Empecé a escribir a los trece años. Mis primeros poemas eran oscuros, casi negros. Me acuerdo de que a las pocas personas que se los mostré se asustaban. En ese entonces, la poesía funcionaba como un medio para expresarme, dado que era bastante reservada: no entendía las cosas que pasaban en mi casa y tomaba la escritura como un refugio. Luego, influenciada por cuadros de Dalí, escribía poemas donde lo primordial eran las imágenes y el juego con el lenguaje. Sin embargo, yo creo que el punto de inflexión fue un día que mi mamá me llevó a la feria del libro y me regaló tres libros: Girondo, Pizarnik y Orozco.
Ahí, comprendí que la poesía tenía que salir de mí, y esos autores se convirtieron en especies de amantes, al igual que Fernando Pessoa, a los que siempre vuelvo. Hasta los dieciséis escribí contando la métrica con los dedos, y después durante un período largo de tiempo no escribí más. Exploré otras disciplinas artísticas, como el teatro y la danza, pero ninguna de ellas me llenaba del todo.
Realicé algunos talleres de poesía, y hubo un momento, y creo que ahí sí fue el quiebre, ese punto de no retorno, cuando me di cuenta de que la poesía era algo colectivo. Entendí que era necesario mostrar lo que estaba escribiendo a mis amigos, a mis compañeros de taller y a otros poetas y, sobre todo, leer a otros poetas, a mis contemporáneos. Comencé también a ir a lecturas de poesía, donde en algunos casos, sentía que en esa instancia oral casi declamatoria, se recuperaba un poco “el aura” perdida, esa de la que hablaba Benjamin. En este momento de mi vida ya no escribo con la compulsión que tenía antes. Escribo cada tanto, y a pesar de escribir de un tirón soy más consciente en el momento, aunque ni yo, ni nadie, sepa lo que quise decir. Porque nadie lo puede saber. Porque lo que importa es el poema. Como si la escritura, a pesar de su fascismo de ordenar pensamientos, cobrara vida y se mantuviera a flote por sí misma. A pesar de que después de que uno escribe, las palabras no son más suyas, en el momento en que las escribe son de uno. Aunque todo ya haya sido dicho, la combinación de sintagmas es de uno. La disposición de los vocablos es de uno. El placer de escribir de uno. Quiero escribir. Escribo. Como una ecuación matemática.
No tengo una propuesta definida con mi escritura, sino temas sobre los cuales armo constelaciones, como la infancia, el lenguaje, los espacios, y sobre todo, aquello sobre lo que no se puede hablar. Creo que cuando empecé a escribir lo hacía de forma metonímica, desde afuera, nunca llegando a reponer del todo el sentido. Y ahora no quiero hacer más eso. Estoy tratando de escribir desde otro lugar. Quiero que mis poemas se procesen. Una de las razones por las que me gusta la literatura es porque me permite encontrar expresado de forma clara y precisa lo que estoy sintiendo. Quizá por eso los escritores que me gustan son aquellos que tienen esa capacidad de no tener filtro. Yo se que todavía lo que puedo mostrar es una parte íntima de lo que siento, que nunca voy a mostrar del todo esa "falla originaria" que creo que tengo, esa de la que hablaba Duras. Porque a veces, por más paradójico que suene, la sociedad me aleja de la escritura, porque una no puede mostrarse así desnuda siempre, como se muestra en su escritura, esa que a mí aún me da miedo, porque me asusto de mí misma. Y esa que a los escritores que a mí me gustan no les da miedo. Hay muchas razones que lo llevan a uno a escribir. Yo no se por qué empecé. Solo sé que no puedo no hacerlo. Y eso me basta. De todas las cosas que hago, siempre me llenan más las palabras. Escribir es crear mundos, pero también es cerrarlos. Me encantaría decir una frase inteligente, memorable, de esas que uno repite, como la explicación que dio Silvina Ocampo “Escribo para no tener que hablar”. Es casi paradójico porque muchos poemas míos son autorreflexivos ya que para mí la materia de la escritura es una preocupación constante pero me cuesta poner en limpio mis ideas. Por eso adjunto un poema que quizá funcione como explicación de mi procedimiento de escritura, si es que realmente se puede hablar de él. Mientras tanto, me quedo con lo que una vez dijo Marguerite Duras: “Se escribe para mirar morir una mosca”.
