jueves, octubre 19, 2006

VANINA COLAGIOVANNI



Una cámara rápida que se desplaza por paisajes cotidianos y extraños con música animada. Así es la poesía que más me gusta. Lo que escribo surge de la observación y la percepción que después busco "traducir" al lenguaje escrito y, como en toda traducción, algo se pierde. Son imágenes, al principio aisladas, que empiezan a repetirse obsesivamente y a interconectarse. Lo que me impulsa a escribir es siempre una percepción extrañada de lo cotidiano, que tiene algo de siniestro. Hacia eso se acerca una descripción lateral, sesgada, oblicua, que nunca llega verdaderamente a nombrarlo. Lo rodea, pero no lo toca. No tengo muchos rituales, me concentro mucho en bares ruidosos, pero puede ser también en un colectivo o en mi casa. Suelo escribir la primera versión a mano, al pasarlo a la computadora hago una reescritura y voy corrigiendo sobre cada nueva impresión; dependiendo del poema, las impresiones pueden ser muchas. Hay épocas en las que estoy totalmente vinculada a la escritura y todo lo que observo, escucho, hablo, leo, las películas, las publicidades de la calle o la televisión, todo forma parte de un gran texto que dialoga con el texto que estoy escribiendo en ese momento, y que llevo incorporado; de manera que ese texto interior es muy permeable y lo que miro y escucho tiene una conexión misteriosa con lo que estoy escribiendo. Siempre tengo un interlocutor en mente cuando escribo, no puedo pensar un poema sin ese "lector fantasma", a él o ella van dirigidos muchas alusiones y guiños. Ese interlocutor no es el mismo, va cambiando. Pero lo que lo caracteriza es que siempre es alguien de total confianza. Los libros son para mí cartas, más o menos largas, dedicadas a los amigos. Escribo un diario en el que aparecen mis obsesiones, crisis, intentos de poemas, ideas para libros que quiero escribir, ideas para libros que abandono casi en el mismo momento de contarlas, cartas que nunca voy a mandar, canciones, diálogos reales, fotos, catálogos de muestras, inventario de sueños. Muchas –muchísimas- veces eso que escribo va a parar a los poemas. Me interesa mucho la mezcla de géneros. Uno de mis libros preferidos es El affaire Skeffington de María Moreno en el que ella inventa la vida y obra de una poeta que vive en París en los años 20, hace un cuadro de la época de entreguerras, en plena efervescencia de las vanguardias artísticas y políticas, incluye una biografía de la autora y hasta sus poemas y los comentarios a esos poemas. La pretensión documental, la inclusión de distintas voces, la relación entre diferentes niveles del texto, para mí es la marca de un libro excelente. En mi diario, cuento un sueño: estoy con mis amigos, mirando una película en la casa donde viví hace tres años, voy a mirarme en el espejo y me pinto los labios con brillo, de reojo miro la tele, al volver a ver mi reflejo tengo la cara de una de las que estaba en el sillón. Lo que más me intriga es el gran volumen de los labios nuevos. Los miro al hablar. Cada vez que los abro pienso decir algo pero salen palabras que no se parecen en nada a lo que quiero decir, como si hablara en otro idioma. Tienen cierta coherencia, pero no dada por mí sino por esos labios y esa lengua, que no son propios pero que trato de usar para hablar. Algo parecido creo que pasa cuando escribo.




Poemas


5


Volví a casa dolorida
por la extracción

no dejé de tener cierto respeto
por lo sagrado, prendí velas
puse el rosario bajo la almohada
-que cicatricen bien los puntos-
fui al supermercado

regalan una revista el mundo se ve amplio
y permanente

todos son corredores
nadadores en bicicleta maratonistas
a cierta distancia
las caras parecen frutas
las frutas hacen sombras de pájaros

la comunión se extiende
desde nosotros
hasta los vegetales

el carozo de ciruela en caída libre
hacia el patio de comidas

cortar una ciruela al medio
introducir la lengua en el orificio
-que no se abran los puntos-
cerrar los ojos hasta ver todo
duro como el carozo, la piel, blanda
-que suture, por favor-
para mi hambre
la pulpa.



8

Tomates en la pantalla violeta
luz radiante en los cartones de leche
flechas de plástico verde
hacia el pasillo

cierro los ojos
entre las verduras hay ángeles:

los corredores terminan
con montañas de conservas
túnicas celestes y espigas de oro
en los paquetes de galletitas

la suficiencia reservada de las naranjas
el rojo verde de las paltas en descomposición
limones agridulces

todo lo que llega desde su memoria precaria de voces
y raíces se filtra a través de mi mano

unión perfecta equilibrio de las cosas
las flechas verdes laten motorcito acelerado
el rumor de las heladeras dice algo más
a cada especie lo suyo

no, a cada una los restos carcomidos de otra
un lugar en la góndola

esperando que alguien las mire
y elija
de canastos ordenados no por letra,
sino por fecha de vencimiento

hombres comiendo tomates ven
ángeles clavados
en la pared
como mariposas
se exhiben en el pasillo
y al salir se llevan uno
envuelto en algodón.


