primario hostil, con motivo de cumplir la ciudad de La Plata sus 100 años, en 1982. Mi trabajo obtuvo el Primer Premio Municipal. Yo tenía 12 años, una enorme timidez que se vio acentuada cuando las maestras me hicieron circular por todo el establecimiento como un trofeo. El premio consistía en un diccionario, una medalla y un Acto de entrega. Pues no hubo ninguna de esas tres promesas. La escuela primaria fue rica en estímulos tan solo con una sola maestra que con sentido visionario advirtió en mí una sensibilidad e inclinación por el arte que promovió. Me estimuló y, precisamente, en 2019 escribí, como un tributo, una nouvelle para adolescentes, Melancolía (inédita), que la tiene por un personaje central pero bastante disimulada en su identidad. Y a esa historia. Hace tiempo se graduó de abogada y ahora ejerce su profesión con vocación. Me la encontré por trámites en Tribunales. Me dijo: “Vos no podías dedicarte a otra cosa”, cuando le dije que me había doctorado en Letras y era escritor. La despedida sí fue triunfal. Ella, muy criticada por el resto de las maestras desde por las minifaldas con que se vestía hasta por el modo de educación que impartía, de educación por el arte, apartando las matemáticas y la biología, ahora sí se marchaba, despidiéndonos ambos en un adiós triunfal.

 

***

 

Nací en La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1970. Soy Prof., Lic. y Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Soy escritor, crítico literario y periodista cultural. Publiqué libros de narrativa, poesía, investigación y una compilación temática de narrativa argentina contemporánea en carácter de Editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). Mi libro más reciente es Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas (2017), fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación para su publicación. Cuentos de mi autoría aparecieron en revistas académicas de EE.UU. y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se difundieron cuentos, crónicas, series de poemas, así como ensayos, artículos de crítica literaria o teoría literaria de mi autoría. He realizado el abordaje crítico de letrística de cancioneros. También en México y en revistas de culturales de EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos de trayectoria internacional de Argentina y España, a los cuales aporté mis prosas poéticas. Numerosas series de poemas (trípticos o tetralogías) se publicaron en una revista cultural de NY o en otra de México. Colaboro habitualmente con revistas académicas y de cultura de EE.UU., México y Argentina. Obtuve tres becas bianuales de investigación de la Universidad Nacional de La Plata y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de mi Universidad, todos ellos por concurso. Artículos académicos de mi autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile. Participé en carácter de expositor en congresos en Argentina y Francia. Fui docente universitario en la Universidad Nacional de La Plata durante diez años, trabajando en dos Facultades.  He dictado charlas y conferencias en forma presencial o vía Zoom. Integré equipos e investigación con sede en su Universidad sobre literatura argentina contemporánea y teoría de género. Participé de colectivos de arte, de intervención en la esfera pública con la poesía, pegando afiches en las paredes de la ciudad, con lecturas de poesía en bares y con asistencia a radios de Buenos Aires o La Plata. También participé de Diagonautas, El Primer Porta Literario de la Ciudad de La Plata, con otros tres escritores. Un Website en el que publicamos textos de todos los géneros de autores de La Plata y Buenos Aires. Me he especializado en el campo de la literatura argentina contemporánea, en el campo de la literatura infantil y juvenil también argentina, la teoría de la escritura o bien estudios de género con énfasis en estudios sobre la mujer. Realicé cuatro audiotextos en colaboración, aportando mis textos, mi lectura y voz y el compositor e intérprete Agustín Espinosa aportó la música. Produje en colaboración, otro sobre el poeta argentino Néstor Mux, quien eligió sus poemas y sumó la lectura, su voz, así como la identidad visual para el audiotexto, en colaboración. Impartí talleres de escritura en forma particular y en instituciones universitarias o privadas Mi obra obtuvo premios y distinciones internacionales, nacionales, provinciales y municipales. Tengo una hija con quien, a partir de sus dibujos, siendo niña, yo le escribía o narraba cuentos. Ahora tiene 19 años. Pero yo sigo escribiendo cuento para niños. Para ella o para quien guste de leerlos.

1 comentario:

Cecilia Gauna dijo...

Adri�n me gustaron much�simo tus poemas de cantares y tambi�n loq eu contas sobre el procedimiento de tu escritura.
En ambos casos, lo que me gust� fuela transparente de vos que asoma en cada frase y sin embargo el misterio sigue ah� vivo para tentarnos una vez m�s.
un abrazo
CECILIA