Poemas
La calesita
Los caballos
giran y giran
en un círculo imperfecto.
Estáticos
no mueven sus crines.
Se oye la sortija
el tintineo débil del metal.
Los colores del techo
en un sinfín de vueltas
se hacen blancos.
La calesita frena
y el calesitero sonríe
ante un pompón que se desprende
de una bufanda indiscreta.
La ménsula
La pared corroída
encierra rastros de su pasado
caras sin nombre,
figuras sin sentido.
La humedad los deforma,
el calor los hace nítidos.
El silencio enmudece el cuarto
y la casa se vuelve morada
de espíritus y caballeros blancos.
Sarah
Escribe para los muertos. Para los no nacidos
evoca el ideograma de la locura.
En el lugar donde los buitres se divierten
y las calles aparecen
en el esbozo de una mano ajena.
Indicios satinados
Un poeta es el arúspice de las palabras,
el artífice de los hechos,
el titiritero de los minúsculos movimientos.
Paisaje velado
Anochece. La quebrada se refugia en la intemperie.
Los ojos miden la distancia
de una grieta cada vez más tenue.
Tallos, rizomas
pliegues que se desvanecen
en la sombra. Un niño se ahoga
en un bosque inexistente.
Ars poética
Hay distintos tipos de poemas.
Unos se vuelven ejercicio,
pensando el lugar vacío
donde se posa
cada palabra.
Otros rellenan letras,
forman figuras conspicuas,
producen sensaciones pictóricas.
Los musicales
acarician lo áspero, lo cotidiano
se columpia en la lengua.
Pero los que a mí me salen
son esos que se escriben de un tirón,
en cualquier lugar.
Brotan de mí,
fluyen en una masa amorfa
que se infla y desinfla
como un gato dormido.
Voy a vivir en el instante
que me prestaron por un rato.
Allí me veo,
obnubilada
por la resaca de la luz,
por el óxido de la tierra,
donde las palabras danzan
en un sinfín de roces perdidos.
Max
Modela un artificio a su gusto.
Quizá, en su intento,
se redime ante la ausencia de vida
del robot.
Tiene sensores por donde se lo mire.
Su pelaje opaco
cubierto de cables transparentes
se eriza con los soplos de la técnica.
El chip minúsculo
se esconde en la insistencia
del muñeco parlanchín.
Las funciones se multiplican
en un sinfín de inútiles reclamos
para oídos miniaturizados
perdidos en los avances
de una escucha digital.
Nada es sin razón.
Me acuerdo que nos repetía hasta el hartazgo
que tuviésemos “cuidado con el tiempo”.
Movimientos incorpóreos
Se agota en un lenguaje
cáustico, renovador,
donde se quiebra el contacto con la tradición.
Búsqueda del margen,
del valor de la obra.
Un punto de ruptura
donde se pierden los parámetros.
Cayeron los héroes
en ripios
arquetipos gastados
que forman un cuerpo extraño,
un puente hacia un género
que muestra el reverso
de un paisaje que sutura.
¿Qué pasaría
si nos diéramos cuenta
de que una ruptura contiene
la rebelión de un instante?
¿Cómo se representa el horror
cuando la lengua
ya no es inocente?
Runas
Una palabra en una hoja de papel
un juego entre mi mano y yo
una máquina de escribir que no funciona.
Artificios: encierro lo grande y lo pequeño
en una piedra.
Escribir. Gemir en cada letra.
Amordazar mis pensamientos en palabras.