21

enfermarme de algo grave, quedarme meses en cama
que me mantenga inmóvil, leyendo hasta cansarme agotar todas las escuelas de la filosofía, volverme sabia,

no pasó.


De, Sala de espera.


El perfume literario

Sentados en un sillón verde
las miradas de los cuatro se cruzaban
focos de luz en la noche de Colonia.
El tiempo se iba con el vino
en la exploración de los temperamentos
y las conversaciones inesperadas.
Uno se levantó y comenzó a caminar
recitando versos incomprensibles.
La vida imita al arte _la cita obligada,
y otro pensó en las afinidades electivas
como la puesta en escena
de un lugar común.
Ahora la memoria oscila
y se desplaza como el deseo
modificando las figuras y los mapas.
La distancia es
el principio y el fin de las correspondencias.



Carta

El principio es una imagen intermitente
los cuatro en el umbral de la casa
observando la tormenta,
un relámpago y el bautismo
la luz que cambió nuestra mirada
desvelando las pupilas.
Los acontecimientos
comenzaron a correr con su propia velocidad.
Nuestra unión fue una carta sin abrir
que contenía las palabras justas.
Y dicen que los libros mismos
son cartas, más o menos largas,
dedicadas a los amigos.



El ajedrecista

Está sentado, la cabeza apoyada en una mano,
en la parte más ruidosa del café.
Envuelto en el ensueño temprano
fija la mirada en un punto impreciso entre los libros,
papeles apilados y una partida de ajedrez
sin terminar.
El reflejo le hace bajar los párpados
hasta la mitad de los ojos oscuros.
Sobre una hoja en blanco
decide hacer un mapa de su vida:
las ciudades en las que vivió
los desvíos, las mudanzas,
y el dibujo vacilante
que no representa para los demás
otra cosa que un garabato infantil,
con la forma vaga de un rostro,
para él es un laberinto,
una brusca revelación.



Huellas

El viento cálido agita las hojas
inclinando al ciprés hacia la casa
bajo un cielo que se oscurece.
Las paredes
descoloridas por la humedad,
resguardan los cuerpos dormidos
abandonados al calor de la mañana.
La arena cubre el suelo del cuarto
empañando los vasos
y el vidrio de la botella
que están junto al umbral.

El pasillo en silencio.
Las miradas, las risas,
los juegos y afinidades cruzadas
se apagaron junto con
las últimas sombras
de la noche.

Los párpados cerrados
hasta que llegue la tormenta.



Slovaquia

La chica repite “slovaquia”
tratando de decir algo más
que se detiene, resistiéndose a salir.

Cada vez que lo dice, la “s” emite
un leve zumbido que turba sus labios
la boca se recorta del rostro,
opacando sus ojos grises,
atrapándome en una inmovilidad obscena
en la pausa de la propia contemplación
del momento discontinuo,
hasta que sin aviso
vuelvo a la velocidad del mundo
al asiento del tren
extrañamente familiar.
Podría ir a Eslovaquia, pienso,
mientras recuerdo sus labios
y de nuevo vienen, un momento después, sus palabras
la palabra
slovaquia
y la lengua
da un golpecito mecánico en el paladar.



La decepción y otras estéticas

Como descreo de los efectos en cadena
enmascaro toda necesidad propia
cada impulso individual
para adscribir a las verdades más triviales
y montar, sin falla, la representación de mí misma.



Peces

Con peces en el cuerpo
naranjas como tu bolso preferido
o el pañuelo en el cuello,
con mirada de nena y sonrisa vegetal
no hiciste mejor cosa que decirme,
después de haber dormido juntos,

la quiero a ella más que a vos.

No tuviste mejor idea que llevarte,
a la mañana mientras yo dormía,
la torre blanca
como un talismán,
dejando mi juego interrumpido,
porque creías haber soñado que estabas presa
en la diminuta pieza de ajedrez
y siempre es mejor llevar la propia cárcel con uno,
antes que huir imprevistamente de la muerte
hacia una ciudad cercana
para encontrarla esa misma noche
en un barrio desconocido.



Instantánea

Vi a mi doble en un tren
de perfil,
llevaba un saco oscuro
pestañas largas, el pelo largo ondulado
que en siete u ocho años voy a tener
mucho maquillaje, una sonrisa estática.
La observé todo el viaje
parecía como si no me pudiera ver
y fuera sólo una película
proyectada para darme
un vistazo del futuro.


De, Travelling



Vanina Colagiovanni


Vanina Colagiovanni nació el 23 de diciembre de 1976 en Buenos Aires. Publicó Travelling, Gog y Magog ediciones, en el 2005. Escribe poesía y guiones, actualmente está trabajando en un fotodocumental sobre poesía argentina de los años sesenta.

2 comentarios:

Pablo dijo...

Vanina: tu poesìa desnuda las vertebras de las palabras en algo que vive y perdura. Tu poesìa brilla como una estrella que no puede esperar la noche.

Pablo

Gladys dijo...

Te conocí en el programa de Mirta Salafia, me gusta lo que publicaste aquí. Te voy a incluir en el programa de "Té con verso" para difundir tu obra. Exitos.