Límites
Si las palabras
son golpes en la superficie
que rozan la lengua,
la poesía es el infante
que bucea en el barro de los significados,
ese lugar donde se borra el límite.
Es la mirada lo que se esconde en la palabra.
Se convierte en áspera melodía
el croquis que deja la materia.
La crisálida
No quiere que los cuervos
revoloteen en círculos
cerca de ella.
Busca el silencio. No
lo encuentra
y cuando la amordazan
dice voces.
Sabe que lo perdido
está deshecho, pero traza
una genealogía con pájaros
y alas de crisálida.
Siempre le tuvo miedo
al extravío.
Y ahora tiene
esa pesadilla recurrente:
el pasillo blanco, el ruido a pulseras
su mamá de niebla.
No quiere que la lleven.
No quiere
que se convierta en carroña
No quiere que los cuervos bajen
y le ahuequen la cabeza.
El alhajero
Repetías los mismos gestos,
yo cerraba los ojos
ponía la radio a todo volumen
y te cosía los labios para que callaras.
Me aferraba a tu vestido como una ventosa
me convertí en ese juguete de nombre raro
que se pega y resbala por los vidrios
y perdí demasiado rápido.
Tu ausencia se redujo
a la filigrana de un camafeo
tan pequeño que apenas
entra en una caja.
La molienda
Estoy sola como el mundo.
Soy plana como el mundo.
Lo único que quiero
es provocar
un estado de tensión
en el que las cosas se rompan
y no haya ruido.
Funciono como las plantas,
si aspiro demasiado
me ahogo.
En Méjico me contaron
de una mujer
a medida que molía el maíz,
su brazo iba desapareciendo.
Soy como esa mujer
que se muele a sí misma.
me escribo
y desaparezco.
Una ménade en la cocina
Bebe un trago
largo de oporto
se pasa la lengua por los labios
lo saborea.
Sangra y el piso
se vuelve mancha roja
todo se mueve
y ella flota. Danza
una coreografía en la cocina,
su cintura dibuja
con la cadera un ocho
unta almíbar en sus pezones
se excita, se acuesta
sobre los azulejos fríos,
ella toda húmeda
se queda dormida
así, en la cocina.
Pintura negra
Se muerde la lengua, rompe
una botella contra el mármol.
Muele, sobre un plato de loza
el vidrio, amasa la harina
y la estira estira
por su cuerpo.
Se mete adentro
un pedazo de vidrio
cada vez más adentro
hasta que sangra.
Nurit Kasztelan
Nurit Kasztelan nació en Buenos Aires el 16 de septiembre de 1982. Es licenciada en economía y cursa estudios de literatura en la Universidad de Buenos Aires. Desde mayo de este año, coordina el ciclo de lecturas de poesía La manzana en el gusano.
En agosto del 2007 publicó Movimientos Incorpóreos, por la editorial Huesos de Jibia. Poemas suyos aparecieron en la revista virtual No-retornable. También colaboró con reseñas para las revistas virtuales El interpretador y No-retornable.
5 comentarios:
Y ese es nuestro circulo, escribir y perdernos en cada palabra que escribimos como esa mujer que se muele a sí mismo.
Y volver a ser-nos retomando Pizarnik, Girondo.
Un placer leerte,
saludos,
Desde Colombia, ciudad San Juan de Pasto, un enorme saludo, y me gustaron mucho tus letras, una amiga tuya que esta por aca en colombia, me hablo de tI, y veo con mucho agrado tu obra literaria, mi nombre es Alejandro Reyes, y tambien me dedico a la creacion literaria.
UN PLASER Y GRACIAS POR COMPARTIR TU OBRA.
cordial saludo.
Desde colombia, ciduad San Juan de Pasto, un gusto en leerte, y me gusto mucho tu obra literaria, una amiga tuya me hablo de ti, mi nombre es Alejandro Reyes, tambien me dedico a las creacion literaria.
un gusto y gracias por compartir tu obra.
Un abrazo dominicano!
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